El periodismo vil y la política abyecta en el Chile virtual.
La calidad de una democracia debiera medirse en sus diversos indicadores
políticos, económicos y culturales. En los verdaderos índices de equidad social
y participación ciudadana, pero muy especialmente, además, en su diversidad
informativa. Siendo los medios de comunicación los instrumentos que más inciden
actualmente en la formación intelectual de los seres humanos, con toda razón se
puede asegurar que allí donde se coarta la difusión del pensamiento o la prensa
ignora o aminora sistemáticamente ciertos acontecimientos no hay una auténtica
democracia.
Es precisamente lo que sucede en Chile, donde los medios de comunicación
independientes carecen de los recursos para equiparar su impacto con los que
manipulan los hechos y tergiversan la realidad. Cuando una inmensa cantidad de
hogares, por ejemplo, no tiene acceso hoy al fluido uso del internet, la
televisión por cable o a los libros y periódicos de papel. Simplemente porque
carecen de un ingreso económico que les permita esta posibilidad, en contraste
con lo que sucede en países como Finlandia, Suecia y otros donde cada hogar al
menos adquiere un diario impreso todos los días, una revista semanal, o puede
acceder a los canales de radio y TV pública. Asumiendo que su población, por su
alto estándar escolar, está en condiciones de entender los que lee y escucha,
mientras en nuestro país todavía un 10 por ciento de los universitarios
no logra comprender a cabalidad un simple texto escrito. Tal como lo acreditan
los sondeos.
Las carencias educacionales e informativas son pasto, así, de una
política sin objetivos éticos y misionales. Colaboran a la consolidación,
asimismo, de candidatos y supuestos representantes del pueblo que fundan su
éxito electoral y carrera en la propaganda que pueden financiar, en el cohecho
y otras prácticas ya habituales. Y que, en Chile, como en otras naciones,
tienen a tan maltraer el prestigio del servicio público y de regímenes en que
más de la mitad de los ciudadanos, en su decepción, ya no se anima siquiera a
sufragar.
Solo a las redes sociales y a algunos medios informativos excepcionales
les debemos que en nuestro país se sucedan aquellas movilizaciones y las
protestas como las que han producido los estudiantes, los pensionados y los
trabajadores que han alcanzado conciencia de los horrores de nuestro sistema
previsional, del modelo educacional segregado y del creciente fenómeno de la
corrupción que ha comprometido a buena parte de sus gobernantes, parlamentarios
y jueces. Sin embargo, falta mucho para
que el malestar se transforme en resistencia al régimen actual, a su Constitución/artilugio
de 1980, a sus poderosas entidades patronales de la sofofa, a sus
partidos y políticos corruptos. Hay que reconocer que lo que predomina,
todavía, es la inercia y el desencanto y que todo seguirá más o menos igual
mientras los chilenos no asuman más contundentemente que los cambios de la
única manera que se producen son con el pueblo en las calles, en la
confrontación intelectual y física con el orden injusto e inhumano y sus
agentes represivos.
Y no podría ser de otra manera,
con aquellos periodistas que pululan en la televisión y los grandes medios
informativos mercuriales que carecen de la formación mínima para ejercer
un trabajo tan determinante en la formación de lectores, auditores y
telespectadores ciudadanos. Cuando hasta por internet hoy se enseñorean las
noticias deliberadamente falsas, la injuria y la calumnia, a la par del crimen
organizado que hace estragos en las calles, irrumpe en los hogares y le
arrebata la vida a un creciente número de víctimas.
Presumidos reporteros y animadoras de noticias cuya soberbia equipara el
tamaño de su ignorancia. “Rostros” de la televisión y radio que impostan su voz
para otorgarse mayor credibilidad. Meros atriles humanos de cámaras y
micrófonos que jamás se cuestionan o se atreven a fustigar a las autoridades
que los apilan y utilizan para darse a conocer ante la “opinión pública”; un
concepto que hoy solo es sinónimo de receptores ingenuos, enajenados y pasivos. “Opinólogos”, también, que se valen
de estos mismos periodistas para decir con todo desparpajo lo que quieran,
dándose aires de expertos, cuando por lo general solo ofician de sicarios de
los grandes intereses sofofos que rigen a los medios de prensa mercuriales.
Mucho mejor sería que todos estos personajes se pronunciaran
derechamente a favor de lo que quieren defender o los obligan a representar, y
no traten, para colmo, de parecer “objetivos”. Así podrían, alguna vez,
añadirle algún argumento o valor agregado a sus notas o reportajes, sin
limitarse a repetir lo que los noticiarios dicen simultáneamente e, incluso, a
la misma hora… En esto de que el rating es lo que mide la eficiencia del
quehacer de muchos editores y periodistas que curiosamente hasta pasaron unos
años por la universidad. ¡Qué duda cabe que hoy vale mucho más tener una bonita
cara, lucir unas buenas piernas y tener una buena “percha” para llegar a la
televisión, el medio que más influye todavía en la población nacional!
Se puede tener la opinión que se quiera, en estos días, respecto de
Venezuela, Trump y otras noticias internacionales que siempre tienen, como
sabemos, distintas caras y explicaciones. Lo grave es que nuestros espacios de
noticias sean tan monocordes y sus actores tan atrevidamente ignorantes,
enajenados. Si solo hasta hace algunos meses el Presidente de los Estados
Unidos era visto con horror por la prensa mundial por la amenaza que significaba
para la paz mundial, la protección del medio ambiente y los
derechos humanos de los migrantes, ¿cómo es posible que ahora la prensa vil chilena lo convierta en el adalid principal de
la lucha por desestabilizar al régimen venezolano e imponer allí la democracia
que Estados Unidos no reclama para Arabia Saudita y tantos otros países que le
son abyectos? Que haya logrado uniformar a casi toda nuestra
clase política en los planteamientos de los Kast, los Piñera, los Ricardo Lagos
o de tantos pinochetistas, socialistas/social demócrata y demócrata
cristianos hoy agentes de la política exterior estadounidense. Y, con
ellos, también, una buena nómina de expresidentes y políticos latinoamericanos
finalmente postrados ante la Casa Blanca, después de haber condenado antes su grosera
injerencia en los asuntos internos de nuestros países y alentar el golpismo y
las masivas violaciones de los derechos humanos que hasta sufrieron en carne
propia.
Como nos gustaría a los que todavía nos empeñamos en ser
antiimperialistas y seguimos aspirando al “gobierno del
pueblo, con y para el pueblo” que de estos
mediáticos personajes pudiéramos escuchar alguna idea sin los sesgos de quienes
los digitan, ya sea en los propios medios de comunicación o por influjo directo
del Departamento de Estado. Es decir, el órgano rector de Estados Unidos y de
su amplio “patio trasero” que ya descubrió que en vez de solventar onerosas
guerras que por lo demás pierden, como sucedió en Viet Nam, Cuba e Irak, mucho
más barato les resulta comprar a nuestros ministros de Defensa, aunque en el
pasado hayan sido comunistas/estalinistas o socialistas, castristas.
Contar con alguien como Felipe González, Alfonso Armando Guerra, José Aznar,
Mariano Rajoy y otros sinuosos personajes de la política europea y
latinoamericana para convertirlos francamente en traidores. A la vez que
aceitar una poderosa transnacional de medios informativos.
De verdad, hasta podríamos aflojar algo nuestras convicciones y certezas
si se nos dieran luces de por qué es tan importante desestabilizar a Venezuela,
más allá de la intención de apoderarse de sus reservas petroleras y continuar
avasallando toda nuestra soberanía nacional y regional. Aunque difícil, muy
difícilmente, podríamos llegar a convencernos de que la dictadura cívico militar
de Pinochet fue “un mal necesario”. O que Bolsonaro, Duque, Piñera y
Macri son los líderes que necesita nuestro Continente.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
Lo subrayado es nuestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario