La derrota
que la oposición venezolana no quiere asumir
El 10 de enero pudo no ser una “derrota táctica” de la
oposición, sino el final de su estrategia para la toma del poder
En apariencia, el 10 de enero de 2025 en Venezuela estaba
prevista la jura presidencial. Se pensaba que habría dos juramentos paralelos:
por un lado, el agente de la CIA/USA Edmundo González; por el otro, el
de Nicolás Maduro. Se sabía que el de Nicolás Maduro tendría lugar en Caracas y
que contaría con el apoyo de buena parte de la institucionalidad venezolana…
tanto el poder electoral, como el poder judicial, el poder legislativo y las
fuerzas armadas habían evidenciado un notable grado de lealtad al gobierno
chavista.
Y, efectivamente, Nicolás Maduro juró como presidente de
Venezuela para el mandato 2025-2031. Lo que no estuvo claro durante la jornada
era qué pasaría con Edmundo González; es decir, si iba a jurar o no. Buena
parte de los analistas daban por hecho que lo haría, aunque no había certeza
sobre si sería dentro de Venezuela o no, pues no existían garantías para que
pudiera acceder a territorio nacional sin ser detenido. Al fin y al cabo, sobre
él recae una orden de detención de la justicia venezolana.
González realizó una “gira” por varios países americanos en
los días previos a la juramentación y, según declaró la expresidenta panameña
Mireya Moscoso, algunos expresidentes latinoamericanos se habían planteado
viajar a Venezuela desde República Dominicana acompañando a Edmundo González.
Se trataba de una suerte de “escudos diplomáticos” que posibilitaran el acceso
del candidato antichavista a territorio nacional venezolano. Esto no sucedió,
pese a la expectativa generada.
Los hechos, finalmente, fueron desalentadores para la
oposición antichavista en Venezuela, pues Edmundo González no juró como
presidente. Según la estrategia opositora de María Corina Machado y Edmundo
González, la idea era que asumiera “su mandato” desde dentro de Venezuela, de
forma tal que al menos un sector del aparato estatal venezolano le brindase
legitimación real.
En este sentido, la propia Machado había venido deslizando que
la única forma por la que Edmundo González podría entrar a Venezuela sin ser
detenido es con algún tipo de apoyo militar internacional. Probablemente, la
oposición liderada por ella había estado intentando consolidar apoyo dentro de
las fuerzas armadas durante los meses posteriores a las elecciones. El esquema
era simple: González acumulaba reconocimiento global y Machado consolidaba
apoyos internos. Sin embargo, a la luz
está que la enésima estrategia opositora para la toma del poder ha fracasado;
no hubo ninguna rebelión en las fuerzas armadas ni voluntad suficiente de
actores extranjeros para un ingreso no autorizado.
Si Diario Red puede publicar lo que casi nadie más se
atreve, con una línea editorial de izquierdas y todo el rigor periodístico, es
gracias al apoyo de nuestros socios y socias.
Aunque sectores amplios de la oposición han solicitado una
entrada de González respaldado por el ejército estadounidense, en la práctica
esto supondría una invasión y desataría una guerra entre Estados Unidos y Venezuela.
No parece claro que las élites demócratas y republicanas tengan a Venezuela en
el eje de sus prioridades… aunque esto podría cambiar con la llegada de Trump
al gobierno a la secretaría de Estado.
Sea como sea, la única verdad es la realidad, y lo cierto es
que Edmundo González no juró como presidente, ni dentro ni fuera de Venezuela.
Así, la “batalla” del 10 de enero de 2025 que la oposición había fijado como su
particular Día D, se saldó con una contundente victoria del chavismo. Nicolás
Maduro juró como presidente, mientras que Edmundo González no pudo ni siquiera
entrar a Venezuela y no juró tampoco desde República Dominicana ni Argentina.
La narrativa opositora sostiene que esto no ha sido más que
un pequeño capítulo, una victoria menor para Nicolás Maduro. Pero, ciertamente,
hay argumentos para defender que se trata de una derrota de fondo para Machado
y González, un golpe duro en su estrategia de conquista del poder. Aunque es
cierto que la juramentación de Nicolás Maduro tuvo poca presencia extranjera y
que el reconocimiento de su gobierno es limitado (tanto regional como
globalmente), es también cierto que muchos gobiernos del mundo no reconocían
una victoria por parte de Edmundo González.
En América Latina, la posición mayoritaria de los gobiernos era
intermedia. Gobiernos como el mexicano o el brasileño no reconocieron a Maduro
como presidente electo de Venezuela, pero tampoco a González. Por contra, se
encontraban en una especie de stand by, lo que coloca la juramentación de
Maduro en la senda de los “hechos consumados”. Por cuanto Edmundo González no
se ha juramentado, pero Maduro sí, hay una ecuación imposible de ignorar. Si un
gobierno no emitió ninguna felicitación a Maduro ni lo reconoció formalmente
como presidente electo, pero de aquí en adelante sostiene con normalidad los
vínculos diplomáticos, comerciales o políticos con Caracas, significa que en la
práctica está reconociendo al presidente Maduro.
El caso brasileño es paradigmático. El mantra del gobierno
de Lula da Silva según el cual “se reconocen Estados, no gobiernos” es un balón
de oxígeno para Nicolás Maduro y el PSUV. Brasil no ha reconocido formalmente a
ningún ganador de las elecciones del 28 de julio, pero tampoco ha roto
relaciones diplomáticas con su gobierno ni con el estado venezolano. Siguiendo
la legalidad venezolana, el 10 de enero era la fecha clave para los juramentos.
Un candidato ha jurado, pero el otro no; por tanto, el gobierno brasileño, al
no romper relaciones con Venezuela, estaría reconociendo de facto su legitimidad.
En suma, más allá de que la oposición haya buscado instalar
la narrativa de que lo ocurrido el pasado viernes no era una derrota de peso,
sino una pequeña victoria táctica para Maduro, es probable que el paso del
tiempo anule esta optimista lectura. Distinta tesitura habría existido si
Edmundo González hubiera jurado y algunos países le hubieran reconocido para
romper a posteriori las relaciones con la institucionalidad chavista, pero eso
no ocurrió. Al no jurar, la oposición ha consentido de facto que numerosos
gobiernos en el mundo que no querían reconocer a Maduro formalmente, sí lo
hagan en la práctica.
Realmente, es probable que el correr de los meses enfríe la
crisis venezolana, lo cual sería un éxito para el nuevo gobierno de Nicolás
Maduro, con mandato hasta 2031. La oposición ha fracasado, al menos en el
primer stint de su estrategia post electoral, y parece complicado imaginar un
escenario en el que reúnan los apoyos necesarios para ejecutar un plan que no
fue exitoso durante medio año en 2024.
Estados Unidos, con un Donald Trump mucho más agresivo,
podría ser la única esperanza para Machado y González. Marco Rubio impulsará
una agenda absolutamente injerencista en América Latina, aunque hay motivos
para ser escépticos al respecto del empleo de la fuerza. Si así se decidiera,
Colombia ya no podría ser el aliado logístico que prometía ser en 2019, aunque
la excusa del Esequibo sí sería “válida”. Una invasión de Venezuela como vía
para “resolver” la “agresión” venezolana contra Guyana sería la narrativa a
instalar.
*Politólogo y maestrando en Relaciones Internacionales.
Miembro de Descifrando la Guerra. Colaborador e invitado en varios medios
escritos y audiovisuales como analista internacional. Escribo sobre la
península de Corea, Argentina y América Latina.
Lo subrayado/interpolado es nuestro.
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