viernes, 24 de enero de 2025

Las amenazas del antropoide Donald Trump presidente convicto de Estados Unidos, en América Latina son una oportunidad para China



Las amenazas del antropoide Donald Trump presidente convicto de Estados Unidos, en América Latina son una oportunidad para China

Ander Sierra* – Diario Red/ escritor, periodista, analista internacional/ADDHEE.ONG/Other News/La Jornada de Mexico:

Todo apunta a que la terapia de shock que quiere llevar a cabo Estados Unidos va a ser contra China, pero también contra aquellos países latinoamericanos que Washington considere que están demasiado alineados comercial o políticamente con Pekín

La guerra arancelaria promete ser uno de los episodios más destacados de la competición entre Estados Unidos y China una vez Donald Trump vuelva a ocupar la Casa Blanca el próximo 20 de enero. Incluso antes de esa fecha, el líder republicano ya ha dado indicios sobre cómo será su segundo mandato para con la potencia asiática.

Durante la campaña electoral, Trump afirmó que su administración establecería un arancel general del 60% para los productos procedentes de China. Para dimensionar el impacto, esta medida gravaría más de 425.000 millones de dólares en bienes importados si tenemos en cuenta los datos anuales de 2023. Si bien este porcentaje probablemente sea menor, dado el shock que provocaría en la economía mundial, la amenaza refleja hasta dónde podría llegar el futuro presidente republicano para conseguir sus tres objetivos prioritarios: contener el poder de China, impulsar –aunque sea de manera forzada– la relocalización de la industria en territorio estadounidense y mantener la primacía global de Estados Unidos.

Para este menester, el líder republicano podría tener una herramienta coercitiva adicional. Mauricio Claver-Carone, el que será el nuevo enviado especial para América Latina de la administración Trump, propuso que Washington aplique aranceles del 60% a “cualquier producto que pase por [un] puerto de propiedad o control chino en la región” y que tenga como destino final Estados Unidos.

Este comentario no es baladí ni casual. Pocos días antes, el presidente de China, Xi Jinping, viajó a Lima para reunirse con Dina Boluarte y asistir a la ceremonia inaugural del puerto de aguas profundas de Chancay, una infraestructura valorada en 3.500 millones de dólares construida y operada parcialmente por la empresa estatal COSCO Shipping Ports. Bajo la perspectiva de Claver-Carone, cualquier mercancía que parta de este punto del Pacífico en dirección a Estados Unidos, sin importar el país de origen, debería ser gravada. Esta medida se aplicaría también a otros puertos de naturaleza similar en América Latina y el Caribe, como el de Lázaro Cárdenas en México, Balboa en Panamá o Paranaguá en Brasil.

“América para los americanos” El patio trasero latinoamericano/yanqui

“Puedes llamarlo [a la estrategia estadounidense] como una Doctrina Monroe 2.0”, comentaba Mike Waltz, asesor de Seguridad Nacional elegido por Trump, durante una entrevista para la cadena televisiva Fox News. Una vez más, detrás de la grandilocuencia de las declaraciones de las figuras más destacadas de la administración republicana se esconde algo mucho más profundo.

Estados Unidos ha entrado en una especie de ansiedad hegemónica como consecuencia de la pérdida progresiva de su poder y busca atar en corto a todos los países a los que Washington considera que forman parte de su “patio trasero”; e incluso, en algunos casos, amenazar con controlar –por la vía militar si fuera necesario– varios puntos estratégicos como el Canal de Panamá o Groenlandia.

La potencia estadounidense ha gozado de un poder casi absoluto durante las últimas siete décadas, posición que le ha permitido consolidar una estrategia global injerencista en aras de proteger la narrativa del “orden basado en reglas” y sus intereses estratégicos. No obstante, este periodo ha finalizado; el mundo ha cambiado y, con él, todo el sistema internacional. Y una muestra que refleja esta tendencia es América Latina.

Antaño objetivo prioritario de la famosa Doctrina Monroe, esta región se ha acercado significativamente a China en los últimos años, en buena parte por la posición pasiva, condescendiente e indiferente que ha mantenido Estados Unidos. Trump, tanto en su primer mandato como presumiblemente en su segundo, ha tratado a la región como un mero foco de inmigración “no deseada” y un chivo expiatorio para la problemática de criminalidad que afronta Estados Unidos y a la que el trumpismo vincula con los flujos migratorios.

Es significativo que las primeras declaraciones más mediáticas vertidas sobre la región hayan ido en esta dirección. Sobre México, Trump aseguró que declararía a los cárteles como “organizaciones terroristas” y varios miembros de su equipo abogan por llevar a cabo una intervención militar. Respecto a Panamá, los republicanos no han escondido su ambición de volver a controlar el estratégico Canal de Panamá. Y la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, advirtió que podría revocar la presencia militar estadounidense en la base de Comayagua por la “actitud hostil de deportaciones masivas” de miles de hondureños.

Esto no ha sido mucho mejor con el presidente demócrata Joe Biden, quien ha ignorado la región para centrar sus esfuerzos en la guerra de Ucrania y en Oriente Medio. Por ejemplo, la Alianza de las Américas para la Prosperidad Económica, establecida en 2022, no ha dado los frutos esperados y no ha conseguido uno de los objetivos que sí buscan los países latinoamericanos: “abordar la desigualdad económica y fomentar la integración económica regional”. Y eso ha acarreado consecuencias que China ha sabido aprovechar.

Un buen punto de partida para entender esta dinámica es analizar los vínculos comerciales: el comercio bilateral entre China y América Latina ha escalado de los 18.000 millones de dólares en 2002 hasta los 450.000 millones de dólares 20 años después. Además, según varias estimaciones, para 2035 esta cifra superará los 700.000 millones de dólares. La tendencia ascendente da lugar a un fortalecimiento de los lazos políticos, una situación que ha permitido a Pekín incrementar sus proyectos en la región. En la actualidad, 22 de los 26 países latinoamericanos forman parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, la cual cuenta con numerosos proyectos de infraestructura, incluyendo decenas de puertos o terminales operados o construidos por empresas chinas –algo que supone una alarma en la Casa Blanca–.

En este contexto, todo apunta a que la terapia de shock que quiere llevar a cabo Estados Unidos va a ser contra China, pero también contra aquellos países latinoamericanos que Washington considere que están demasiado alineados comercial o políticamente con Pekín. En este sentido, la administración republicana amenazará abierta y coercitivamente –con aranceles, sanciones o presión diplomática– a estos países para forzarles a cambiar su regulación comercial y distanciarse de la potencia asiática. Además, esta política se enmarca en los objetivos que Trump quiere alcanzar: una economía más liberalizada en el interior, pero proteccionista hacia el exterior.

Como declaró Marcos Rubio, el nuevo secretario de Estado y uno de los mayores halcones de política exterior, Estados Unidos “no puede permitirse el lujo de que el Partido Comunista Chino expanda su influencia y absorba a América Latina y el Caribe en su bloque político-económico privado”. No obstante, la estrategia de Washington puede ser contraproducente, ya que los países latinoamericanos –a excepción, quizá, de Argentina, gobernada por el anarcocapitalista Javier Milei– podrían buscar una alternativa más amistosa a la política injerencista estadounidense. El mundo ha cambiado, Estados Unidos ya no domina el hemisferio occidental y al otro lado del Pacífico se ubica una potencia que continúa buscando hacer más negocios con la región.

* Periodista especializado en política internacional. Director de Descifrando la Guerra. Interesado en la República Popular China y en la región Asia-Pacífico. Maestría en Estudios Internacionales por la UPV/EHU y en Estudios de Asia Oriental por la UAM. Coautor del libro «La nueva era de China: la gran estrategia para el sueño de Xi Jinping».

Trump: ¿Impúdico imperialismo estadounidense redivivo?

Por Prof. Felipe Portales*/ escritor, historiador y analista internacional / Pressenza

Luego del desplome de la Unión Soviética –y desoyendo las propuestas pacíficas de Gorbachov, e incluso las sabias advertencias de numerosos diplomáticos e intelectuales estadounidenses- Estados Unidos acentuó su imperialismo, particularmente en Europa, a través de una política de ampliación indefinida de la OTAN, alianza militar en la que tiene clara hegemonía. Con ello “obligó” virtualmente a una cercada Rusia a reaccionar militarmente contra Ucrania. Así, como el despliegue de misiles nucleares que apuntaban a Estados Unidos “obligó” a Kennedy en 1962 a imponer un estricto bloqueo de Cuba. Asimismo, Biden ha brindado todo el apoyo militar, político y económico a la extrema derecha israelí en su política genocida respecto de Gaza.

Y ahora sorprendentemente Trump -que como candidato se mostró, al menos respecto de Rusia, mucho menos belicoso- ha enarbolado un discurso impúdicamente imperialista respecto a Canadá, México,el canal de Panamá y de Groenlandia. Ha amenazado, incluso, con ¡retomar el canal por la fuerza, si no les bajan las tarifas a los barcos estadounidenses que pasan por allí!

Es claro que la construcción de dicho canal (desde 1904 hasta 1914; y que involucró el desmembramiento de Panamá de Colombia) fue un eje central que constituyó a Estados Unidos en un poder imperial rival del Reino Unido y de Francia (recordemos que capitales franceses infructuosamente habían intentado construirlo años antes), además de la apropiación de los remanentes del imperio español en América y Asia. Y que en las primeras décadas del siglo XX lo llevó a efectuar numerosas intervenciones armadas y ocupaciones en países de Centroamérica y del Caribe. ¡Pero de esto ha pasado ya un siglo! Y pese a que el poder de Estados Unidos se acrecentó muchísimo entre tanto, también es cierto que los progresos de la humanidad hace tiempo ya que han virtualmente impedido que las pretensiones imperiales sean tan excesivas e impúdicas como las formuladas ahora por Trump.

Pareciera que el electo presidente quiere “volver” a  1905 cuando el entonces presidente Theodore Roosevelt (1901-1909) declaró que la posesión del canal por Estados Unidos se fundamentaba en la Doctrina Monroe de 1823 (“América para los americanos/yanquis”) y que “por razones de autodefensa” sería necesario “vigilar atentamente los accesos al canal” y “cuidar sin descanso nuestros intereses en el Mar Caribe” (Albert K. Weinberg.- Destino Manifiesto. El expansionismo nacionalista en la historia norteamericana; Paidos, Buenos Aires, 1968; p. 373).

 Estadounidense el Sheriff Roosevelt profundizo la “Doctrina Monroe”

Y a 1904 en que Roosevelt desarrolló aún más la Doctrina Monroe en términos de “dotar” a Estados Unidos de un “poder de policía internacional”: “Si una nación demuestra que sabe conducirse con eficacia y decencia razonables (…) no tiene por qué temer la interferencia de Estados Unidos. Las infracciones crónicas o la impotencia (…) puede provocar en definitiva, tanto en América como en otros lugares del mundo, la intervención de una nación civilizada, y en el hemisferio occidental la adhesión de Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede obligar a este país, por mucho que le desagrade, en los casos flagrantes de infracción

o de impotencia, a ejercitar el poder de policía internacional” (Ibid.; p. 398).

O a compartir un editorial del diario Chicago Tribune en 1916 que señalaba: “La región del Caribe será dominada por Estados Unidos porque es esencial para nuestra seguridad. Hemos construido el canal porque en un sentido especial necesitamos no compartirlo con el mundo; y una vez realizada la obra reconocemos en ella nuestra frontera y debemos hacer todo lo posible para que no pase a poder de un rival” (Ibid.).

Y respecto de posesiones danesas como Groenlandia –aunque estando lejos del Caribe- Trump podría también compartir posiciones como las que tuvo en 1917 el gobierno de Woodrow Wilson (1913-1921) –un demócrata teóricamente menos imperialista que los republicanos- en que virtualmente obligó a Dinamarca a venderle a Estados Unidos unas islas del Caribe (Indias Occidentales) aduciendo que Alemania (en la guerra mundial) podría absorber a Dinamarca y quedarse con ellas. Y específicamente compartir las expresiones de su secretario de Estado, Robert Lansing, quien para justificar el tratado de compra-venta en el Congreso, señaló: “El Caribe pertenece a la particular esfera de influencia de Estados Unidos, especialmente después de completada la construcción del canal de Panamá, y la posibilidad de que una cualquiera de las islas que ahora se encuentran bajo dominio extranjero pase a otra soberanía preocupa gravemente a Estados Unidos” (Ibid.; p. 377).

Y en esta línea quizás Trump –dada su anunciada política de MAGA (Make America Great Again)- compartiría también los planteamientos que hizo el mismo Wilson, cuando trató de convencer infructuosamente al Congreso de su país de que Estados Unidos se incorporase a la Liga de las Naciones: “De ningún modo puede creerse que dejaremos de ser una potencia mundial. De lo que se trata es de saber si podemos rehusar el liderazgo moral que se nos ofrece, y si hemos de aceptarlo o de rechazar la confianza del mundo. La escena está dispuesta, el destino revelado. No se ha realizado por obra de un plan que nosotros hayamos concebido, y por el contrario, es la mano de Dios la que nos ha conducido por este camino. No podemos volvernos. Sólo podemos seguir adelante, con los ojos en lo alto y el espíritu animado, para seguir esa visión. Con eso precisamente soñamos al momento de nacer. En verdad, América debe mostrar el camino. La luz se derrama sobre este sendero que se abre ante nosotros, y en ninguna otra parte” (Ibid.; p. 435)…

Y dadas sus paranoicas alusiones a un eventual control de China del canal, es muy probable que Trump comparta la definición de la “política del istmo o del canal” que formuló el secretario de Estado de Warren Harding (1921-1925), Charles Hughes: “Tenemos una definida política de protección del canal de Panamá. Entendemos que para nuestra seguridad nacional es esencial mantener el control del canal, y no podríamos ceder a ninguna potencia el mantenimiento de posiciones que interfiriesen con nuestro derecho a proteger adecuadamente el canal, o que amenazasen sus accesos o la libertad de nuestras comunicaciones. Esto se aplica tanto a las potencias americanas como a las no americanas” (Ibid., p. 373).

De forma insólita (aunque en verdad no lo es tanto, conociendo al personaje) hemos visto como el propio Trump se expresó en muy buenos términos del recientemente fallecido presidente Jimmy Carter, cuyo principal logro fue haber convenido pacíficamente en 1977 (para hacerse efectivo en 1999) la justa y necesaria devolución del canal de Estados Unidos a Panamá…

Lo que sí es casi increíble es la debilísima reacción mundial suscitada por las insólitas declaraciones y amenazas de Trump. Es cierto que Europa y América Latina están en una muy deteriorada situación de prestigio y poder. Pero aquellas bárbaras intenciones expresadas sobre Panamá y Groenlandia merecen una respuesta mucho más vigorosa, por razones elementales de dignidad y política.

*Chileno, Sociólogo de la Universidad Católica; Director de Derechos Humanos de la Cancillería (1994-1996); Académico de la U. de Chile (2005-2017). Escritor: «Chile: una democracia tutelada»; «Los mitos de la democracia chilena» (dos volúmenes); «Historias desconocidas de Chile» (dos volúmenes). 

Lo subrayado/interpolado es nuestro.

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