Si Estados Unidos estornuda, a Latinoamérica le da bronquitis
Observatorio en Comunicación y Democracia
Prolegómeno:
Parafraseando a Friedrich Engels junto a la Dra. Rosa
Luxemburgo, las mentes más geniales entre los herederos científicos del Dr.
Karl Marx, el primero afirmo, “Cuando el
vicio estadounidense/yanqui vomita, “la virtud” de la plutocracia oligarca,
empresarial, financiera, bancaria/agiotista, agrícola, monopolista, se sienta a
la mesa. Su testaferra la clase burguesa, politicastra castrense, corrupta, del
patio trasero latinoamericano/yanqui y de la Unión Europea recogen migajas
debajo de la mesa”... Prof. Moreno Peralta/IWA, ADDHEE.ONG.
Rómulo Betancourt, presidente venezolano entre 1945-48 y
1959-64, graficaba en la frase “cuando Estados Unidos estornuda, a América
Latina nos da bronquitis”, lo que podría ya no ser tan automático, aunque hoy
los gobiernos latinoamericanos no se hallan unidos y menos aún blindados contra
cualquier estornudo o enfermedad superior que provenga de Estados Unidos.
El retorno del trumpismo no parece ser un simple estornudo,
sino algo más preocupante que, de seguro, va a tener un fuerte impacto en
América Latina. Ya comienzan a sucederse fuerzas y candidatos de ultraderecha/fascista
y algunos de ellos hasta llegan a ser gobierno.
Mientras, el progresismo burgues rehúye a la autocrítica, se niega
a hacer su mea culpa y reconocer lo lejos que ha estado de hacer de las
mayorías pobres y desposeídas sujetos de sus políticas (y no meros objeto de
ellas), encarrilando las ideas de democracias participativas, dignidad e
inclusión social, soberanía e integración regional.
A pesar de tener gobiernos burgueses progresistas en
funciones, éstos no tienen los grados de cohesión como en la década anterior,
cuando eran menos, pero acumulaban una mayor fuerza política regional. Tampoco
funcionan los mecanismos de integración regional, como UNASUR (Unión de
Naciones Suramericanas) o la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños), espacios de articulación política, económica y cultural que
lograron unificar gobiernos de derecha y de izquierda, bajo la batuta del
liderazgo progresista.
Estos organismos se diferenciaban claramente de la OEA
(Organización de Estados Americanos): en Unasur y Celac estaban
excluidos los gobiernos de Estados Unidos y Canadá y por ende tenían (cierto
grado de) autonomía en las decisiones. Hoy ambos languidecen, tras el ciclo de
derechas que siguió a la primera ola burguesa progresista.
Pero también los mecanismos de la derecha se extinguieron
como el Grupo de Lima o están debilitados como la OEA. Hoy no existe una región
tan cohesionada como en la década pasada, lo que amenaza con implicar una
puerta abierta para cualquier acción desmedida que pueda intentar Trump hacia
algún país de América Latina.
Hoy el gobierno de Estados Unidos –con el apoyo de sus
dueños de la Celestina Universal multimillonarios- está en campaña para
imponer candidatos ultraderechistas/fascistas en los países latinoamericanos.
Paso previo es desprestigiar a los dos gobiernos progresistas con más arraigo,
como el de Lula en Brasil y Gustavo Petro en Colombia, mientras Claudia
Sheinbaum trata de morigerar la andanada de medidas en contra de México que
llegan de la mano de Trump.
Durante la reciente campaña electoral en Estados Unidos, el
tema de América Latina estuvo bastante ausente, supeditándose a
criminalizar a venezolanos y haitianos por el tema de la migración e
inseguridad. Ya electo Trump comenzó a criticar la actuación de México en
cuanto a la migración y al fentanilo y ha amenazado con aumentar los aranceles
a sus importaciones. Por eso Trump ya tuvo su primera escaramuza con la
presidenta mexicana Claudia Sheinbaum.
Mientras Donald Trump insiste en apropiarse del Canal de
Panamá, a mediados de noviembre, durante una gira latinoamericana el presidente
chino Xi Jinping asistió a la inauguración de un mega puerto en Chancay, Perú,
un enorme proyecto de infraestructura en aguas profundas, que proyecta
ser complementado por un tren bioceánico que cruce lo ancho del continente,
conectando Chancay con la costa brasileña del Atlántico.
El escenario político con que se topa Trump es un mapa de
una América Latina ocupada principalmente por fuerzas progresistas, pero con un
avance de los grupos ultraderechistas/fascistas financiados desde
Estados Unidos, mientras en el escenario comercial, China avanza
arrolladoramente en casi todos los países de la región.
El primer gobierno de Trump (2017 a 2021) significó una
oportunidad de oro para las derechas latinoamericanas que estaban replegadas
durante más de una década, ante el avance de gobiernos progresistas en la
región.
