1. Canadá, Groenlandia, Panamá, México, Argentina, activos imperialistas que Trump anhela, sí o sí...
“Bajo el sistema capitalista determinista,
globalizado hegemónico, no hay destino viable para la Humanidad”...
Por Eduardo García Granado* , escritor, periodista y analista
internacional, Diario Red, La Jornada de México, Xinhuanet, Tektonikos,
ADDHEE.ONG:
Estratégicamente
decisivo y muy beneficioso en clave económica, Groenlandia está entre ceja y
ceja del expansionismo trumpista
Groenlandia es noticia… y no es para menos. La insistencia de
Donald Trump por anexionarse este territorio insular situado en el océano
Glacial Ártico no ha de tomarse a la ligera. Es innegable que el presidente
electo de Estados Unidos realiza asiduamente comentarios fuera de tono,
exageraciones y bravuconerías; la propuesta de anexionar Canadá es una de
ellas, sin ir más lejos. No obstante, el caso de Groenlandia es distinto, mucho
más serio y estructural, y es probable que sus cerca de sesenta mil habitantes
muevan ficha.
No es la primera vez
Donald Trump ya mostró su interés en el suelo groenlandés
durante su primer mandato. En esta ocasión, la justificación esbozada por el
magnate no dejaba lugar a dudas: “Para fines de seguridad nacional y libertad
en todo el mundo, los Estados Unidos de América consideran que la propiedad y
el control de Groenlandia es una necesidad absoluta”, dijo en su cuenta de
Truth. El dato de que la isla posee uranio, zinc, oro y uno de los más notables
registros de tierras raras en la Tierra se le pasó por alto en el posteo.
A medida que el deshielo ⎻provocado por el cambio
climático que el propio Donald Trump niega⎻ avanza, se abren nuevas
rutas marítimas en el entorno de Groenlandia, lo que innegablemente eleva el
valor estratégico del territorio. Probablemente por ello, la posición danesa no
ha cambiado. En 2019, previo a una visita oficial al reino, Trump (por entonces
presidente) solicitó conversaciones con Mette Frederisken, primera ministra, y
con la reina Margrethe II, en torno a la posibilidad de una compra-venta de
Groenlandia. Las mandatarias escandinavas se negaron, y Trump canceló su
visita, precipitando la primera crisis entre Washington y Copenhague al
respecto de la cuestión groenlandesa.
El agravio colonial es percibido con nitidez por el gobierno
groenlandés, complicando además la relación entre Nuuk y el gobierno danés. Ya
en 2019, la respuesta política desde la isla fue frontalmente anti Trump y,
fundamentalmente, autocentrada. No solo no se discute la independencia isleña
respecto a Estados Unidos, sino que las pretensiones estadounidenses
refuerzan la tendencia soberanista del territorio. En este sentido, algo de
contexto: dos fuerzas independentistas escoradas a la izquierda, Inuit Ataqatigiit
y Siumut, concentran casi el 70% de los votos en Groenlandia y ostentan con
mayoría absoluta el gobierno.
Mute Egede, su primer ministro, ha reprochado la postura
colonial estadounidense y ha defendido “eliminar los grilletes del
colonialismo”. “Ya se ha comenzado a trabajar para crear el marco para
Groenlandia como estado independiente. Es necesario tomar medidas importantes.
El próximo período electoral debe, junto con los ciudadanos, crear esos nuevos
pasos”. De esta forma, Dinamarca se suma a la lista de países europeos que se
han visto afectados por la política exterior estadounidense. Por
supuesto, tampoco en esta ocasión se ha producido una reflexión de fondo entre
las élites danesas sobre los vínculos con Washington, más allá de una crítica
específica a las declaraciones de Trump.
