Repercusiones regionales y globales de la derrota de Estados Unidos en Afganistán.
Escritor
y analista internacional. Adhee.Ong
La llegada al poder de los talibán en Afganistán, no solo marca la derrota de Estados Unidos en la guerra más larga de su historia, más importante aún es que pone formal colofón al intento estadounidense de implantar un sistema internacional unipolar tras los atentados terroristas en ese país el 11 de septiembre de 2001.
Este hecho motivó que la
administración estadounidense declarara la guerra al terrorismo y a todos los
países que protegieran a terroristas, en lo que
denominó “Operación Libertad Duradera”, señalando a Osama Bin Laden como
el principal sospechoso de los ataques y al gobierno talibán de Afganistán, como
su protector. Tal decisión estableció el riesgo de que la agresión de Estados
Unidos pudiera extenderse (como efectivamente ocurrió) a otros países de Asia
Central, Asia Occidental e incluso el norte de África utilizando el subterfugio
del “terrorismo islámico” como instrumento.
Tal decisión condujo a trascendentes
cambios en el sistema internacional. En el trasfondo, Washington trataba de
definir a su favor la disyuntiva entre un mundo multipolar y uno unipolar que
se resolvió a favor de este último. Estados Unidos emergió como única potencia
mundial con el apoyo de todos para luchar contra el nuevo "comunismo"
ahora denominado "terrorismo". Las declaraciones de Bush del 11 y 12
de septiembre de 2001 y sobre todo la del día 20 de septiembre de ese año son -al
igual que la Declaración Monroe y el Destino Manifiesto del siglo XIX y las 14
medidas de Wilson en el XX- el elemento ordenador y de principios de la
política exterior de Estados Unidos para el siglo actual.
Lo que podríamos denominar Doctrina
Bush de política exterior de Estados Unidos se caracterizó entre otras cosas
por las siguientes definiciones: La utilización de cualquier arma de guerra que
sea necesaria; la prolongación en el tiempo de las operaciones militares; la
obligación de los países de asumir una postura ante la decisión de Estados Unidos
que no dejaba espacios a posiciones alternativas: “Cualquier nación, en
cualquier lugar, tiene ahora que tomar una decisión: o están con nosotros o
están con el terrorismo” dijo Bush. Era la definición de un mundo falsamente
bipolar. Los nuevos polos serían Estados Unidos y el terrorismo. Ante la
imposibilidad de estar con el terrorismo lo que hizo fue imponer por primera
vez en la historia un mundo unipolar.
Así mismo, la Doctrina Bush se caracterizó por la
exacerbación de sentimientos nacionalistas y militaristas y por el
involucramiento de todos los países y pueblos en el conflicto al afirmar que:”Esta
es una lucha de todo el mundo, esta es una lucha de la civilización”. Igualmente,
había que aceptar que, en el marco de un mundo unipolar Estados Unidos era el
líder indiscutible: “Los logros de nuestros tiempos y la esperanza de todos los
tiempos dependen de nosotros” dijo Bush. Finalmente, la necesaria inspiración
divina encarnada también por Estados Unidos: “No sabemos cuál va a ser el
derrotero de este conflicto, pero sí cuál va a ser el desenlace [...] Y sabemos
que Dios no es neutral”.
Este nuevo paradigma hizo que la agenda política
internacional sufriera un cambio radical puesto que la atención de las naciones
se centró primero en las manifestaciones de apoyo y solidaridad con el gobierno
estadounidense y en secundar su propuesta de conformar una coalición para
enfrentar al terrorismo; sin embargo, a posteriori la atención giró en torno a
la seguridad nacional.
Esto es lo que se ha desvanecido abruptamente el
pasado 15 de agosto cuando los talibán entraron en Kabul. Mucho se podría
hablar de lo que ha ocurrido en los últimos 20 años, ríos de tinta se han
vertido buscando explicación a los hechos vertiginosos que comenzaron el 6 de
agosto con la captura de la ciudad de Zaranj, capital de la provincia de Nimroz en el
suroeste del país, junto a la frontera con Irán, primera capital provincial que
los talibán ocuparon en su indetenible marcha hacia Kabul, conquistada el
domingo ante el estupor de las fuerzas de ocupación y los gobiernos
occidentales.
