Palestina: Un plan de exterminio, el genocidio como estrategia
Por Alison Weir y Olga Rodríguez, escritoras y
analistas internacionales/ Diario RED, xinhuanet, la jornada de México,
Other News, Tektonikos, red latina sin fronteras, en red, el salto diario, el
clarín de chile, ACHEI, ADDHEE.ONG:
El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de la ONU
aprobó la Resolución 181, en virtud de la cual se acordaba dividir el Mandato
británico de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe. Pese a que los
judíos poseían únicamente un 7% de las tierras palestinas en ese momento, la
Resolución les otorgó el 55% del territorio, con el apoyo de Estados Unidos y
la URSS – quien lo vio como una forma de debilitar a Gran Bretaña – y el
rechazo de la comunidad árabe.
El Estado de Israel: vinculado con la limpieza étnica desde
su nacimiento
El 14 de mayo de 1948, David Ben-Gurión proclamó la
independencia del Estado de Israel y los británicos abandonaron la región.
Al día
siguiente comenzó el proceso conocido como “Nakba”
(“catástrofe”, en árabe), durante el
cual las fuerzas “de defensa” colonialistas genocidas israelíes borraron
del mapa 500 pueblos, asesinaron a unos 13.000 árabes palestinos, expulsaron
por la fuerza a unos 711.000 palestinos (muchos de las cuales se convirtieron
en refugiados permanentes en Gaza, Cisjordania y Jordania) y negaron su derecho
de retorno. 120.000 judíos ocuparon viviendas que habían pertenecido
previamente a familias árabes desplazadas durante el primer año de la
existencia de Israel. Y de las 156.000 árabes que permanecieron dentro de las
fronteras israelíes, unas 75.000 fueron catalogadas de “presentes ausentes”,
desposeídas de todos sus bienes y hogares y sometidas a la ley marcial.
Durante las décadas siguientes se
produjeron tensiones entre Israel y los países vecinos, que en 1967
desembocaron en la Guerra de los Seis Días. Israel aprovechó la derrota de
Egipto, Siria y Jordania para ocupar los territorios palestinos de Cisjordania
y Jerusalén
Este, desplazar a 350.000 palestinos y empezar a construir asentamientos
ilegales sobre sus tierras (lo cual se considera un crimen de guerra, según el
Derecho internacional). En la actualidad, el Estado sionista mantiene el
control total del 67% de Cisjordania y los asentamientos
de colonos año tras año siguen aumentando (actualmente hay más de
700.000 colonos en 279 asentamientos). Además, Israel ha desplegado puestos
militares por toda la región, ha instaurado un régimen
de apartheid y controla las principales vías de circulación e
infraestructuras básicas como pozos de agua o terrenos agrícolas. Más de diez
Resoluciones de la ONU condenan esta situación, pero Israel las ignora
sistemáticamente, sin consecuencia alguna.
Un país colonial que comienza su andadura con estos
terribles y violentos acontecimientos difícilmente podrá ser considerada como
una fuerza del bien. Y, sin embargo, la historiografía oficial israelí y
occidental de los años 50 a 70 consideró que los líderes sionistas colonialistas genocidas buscaban una
coexistencia pacífica con la población árabe, que los palestinos abandonaron
voluntariamente sus hogares para huir de la guerra que los líderes árabes
querían infligir sobre los judíos y que las historias de las masacres de la
Haganá sobre civiles fueron altamente exageradas.
Sin embargo, a mediados de los 80 una nueva ola de
historiadores, muchos de ellos israelíes – encabezados por Benny Morris –
accedieron a documentos hasta entonces clasificados y llegaron a conclusiones
diametralmente opuestas a la visión tradicional de su país: los líderes
sionistas colonialistas israelíes
no tenían sed de paz, ni buscaban convivir con los palestinos, sino que
aceptaron el Plan de Partición de la ONU de 1947 como un primer paso para
hacerse con todo el territorio del Mandato británico y apoyaron las masacres
como forma de hacerse con el control del mismo. Los pilares de Israel, desde su
creación, son el racismo, el supremacismo
judío y la desaparición de Palestina. Por ello, Ilan Pappé, uno de
estos “nuevos historiadores” – exiliado desde hace años en Reino Unido tras
recibir amenazas de muerte por sus compatriotas – calificó el proyecto sionista
como una “limpieza étnica”.
“El derecho judío”, eterno e indiscutible, “la tierra de
la Palestina histórica”
Pese a que lo parece, la limpieza étnica no es una
estrategia exclusivamente ultraderechista nazifascista. Es cierto que el
partido Likud, creado en los años 70 y liderado actualmente por Netanyahu, es
el gran impulsor de este proyecto e incluye en sus documentos fundacionales la consideración del “derecho judío”, “eterno
e indiscutible” a “la tierra” de la Palestina histórica. Pero las grandes
crisis de refugiados de 1948 y 1967 fueron provocadas por gobiernos
laboralistas de Ben-Gurión y Golda Meir, que también reivindican la ocupación y anexión ilegal del territorio palestino.
En otras palabras, el problema de Israel no es que esté actualmente gobernado
por fanáticos racistas, sino su existencia, vinculada a la violencia colonial.
El genocidio acelerado como penúltimo paso de la limpieza
étnica
El 7 de octubre de
2023, Hamás y la Yihad Islámica lanzaron la Operación Inundación Al-Aqsa,
matando alrededor de un millar de israelíes y secuestrando a centenares como
venganza contra 75 años de brutal ocupación israelí y su régimen de apartheid,
así como respuesta a los acontecimientos de los meses precedentes – en 2023 el
gobierno de Netanyahu había aprobado construir 13.000 nuevas
viviendas en Cisjordania y los ataques de colonos iban en aumento:
quema de viviendas de familias palestinas, echar cemento a pozos, acoso y
agresiones a agricultores, tala de olivos, etc. todo ello ante la pasividad y,
en ocasiones, colaboración del ejército –.
Desde entonces, el ejército genocida colonialista israelí ha llevado a
cabo una incesante campaña de bombardeos e invasión terrestre sobre la
población de Gaza, Cisjordania y Líbano. Según los datos oficiales del
Ministerio de Salud palestino, el número de palestinos asesinados solo en Gaza
desde octubre de 2023 es de 47.498 y el de heridos 111.592, si bien un
estudio de la revista científica The Lancet de enero de 2025
sugiere que esas cifras se deberían incrementar en un 70%, por lo que el número
real sería superior a 70.000 fallecidos. En otras palabras, llevamos quince
meses presenciando una masacre en tiempo real, lo que Naomi Klein denomina un “genocidio
ambiental”, porque han querido que lo normalicemos como si fuera un
mero ruido de fondo. Es la primera vez que somos testigos de algo así y no
podremos alegar en el futuro que no sabíamos nada.
Con estas cifras – que no tienen en cuenta las muertes
relacionadas con la falta de acceso a servicios sanitarios, agua, alimentación
o saneamiento – no es de extrañar que la relatora de la ONU para el conflicto
palestino-israelí y cualquiera con dos dedos de frente consideren que los actos
perpetrados por Israel durante el último año y medio sean constitutivos de un
genocidio. De hecho, la Corte
Internacional de Justicia actualmente investiga al Estado sionista colonialista genocida por este delito y el
Tribunal Penal Internacional ha ordenado la detención de diferentes dirigentes
israelíes y de Hamás: a los genocidas Benjamín Netanyahu y el Ministro de
Defensa Yoav Gallant, prófugos!.
Sin embargo, un simple vistazo a la historia de los últimos
80 años de la región nos revela que los terribles ataques que lleva perpetrando
Israel desde el 7 de octubre no son un hecho aislado o una respuesta al
atrevimiento de Hamás, sino una lógica continuación de su plan preconcebido
para acabar con el Pueblo Palestino y crear un Estado netamente judío que ocupe
todo el territorio palestino. Es, en definitiva, el penúltimo paso del plan de
limpieza étnica que se concibió desde la creación de este Estado.
“Los ataques de Hamás en octubre de 2023 fueron
interpretados por sectores del Gobierno israelí como una oportunidad para
impulsar la limpieza étnica”, escribe la
periodista Olga Rodríguez en eldiario.es. “Por eso Netanyahu no priorizó la puesta en libertad de los rehenes
israelíes ni una salida negociada y apostó por la destrucción masiva y
por “una guerra santa de aniquilación”. Por eso cuando Israel
ordenó el desplazamiento masivo de la gente del norte de
Gaza hacia el sur muchas voces advertimos del riesgo de una nueva Nakba”.
¡Ataques contra profesionales sanitarios palestinos y de
Naciones Unidas. Asesinato de más de 200 periodistas!
En este medio ya hemos explicado que las fuerzas israelíes
se han empleado con saña contra los periodistas que informan sobre el genocidio
en Gaza, a fin de ocultar ante el mundo el genocidio que están perpetrando.
Según el Committee
to Protect Journalists, al menos 169 periodistas palestinos han sido
asesinados en Gaza en el último año y medio. Al
Jazeera eleva estas cifras a 217.
Sin embargo, existe otro colectivo profesional que ha
sufrido incluso más ataques por parte del ejército israelí: el de los sanitarios.
Según datos de Médicos Sin Fronteras y el Consejo de Derechos Humanos de la
ONU, al menos 1.057 sanitarios han
sido asesinados y
de los 36 hospitales de
Gaza, 19 se han cerrado y de los 17 restantes ninguno funciona al 100%. Además,
según Human Rights Watch, decenas de trabajadores de la salud han sido
detenidos y han
sufrido torturas y abusos sexuales durante meses.
La comunidad internacional, entre la inoperancia y la
complicidad
Como decimos, llevamos
año y medio asistiendo a un “genocidio ambiental” y tenemos motivos éticos,
humanitarios y políticos para condenarlos. No confiamos en el Derecho
Internacional – una herramienta creada por los Estados más poderosos para
someter a los débiles e imponer su voluntad – pero también existen argumentos
legales para oponerse. Pero, pese a ello, la ONU, la UE, los tribunales
internacionales y la comunidad internacional se han mostrado cómplices en el
peor de los caos, o incompetentes en el mejor de los mismos, para detenerlo. A
pesar de las numerosas denuncias de organizaciones de derechos humanos y
organismos de la ONU, las potencias occidentales han obstaculizado cualquier
intento real de frenar la violencia. Estados Unidos, principal aliado de
Israel, no solo ha bloqueado resoluciones en el Consejo de Seguridad de la ONU
que pedían un alto el fuego inmediato, sino que ha seguido proporcionando
asistencia militar y financiera, asegurando que el ejército sionista colonialista genocida israelí
disponga de los medios necesarios para continuar su ofensiva. De manera
similar, varios países de la Unión Europea han mantenido la venta de armas a
Israel, mientras sus gobiernos se limitan a emitir declaraciones ambiguas que
evitan cualquier condena contundente.
Estados Unidos cómplice del genocidio del
Pueblo Palestino en Gaza y Cisjordania
“Durante más de un año la ciudadanía europea y el mundo
entero han visto cómo los dirigentes y medios de comunicación occidentales
evitaban nombrar el apoyo y la complicidad activa de Washington en el genocidio
israelí en Gaza. En un admirable esfuerzo malabarista hemos llegado a leer o escuchar
afirmaciones políticas y periodísticas que atribuían al Gobierno de Biden
hartazgo o enfado con Netanyahu, mientras seguía suministrándole armamento y
apoyo político contundente. Los hechos han ido por un lado y el relato, demasiado
a menudo, por otro. Como en la
Inglaterra libre del genial George Orwell en Rebelión en la granja, “los
hechos incómodos se pueden ocultar sin necesidad de ninguna prohibición
oficial””, escribe Olga Rodríguez.
España ha sido un ejemplo de esta hipocresía. Aunque el régimen
de Sánchez ha expresado críticas moderadas sobre la violencia en Gaza (algo que
la mayoría de potencias europeas no han hecho), denunciando el sufrimiento de
la población civil y exigiendo pausas humanitarias, en la práctica no ha tomado
medidas significativas para presionar a Israel. El régimen español de
PSOE y Sumar ha mantenido relaciones comerciales en el sector de defensa con
Israel, lo que lo convierte en cómplice indirecto del genocidio. Esta actitud
refleja la postura general de la UE, que ha preferido preservar sus lazos
diplomáticos y económicos con Tel Aviv antes que asumir una posición firme en
defensa del derecho internacional y la justicia.
La protección que Israel recibe de las grandes potencias ha
hecho que estas resoluciones sean meramente simbólicas, permitiendo que la
limpieza étnica en Gaza continúe ante la mirada pasiva de la comunidad
internacional.
En contraposición, los movimientos sociales de todos los
países del mundo se han movilizado a favor del pueblo palestino. En el último
año, manifestaciones masivas han recorrido todas las capitales del planeta,
estibadores de puertos se han negado a llevar armamento a Israel, las
universidades occidentales han acogido acampadas por Palestina y el boicot a
los productos israelíes ha ido en aumento. Pero este tiempo también ha situado
ante el espejo nuestra propia incapacidad para influir sobre la geopolítica y
poner fin al genocidio. Lejos de lograr
avances, la respuesta de los Estados occidentales a nuestras reivindicaciones
ha sido la misma en todas partes: detenciones, sanciones, deportaciones y
represión. Hemos visto a activistas denunciadas por mostrar verbalmente su
apoyo a la causa palestina, detenidas en manifestaciones, a espectadores
multados por sacar banderas en un partido e, incluso, deportaciones o
denegaciones de la nacionalidad en países como Alemania por no apoyar a Israel.
El liderazgo occidental se presenta a sí
mismo como gran garante de la democracia, de los derechos y las libertades,
pero eso no es más que una pantomima.
Pese a ello, no pretendemos caer en la desesperanza, en
pensar que no hay nada que hacer y bajar los brazos. Debemos seguir apoyando al
pueblo palestino, denunciar las tropelías que comete Israel y luchar contra el
colonialismo, el supremacismo y el genocidio.
Alto el fuego: respiro temporal que no aborda las cuestiones
de fondo
El año 2025 comenzó de forma especialmente sangrienta, con
grandes matanzas perpetradas por las fuerzas israelíes y ataques a hospitales.
La noche de Reyes fue particularmente violenta. Sin embargo, el 15 de enero,
Israel y Hamás consiguieron aprobar un alto el fuego (en los últimos días de la
presidencia de Joe Biden en EEUU), que entró en vigor el día 19 y ha dado algo
de respiro a los gazatíes.
Por desgracia, el alto el fuego no ha puesto punto final a los
asesinatos de palestinos, ya que éstos se han seguido produciendo, tanto en
Gaza como en Cisjordania, si bien a un ritmo considerablemente más lento.
Además, el cese de hostilidades no aborda las cuestiones de fondo más
importantes, como la ocupación y el apartheid.
“Las treguas salvan vidas y, en ese sentido, el plan es
percibido con alivio, pero por el momento no dispone del contenido necesario
para convertirse en permanente y definitivo, ni aborda las cuestiones fundamentales
que llevan décadas perpetuando el abuso y la violencia”, escribe Olga
Rodríguez. Además, “no se menciona nada sobre el futuro de la Agencia de
Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA),
esencial para la supervivencia de la población -a través de sus servicios
educativos, sanitarios y de ayuda humanitaria- y prohibida por el Parlamento israelí a través de una
resolución reciente que entra en vigor a finales de este mes. Tampoco está
perfilada la posibilidad de un alto el fuego permanente”.
No tenemos muchas esperanzas de que Israel vaya a respetar
por mucho tiempo el alto el fuego. Los pactos por fases nunca han llegado a la
etapa final. El primer ministro Netanyahu tiene un largo historial de
incumplimientos, incluido el Memorándum Wye River de 1998, por el que se
comprometía a la retirada parcial de Cisjordania. Israel nunca ha cumplido los
Acuerdos de Oslo de 1993 y 1995 y desde su aprobación se ha dividido
Cisjordania y los asentamientos se han triplicado. Y, en Gaza, en las últimas
dos décadas el Ejército israelí impulsó masacres en 2004, 2006, 2008-2009,
2011, 2014, 2018, 2019, 2021 y 2023-2025, con miles de civiles palestinos
muertos. Los pactos de alto el fuego alcanzados en cada uno de esos años
mencionados no sirvieron para impedir que Israel volviera a cometer las
siguientes masacres.
“El que ahora ha entrado en vigor tampoco aborda el nudo
gordiano. Sin el fin de la ocupación ilegal israelí, del colonialismo, del sistema de apartheid contra la población palestina y
sin medidas de presión que obliguen a Israel a abandonar sus políticas de abuso
y de anexión de más territorio palestino, no habrá solución duradera. Lo
ocurrido a lo largo de las décadas es buena prueba de ello”, dice Olga
Rodríguez.
Comienza la era del convicto presidente Trump: “From
the Riviera to the Sea”, su proyecto mobiliario
El 20 de enero comenzó el segundo mandato del convicto
presidente Donald Trump y una de sus primeras decisiones incluyeron revocar
las sanciones – que habían sido aprobadas por Biden – a los colonos más
violentos (una sanción contra quienes descaradamente cometen crímenes
internacionales, es decir, una de las medidas más tibias posibles), sacar a
EEUU de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU (medida que fue emulada por
Netanyahu unos días despues), congelar la ayuda exterior de EEUU, anunciar que
deportaría a cualquier extranjero que apoyara la causa palestina y aprobar
sanciones contra los fiscales y jueces del Tribunal Penal Internacional que
investigan crímenes de guerra de Israel. Además, la primera visita oficial a la
Casa Blanca de esta Administración fue la de Benjamin Netanyahu, el mandatario
sobre el que pesa una orden de detención internacional.
Tras su encuentro con el genocida, Trump propuso en una
rueda de prensa evacuar a toda la población palestina de Gaza, realojar a los
palestinos en países como Egipto o Jordania y que Estados Unidos pasaría a “hacerse
cargo” y “controlar” la Franja de Gaza. “Podría convertirse en la riviera de
Oriente Medio”, anunció. Se desconoce cuánto estaba improvisando en tiempo real
y cuánto había pactado previamente con Netanyahu, pero incluso el mandatario
israelí parecía algo sorprendido. Preguntado por qué personas vivirían en la
Franja, Trump respondió con un lacónico “personas del mundo”. Un alivio que
descarte que vaya a estar ocupado por extraterrestres, pero preocupante que no
dijera “los palestinos, por supuesto”. Es evidente que va a producirse un
desplazamiento de personas indígenas – lo cual constituye, una vez más, un
crimen de guerra –.
Netanyahu, por supuesto, ha respaldado el plan de Trump,
afirmando que garantizará la seguridad de Israel durante generaciones y que
representa una “visión revolucionaria y creativa” para la región.
Todo esto revela que el genocidio de los últimos meses no ha
sido más que una fase más del plan de expulsar a la población palestina de sus
hogares, de establecer un único Estado judío, blanco y colonial, en el que
Estados Unidos tendrá vía libre para explotar los recursos naturales y
turísticos y levantar nuevos enclaves militares. Biden no se opuso al plan y
ahora Trump va a pisar el acelerador a fondo.
El negocio del
genocidio.
Y ello nos lleva a la última cuestión que queríamos abordar
en este artículo: el del negocio del genocidio. “Israel amplía su ocupación
ilegal a través de un sistema de apartheid”, explica Olga Rodríguez. “Con ello
se garantiza una mayoría social judía sin tener que asumir como población
propia a los palestinos. Además, extrae recursos naturales de las tierras que
ocupa ilegalmente, en las que extiende el negocio de la construcción, del
militarismo y de la alta tecnología contra civiles, con programas de inteligencia
artificial para bombardear de forma masiva.
El control coercitivo y el genocidio en Palestina
constituyen en sí mismos negocios lucrativos para multitud de empresas, no solo
israelíes. En Gaza operan ya contratistas militares estadounidenses, que estos
días se encargan de controlar el corredor Netzarim. Al igual que con la guerra
de Ucrania, las grandes compañías armamentísticas subieron en los mercados
bursátiles e incrementan sus beneficios.
La represión, en todas sus variantes, da salida a la
economía. Trump pide a los países de la OTAN aumentar otra vez el gasto
militar, y cuenta para ello con gobiernos aliados dispuestos a comprarle el
argumento, así como con el apoyo del secretario general de la Alianza
Atlántica.
La matanza en Gaza y el bloqueo sistemático a la entrada de
ayuda han sido posibles gracias al apoyo diplomático y militar del régimen
genocida de Biden y a la complicidad de aliados europeos, que
mantienen sus relaciones con Israel y no han adoptado las medidas de presión
planteadas por la Corte Internacional de Justicia y la ONU. De
este modo han permitido un marco de impunidad que les resta
mecanismos de defensa para exigir respeto a sus territorios.
Por todo ello la cuestión palestina se ha convertido en un
caso paradigmático. Gaza y Cisjordania son laboratorios donde se prueba ver
hasta dónde se puede llegar en el futuro, cuando la crisis climática provoque
más escasez de recursos naturales. Es
una demostración de las dinámicas de dominación”.
Este artículo ha sido escrito a partir de La Historia
Oculta del Estado de Israel, de Alison Weir, La Limpieza Étnica de
Palestina, de Ilan Pappe, Palestina: Cien Años de Colonialismo y
Resistencia, de Rashid Khalidi y varios artículos escritos por Olga Rodríguez
en eldiario.es en los meses de enero y febrero de 2025
Lo
subrayado/interpolado es nuestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario