Trump, el tigre y el oso
Diario red, Other
news, el Clarín de Colombia, el nortino de Chile, el Clarín de Chile, Jornada
de México, Xinhua.net, la Haine, enred sin fronteras, red latina sin fronteras,
telesur, publico.es, Amy Goodman/Colombia University, el Sur Andino.
El brutalismo trumpista exhibe el malestar de una
elite corporativa que se niega a aceptar la transición hacia una multipolaridad
que privilegia las regulaciones de índole política por sobre las lógicas
tecno-financieras, de carácter oligopólico. Las amenazas militares contra
Venezuela, el chantaje económico brindado a Javier Milei, los castigos
arancelarios, el macartismo, la xenofobia y el desprecio de organismos
multilaterales, como la ONU, exponen el intento desesperado por salvaguardar un
espacio de prerrogativas unilaterales, contrapuestas a las soberanías
nacionales y a los dictados del derecho internacional.
La reunión de la Asamblea de las Naciones Unidas
brindó elementos para evaluar el posicionamiento actual de los Estados Unidos y
su deriva. Donald Trump (foto) expresa de forma incontinente
la deriva supremacista, resultado del doble fracaso del neoliberalismo,
impuesto con arrogancia durante el último medio siglo. Fiasco por asumir que la
financiarización termina siempre en el estallido de burbujas especulativas
–como en la crisis de 2008–, y por arrogarse la confianza de que los mercados
alcanzan equilibrios homeostáticos. El presidente estadounidense arremetió
contra las Naciones Unidas, en el 80 aniversario de su fundación, negando las
hipótesis científicas sobre el calentamiento global, un día antes del encuentro
sobre Acción Climática convocado por el secretario general de la ONU, Antonio
Gutiérrez.
El negacionismo trumpista privilegia a las corporaciones petroleras porque
han sido responsables de cofinanciar su regreso a la presidencia. Como tributo
a dichos apoyos, el rubicundo magnate abandonó el Acuerdo de París, encargado
de reducir el continuo aumento de la temperatura global y mejorar la capacidad
de los países para afrontar el cambio climático. «Todo lo verde está en
bancarrota» [porque se basa en el] “engaño del calentamiento global”. El
desprecio a la ciencia y la violencia contra el planeta son coherentes con los
procesos de racialización, macartismo, misoginia y hostigamiento a las
diversidades que promueve la retórica reaccionaria.
La decisión de renunciar al cuidado del planeta es
coherente con el abandono, por parte de Washington, de instituciones
multilaterales como el Consejo de Derechos Humanos, la Organización Mundial de
la Salud, la UNESCO y la entidad responsable de sostener a los Refugiados de
Palestina en Oriente Próximo (UNRWA). El magnate, devenido en mandatario,
despreció, además, la tarea de los funcionarios de los organismos
multilaterales, adjudicándose el éxito en tareas de pacificación que –acusó–
debiera llevar a cabo la ONU. Se atribuyó el haber superado siete conflictos
bélicos sin especificar su rol en cada uno. Un exiguo relevamiento de dichas
contiendas pone en evidencia la impunidad y la grotesca falsedad de sus
declaraciones.
(a) Los combates entre Camboya y Tailandia se
suspendieron momentáneamente gracias a la intervención del primer ministro de
Malasia, Anwar Ibrahim, quien
preside la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN). (b) Serbia y
Kosovo: la presencia de 4 mil uniformados de la OTAN en los Balcanes es
presentada por Trump como una evidencia de pacificación. Sin embargo, en abril
pasado volvió a recrudecer el conflicto ante la conformación de dos nuevas
alianzas militares que desafían el statu quo regional. A
mediados de marzo, Croacia, Albania y Kosovo constituyeron una coalición
estratégica operativa, decisión que fue respondida por una coordinación de las
fuerzas armadas de Serbia, Hungría y Bosnia-Herzegovina. (c) República
Democrática del Congo y Ruanda: dos semanas después del acuerdo auspiciado por
Trump, paramilitares de Ruanda llevaron a cabo una masacre en Rutshuru, ubicada en el
noreste del Congo. (d) India y Pakistán. Las
autoridades de Nueva Delhi niegan que el alto al fuego provisorio
acordado con Pakistán sea el resultado de las presiones enunciadas por
Washington. (e) El caso de Israel e Irán es quizás el más estrafalario: Trump
se adjudica haber alcanzado la paz después de bombardear dos instalaciones
nucleares en territorio de la República Islámica. Una verdadera paz bélica. (f)
Egipto y Etiopía: Las tratativas entre El Cairo y Addis Abeba, relativas a la
utilización de las aguas del Nilo para la construcción de la Gran Presa del
Renacimiento Etíope, no incluyeron en ningún momento enfrentamientos armados y
la mediación más relevante está siendo monitoreada por la Unión Africana.
Cuando se produjo la intervención del Departamento de Estado, durante la
primera presidencia de Trump, las autoridades de Etiopía consideraron que «la posición de
Estados Unidos sobre el proyecto de la represa es totalmente inaceptable». (g)
Armenia y Azerbaiyán: El único conflicto en el que Trump puede jactarse de
haber asumido un rol relevante ha sido el tratado de paz entre Ereván y Bakú.
El precio megalómano impuesto a los signatarios fue la nominación del paso
fronterizo –que conectará Azerbaiyán con Turquía, a través de territorio
armenio– como «Ruta Trump para la Paz y la Prosperidad Internacional», para
subrayar la megalomanía reinante.
El presumido rol pacificador del mandatario
estadounidense no hizo referencia alguna al aval brindado a Bibi Netanyahu para
la continuidad del proceso genocida que se sucede en Gaza ni al bloqueo
criminal que lleva a cabo en el Caribe contra la República Bolivariana. Tampoco
se focalizó en la prohibición del ingreso a los Estados Unidos al presidente de
la Autoridad Nacional Palestina –que se vio obligado a dirigirse ante la
Asamblea de la ONU a través de un video desde Ramallah– ni a la exclusión
forzada de Nicolás Maduro, perseguido por los delirios injerencistas de Marco
Rubio y sus adláteres odiadores de Miami. Las aseveraciones respecto al
conflicto de Europa Oriental, pronunciadas por Trump durante su encuentro con
Volodimir Zelensky, volvieron a poner en evidencia la inconsistencia y
volatilidad de su discurso. Un año atrás advertía al títere ucraniano de la
OTAN que era imposible obtener una victoria militar sobre un país que cuenta
con el 40 por ciento de todas las ojivas nucleares existentes en el mundo.
Siete meses después –al no convencer a Vladimir Putin de aceptar las
condiciones estipuladas por la Unión Europea y la OTAN–, modifica su opinión y
afirma que Kiev está en
óptimas condiciones de alzarse con una victoria militar.
Desde que el Complejo Militar Industrial estadounidense
aumentó el valor de sus acciones en Wall Street, como producto de la venta de
aparatología bélica a Bruselas, Trump se ha visto interesado en que la
conflagración bélica se extienda en el tiempo. Por ese simple incremento de las
utilidades, la Federación Rusa pasó a ser –según la caracterización enunciada
por Trump– el «tigre de papel» que puede ser vencido por Ucrania. El portavoz
del Kremlin, Dimitri Peskov, fue el encargado de refutar al mandatario
estadounidense: «Rusia no es asociable en absoluto a un tigre. Nos sentimos más
definidos por un oso. Y no conocemos la muletilla relativa al ´oso de papel´.»
Trump y la ilegalización del antifascismo
Por Miquel Ramos/Eescritor,
periodista y analista internacional:
“Antifa es un grupo militarista y anarquista que pide
explícitamente el derrocamiento del gobierno de los Estados Unidos, las
autoridades policiales y nuestro sistema legal. Utiliza medios ilegales para
organizar y ejecutar una campaña de violencia y terrorismo en todo el país para
lograr estos objetivos”. Así empieza la orden ejecutiva que
el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, firmó el pasado 22 de
septiembre. Ya lo había advertido tras el asesinato del ultraderechista Charlie
Kirk hace unos días, a pesar de que el asesino nada tiene que ver con grupos de
izquierdas. Pero qué importa eso, qué importa la verdad, si llevas tiempo
construyendo un relato alternativo de los hechos y amoldando la realidad a tus
objetivos.
Designar una organización que no existe como grupo terrorista,
solo puede pasar en un contexto donde la fantasía se ha impuesto a los hechos.
Y donde una gran parte de la ciudadanía está dispuesta a vivir en ella porque
se siente más segura que enfrontando una realidad que le incomoda. Una mística
que se ha instalado en la derecha global y que es el maná de su batalla cultural.
Para ellos, hay una conspiración global encabezada por la izquierda, que
supuestamente gobierna el mundo y que pretende destruir la familia, el orden
natural, la biología, la convivencia y la nación. La izquierda, dicen, es la
que promueve toda violencia política, la que odia a su propio país y a su
gente, la libertad de expresión y la democracia, y que, además, está financiada
por un titiritero que los maneja a su antojo. Y este, como no, es un judío
(George Soros).
La hipérbole no es mía, es el relato que enarbola el presidente
Trump y gran parte de la extrema derecha, desde Rio de Janeiro hasta San
Petesburgo, pasando por Utah, Ripoll, Madrid o Budapest. Muchos se lo creen.
Otros, aunque lo repitan hasta la saciedad, ni siquiera se lo creen, y estoy
seguro de que, en petit comité, se
deben reír de sus seguidores por creerse semejantes chaladuras. No importa que
los últimos intentos de golpe de Estado hayan sido protagonizados por estos
mismos tras perder las elecciones, como vimos en el asalto al Capitolio de los
EEUU o el fallido golpe de Bolsonaro contra Lula. Tampoco que la mayoría de las
víctimas mortales por violencia política en los EEUU hayan sido obra de
ultraderechistas. Ni que la mayor amenaza del terrorismo doméstico en USA
durante años haya sido de los grupos de extrema derecha, tal y como reconocían
sus propias agencias de seguridad, también en muchos países de Europa. Todo eso
ya no importa. Todo es culpa de la izquierda.
‘Antifa’ es el acrónimo de ‘antifascismo’, no una organización.
Cualquier persona que se considere demócrata, que defienda los derechos humanos
y se oponga al autoritarismo, es antifascista. El antifascismo fue un consenso
global tras la derrota de la Alemania nazi y sus aliados, al menos en el plano
retórico y simbólico, con las cenizas de Auschwitz sobrevolando Europa.
Sergio Mattarella,
presidente de la República italiana, recordó el año pasado en un acto en
Bolonia que la Constitución de su país es antifascista. Lo es, dijo,
porque «se fundamenta en la lucha por La liberación, origen de la libertad y de
la democracia». Lo mismo advirtió unos años antes, recordando que la
Resistencia antifascista que venció a Mussolini es el «gran depósito moral» de
los italianos, «cuyos valores, son hoy más necesarios que nunca». Estas
declaraciones se ubican más bien en lo simbólico de la propia configuración del
país tras la Segunda Guerra Mundial, hoy gobernado por una heredera del
fascismo como Giorgia Meloni. Algo no han hecho bien las democracias
occidentales tras el nazismo y el fascismo, reivindicadas como fruto de aquella
victoria, cuando sus herederos tienen hoy más poder que nunca.
La ofensiva de Trump contra este consenso democrático que fue el
antifascismo es una declaración de intenciones sobre el mundo que pretenden
imponer, despojado ya de todo compromiso con la democracia y sus fundamentos.
El antifascismo es la garantía de la convivencia, de la diversidad y de la
democracia, de todo lo que detesta el fundamentalismo y el autoritarismo que
abanderan las nuevas derechas ya sin pudor. Y sí, el antifascismo se ha
significado también en gran medida como anticapitalista, pues entiende que, si
el fascismo pervive, es porque el capitalismo no ha tenido nunca ningún interés
en acabar con él, sino más bien en instrumentalizarlo para garantizar su
supervivencia. Algo que, tanto en los años 30 como en la actualidad, resulta cada
vez más evidente.
Nada de esto sería hoy posible si, durante décadas, el establishment no
hubiese estado caricaturizando el antifascismo como una tribu urbana violenta y
criminalizándolo como un extremo tan detestable como el fascismo. Y eso no ha
sido obra de Trump. Ha sido el mantra que se ha extendido para no reconocer que
el fascismo nunca murió, por ejemplo, el caso español de Francisco Franco Bahamondes,
para absolver a quienes lo mantenían y actuaban en su nombre, tan útiles para
mantener el orden social capitalista como lo ha sido la Alt-Right y
todos los grupos supremacistas blancos para que Trump llegase al poder. Una
equidistancia que pretende encontrar una virtud inexistente entre el racismo y
el antirracismo, entre el machismo y el feminismo, entre el odio y la
solidaridad.
Hubo y hay un antifascismo más allá del plano retórico y
simbólico, que ha sido un muro de contención contra una violencia brutal que se
ha cobrado numerosas vidas, también en nuestro país. Un antifascismo que ha
parado los pies a las bandas neonazis que sembraban el terror en las calles,
que ha expuesto sus miserias y sus relaciones con el poder y que, al fin y al
cabo, ha salvado vidas. Un antifascismo que incomodaba incluso a quienes decían
detestar el fascismo, porque tomaba partido ante la indolencia institucional y
la pasividad de la mayoría. Un antifascismo que ha combatido en soledad a un
monstruo que la mayoría menospreciaba y creía anecdótico, y que hoy ha tomado
de nuevo el poder. Un antifascismo que ha puesto el cuerpo, que se ha jugado el
pellejo y que lo ha pagado caro por defendernos a todas y a todos. Que se lo
digan a Guillem, a Carlos, a Clémént, a Pavlos, a Dax, a Heather y a tantos
militantes antifascistas asesinados por haber tomado partido en esta
lucha.
Trump usa ‘Antifa’ como un continente donde cabe cualquiera que
le lleve la contraria, que le incomode o le muestre resistencia. Que nadie crea
que esto va solo de un grupo de encapuchados que tira piedras. La persecución
del fantasma ‘Antifa’ es el nuevo macartismo, una manera de señalar a
movimientos como Black Lives Matter, a las campañas por los derechos LGTBIQ+,
al feminismo o a la izquierda en general.
En un país donde las milicias armadas de extrema derecha campan
a sus anchas, donde el KuKluxKlan sigue siendo legal, y donde los neonazis
hicieron campaña por Trump, es normal que su presidente declare la guerra al
antifascismo. La pregunta es dónde se van a situar quienes hasta ahora se
ubicaban al margen de los supuestos dos extremos. Si creen que esto no va con
ellos. Si van a volver a dejar solos a quienes nunca han dejado de señalar y
combatir esta amenaza que hoy es más real que nunca.
Lo subrayado/interpolado
es nuestro



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