De alguna manera, la
victoria talibán, también es un duro golpe a la doctrina de pivote asiático de
Obama quien en 2011 declaró que Estados Unidos sería una potencia en los
océanos Índico y Pacífico a partir de lo cual ha hecho gigantescos esfuerzos –
sin mucho éxito- para construir un bloque de países asiáticos contra China.
Han pasado muy pocos
días para intentar hacer un trazado cierto de los escenarios que pudieran
sobrevenir en Afganistán en sus futuros inmediato y ulterior. En gran medida,
dependerá del comportamiento de la dirigencia talibán en el sentido de dar
pruebas o no de un cambio respecto de su actuar cuando fueron gobierno entre
1996 y 2001. Aunque resulte paradójico,
es más viable evaluar el impacto de los hechos ocurridos en una perspectiva
regional y global.
En general, el
dispositivo militar estadounidense en Asia Central, Asia Occidental y el norte
de África ha sufrido un golpe mortal y deberá recomponerse a partir de nuevos
criterios, buscando nuevos enemigos y estableciendo alianzas de nuevo tipo,
porque el territorio al que arribaron con total impunidad en el año 2001 y su
entorno, ahora tienen una configuración política y geoestratégica totalmente
distinta.
Esta aseveración viene
dada sobre todo, por la existencia de una Rusia fuerte y actuante en el
escenario regional, muy diferente al país enclenque cuya conducción era recién
asumida por Vladimir Putin después de la desastrosa y entreguista gestión de
Boris Yeltsin. Así mismo, China la otra gran potencia regional, ya no es aquel
país marginal que luchaba por su sobrevivencia económica y por ganarse un puesto
real entre los grandes poderes del planeta.
Precisamente cuatro
meses antes de la invasión estadounidense, en junio de 2001, con visión
futurista ambos países junto a Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán crearon la
Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) como instrumento conjunto para
garantizar la seguridad regional, ante las amenazas de terrorismo, separatismo y extremismo. Con posterioridad, se
incorporaron a la OCS, Uzbekistán, India y Pakistán como miembros plenos y el
propio Afganistán, Bielorrusia, Irán y Mongolia como observadores, de manera
tal que el entorno regional de Afganistán está integrado bajo una lógica de
seguridad que apenas daba sus primeros pasos cuando el presidente George W.
Bush lanzó la operación “Libertad duradera” el 7 de octubre de 2001.
En
el ámbito regional, los acontecimientos en Afganistán hacen muy difícil suponer
que Estados Unidos logre sostener por mucho más tiempo su presencia en Irak y
Siria. Así mismo, la guerra que sostiene su aliado Arabia Saudí en contra de
Yemen pareciera tener los días contados. Igualmente, al estar Europa vinculada
a través de la OTAN a los planes de guerra de Estados Unidos en todo el mundo,
se verá obligada a reconfigurar su lógica bélica injerencista en África ( en
particular en Libia) y Asia Occidental. Por supuesto, las causas palestinas y
saharaui en contra de la ocupación israelí y marroquí respectivamente, cobrarán
nuevos bríos.
En el contexto asiático, donde la integración
económica, financiera y comercial se constituye en la más dinámica, efectiva y
la que más crece en el planeta, difícilmente tendrá éxito la política
estadounidense de aislar a China. Los países del sureste y del centro de Asia
no van a arriesgar las trascendentes relaciones que han establecido con la
mayor potencia regional, solo para dar felicidad a los inquilinos de la Casa
Blanca. En este sentido, lo más probable es que ahora liberado de la tutela de
Estados Unidos que lo impedía, Afganistán se sume a sus vecinos estableciendo
vínculos de primer orden con China, Rusia e Irán.
En
este sentido, y en lo que pudiera ser una orientación general que podría asumir
el nuevo gobierno en materia de política exterior, cuando ya vislumbraban el
fin de las operaciones que los llevaron a la captura del poder, se apresuraron
a visitar Rusia el 9 de julio y China el 27. En Moscú, anunciaron que el 85%
del territorio del país estaba bajo su control, lo que generó incredulidad
entre las autoridades y la opinión pública de Occidente. Ahora, los que quieren
buscar explicación acerca de la “acelerada” ofensiva que los llevó a Kabul,
podrán darse cuenta que no fue tan acelerada. Nótese, más de un mes antes del
desenlace ya tenían ocupado el 85% del país.
Es
la razón de que Rusia tampoco esté sorprendida por los hechos recientes. Nadie
ha visto diplomáticos rusos rescatados en helicópteros ni colaboradores de la
embajada colgados del tren de aterrizaje de los aviones. Dos días antes de la
llegada de los talibán a Moscú, el canciller Serguei Lavrov de visita en Laos
afirmó que su país estaba “observando de cerca lo que está sucediendo en Afganistán, donde la difícil situación
tiende a deteriorarse rápidamente, incluso en el contexto de la salida
apresurada de las tropas estadounidenses y de la OTAN”. Ojo, dicho, más de un
mes antes de la llegada de los talibán a Kabul. A continuación, Lavrov dio la
explicación más certera de la causa de los hechos que habrían de sobrevenir: “No
pudieron lograr resultados visibles a la hora de estabilizar la situación
durante las décadas que pasaron allí”.
En
China, dos semanas después, los talibán se reunieron con el canciller Wang Yi a
quien dieron garantías de que a su llegada al poder deseaban “tener buenas
relaciones con China con la expectativa de su participación en el proceso de
reconstrucción y desarrollo de Afganistán” asegurando que no permitirían que “ninguna
fuerza use el suelo de Afganistán para dañar a China”. Vale repetirlo, para los
que se sorprenden de la “rápida” ofensiva talibán, deben saber que un mes antes
de ocupar el palacio presidencial de Kabul, ya estaban haciendo compromisos de
Estado con dos de las potencias integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU,
casualmente las dos que tienen presencia regional directa en el área.
Es verdad que ahora China podría tener preocupaciones porque una situación de inestabilidad
en Afganistán pueda extenderse a Xinjiang y generar dificultades en las
inversiones relacionadas con la Ruta de la Seda, pero en las condiciones
actuales, lo cierto es que la única fuente de inversión y comercio que pueda
tener el gobierno talibán para el desarrollo de su país está vinculada a su
incorporación plena a dicho magno proyecto.
En el debate sobre los escenarios probables, no
se puede obviar que la huída estadounidense de Afganistán, pudiera dar paso a un
mayor protagonismo de sus agencias de inteligencia a fin de estimular a fuerzas
terroristas que aún subsisten en el país, con el objetivo de que operen contra
Irán, China y Rusia. Pero, vale reiterarlo, los talibán necesitan reconstruir el país y el apoyo
económico de China es invaluable, sobre todo ahora que –como ya es tradicional-
Estados Unidos anunció la apropiación de las reservas de oro de Afganistán que
están bajo su control. Habría que agregar que Occidente y las instituciones
financieras bajo su control ya informaron de la cancelación de todo tipo de
ayuda para el país centroasiático.
En el contexto, el vocero de la cancillería
china Hua Chunying afirmó el lunes 16 que su país “respeta los deseos y decisiones
del pueblo afgano” y que esperaba que tal como lo han dicho los talibán, hagan
una transición bajo un “gobierno islámico abierto e inclusivo”. El funcionario
chino agregó que sería deseable que el nuevo gobierno tome “medidas enérgicas
contra todo tipo de actividades terroristas y criminales y permita que el
pueblo afgano se mantenga alejado de la guerra y reconstruya su hermosa patria”.
Para los que no sepan cómo se maneja una diplomacia con seriedad, Hua hizo
saber que “China mantuvo
contacto y comunicación con los talibán respetando la soberanía del país…”
Una situación muy distinta es la que muestra
Europa. Su decisión de actuar como “furgón de cola” de la política guerrerista
de Estados Unidos en el mundo los ha llevado a la vergüenza y al ridículo.