Por qué Trump quiere
Groenlandia
Desde la perspectiva de una potencia imperialista que busca
sostener su rol de hegemón en declive, lo cierto es que Estados Unidos tiene
motivos para interesarse en una anexión de Groenlandia. Por supuesto, la mera
enunciación pone en jaque los consensos mínimos del orden internacional y del
respeto mutuo entre Washington y sus asociados europeos en Escandinavia, pero
eso hace ya mucho tiempo que dejó de ser relevante. Ucrania, Gaza, Panamá,
Siria, Venezuela y otros tantos ejemplos lo hacen evidente. Se trata de
geopolítica; en particular, de hard power… y, en ese ámbito, Estados Unidos
conserva buena parte de su poderío (a diferencia de en la economía o el soft
power).
Casi inhóspita, y cubierta casi en un 90% por hielo, Groenlandia
solo puede albergar vida humana en sus costas, y ciertamente las condiciones
requieren de una infraestructura muy costosa. Aun así, se trata de un
territorio al que no le han faltado pretendientes a lo largo de los últimos
siglos. Tras siglos de expediciones y habiendo sido el hogar de pueblos árticos
durante mucho tiempo, el siglo XIX vio el definitivo control de Dinamarca sobre
Groenlandia. Noruega reclamó durante mucho tiempo la soberanía, aunque la Corte
Internacional de Justicia puso fin a esta pretensión en 1933.
Desde entonces, el reino de Dinamarca ha sostenido una
particular relación con los groenlandeses, quienes han pugnado por mayores
cuotas de autonomía hasta la actualidad. En cualquier caso, la Segunda Guerra
Mundial evidenció el potencial estratégico de Groenlandia, un hecho que ni
Trump ni la élite estadounidense pasan por alto. Canadá y Estados Unidos
establecieron bases militares allí durante la contienda y, a lo largo de la
Guerra Fría, fue innegable su importancia para el control logístico y como
punto de observación de misiles balísticos intercontinentales; algo que también
ocurre con la Antártida.
De cara a la intensificación de la agresividad imperialista de
Washington en los próximos años, así como del Pivot to Asia ⎻es decir, la estrategia por la que se defiende poner el foco en
la presión contra China y en la que coinciden demócratas y republicanos⎻, Groenlandia puede ser crucial. Hasta el 50% de las tierras
raras, decisivas para la fabricación de numerosos productos tecnológicos
determinantes en las telecomunicaciones o la transición energética, se
encuentran en la isla. Es un sector que, además, actualmente domina Pekín.
De esta forma, Groenlandia adquiere otra dimensión para Trump: a
Estados Unidos ya no le basta un acceso “privilegiado” a los recursos de la
isla; necesita un control total. El retorno de las formas imperialistas
“clásicas” en Panamá o Groenlandia va de esto. Por supuesto, Estados Unidos ya
dispone de un estatus de dominancia en el canal de Panamá o en los recursos
groenlandeses, pero el auge chino (que Washington no es capaz de impedir) exige
más control, más poder y más agresividad.
El cambio climático juega a favor de las pretensiones trumpistas
en este punto. La pérdida de capas de hielo facilita el acceso a los recursos
mineros de la isla, así como “mejora” las vías marítimo-comerciales de
Groenlandia. A ello ha de sumarse la disponibilidad de ingentes reservas de
petróleo y gas natural cuasi vírgenes en las inmediaciones de este gigantesco
territorio insular.
Recursos energéticos, tierras raras e importancia estratégica:
motivos más que suficientes para que Estados Unidos pose sus pretensiones sobre
Groenlandia. Lo llamativo es, una vez más, la perspectiva escandinava y
europea. La subordinación al proyecto imperialista colectivo liderado por
Estados Unidos siempre tuvo sentido, en tanto respetaba y hacía valer los
intereses económicos del Viejo Continente reduciendo las exigencias militares.
Sin embargo, pierde cada vez más su sentido. Ucrania evidenció que Washington
era un riesgo para la seguridad europea, Gaza clarifica la inviabilidad del
faro “moral” occidental y Groenlandia deja a las claras que Estados Unidos está
dispuesto a agredir territorialmente los actores del Viejo Continente.
2. Canadá: la
renuncia de Justin Trudeau y el impacto de Donald Trump.
Por Marcelo Solervicens*, escritor, periodista y analista internacional
– Comentario Internacional, Diario Red, La Jornada de México, Xinhuanet, Tektonikos,
ADDHEE.ONG:
Esta semana la política canadiense, generalmente tranquila,
acaparó la noticia internacional. Comenzó el 6 de enero con la renuncia del
primer ministro de Canadá y líder del Partido Liberal, Justin Trudeau y termina
con la confirmación que Canadá tendrá un nuevo primer ministro el 9 de marzo
próximo y que habrá elecciones federales en mayo o junio. Todo ello aparece
ligado a la entronización de Donald Trump, el 20 de enero próximo, y cuando a
sus amenazas imperiales contra Panamá, Groenlandia y México, agregó
insistentemente la amenaza de guerra comercial y anexión de Canadá como 51
Estado de EUA.
Justin Trudeau aparece como la primera víctima de Donald
Trump, pero creemos que la realidad es más compleja, porque la renuncia del
primer ministro Justin Trudeau está ligada principalmente ligada al desgaste de
su gobierno y una persistente impopularidad de los liberales en las encuestas,
desde hace meses; con más de veinte puntos detrás de los conservadores y cuando
han perdido una serie de elecciones parciales en circunscripciones que
controlaban desde hace décadas, en Quebec, Ontario y Columbia Británica.
El golpe de gracia fue la demoledora renuncia de su ministra
de Finanzas y viceprimera ministra, Chrystia Freeland, el 16 de diciembre
pasado, el mismo día en que ella debía presentar una puesta al día del estado
de la economía canadiense a mediados del año financiero.
En su carta pública de renuncia, Freeland acusó Trudeau de
querer atribuirle portar lo odioso del deterioro de la economía canadiense en
el último año y reveló sus diferencias con gastos impuestos por Trudeau, que
calificó como trucos políticos costosos con fines electoralistas
irresponsables, que desconocían que Canadá estaba en vísperas de entrar en una
costosa guerra comercial con el gobierno de Donald Trump. Su renuncia aumentó
la presión del caucus liberal para que Trudeau renunciara; temerosos de una
catástrofe anunciada en las próximas elecciones, previstas para octubre próximo.
Algunos estiman que Trudeau no consiguió adaptarse a los
cambios en el mundo pos-globalización. Otros lo consideran desconectado de la
opinión pública y critican cierta arrogancia. Cuestiones que le llevaron a
cometer errores que hicieron palidecer su imagen de dirigente del siglo XXI.
Algunos hasta afirman que su tozudez en dejar el cargo, parecida a la de Joe
Biden, le costará caro a Canadá.
Es así como Trudeau, incapaz de asegurar el control de sus
tropas, se dio un tiempo de reflexión, al final del cual afirmó: “si tengo que
librar batallas internas, no puedo ser primer ministro”. Para evitar la
inestabilidad, anunció que su retiro sólo sería efectivo cuando el Partido
Liberal nomine a su sucesor, luego de un proceso de elección riguroso. Al mismo
tiempo, anunció, tal como lo permite el régimen parlamentario, que la
Gobernadora General, autorizó el fin de la actual sesión que debía recomenzar
el 27 de febrero y decretó que una nueva sesión del parlamento comenzará el 24
de marzo próximo.
La semana termina con el anuncio de las reglas y el proceso
de elección que asegura que los liberales tendrán un nuevo líder el 9 de marzo
próximo. Al mismo tiempo, como es seguro que tanto los conservadores, como el
Nuevo Partido Democrático (NPD) y el Bloque Quebequense (BQ) le quitarán la
confianza al gobierno, luego de la lectura del discurso del trono, también se
vaticina que los electores canadienses concurrirán a las urnas para
elegir un nuevo gobierno federal en mayo o junio próximos.
