Por lo menos una vez al día
recibo mensajes de lectores que me dicen cuestiones como ésta: “no puedo creer
que escribiendo como lo hace, usted viva en Estados Unidos, debería vivir en
América Latina,” otros que van con el machete desenvainado: “claro, escribe
desde la comodidad de Estados Unidos.” Con esto, en ambos lados buscando
desvirtuar mi expresión.
Antes me enojaba mucho, más
cuando era gente “humanista” la que me escribía estas cosas. Debo decir que es
gente de izquierda más que de derecha la que se dirige a mí con este tipo de
pronunciamientos. Ven como traición que yo viva en Estados Unidos y escriba
artículos sobre política latinoamericana
.
Sin embargo, una cosa es la clase
política y la oligarquía y otra la sociedad. La sociedad estadounidense es tan
común como cualquier otra, no tiene nada de especial que la haga extraordinaria
y nada que la haga más malvada que las demás. La clase trabajadora es la misma
en todas partes del mundo. Los parias somos universales.
Comprendo el pensamiento porque
de alguna manera lo tuve cuando vivía en Guatemala y todo mi mundo era mi
pequeño y hermoso país, pero emigrar me dio una visión más realista de la
diáspora. Convivir con personas de otras nacionalidades y culturas también me
ha ayudado a formarme otro tipo de criterio, más cimentado, por supuesto, más
humano y menos arrogante. Me ha ayudado a dejar la soberbia de ser guatemalteca
sobre todas las cosas y aceptarme sin fronteras, con la humanidad como patria.
Esto lleva tiempo, no se da de un día para otro. Y se necesita también un tipo
de desprendimiento y humildad que solo la da la experiencia de vivir el día a
día.
No hay escuela más dura que la de
emigrar, porque esto significa salir de la zona de confort, uno se va con la
piel en carne viva y como único recurso la memoria y la identidad. No hay más,
por más dinero, por más desgracias, por más desolación o por más comodidades;
en el alma ninguna de estas trivialidades terrenales tiene cabida. El exilio marca
la vida de todo ser humano, no es para bien ni para mal es para un crecimiento
espiritual. No cualquiera lo resiste, no cualquiera lo sobrevive, no cualquiera
se arma de valor y enfrenta lo desconocido con dignidad. Lo cualquiera se lanza
al vacío sin paracaídas.
Por supuesto, si yo viviera en
cualquier otro país en cualquier lugar del mundo no sería tan atacada, pero
como vivo en Estados Unidos, diríamos que es mi talón de Aquiles como
articulista. Lo más fácil sería que dejara de escribir para no recibir estos
ataques e insultos diariamente y acomodarme en el silencio y el limbo para
estar a salvo. Pero lo fácil me huele a cobardía y llega ese momento en la vida
en que el propio reflejo en el espejo nos pregunta si vamos nadar contra la
corriente o a escondernos en el lugar más oscuro y desolado, donde nadie nos
encuentre.
¿Por qué no tengo derecho a vivir
en Estados Unidos? ¿Por qué tendría que sentirme traidora y avergonzada? ¿Acaso
no es parte de la tierra? ¿Acaso yo como ser humano no tengo derecho a emigrar
y decidir vivir donde yo quiera? ¿Para qué es la tierra entonces? ¿Por qué
obligatoriamente tengo que vivir en cierto país o en cierto continente?
Por ejemplo me critican con
ferocidad pero esos “humanistas” que me acusan de traidora por vivir en Estados
Unidos, en ningún momento dicen: veníte a nuestro país y te conseguimos trabajo
y una beca en la universidad para que estudiés y te preparés, aquí entre
nosotros “humanistas de izquierda” te conseguimos un lugar dónde vivir, porque
lo merece porque amás a Latinoamérica. No, qué esperanzas porque al final, a
ninguno de ellos les interesa el bienestar de otro ser humano y mucho menos si
se trata de aportar para el crecimiento intelectual de esta persona. Son más
egoístas que la derecha más recalcitrante. Son la excelencia para criticar, eso
sí.
Conozco la pobreza, la miseria,
la exclusión, conozco el trabajo arduo desde mi infancia, sé lo que son las
carencias emocionales y económicas. No le tengo miedo a eso porque lo he vivido
toda mi vida, pero también tengo derecho a decidir dónde vivir y en dónde mi
corazón sienta paz y mi espíritu serenidad. En este momento de mi vida es
Estados Unidos, no sé si en el futuro será otro el país o el mío propio. Y si
decido quedarme aquí para el resto de mi vida también es mi derecho.
Creo que como humanidad nos hace
falta un poco de respeto hacia el otro, comprender que todos tenemos el derecho
a decidir, que esa decisión debe ser respetada y que lo importante no es dónde
vivamos sino qué aportemos al mundo como seres humanos para transformarlo. ¿Se
imaginan todos viviendo en un mismo lugar, con la misma cultura, rituales,
formas de pensamiento? La belleza de nuestra especie es la diversidad, es lo
que nos engrandece.
¿Acaso no les da felicidad que
una latinoamericana viviendo en Estados Unidos ame la Patria Grande, o esperan
de mí artículos donde la menosprecie y también a nuestros Pueblos Originarios?
Quítense de la cabeza esa
telaraña de dónde vivo, porque ustedes no me dan de comer y no me ayudan a
pagar las cuentas, es mi trabajo, sino están de acuerdo con lo que escribo pues
no es obligación que me lean, evítense escribirme e insultarme porque son
ustedes mismos los que se hacen daño, a mí no me causan ninguno. Ya no.
Y todo esto sucede, ¿saben por
qué? Porque soy mujer y me doy el derecho y el lujo de escribir artículos de
opinión que tienen que ver con política e ideología. Esos señalamientos e
insultos son patriarcales, porque aún hoy en día a las mujeres nos siguen
catalogando como inferiores a los hombres.
Si mis artículos trataran
trapeadores y pañales de bebé, pasaría inadvertida la tierra donde vivo. Si
escribiera de mis carencias emocionales, sería una débil y loca más que lo que
necesita (según el patriarcado y muchos humanistas de izquierda) es un marido
que se la coja todos los días y tener hijos para encontrar la estabilidad
emocional. Nuestro peor enemigo como humanidad es el patriarcado. Tal vez sí,
soy una descarada total, como dicen muchos de ustedes, por atreverme a
enfrentar al patriarcado (que no respeta ideologías) a mí manera, desde la
“comodidad” de Estados Unidos.
En fin, nos creemos inmortales y
apenas somos hojas secas que sopla el viento, solas no hacemos nada, en cambio
juntas somos una hermosa hojarasca.
Como dijo Cristina Fernández,
presidenta de Argentina, Justicialista heredera de Evita, “La Patria es el
otro,” cuando lo entendamos vamos a poder avanzar como humanidad. Sí, Cristina,
la mujer argentina con dignidad, esa con la que no pudo Obama ni la ultra
izquierda latinoamericana.
Ilka Oliva Corado.
@ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.com
12 de enero de 2017, Estados
Unidos.
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