Podría ser este hecho el detonante de una crisis de identidad en torno a la
necesidad de tener política propia en materia internacional y de seguridad.
Nadie lo ha dicho más claro y contundente que
las autoridades alemanas. Sin paliativos, la canciller federal Ángela Merkel
reconoció su propio fracaso, al mismo tiempo que sin sufrir bochorno alguno dio
cuenta de la subordinación de Alemania y Europa a Estados Unidos al afirmar que:
"Siempre
dijimos que nos quedaríamos si los estadounidenses se quedaban" y
puntualizó que la decisión de abandonar Afganistán fue "esencialmente
tomada por Estados Unidos" considerando que se debió a "razones de
política interna". Muy tarde descubrió Merkel que “las fuerzas armadas afganas no estaban atadas al pueblo [y que] no
funcionó como pensábamos”. Sabiendo
que abandona el cargo y se retira de la política no tuvo contratiempos para afirmar
que la intervención internacional más
allá de las operaciones antiterroristas, ha sido "un esfuerzo sin
éxito".
Su ministro de
relaciones exteriores Heiko Mass fue incluso más preciso, al asegurar
que “el gobierno federal, los servicios
de inteligencia y la comunidad internacional habíamos juzgado mal la situación
en Afganistán”. Por supuesto, cuando habla de comunidad internacional se
refiere a la OTAN y sus aliados. Sin mucho sentido del momento, afirmó con
amargura que “sin las fuerzas estadounidenses y sin un compromiso más amplio de la OTAN,
el despliegue del ejército alemán no tenía mucho sentido”.
La repatriación vergonzosa del ejército de la España profunda,monárquica franquista desde Afganistán.
Mucho más vergonzoso es el papel jugado por los que solo acuden al
llamado, para ganar indulgencias del hegemón. En este sentido, el caso de
España es patético. En una editorial del diario El País de Madrid del pasado
lunes 17 de agosto se expone una queja al
referir que los hechos no habían ocurrido como se habían previsto y que le
corresponde a Estados Unidos “explicar qué y por qué”, para terminar gimoteando
sin sonrojo porque el desastre que ha sobrevenido en Kabul no solo ha puesto en
peligro a los soldados estadounidenses: “España
tiene que improvisar en horas una repatriación de medio millar de personas”. Es decir, ni siquiera les avisaron
que se iban y los dejaron a su libre albedrío después de ser usados como carne
de cañón durante 20 años. Así tratan los amos a los esclavos complacientes.
En el plano interno de Estados Unidos, la popularidad de
Biden ha llegado al punto más bajo desde el inicio de su mandato, cayendo a
menos del 50%. Aunque debe decirse que se vio obligado a hacer lo que sus
antecesores no tuvieron el valor político de asumir, es claro que su política está ausente
de visión estratégica, lo cual augura un avance más rápido de la decadencia
imperial. Su economía no mejora y esta decisión -encaminada a eliminar un gasto
innecesario en su presupuesto- es solo un paño tibio para tratar de curar la
gangrena política, económica, militar y moral que aqueja al imperio.
Lo subrayado/interpolado
es nuestro
“La dura derrota del imperialismo yanqui en Afganistán”
Las dramáticas escenas
del aeropuerto de Kabul que recorrieron el mundo, con miles de afganos y
afganas tratando de subirse a un avión militar, es la imagen más evidente de la
debacle del imperialismo estadounidense. Los yanquis y sus aliados de la OTAN se
escapan de Afganistán y los talibanes tomaron Kabul, su capital, así como las
principales ciudades. La retirada yanqui, a casi 20 años de su invasión, deja
al país hundido en un desastre. Es una de las derrotas más graves de los
Estados Unidos después de Vietnam. Y se produce en el momento de la más grave
crisis mundial de dominación del imperialismo estadounidense. Una crisis
política, económica y militar. El presidente Biden culpa a Trump porque acordó
con los talibanes la retirada el año pasado. El secretario de Defensa de Gran
Bretaña, el principal aliado de los Estados Unidos en la invasión, tachó de
“podrido” el acuerdo entre los Estados Unidos y los talibanes.