Todo apunta a una victoria indiscutible del líder del
Partido Conservador (PC) Pierre Poilievre. Es lo que confirman las encuestas
IPSOS, ABACUS. entre otras. Pero al mismo tiempo, eso confirma que no son las
amenazas de Donald Trump lo que forzó la renuncia de Justin Trudeau. Ella está
ligada a la tradicional alternancia entre liberales y conservadores. Es
producto del deseo de cambio por el desgaste normal, luego de largos nueve años
de gobierno liberal. En efecto, la perspectiva de un cuarto mandato consecutivo
de Justin Trudeau hubiera sido una anomalía respecto de la tradición
canadiense: solamente un primer ministro canadiense obtuvo cuatro mandatos
consecutivos, Se trató de Sir Wilfrid Laurier, hace mucho tiempo, entre 1896 y
1911.
La carrera para las elecciones federales ya ha comenzado con
el proceso de elección del nuevo líder liberal. Las reglas establecidas por el
partido liberal evitan la dispersión y candidatos sin mayor arraigo: fija un
costo de inscripción de los candidatos en 350 mil dólares (cinco veces más que en
campañas anteriores); mantiene la regla del mismo peso de las 350
circunscripciones obligando a que el candidato tenga presencia nacional. Además
sale al paso de posibles acusaciones de laxismo al limitar los votantes a
miembros en regla del Partido Liberal, ciudadanos o con residencia estatutaria.
La larga lista de candidatos ha ido disminuyendo como nieve
en primavera. El nuevo ministro de finanzas Dominique Leblanc, de la región
marítima, no postulará porque prefiere concentrarse en responder a la guerra
comercial que amenaza Donald Trump. Melanie Joly hizo la misma reflexión,
manteniendo su puesto de ministra de relaciones exteriores. François Philippe
Champagne, ministro de la innovación ciencia y economía, sigue en la carrera
todavía, pero podría verse obligado a adoptar la misma posición. Otra
postulante, la ministra del Tesoro, Anita Anand también anunció que deja pasar
la oportunidad.
Se mantienen, sin embargo, las candidaturas posibles del
ministro de energía y recursos naturales Jonathan Wilkinson, de la líder
parlamentaria Karina Gould; de la ex primera ministra de la provincia de
Columbia Británica hasta 2017, Christy Clark. Lo cierto es que los principales
candidatos son, en primer lugar, la ex ministra de finanzas Chrystia Freeland,
aquella que con su renuncia provocó la caída de Justin Trudeau. En segundo
lugar, está Mark Carney, ex gobernador del Banco de Canadá y del Banco de
Inglaterra y favorito de muchos. El 27 de enero se conocerá la lista final de
candidatos. La elección del reemplazante de Justin Trudeau acaparará la
atención mediática, pudiendo favorecer el o la nueva líder, pero por si sola,
es muy difícil que consiga emparejar los veinte puntos de distancia en las
encuestas con los conservadores.
Otra variable de las próximas semanas y meses, serán las
reacciones del líder conservador Pierre Poilievre ante las amenazas de Donald
Trump. Porque es evidente que las amenazas de Donald Trump contra Canadá, a
pocos días de su entronización, el 20 de enero, cambian el contexto. Hasta
ahora, el discurso conservador se ha centrado en explotar los errores y el
desgaste del gobierno liberal y, particularmente, del propio Justin Trudeau.
Pierre Poilievre, reimpuso el debate sobre eliminar impuestos y el deficit
fiscal, abandonados por los liberales. Insiste en que terminará con el impuesto
al carbono impuesto por los liberales para combatir el cambio climático y
favorecerá la expansión de la explotación petrolera. Poilievre va más allá del
tradicional conservadurismo fiscal de los conservadores canadienses. Impondrá
nuevamente el discurso conservador de detener el crimen y reimponer políticas
represivas de orden y de seguridad, que no dan resultados. Insiste en que
asegurará la frontera impidiendo la entrada de terroristas. Promete suspender
las medidas “woke” de Justin Trudeau y reimpulsar los valores familiares y
restaurar la libertad. Más aún, Poilievre, apoyó abiertamente el movimiento
ultraderechista freedom convoy contra la vacunación del Covid-19 apoyado por la
ultraderecha estadounidense ligada a Donald Trump.