Como respuesta, crearon “populismos conservadores” como el
bolsonarismo en Brasil y el macrismo en Argentina que golpearon a las fuerzas
de izquierda. Además, conquistaron el poder político en varios países,
como Nayib Bukele en El Salvador y Daniel Noboa en Ecuador.
Más tarde (2023), surgió el triunfo del ultraderechista/fascista
Javier Milei en Argentina, fortaleciendo el eje ultraderechista aupado desde
Washington. Tras el primer gobierno de Trump, los gobiernos de derecha que
constituyeron el Grupo de Lima —que llegó a tener 17 países miembros — se
fueron disolviendo. En 2018 ganó Andrés Manuel López Obrador en México, un año
después Macri pierde la reelección en Argentina.
En 2020 gana Luis Arce en Bolivia después del régimen
golpista/fascista de Jeanine Áñez y en 2021, Pedro Castillo en Perú,
Gabriel Boric en Chile y Xiomara Castro en Honduras se adjudican los comicios
presidenciales en sus respectivos países.
Desde el 2019 hasta el 2021, diversas protestas con
inusitada fuerza se sucedieron en Chile, Colombia, Ecuador, Puerto Rico y
Haití, todos como consecuencia de implementación de medidas neoliberales
diseñadas desde un Washington ocupado por los republicanos. En 2022 Luiz Inácio
Lula da Silva venció a Bolsonaro, el mismo año que Gustavo Petro suma una
victoria inédita a la derecha en Colombia. Se suman Bernardo Arévalo en
Guatemala en 2023 y Yamandú Orsi en Uruguay en 2024.
Los gobiernos de izquierda o progresistas han carecido de
coherencia ante determinadas coyunturas, se han dividido por diversos
acontecimientos y, en general, no lograron satisfacer las necesidades de sus
pueblos, lo que jugó a favor del retorno de las derechas. Las derivas
autoritarias, la poca importancia de la integración regional, la debilidad
institucional, todos son aristas de una falta de consistencia para enfrentar
las situaciones complejas que se vienen.
El más reciente veto de Brasil a Venezuela y a Nicaragua para
ingresar a los BRICS es un signo elocuente de la profundidad de la ruptura
entre la llamada izquierda, sobre todo cuando fue protagonizada por el
presidente Luiz Inacio Lula da Silva, ¿el último progresista?
Sumemos a ello las diversas posturas sobre el derrocamiento
a Pedro Castillo en Perú y la posterior presidencia de Dina Boluarte, quien por
demás se ha negado adelantar la convocatoria a nuevas elecciones, manteniéndose
en el poder por medio de una feroz represión con decenas de muertos en
manifestaciones. Y, últimamente, el rechazo de diferentes presidentes y líderes
de izquierda al resultado de las elecciones presidenciales en Venezuela,
haciéndose eco del relato opositor y del gobierno estadounidense.
Proteccionismo, persecución contra la migración (lo que
afecta la remesa con la que viven millones de familias en Latinoamérica),
discursos muy ideológicos desde la secretaría de Estado entrante a cargo de
cubano estadounidense Marco Rubio, y la competencia con China para cooptar
mercados, presagian un duro golpe a la estabilidad política en América,
incluido Estados Unidos, que ya vivió una especie de “estallido” contra Trump
en 2020.
El trumpismo podría acentuar estos hándicaps del
progresismo, aunque también cabe el escenario de que, si pretende chocar de
frente, desconociendo el poder acumulado por la izquierda, termine nuevamente
cohesionando pragmáticamente a sectores disímiles de Latinoamérica. Tal
escenario además podría darle ventajas comerciales a China y otros países.
Sin duda, las fórmulas políticas de la izquierda no muestran
la vigorosidad de antes y en poco tiempo deberán cruzar el escenario electoral
en medio del auge de la derecha radical, que va radicalizando su grado de
populismo. Mientras, los modelos políticos parecen muy agotados, desde
Cuba y Venezuela, hasta Chile y Brasil.
Aunque los republicanos impongan su agenda, e impulsen y
financien fórmulas derechistas, terminarán reavivando a los movimientos
sociales y generando nuevas propuestas de corte izquierdista en la región.
Quizá los gobiernos comprendan el grado de amenaza y decidan restablecer los
mecanismos de integración.
Para la administración trumpista son de vital importancia
los escenarios argentinos – con ulultraderechista/fascista Javier Milei en
el gobierno- y brasileños, si se llegara a derrotar al Partido de los
Trabajadores (PT) de Lula. El éxito o derrota, que se medirá en las elecciones
de medio término de 2025 en Argentina y las generales brasileñas de 2026 (sin
Bolsonaro, sancionado), van a indicar en qué sentido se mueve el sur de América
Latina con su aliado en Washington. Mientras, Uruguay ya giró a la izquierda
con el triunfo del Frente Amplio y Yamandú Orsi.
Lo subrayado
interpolado es nuestro.
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