En febrero de 2020, el
gobierno de Trump llegó a un acuerdo con los talibanes para retirar a sus
soldados en mayo de 2021. Biden dijo que la retirada iba a ser en septiembre,
pero se vio obligado a adelantarla. El domingo 15 de agosto los talibanes
tomaban Kabul. En el momento de publicar esta declaración 6.000 soldados
yanquis y británicos se limitan, en medio del caos, a custodiar el aeropuerto
de la capital para permitir escapar a sus colaboradores directos y a los
funcionarios del regimen títere. Ashraf Ghani, el ex presidente afgano, ya huyó
del país.
Afganistán comparte
fronteras con China, Pakistán, Irán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán.
Hoy, con 38 millones de habitantes, es uno de los países más pobres del mundo.
De economía centralmente agraria, dominada en gran parte por los talibanes, con
campesinos sometidos y pequeños comerciantes, su principal exportación es el
opio, del que es el mayor productor mundial, con 328.000 hectáreas cultivadas
de amapolas (para opio y heroína). Precisamente con estos cultivos se financian
los talibanes, quienes siguieron exportando a través del contrabando.
La invasión yanqui en el 2001 buscaba poner “orden en el mundo”
La invasión comenzó el 7
de octubre de 2001, a menos de un mes de los ataques terroristas en Nueva York,
Pensilvania y Washington, que derribaron las Torres Gemelas y dejaron más de
3.000 muertos y heridos.
El supuesto objetivo de
la invasión a Afganistán, ordenada por el presidente George Bush, fue “combatir
al terrorismo” y capturar a Osama Bin Laden, líder de la organización Al Qaeda,
considerado el autor intelectual de los atentados, quien estaba refugiado en
Afganistán y protegido por su gobierno. Nunca quedaron del todo claros los
objetivos y orígenes de los atentados que derribaron las Torres Gemelas.
Bin Laden, nacido en
Arabia Saudita, había sido financiado por la CIA y los yanquis que le dieron
armas y entrenamiento para luchar contra la hoy desaparecida Unión Soviética en
la década del ’80, que había invadido a Afganistán para defender a un gobierno
aliado, y detener el avance de movimientos islámicos, de los cuales surgirían
luego los talibanes.
Con la excusa del
atentado, Estados Unidos logró apoyo internacional y en la propia población
estadounidense para invadir Afganistán, y luego a Irak en el 2003 (país que no
tenía nada que ver con Bin Laden o Al Qaeda). Pero el objetivo real era
utilizar el repudiable atentado, para apuntalar su debilitado dominio en Asia y
aumentar su control del petróleo de Irak y el Medio Oriente.
Bush y los presidentes
que le siguieron, erigiéndose en “gendarme mundial”, quisieron poner “orden”.
Veinte años después se puso en evidencia que más bien incentivaron “un desorden
mundial”, y que el imperialismo no se ha repuesto de su fracaso militar y
político de Vietnam.
Para invadir Afganistán,
Washington contó con el apoyo militar del Reino Unido, Canadá, Australia,
Austria, Italia, Alemania y de otros países de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN). También contrató ejércitos privados de mercenarios
colombianos y de otros países latinoamericanos. Entre todos, llegó a contar con
más de 200.000 efectivos con apoyo de su poderosa aviación. Pero la invasión
yanqui, a pesar de los bombardeos y las masacres que produjeron un verdadero
genocidio, que causó 200.000 muertos y millones de heridos y refugiados, nunca
pudo consolidar su dominio sobre todo el territorio. Los talibanes siguieron
controlando, con cierto apoyo popular, parte del sur de Afganistán.
Los Estados Unidos y sus
aliados de la OTAN dicen haber gastado 1 billón de dólares (1 millón de millones)
en mantener un enorme ejército de ocupación. Los invasores tuvieron unos 8.000
muertos, entre tropas estadounidenses, de otros países de la OTAN, y
mercenarios contratados por ellos. Se calcula que 88.000 millones de dólares
fueron gastados en la instrucción de los 300.000 soldados afganos, que ahora se
rindieron sin combate. De nuevo se demuestra que una fuerza invasora no puede
consolidar un ejército a su servicio de manera eficiente. Los hechos mostraron
que era artificial. El odio a los ocupantes imperialistas fue la base de ese
fracaso. No tenían una causa moral. No querían enfrentar a sus propios
compatriotas, por más que fueran los talibanes.
Veinte años después,
pasados los gobiernos de Bush, Obama, Trump y ahora Biden, las fuerzas imperialistas
se retiran derrotadas.
Los talibanes, un monstruo creado por el imperialismo
Los talibanes son un
movimiento político religioso islámico (de la rama sunnita) pro capitalista,
que encabeza una federación de tribus con centro en la etnia pasthún.
Los talibanes, o
«estudiantes» en lengua pasthún, surgieron a principios de la década de los 90
como una fracción de la resistencia afgana a la invasión de la ex URSS de los
años 80. Eran parte de los “mujaidines”, la guerrilla financiada por el
Pentágono estadounidense, la CIA y apoyados por Pakistán. Es decir que los
talibanes fueron creados por el mismo imperialismo estadounidense. Pero luego
estos se les fueron de las manos. Los talibanes aparecen en 1994 enfrentados en
una guerra civil con otras alas de la ex guerrilla. En 1996 tomaron el poder en
Afganistán y lo gobernaron hasta la invasión yanqui en el 2001. Formaron el
Emirato Islámico de Afganistán (una especie de monarquía islámica, encabezada
por la autoridad absoluta político religiosa, que quieren reconstruir ahora).
Los talibanes
establecieron una dictadura burguesa islámica, basada en su interpretación de
la sharía o ley islámica. Ejecutaban públicamente a asesinos y adúlteros,
amputando manos y pies a los culpables de robo. Asimismo, los hombres debían
dejarse crecer la barba y las mujeres tenían que llevar un burka que les cubría
todo el cuerpo, no podían circular sin compañía de algún hombre, ni estudiar
después de los 10 años. También prohibieron la televisión, la música y el cine.
¿Adónde va Afganistán?
Por sus antecedentes
represivos mientras gobernaron, y también por ser predominantemente de la etnia
pasthún (40% de la población), los talibanes son resistidos por gran parte del
pueblo afgano, en especial en las ciudades, por las mujeres, y por otras etnias
que pueblan el país.
El líder religioso
Mawlawi Hibatullah Akhundzada fue nombrado comandante supremo de los talibanes
el 25 de mayo de 2016. Es muy posible que, como lo han anunciado, restablezcan
el emirato dictatorial islámico. Aunque se enfrenaron con Estados Unidos, no
tienen un programa antiimperialista y ya iniciaron negociaciones públicas con
el gobierno chino, que ya prometió inversiones en litio y cobre, y le dieron
garantías a Rusia.
Nuestro repudio a los
crímenes del imperialismo yanqui no significa algún apoyo al gobierno ultra
reaccionario de los talibanes. Por ello, desde la UIT-CI, apostamos a que haya
una importante resistencia popular al nuevo gobierno. Anticipamos nuestro
repudio a toda acción represiva sobre las mujeres y el pueblo afgano en
general.
Es el pueblo trabajador
afgano quien merece la solidaridad internacional para luchar por su
independencia y reconstruir su país sin invasores y sin dictaduras teocráticas
o de cualquier signo. También es necesaria la solidaridad con los millones de
refugiados afganos que son discriminados y explotados en Asia y Europa, para
que sean aceptados como migrantes de un país destruido por el imperialismo, con
todos sus derechos laborales y sociales.
Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores-Cuarta
Internacional (UIT-CI)
Lo subrayado e interpolado es nuestro.
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