En el nuevo contexto, se impone la defensa y unidad de
Canadá frente al gobierno Trump. Ello cambia de manera significativa la
percepción de lo sería, lo que se llama un voto de urna en las próximas
elecciones Ya no se trata de reemplazar un gobierno desgastado: la urgencia es
defender los intereses de Canadá. ¿Afectará ello a los conservadores que están
muy ligados al discurso de la ultraderecha trumpista?
Y es que las afirmaciones de Donald Trump en el sentido de
que lo mejor es eliminar la frontera y el que publique en redes sociales la
imagen de la bandera estadounidense sobre el territorio canadiense ya no es una
broma, no hace reir a nadie. Es necesario recordar que, históricamente,
Canadá se construyó afirmando su independencia ante los Estados Unidos,
buscando desarrollar una política exterior independiente de Estados Unidos.
Como potencia capitalista intermedia. Canadá estaba consciente de que ser
vecino de Estados Unidos, “es como dormir con un elefante”. Es lo que afirmaba
el padre de Justin. Luego vino el viraje bajo el conservador Brian Mulroney,
bajo cuyo gobierno se firmó en 1989 el Acuerdo de Libre Comercio de América del
Norte (ALENA, o NAFTA).
En efecto, el nuevo contexto cuestiona el eje del discurso
de Poilievre, que era contra Justin Trudeau. En el contexto actual, con su
renuncia, Trudeau desaparece, aunque Poilievre afirme que eso no cambia nada:
Ya no se trata del balance del gobierno de Justin Trudeau. El nuevo tema que
tiende a unificar a los canadienses, es como defenderse de Donald Trump, de sus
amenazas, de su carácter imprevisible. Ante un contexto de ofensiva imperial de
otra época expresada por Donald Trump, que no sólo ataca Canadá, sino que
amenaza con apoderarse del Canal de Panamá y de Groenlandia, con cambiar el
nombre del Golfo de México por el de Golfo de América, entre otros anuncios. La
polarización que forma parte del discurso de Pierre Poilievre contradice los
deseos de unidad ante la amenaza contra la soberanía canadiense.
Las diatribas del presidente electo ya no son consideradas
una broma, por nadie. Trudeau busca asegurar la transición. Salió de su
silencio y afirmó en CNN que Canadá se define como: “We’re not Americans” (no
somos Americanos). Hasta el conservador primer ministro de Ontario, Doug Ford,
quien asume actualmente la presidencia rotativa del Consejo de la Federación,
que reúne los primeros ministros provinciales, busca obtener capital político
defendiendo los intereses de Canadá ante su poderoso vecino del Sur, para ganar
las próximas elecciones en Ontario. El mismo Poilievre debió afirmar sin
entusiasmo que Canadá nunca será el 51º Estado de EUA, contradiciendo el
sentimiento de un tercio de los conservadores de Alberta que no lo objetan, de
acuerdo a las encuestas. Algunos afirman que Poilievre es la versión canadiense
de Trump. Como otros derechistas, recibió el apoyo del inefable Elon Musk, lo
que puede dañar su imagen en el nuevo contexto. Muchos dudan que Poilievre sea
capaz de manejarse con Donald Trump. Diversos analistas comparan su estilo
negativo con el de Donald Trump y de otros dirigentes de la llamada derecha
radical en el mundo. Pero, como buena parte de los seguidores de Pierre
Poilievre, están ideológicamente ligados a Trump y la derecha populista mundial
es difícil que pueda adoptar fácilmente un discurso de unidad nacional con
liberales y otros partidos. ¿Afectarán los estrechos lazos de los conservadores
con el trumpismo, su objetivo de encarnar la alternancia en las próximas
elecciones?
*Analista político
canadiense y miembro de Radio Centre-Ville, una de las radios comunitarias más
antiguas en Montreal.
Lo subrayado/interpolado es nuestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario