Trump: ¿la astucia del tigre de papel?
Por Prof. Dr. Boaventura de Sousa Santos /Other news, Xinhuanet, Diario Red, La jornada de Mexico, ADDHEE.ONG:
Nunca se había escrito tanto en
tan poco tiempo sobre la toma de posesión del presidente de un país y su
primera semana en el cargo. Este frenesí se venía rumoreando desde hace tiempo.
El espectáculo mediático de la toma de posesión del presidente Donald Trump
sólo tiene parangón con el de la inauguración de los Juegos Olímpicos de París
el 26 de julio de 2024. Por un lado, la dramática celebración de la imposición
unilateral de reglas a la humanidad; por otro, la dramática celebración de
reglas consensuadamente aceptadas por toda la humanidad. Este contraste resume
el momento de transición en el que se encuentra el mundo. ¿Qué significa Trump
en esta transición? La metáfora del «tigre de papel» para caracterizar a
Estados Unidos procede de Mao Zedong. Es una metáfora compleja porque designa a
la vez la debilidad y la fuerza (fuerza para disimular su debilidad). ¿Cuál es
la fuerza y la debilidad de EEUU bajo Trump?
Como nos enseñó Immanuel
Wallerstein, la economía-mundo moderna y el sistema interestatal de los últimos
cinco siglos muestran múltiples signos de agotamiento. No es necesario estar
completamente de acuerdo con los detalles de su análisis para darle crédito por
señalar que algo profundamente perturbador está afectando fatalmente el
funcionamiento de este conjunto sistémico (económico, social, político,
cultural, epistémico) que llamamos modernidad eurocéntrica. Nadie sabe qué
ocurrirá a continuación. Este sistema se ha caracterizado por la continua
expansión del capitalismo y del colonialismo, impulsado por las siguientes
creencias fundamentales: el crecimiento económico infinito, el progreso
unilineal, la ciencia y la tecnología como racionalidades privilegiadas, la
superioridad civilizatoria-racial-sexual de quienes tienen el poder de imponer
unilateralmente su voluntad (lo que he llamado la línea abisal: la necesaria
coexistencia de la humanidad con la infrahumanidad), el intercambio desigual
entre países centrales y periféricos, la democracia política y el fascismo
social como garantes del orden injusto con menos violencia, el creciente
fortalecimiento del Estado como garante de la cohesión nacional. La tensión
entre una economía cada vez más globalizada y un sistema de Estados basado en
ideas tan integradoras como excluyentes (soberanía y ciudadanía) fue
permanente. La paz y la guerra se convirtieron en hermanas gemelas.
Las rivalidades imperiales se
sucedieron hasta que, a partir de 1870, comenzó a construirse el dominio
imperial de EE.UU., dominio que culminaría en 1945 tras la más reciente y larga
«guerra de los treinta años» (1914-1918, 1939-1945). EEUU fue el único país
central cuyas infraestructuras salieron indemnes (e incluso reforzadas) de la
guerra. Entre 1945 y 1970, Estados Unidos no sólo fue el país dominante, sino
también el hegemón. Por supuesto, existía el bloque soviético, que apuntaba a
la bipolaridad. Pero había una contención recíproca entre el bloque socialista
y el bloque capitalista en el plano político (bien ilustrada por la crisis de
los misiles de Cuba en 1962), mientras que en el plano de la economía mundial
Estados Unidos dominaba sin rivales. Cuando en 1955-1961 los países del Tercer
Mundo (recién independizados del colonialismo histórico o todavía colonias)
intentaron transformar la bipolaridad en tripolaridad, fueron rápidamente
neutralizados.
En aquel periodo, ser dominante
tenía dos componentes: unilateralismo y hegemonía. El unilateralismo significa
la capacidad de dictar las reglas del juego en las relaciones internacionales
que mejor convengan al país dominante. Hegemonía significa la capacidad de
hacerlo sin tener que recurrir a la fuerza, por mera presión política. El
recurso a la guerra (fría o caliente, regular o híbrida) siempre estaba
disponible y la superioridad del poder militar era un poderoso elemento
disuasorio. De hecho, la metáfora de la guerra global siempre estuvo a la orden
del día, pero como forma de reafirmar la hegemonía, y fue evolucionando con el
tiempo: guerra contra el comunismo, guerra contra las drogas ilegales, guerra
contra el terrorismo, guerra contra la corrupción.
A partir de los años setenta,
todo empezó a cambiar y la hegemonía estadounidense dejó de apoyar su
unilateralismo. Surgió la rivalidad económica entre Europa Occidental (con su
acercamiento a la Unión Soviética) y Japón, aunque siguieron siendo aliados políticos
de EEUU, la primera crisis del petróleo en 1973, la derrota en Vietnam ese
mismo año, la humillación del Irán de Jomeini en 1980. Es cierto que Japón se
estancó a partir de los años noventa, pero mientras tanto, el «peligro
amarillo» se renovó de una forma sin precedentes con el ascenso de China. Desde
entonces, el unilateralismo estadounidense ha dejado de sustentarse en la
hegemonía y, sin ella, el uso de la fuerza militar se ha convertido en el
primer recurso político. La implicación militar en Oriente Medio y Ucrania son
ejemplos de ello. El apoyo militar a Ucrania nunca tuvo como objetivo hacer
posible su victoria, sino debilitar a Europa (para ser un aliado político tenía
que dejar de ser un rival económico) y a Rusia, como aliado más importante de
China. La alta tecnología de comunicaciones y de información y la industria del
entretenimiento eran los dos últimos recursos para recuperar la hegemonía, pero
el peligro amarillo ya se había apoderado también de ellos. Sin exclusividad no
hay hegemonía, y el unilateralismo sin hegemonía sólo tiene un recurso a su
disposición: la guerra. Pero en este caso, la guerra tendrá por primera vez
territorio estadounidense como escenario bélico.
¿Un tigre de papel?
¿Cuál es el papel de Trump en
todo esto? Su discurso de investidura pretendió transmitir el mensaje de que el
unilateralismo ya no se basa en la hegemonía, sino en el excepcionalismo.
Contiene todos los componentes del mito estadounidense: destino manifiesto,
espíritu fronterizo (farwest, wilderness), conquista territorial, terra nullius
(tierra de nadie, es decir, «nuestra»). A este mito añade un nuevo elemento: la
dominación ha tenido un coste, el desarrollo de los últimos cien años ha sido
la «carga del hombre blanco» estadounidense y, por tanto, el mundo le debe una
reparación. Es la afirmación dramática de un unilateralismo defensivo, la
confirmación de la decadencia disfrazada de retorno a la Edad de Oro. Los que
se opongan a ella deben prepararse para el apocalipsis. El discurso es un
tratado de política simbólica, pero la arrogancia política era tan hiperbólica
que tuvo que traducirse en una avalancha inmediata de medidas ejecutivas. El
frenesí de las palabras exigía conmoción y pavor (shock and awe, el nombre de
la invasión militar de Irak en 2003) a nivel ejecutivo. Si hay un tigre de
papel, la fuerza del disfraz de debilidad dominó en el primer momento. ¿Qué
significará a nivel nacional e internacional?
A nivel nacional
En el ámbito nacional, se está
aplicando radicalmente el principio de terra nullius institucional. El Estado
estadounidense es ahora una Gaza institucional en potencia. La limpieza
institucional es un reflejo de la limpieza étnica. Pero la similitud termina
ahí, ya que la institucionalización estadounidense es menos débil en relación
con Trump de lo que lo son los palestinos en relación con Israel. Va a ser un
periodo largo, destructivo y desestabilizador de medición de fuerzas antes de
llegar a un posible alto el fuego. El Estado como factor de cohesión social,
propio del sistema mundial moderno, se convertirá en el principal factor de
fractura nacional. El peligro de esta lucha institucional es que siempre estará
al borde del caos, al borde de la lucha extrainstitucional.
La estrategia de fractura es
compleja porque se lleva a cabo en nombre de la verdadera cohesión, la cohesión
étnico-racial. De ahí la rabia antiinmigrante. En otras palabras, el principio
fundador de la cohesión nacional, la ciudadanía, se sustituye por el principio
de comunidad. Se invierte el movimiento moderno de Gemeinschaft a Gesellschaft.
Pero el fin de la ciudadanía y su sustitución por el neotribalismo comunitario
formaban parte desde hacía tiempo de los planes del fin del laicismo y de la
emergencia del esencialismo identitario. De las ruinas de la ciudadanía
surgirán la pertenencia religiosa y el identitarismo excluyente.
Por tanto, la terra nullius
trumpista no implica una ruptura total con el pasado reciente. El trumpismo
comenzó antes de Trump y continuará después de él. Las semillas de lo que
estaba por venir, tanto en lo que se refiere al fin del laicismo como a la emergencia
del esencialismo identitario, llevaban tiempo floreciendo en los medios de
comunicación, en las redes sociales, en las escuelas y en las universidades. Si
se quiere, es posible remontarse mucho más atrás. Se ha dicho con verdad que
con la administración Trump, el capital, que siempre ha dominado la política
estadounidense, ya no confía en los políticos y ha decidido tomar el poder
directamente. Trece multimillonarios en el equipo de gobierno. Pero después de
todo, ¿no ha estado el Congreso dominado por el capital durante mucho tiempo?
¿No pertenecen la mayoría de los senadores y representantes al 1%? Por otra
parte, el liberalismo reformista que se tradujo en políticas sociales, en la
creación de clases medias y en una mejora general del nivel de vida (el Estado
del bienestar) hacía tiempo que había llegado a su fin y el Partido Demócrata
había sido el instrumento de esta destrucción, especialmente desde los años
noventa.
Aunque no constituya una ruptura,
la acentuación dramática de ciertas tendencias promovidas por Trump será
desestabilizadora; y no hay que olvidar las recientes encuestas que parecían
indicar que la guerra civil era una posibilidad real para un porcentaje
significativo de estadounidenses. Otra posibilidad es pensar que, después de
todo, los partidarios de la guerra civil acaban de ganar electoralmente. Ahora
exigirán que el Presidente convierta la contrarrevolución en sentido común,
como él mismo dijo en su discurso de investidura. Si podrá hacerlo o no es una
cuestión abierta. No se puede descartar que pronto se convierta en el chivo
expiatorio. El declive de Estados Unidos es estructural y no puede detenerse
con la retórica triunfalista de la demagogia.
Internacionalmente
Las dramáticas deportaciones
tenían como objetivo señalar una convulsión total en el sistema interestatal.
Sin embargo, no hay que subestimar las políticas reales que se aplicarán sin
dramatismo. Cabe señalar, en primer lugar, que las políticas de proteccionismo,
nacionalismo, imposición de aranceles, promoción de la (re)industrialización
que ahora defiende Trump son las mismas políticas que los países periféricos y
semiperiféricos del mundo trataron de seguir en los años setenta y ochenta y
que por eso fueron severamente castigados por las instituciones multilaterales
dominadas por Estados Unidos, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional. Estos castigos provocaron mucho sufrimiento social, el aumento
de la pobreza y el hambre, la desindustrialización, la violencia urbana, la
aparición del crimen organizado y la dictadura. ¿No es hora ya de proponer
reparaciones, por ejemplo, anulando la deuda externa de estos países, algunos
de los cuales siguen ahogados por ella? ¿Y pueden todos los demás países seguir
a partir de ahora el mismo tipo de políticas propuestas por Trump para Estados
Unidos? ¿O se trata de una manifestación más del unilateralismo basado en el
excepcionalismo estadounidense? Ya está claro que la libertad económica y de
expresión que los magnates de Trump propagandizan en todas las cajas de
resonancia de la ultraderecha del mundo es libertad para sus ideas y represión
y censura para las ideas de quienes se les oponen.
El unilateralismo
defensivo-agresivo de Trump pretende causar en el escenario internacional la
misma destrucción institucional que está causando en el escenario doméstico. No
sólo las instituciones vinculadas a la ONU están en el punto de mira, sino todas
las alianzas entre países, tengan o no base regional. La preferencia por las
relaciones bilaterales y el hecho de que los aranceles a la importación se
determinen no por el tipo de producto, como hasta ahora, sino por el tipo de
relaciones que el país productor mantiene con Estados Unidos tiene como
objetivo destruir cualquier alianza interestatal que rivalice con Estados
Unidos, ya sea la Unión Europea o los BRICS.
También en política internacional
las rupturas suelen disfrazar continuidades. Después de todo, dado que el
criterio arancelario es el que he mencionado anteriormente, ¿cuál es la
diferencia real entre aranceles y sanciones económicas? ¿No empezó ya la destrucción
de la Unión Europea con el Brexit y luego con la guerra de Ucrania? En este
terreno de rupturas/continuidades, quizá el ejemplo más cruel sea lo que pueda
ocurrir con el martirizado pueblo de Palestina. La limpieza étnica que comenzó
en 1948 con la creación del Estado de Israel está a punto de convertirse en la
política oficial de Estados Unidos sobre Palestina. A la limpieza étnica de
Gaza seguirá la de Cisjordania. Sin el drama de la deportación de inmigrantes,
la brutal limpieza étnica se anuncia como una benévola acción humanitaria, como
pareció decir Donald Trump, refiriéndose a la desolación de los escombros
producida por los incesantes bombardeos israelíes.
¿Y ahora?
Cuando la debilidad se disfraza
de fuerza, puede conducir a resultados aún más catastróficos. El tigre de papel
tiene fuerza para destruir, pero no para construir. Hoy en día no hay
lugar para el unilateralismo, y menos aún para el de Estados Unidos. Los retos
globales a los que se enfrenta la humanidad exigen multilateralismo, civismo y
respeto mutuo. Las dos grandes víctimas del tigre de papel son la democracia y
la ecología. Los multimillonarios que rodean a Trump saben que las políticas
que quieren imponer no pueden imponerse democráticamente. Por ahora, han
decidido ocupar la democracia y convertirla en un fascismo con rostro humano.
Como fascismo con rostro humano es un oxímoron, si se ven obligados a elegir,
sabemos de antemano cuál será su elección. Si tenemos en cuenta que el
inminente colapso ecológico sólo puede evitarse mediante una nueva hegemonía
global: una gran convergencia de esfuerzos construida democráticamente entre
los seres humanos para que pueda llevarse a cabo democráticamente entre los
seres humanos y los seres no humanos, es fácil ver que el unilateralismo
carente de hegemonía de Trump es el atajo tomado por las élites del capitalismo
global para legitimar el fascismo 3.0[1]. La novedad de este fascismo es que es
global e impone a todos los humanos lo que los humanos han impuesto a la
naturaleza desde el siglo XVI. Ante esto, es difícil imaginar que alguien
piense que no es necesario o urgente luchar, resistir y atreverse a ganar.
[1]Me refiero al fascismo 3.0
porque caractericé el tipo de gobierno que Donald Trump proclamó en noviembre
de 2020, en vísperas de perder las elecciones, como fascismo 2.0. El fascismo
2.0 se basaba en las siguientes premisas: no reconocer los resultados
electorales desfavorables; convertir las mayorías en minorías; doble moral;
nunca hablar ni gobernar para el país y siempre y sólo para su base social; la
realidad no existe; el resentimiento es el recurso político más preciado; la
política tradicional puede ser el mejor aliado sin saberlo; polarizar, siempre
polarizar. El fascismo 3.0 extiende las premisas del fascismo 2.0 a escala
global.
https://www.brasildefato.com.br/2020/11/14/artigo-fascismo-2-0-como-usar-a-democracia-para-destruir
El plan de Trump para vaciar Gaza pone en jaque la existencia
del estado palestino
Trump apuesta por la limpieza
étnica y la erradicación de los palestinos de Gaza, en abierto respaldo de
Netanyahu y los extremistas sionistas colonialistas genocidas israelíes partidarios
de un Gran Israel.
Las máscaras han caído ya. El
presidente estadounidense, Donald Trump, ha desvelado su pacto en
las sombras con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu,
para que éste diera luz verde al actual alto el fuego en Gaza tras
haber rechazado antes dos veces una propuesta similar del antecesor de Trump en
la Casa Blanca, Joe Biden.
No es la treintena de rehenes
israelíes que quedan vivos en manos de Hamás la prioridad de esta tregua. El
plan expuesto por Biden a un grupo de periodistas a bordo del avión
presidencial Air Force One antepone la erradicación del pueblo
palestino de la Franja y su
traslado a territorios habilitados en Egipto y Jordania.
El pacto contempla la expulsión
de su tierra de al menos 1,5 de los 2,3 millones de gazatíes, según
el número señalado por Trump. Si a esta condena de una Gaza palestina se añaden
las atrocidades que está cometiendo Israel en Cisjordania y
el Líbano, cuya ocupación se prolonga pese a la tregua en vigor,
está muy clara la actual apuesta de Trump en Oriente Medio: Israel
en el papel de guardián de la región, con el apoyo político y las armas que le
suministra Washington.
Más bombas estadounidenses
para terminar de arrasar Gaza
Armas que Trump se ha encargado
ya de garantizar tras desbloquear el envío a Israel de un cargamento de 1.800
bombas MK-84, de 900 kilos de explosivos cada una, capaces de abrir
cráteres de once metros de profundidad y quince de diámetro.
Israel dispondrá de estas bombas
para seguir destruyendo Gaza si Netanyahu, una vez más, acaba dinamitando la
tregua que entró en vigor el pasado 15 de enero entre Israel y Hamás,
y que ha permitido liberar ya a siete rehenes israelíes cautivos a cambio
de 290 palestinos, muchos de ellos mujeres y niños presos en
cárceles israelíes. Quedarían poco más de medio centenar de rehenes israelíes
vivos en manos de Hamás.
Según avanzan los días y después
de que el ejército israelí obstaculizara en el corredor de Netzarim la
vuelta a sus destruidos hogares en el norte de la Franja a decenas de miles de
gazatíes, contraviniendo la propia tregua, crece el temor de que tras la
primera fase de 42 días de este alto el fuego, la guerra
retome su curso si cabe con más fuerza.
Israel finalmente ha permitido a
decenas de miles de palestinos dirigirse desde los campamentos de desplazados
del centro y sur de la Franja hacia el norte, la zona más devastada por sus
bombas y donde les espera el horror de ciudades convertidas en escombros y
repletas de cadáveres enterrados. Las autoridades gazatíes piden 135.000
tiendas de campaña urgentemente, pues allí en Gaza capital y las
localidades de Yabalia, Beit Lahia y Beit
Hanoun no quedan edificios en pie.
La expulsión de los palestinos
execraría la política exterior de EEUU
Biden ya mostró todo su apoyo a
Israel, con muy contadas muestras de desaprobación al genocidio palestino, como
ese bloqueo de las citadas bombas ya usadas profusamente en la destrucción de
Gaza. Pero, al menos públicamente, el antecesor de Trump se oponía a la
expulsión de los palestinos de la Franja y a la ocupación de
ésta por colonos israelíes.
Este sábado, Trump dio la vuelta
a esta política. A bordo del Air Force One, comentó a la prensa que había
hablado con el rey jordano, Abdalá II, sobre ese traslado de
palestinos de Gaza a países vecinos, como la propia Jordania o Egipto. En Jordania hay
cerca de 2,4 millones de refugiados palestinos, pero ya el Gobierno
de Ammán ha rechazado la propuesta de Trump, como ha hecho también El
Cairo.
El ministro de exteriores
jordano, Ayman Safadi, advirtió de que una expulsión de palestinos
a Jordania representaría, directamente, una "declaración de guerra".
El presidente egipcio, Abdelfatah al Sisi, subrayó que tal paso
sería la sentencia de muerte para un estado palestino. "La tierra estará
allí, pero la gente no", dijo Sisi.
Hay cerca de seis millones de
refugiados palestinos, la mayor parte en Jordania, Siria y el
Líbano. Casi todos ellos son descendientes de los palestinos desplazados a la
fuerza en 1948 con la creación del estado de Israel. La
propuesta de Trump simplemente acabaría con cualquier esperanza palestina de
tener un país propio y daría la razón al extremismo israelí, ávido de ocupar
los dos territorios, Gaza y Cisjordania.
Un plan que marca un antes y
un después en Oriente Medio
Las palabras de Trump no pueden
considerarse una mera salida de tono. Responden a un plan meditado y con
antecedentes sobre el papel que respalda la invasión israelí de Gaza y el
genocidio de sus habitantes. La propuesta de Trump marca un antes y un después
en la crisis de Oriente Medio.
Gaza "está literalmente
demolida. Casi todo está destruido y la gente está muriendo, por lo que
preferiría aliarme con algunas de las naciones árabes y construir (para los
palestinos) alojamiento en un lugar diferente donde creo que podrían al fin vivir
en paz", aseguró el mandatario estadounidense, aún a sabiendas de que
ningún país árabe apoyaría esta intención.
"Estamos hablando de un
millón y medio de personas, y simplemente limpiaríamos todo eso", insistió
Trump, quien justificó ese traslado forzoso con la historia de conflictos de la
región y el recuerdo de que eso ya pasó en 1948 y durante la
progresiva ocupación israelí de los territorios palestinos.
Trump ya habló días antes de las
ventajas urbanísticas de Gaza y de la posibilidad de que EEUU ayude en su
reconstrucción. Lo hizo en términos similares a los de su yerno, Jared
Kushner, quien en febrero de 2024 calificó los terrenos frente al mar en Gaza
como "muy valiosos" y sugirió que Israel
debería expulsar a los actuales habitantes de la Franja y
"limpiarla".
Tiene razón Trump al señalar que
Gaza está reducida a escombros, Tras quince meses de guerra, los bombardeos
israelíes han demolido el 92% de las viviendas y el 60% de los edificios, al
igual que la mayor parte de las escuelas y hospitales, según datos de la ONU.
Además, el 90% de los habitantes
de Gaza han sido forzados a abandonar sus hogares, con continuos traslados de
un campo de desplazados a otro, sin las mínimas condiciones de salubridad, sin
electricidad ni agua corriente, y sin apenas comida .
En la guerra que comenzó el 7 de
octubre de 2023 con la matanza de 1.200 israelíes a manos de guerrilleros de
Hamás y el secuestro de 251, han muerto ya cerca de 47.000 palestinos. Al menos
10.000 más podrían estar enterrados entre las ruinas de las ciudades arrasadas
por las bombas y los tanques israelíes.
Un plan "delirante y
peligroso"
Aunque Trump sea el artífice de
este alto el fuego, el nuevo inquilino de la Casa Blanca ya ha señalado que no
confía en que la tregua vaya a perdurar. Pide paz, pero arma hasta los dientes
a Israel y apuesta, sin duda alguna, por enterrar el proyecto de un estado
palestino que aún defienden amplios grupos sociales y políticos en Estados
Unidos.
Por ejemplo, el Consejo de
Relaciones Estadounidenses Islámicas (CAIR, por sus siglas en inglés). Este
grupo, la mayor organización de musulmanes de EEUU, aseguró que el plan
de Trump para limpiar Gaza de palestinos es una bomba de relojería.
"La idea de llevar a cabo
una limpieza étnica de más de un millón de palestinos en Gaza es delirante y
peligrosa. El pueblo palestino no está dispuesto a abandonar Gaza y los países
vecinos no están dispuestos a ayudar a Israel a acometer una limpieza
étnica", manifestó este Consejo.
La
institución fue tajante: "la única manera de lograr una paz justa y
duradera es obligar al gobierno israelí a poner fin a su ocupación y opresión
del pueblo palestino".
Hombro con hombro con los
extremistas israelíes
No parece que sea esa la
intención de Trump, quien, además de reanudar el envío de esas bombas de una
tonelada a Gaza y plantear la limpieza étnica de los
palestinos, nada más jurar su cargo anuló las sanciones que pesaban contra los
colonos israelíes ilegales responsables de matanzas en Cisjordania.
Este gesto mostró la buena
disposición de Trump para atender las peticiones de la ultraderecha israelí,
partidaria de arrasar Gaza, aún a costa del genocidio palestino, y de
recolonizar la Franja con asentamientos judíos, antes de su anexión.
El más radical de los ministros
israelíes, el titular de Finanzas Bezalel Smotrich, confirmó la
aquiescencia de Trump con la extrema derecha en Israel.
Smotrich, uno de esos colonos ilegales en Cisjordania, fue el más entusiasta de
los miembros del Gobierno de Netanyahu con la estrategia de Trump en Gaza.
"Con la ayuda de Dios,
trabajaré junto al primer ministro y el Gobierno (de Netanyahu) para
desarrollar un plan que permita implementar esta idea lo antes posible",
afirmó Smotrich.
El exministro de Seguridad
Nacional de Israel y también colono Itamar Ben Gvir, otro de los
halcones de Netanyahu y que dimitió tras confirmarse el alto el fuego, respaldó
también el plan Trump y apostó por "promover la emigración" de los
palestinos de Gaza.
En coincidencia con Smotrich, el
exministro Ben Gvir también consideró una buena idea la
reconstrucción de Gaza, pero para los colonos israelíes.
Una cuestión interesante es que
la propuesta de Trump no surge de la nada. Ya durante su primer mandato
(2017-2021) se habló de un plan para compensar a los palestinos con tierras en
la península de Sinaí, a costa de Egipto, a
cambio de la anexión israelí de Gaza. El objetivo era ahogar toda
posibilidad de un estado palestino.
Solo que entonces, Trump no tenía
la fuerza que tiene ahora ni a un aliado tan despiadado como lo es Netanyahu en
estos momentos.
Lo subrayado/interpolado es nuestro.
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