lunes, 3 de febrero de 2025

Trump: ¿la astucia del tigre de papel?

 

Trump: ¿la astucia del tigre de papel?


Por Prof. Dr. Boaventura de Sousa Santos /Other news, Xinhuanet, Diario Red, La jornada de Mexico, ADDHEE.ONG:

Nunca se había escrito tanto en tan poco tiempo sobre la toma de posesión del presidente de un país y su primera semana en el cargo. Este frenesí se venía rumoreando desde hace tiempo. El espectáculo mediático de la toma de posesión del presidente Donald Trump sólo tiene parangón con el de la inauguración de los Juegos Olímpicos de París el 26 de julio de 2024. Por un lado, la dramática celebración de la imposición unilateral de reglas a la humanidad; por otro, la dramática celebración de reglas consensuadamente aceptadas por toda la humanidad. Este contraste resume el momento de transición en el que se encuentra el mundo. ¿Qué significa Trump en esta transición? La metáfora del «tigre de papel» para caracterizar a Estados Unidos procede de Mao Zedong. Es una metáfora compleja porque designa a la vez la debilidad y la fuerza (fuerza para disimular su debilidad). ¿Cuál es la fuerza y la debilidad de EEUU bajo Trump?

Como nos enseñó Immanuel Wallerstein, la economía-mundo moderna y el sistema interestatal de los últimos cinco siglos muestran múltiples signos de agotamiento. No es necesario estar completamente de acuerdo con los detalles de su análisis para darle crédito por señalar que algo profundamente perturbador está afectando fatalmente el funcionamiento de este conjunto sistémico (económico, social, político, cultural, epistémico) que llamamos modernidad eurocéntrica. Nadie sabe qué ocurrirá a continuación. Este sistema se ha caracterizado por la continua expansión del capitalismo y del colonialismo, impulsado por las siguientes creencias fundamentales: el crecimiento económico infinito, el progreso unilineal, la ciencia y la tecnología como racionalidades privilegiadas, la superioridad civilizatoria-racial-sexual de quienes tienen el poder de imponer unilateralmente su voluntad (lo que he llamado la línea abisal: la necesaria coexistencia de la humanidad con la infrahumanidad), el intercambio desigual entre países centrales y periféricos, la democracia política y el fascismo social como garantes del orden injusto con menos violencia, el creciente fortalecimiento del Estado como garante de la cohesión nacional. La tensión entre una economía cada vez más globalizada y un sistema de Estados basado en ideas tan integradoras como excluyentes (soberanía y ciudadanía) fue permanente. La paz y la guerra se convirtieron en hermanas gemelas.

Las rivalidades imperiales se sucedieron hasta que, a partir de 1870, comenzó a construirse el dominio imperial de EE.UU., dominio que culminaría en 1945 tras la más reciente y larga «guerra de los treinta años» (1914-1918, 1939-1945). EEUU fue el único país central cuyas infraestructuras salieron indemnes (e incluso reforzadas) de la guerra. Entre 1945 y 1970, Estados Unidos no sólo fue el país dominante, sino también el hegemón. Por supuesto, existía el bloque soviético, que apuntaba a la bipolaridad. Pero había una contención recíproca entre el bloque socialista y el bloque capitalista en el plano político (bien ilustrada por la crisis de los misiles de Cuba en 1962), mientras que en el plano de la economía mundial Estados Unidos dominaba sin rivales. Cuando en 1955-1961 los países del Tercer Mundo (recién independizados del colonialismo histórico o todavía colonias) intentaron transformar la bipolaridad en tripolaridad, fueron rápidamente neutralizados.

En aquel periodo, ser dominante tenía dos componentes: unilateralismo y hegemonía. El unilateralismo significa la capacidad de dictar las reglas del juego en las relaciones internacionales que mejor convengan al país dominante. Hegemonía significa la capacidad de hacerlo sin tener que recurrir a la fuerza, por mera presión política. El recurso a la guerra (fría o caliente, regular o híbrida) siempre estaba disponible y la superioridad del poder militar era un poderoso elemento disuasorio. De hecho, la metáfora de la guerra global siempre estuvo a la orden del día, pero como forma de reafirmar la hegemonía, y fue evolucionando con el tiempo: guerra contra el comunismo, guerra contra las drogas ilegales, guerra contra el terrorismo, guerra contra la corrupción.

A partir de los años setenta, todo empezó a cambiar y la hegemonía estadounidense dejó de apoyar su unilateralismo. Surgió la rivalidad económica entre Europa Occidental (con su acercamiento a la Unión Soviética) y Japón, aunque siguieron siendo aliados políticos de EEUU, la primera crisis del petróleo en 1973, la derrota en Vietnam ese mismo año, la humillación del Irán de Jomeini en 1980. Es cierto que Japón se estancó a partir de los años noventa, pero mientras tanto, el «peligro amarillo» se renovó de una forma sin precedentes con el ascenso de China. Desde entonces, el unilateralismo estadounidense ha dejado de sustentarse en la hegemonía y, sin ella, el uso de la fuerza militar se ha convertido en el primer recurso político. La implicación militar en Oriente Medio y Ucrania son ejemplos de ello. El apoyo militar a Ucrania nunca tuvo como objetivo hacer posible su victoria, sino debilitar a Europa (para ser un aliado político tenía que dejar de ser un rival económico) y a Rusia, como aliado más importante de China. La alta tecnología de comunicaciones y de información y la industria del entretenimiento eran los dos últimos recursos para recuperar la hegemonía, pero el peligro amarillo ya se había apoderado también de ellos. Sin exclusividad no hay hegemonía, y el unilateralismo sin hegemonía sólo tiene un recurso a su disposición: la guerra. Pero en este caso, la guerra tendrá por primera vez territorio estadounidense como escenario bélico.

 ¿Un tigre de papel?

¿Cuál es el papel de Trump en todo esto? Su discurso de investidura pretendió transmitir el mensaje de que el unilateralismo ya no se basa en la hegemonía, sino en el excepcionalismo. Contiene todos los componentes del mito estadounidense: destino manifiesto, espíritu fronterizo (farwest, wilderness), conquista territorial, terra nullius (tierra de nadie, es decir, «nuestra»). A este mito añade un nuevo elemento: la dominación ha tenido un coste, el desarrollo de los últimos cien años ha sido la «carga del hombre blanco» estadounidense y, por tanto, el mundo le debe una reparación. Es la afirmación dramática de un unilateralismo defensivo, la confirmación de la decadencia disfrazada de retorno a la Edad de Oro. Los que se opongan a ella deben prepararse para el apocalipsis. El discurso es un tratado de política simbólica, pero la arrogancia política era tan hiperbólica que tuvo que traducirse en una avalancha inmediata de medidas ejecutivas. El frenesí de las palabras exigía conmoción y pavor (shock and awe, el nombre de la invasión militar de Irak en 2003) a nivel ejecutivo. Si hay un tigre de papel, la fuerza del disfraz de debilidad dominó en el primer momento. ¿Qué significará a nivel nacional e internacional?

A nivel nacional

En el ámbito nacional, se está aplicando radicalmente el principio de terra nullius institucional. El Estado estadounidense es ahora una Gaza institucional en potencia. La limpieza institucional es un reflejo de la limpieza étnica. Pero la similitud termina ahí, ya que la institucionalización estadounidense es menos débil en relación con Trump de lo que lo son los palestinos en relación con Israel. Va a ser un periodo largo, destructivo y desestabilizador de medición de fuerzas antes de llegar a un posible alto el fuego. El Estado como factor de cohesión social, propio del sistema mundial moderno, se convertirá en el principal factor de fractura nacional. El peligro de esta lucha institucional es que siempre estará al borde del caos, al borde de la lucha extrainstitucional.

La estrategia de fractura es compleja porque se lleva a cabo en nombre de la verdadera cohesión, la cohesión étnico-racial. De ahí la rabia antiinmigrante. En otras palabras, el principio fundador de la cohesión nacional, la ciudadanía, se sustituye por el principio de comunidad. Se invierte el movimiento moderno de Gemeinschaft a Gesellschaft. Pero el fin de la ciudadanía y su sustitución por el neotribalismo comunitario formaban parte desde hacía tiempo de los planes del fin del laicismo y de la emergencia del esencialismo identitario. De las ruinas de la ciudadanía surgirán la pertenencia religiosa y el identitarismo excluyente.

Por tanto, la terra nullius trumpista no implica una ruptura total con el pasado reciente. El trumpismo comenzó antes de Trump y continuará después de él. Las semillas de lo que estaba por venir, tanto en lo que se refiere al fin del laicismo como a la emergencia del esencialismo identitario, llevaban tiempo floreciendo en los medios de comunicación, en las redes sociales, en las escuelas y en las universidades. Si se quiere, es posible remontarse mucho más atrás. Se ha dicho con verdad que con la administración Trump, el capital, que siempre ha dominado la política estadounidense, ya no confía en los políticos y ha decidido tomar el poder directamente. Trece multimillonarios en el equipo de gobierno. Pero después de todo, ¿no ha estado el Congreso dominado por el capital durante mucho tiempo? ¿No pertenecen la mayoría de los senadores y representantes al 1%? Por otra parte, el liberalismo reformista que se tradujo en políticas sociales, en la creación de clases medias y en una mejora general del nivel de vida (el Estado del bienestar) hacía tiempo que había llegado a su fin y el Partido Demócrata había sido el instrumento de esta destrucción, especialmente desde los años noventa.

Aunque no constituya una ruptura, la acentuación dramática de ciertas tendencias promovidas por Trump será desestabilizadora; y no hay que olvidar las recientes encuestas que parecían indicar que la guerra civil era una posibilidad real para un porcentaje significativo de estadounidenses. Otra posibilidad es pensar que, después de todo, los partidarios de la guerra civil acaban de ganar electoralmente. Ahora exigirán que el Presidente convierta la contrarrevolución en sentido común, como él mismo dijo en su discurso de investidura. Si podrá hacerlo o no es una cuestión abierta. No se puede descartar que pronto se convierta en el chivo expiatorio. El declive de Estados Unidos es estructural y no puede detenerse con la retórica triunfalista de la demagogia.

Internacionalmente

Las dramáticas deportaciones tenían como objetivo señalar una convulsión total en el sistema interestatal. Sin embargo, no hay que subestimar las políticas reales que se aplicarán sin dramatismo. Cabe señalar, en primer lugar, que las políticas de proteccionismo, nacionalismo, imposición de aranceles, promoción de la (re)industrialización que ahora defiende Trump son las mismas políticas que los países periféricos y semiperiféricos del mundo trataron de seguir en los años setenta y ochenta y que por eso fueron severamente castigados por las instituciones multilaterales dominadas por Estados Unidos, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Estos castigos provocaron mucho sufrimiento social, el aumento de la pobreza y el hambre, la desindustrialización, la violencia urbana, la aparición del crimen organizado y la dictadura. ¿No es hora ya de proponer reparaciones, por ejemplo, anulando la deuda externa de estos países, algunos de los cuales siguen ahogados por ella? ¿Y pueden todos los demás países seguir a partir de ahora el mismo tipo de políticas propuestas por Trump para Estados Unidos? ¿O se trata de una manifestación más del unilateralismo basado en el excepcionalismo estadounidense? Ya está claro que la libertad económica y de expresión que los magnates de Trump propagandizan en todas las cajas de resonancia de la ultraderecha del mundo es libertad para sus ideas y represión y censura para las ideas de quienes se les oponen.

El unilateralismo defensivo-agresivo de Trump pretende causar en el escenario internacional la misma destrucción institucional que está causando en el escenario doméstico. No sólo las instituciones vinculadas a la ONU están en el punto de mira, sino todas las alianzas entre países, tengan o no base regional. La preferencia por las relaciones bilaterales y el hecho de que los aranceles a la importación se determinen no por el tipo de producto, como hasta ahora, sino por el tipo de relaciones que el país productor mantiene con Estados Unidos tiene como objetivo destruir cualquier alianza interestatal que rivalice con Estados Unidos, ya sea la Unión Europea o los BRICS.

También en política internacional las rupturas suelen disfrazar continuidades. Después de todo, dado que el criterio arancelario es el que he mencionado anteriormente, ¿cuál es la diferencia real entre aranceles y sanciones económicas? ¿No empezó ya la destrucción de la Unión Europea con el Brexit y luego con la guerra de Ucrania? En este terreno de rupturas/continuidades, quizá el ejemplo más cruel sea lo que pueda ocurrir con el martirizado pueblo de Palestina. La limpieza étnica que comenzó en 1948 con la creación del Estado de Israel está a punto de convertirse en la política oficial de Estados Unidos sobre Palestina. A la limpieza étnica de Gaza seguirá la de Cisjordania. Sin el drama de la deportación de inmigrantes, la brutal limpieza étnica se anuncia como una benévola acción humanitaria, como pareció decir Donald Trump, refiriéndose a la desolación de los escombros producida por los incesantes bombardeos israelíes.

¿Y ahora?

Cuando la debilidad se disfraza de fuerza, puede conducir a resultados aún más catastróficos. El tigre de papel tiene fuerza para destruir, pero no para construir.  Hoy en día no hay lugar para el unilateralismo, y menos aún para el de Estados Unidos. Los retos globales a los que se enfrenta la humanidad exigen multilateralismo, civismo y respeto mutuo. Las dos grandes víctimas del tigre de papel son la democracia y la ecología. Los multimillonarios que rodean a Trump saben que las políticas que quieren imponer no pueden imponerse democráticamente. Por ahora, han decidido ocupar la democracia y convertirla en un fascismo con rostro humano. Como fascismo con rostro humano es un oxímoron, si se ven obligados a elegir, sabemos de antemano cuál será su elección. Si tenemos en cuenta que el inminente colapso ecológico sólo puede evitarse mediante una nueva hegemonía global: una gran convergencia de esfuerzos construida democráticamente entre los seres humanos para que pueda llevarse a cabo democráticamente entre los seres humanos y los seres no humanos, es fácil ver que el unilateralismo carente de hegemonía de Trump es el atajo tomado por las élites del capitalismo global para legitimar el fascismo 3.0[1]. La novedad de este fascismo es que es global e impone a todos los humanos lo que los humanos han impuesto a la naturaleza desde el siglo XVI. Ante esto, es difícil imaginar que alguien piense que no es necesario o urgente luchar, resistir y atreverse a ganar.

[1]Me refiero al fascismo 3.0 porque caractericé el tipo de gobierno que Donald Trump proclamó en noviembre de 2020, en vísperas de perder las elecciones, como fascismo 2.0. El fascismo 2.0 se basaba en las siguientes premisas: no reconocer los resultados electorales desfavorables; convertir las mayorías en minorías; doble moral; nunca hablar ni gobernar para el país y siempre y sólo para su base social; la realidad no existe; el resentimiento es el recurso político más preciado; la política tradicional puede ser el mejor aliado sin saberlo; polarizar, siempre polarizar. El fascismo 3.0 extiende las premisas del fascismo 2.0 a escala global. https://www.brasildefato.com.br/2020/11/14/artigo-fascismo-2-0-como-usar-a-democracia-para-destruir

El plan de Trump para vaciar Gaza pone en jaque la existencia del estado palestino

Trump apuesta por la limpieza étnica y la erradicación de los palestinos de Gaza, en abierto respaldo de Netanyahu y los extremistas sionistas colonialistas genocidas israelíes partidarios de un Gran Israel.

Las máscaras han caído ya. El presidente estadounidense, Donald Trump, ha desvelado su pacto en las sombras con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, para que éste diera luz verde al actual alto el fuego en Gaza tras haber rechazado antes dos veces una propuesta similar del antecesor de Trump en la Casa Blanca, Joe Biden.

No es la treintena de rehenes israelíes que quedan vivos en manos de Hamás la prioridad de esta tregua. El plan expuesto por Biden a un grupo de periodistas a bordo del avión presidencial Air Force One antepone la erradicación del pueblo palestino de la Franja y su traslado a territorios habilitados en Egipto y Jordania.

El pacto contempla la expulsión de su tierra de al menos 1,5 de los 2,3 millones de gazatíes, según el número señalado por Trump. Si a esta condena de una Gaza palestina se añaden las atrocidades que está cometiendo Israel en Cisjordania y el Líbano, cuya ocupación se prolonga pese a la tregua en vigor, está muy clara la actual apuesta de Trump en Oriente Medio: Israel en el papel de guardián de la región, con el apoyo político y las armas que le suministra Washington.

Más bombas estadounidenses para terminar de arrasar Gaza

Armas que Trump se ha encargado ya de garantizar tras desbloquear el envío a Israel de un cargamento de 1.800 bombas MK-84, de 900 kilos de explosivos cada una, capaces de abrir cráteres de once metros de profundidad y quince de diámetro.

Israel dispondrá de estas bombas para seguir destruyendo Gaza si Netanyahu, una vez más, acaba dinamitando la tregua que entró en vigor el pasado 15 de enero entre Israel y Hamás, y que ha permitido liberar ya a siete rehenes israelíes cautivos a cambio de 290 palestinos, muchos de ellos mujeres y niños presos en cárceles israelíes. Quedarían poco más de medio centenar de rehenes israelíes vivos en manos de Hamás.

Según avanzan los días y después de que el ejército israelí obstaculizara en el corredor de Netzarim la vuelta a sus destruidos hogares en el norte de la Franja a decenas de miles de gazatíes, contraviniendo la propia tregua, crece el temor de que tras la primera fase de 42 días de este alto el fuego, la guerra retome su curso si cabe con más fuerza.

Israel finalmente ha permitido a decenas de miles de palestinos dirigirse desde los campamentos de desplazados del centro y sur de la Franja hacia el norte, la zona más devastada por sus bombas y donde les espera el horror de ciudades convertidas en escombros y repletas de cadáveres enterrados. Las autoridades gazatíes piden 135.000 tiendas de campaña urgentemente, pues allí en Gaza capital y las localidades de YabaliaBeit Lahia y Beit Hanoun no quedan edificios en pie.

La expulsión de los palestinos execraría la política exterior de EEUU

Biden ya mostró todo su apoyo a Israel, con muy contadas muestras de desaprobación al genocidio palestino, como ese bloqueo de las citadas bombas ya usadas profusamente en la destrucción de Gaza. Pero, al menos públicamente, el antecesor de Trump se oponía a la expulsión de los palestinos de la Franja y a la ocupación de ésta por colonos israelíes.

Este sábado, Trump dio la vuelta a esta política. A bordo del Air Force One, comentó a la prensa que había hablado con el rey jordano, Abdalá II, sobre ese traslado de palestinos de Gaza a países vecinos, como la propia Jordania o Egipto. En Jordania hay cerca de 2,4 millones de refugiados palestinos, pero ya el Gobierno de Ammán ha rechazado la propuesta de Trump, como ha hecho también El Cairo.

El ministro de exteriores jordano, Ayman Safadi, advirtió de que una expulsión de palestinos a Jordania representaría, directamente, una "declaración de guerra". El presidente egipcio, Abdelfatah al Sisi, subrayó que tal paso sería la sentencia de muerte para un estado palestino. "La tierra estará allí, pero la gente no", dijo Sisi.

Hay cerca de seis millones de refugiados palestinos, la mayor parte en Jordania, Siria y el Líbano. Casi todos ellos son descendientes de los palestinos desplazados a la fuerza en 1948 con la creación del estado de Israel. La propuesta de Trump simplemente acabaría con cualquier esperanza palestina de tener un país propio y daría la razón al extremismo israelí, ávido de ocupar los dos territorios, Gaza y Cisjordania.

Un plan que marca un antes y un después en Oriente Medio

Las palabras de Trump no pueden considerarse una mera salida de tono. Responden a un plan meditado y con antecedentes sobre el papel que respalda la invasión israelí de Gaza y el genocidio de sus habitantes. La propuesta de Trump marca un antes y un después en la crisis de Oriente Medio.

Gaza "está literalmente demolida. Casi todo está destruido y la gente está muriendo, por lo que preferiría aliarme con algunas de las naciones árabes y construir (para los palestinos) alojamiento en un lugar diferente donde creo que podrían al fin vivir en paz", aseguró el mandatario estadounidense, aún a sabiendas de que ningún país árabe apoyaría esta intención.

"Estamos hablando de un millón y medio de personas, y simplemente limpiaríamos todo eso", insistió Trump, quien justificó ese traslado forzoso con la historia de conflictos de la región y el recuerdo de que eso ya pasó en 1948 y durante la progresiva ocupación israelí de los territorios palestinos.

Trump ya habló días antes de las ventajas urbanísticas de Gaza y de la posibilidad de que EEUU ayude en su reconstrucción. Lo hizo en términos similares a los de su yerno, Jared Kushner, quien en febrero de 2024 calificó los terrenos frente al mar en Gaza como "muy valiosos" y sugirió que Israel debería expulsar a los actuales habitantes de la Franja y "limpiarla".

Tiene razón Trump al señalar que Gaza está reducida a escombros, Tras quince meses de guerra, los bombardeos israelíes han demolido el 92% de las viviendas y el 60% de los edificios, al igual que la mayor parte de las escuelas y hospitales, según datos de la ONU.

Además, el 90% de los habitantes de Gaza han sido forzados a abandonar sus hogares, con continuos traslados de un campo de desplazados a otro, sin las mínimas condiciones de salubridad, sin electricidad ni agua corriente, y sin apenas comida .

En la guerra que comenzó el 7 de octubre de 2023 con la matanza de 1.200 israelíes a manos de guerrilleros de Hamás y el secuestro de 251, han muerto ya cerca de 47.000 palestinos. Al menos 10.000 más podrían estar enterrados entre las ruinas de las ciudades arrasadas por las bombas y los tanques israelíes.

Un plan "delirante y peligroso"

Aunque Trump sea el artífice de este alto el fuego, el nuevo inquilino de la Casa Blanca ya ha señalado que no confía en que la tregua vaya a perdurar. Pide paz, pero arma hasta los dientes a Israel y apuesta, sin duda alguna, por enterrar el proyecto de un estado palestino que aún defienden amplios grupos sociales y políticos en Estados Unidos.

Por ejemplo, el Consejo de Relaciones Estadounidenses Islámicas (CAIR, por sus siglas en inglés). Este grupo, la mayor organización de musulmanes de EEUU, aseguró que el plan de Trump para limpiar Gaza de palestinos es una bomba de relojería.

"La idea de llevar a cabo una limpieza étnica de más de un millón de palestinos en Gaza es delirante y peligrosa. El pueblo palestino no está dispuesto a abandonar Gaza y los países vecinos no están dispuestos a ayudar a Israel a acometer una limpieza étnica", manifestó este Consejo.

La institución fue tajante: "la única manera de lograr una paz justa y duradera es obligar al gobierno israelí a poner fin a su ocupación y opresión del pueblo palestino".

Hombro con hombro con los extremistas israelíes

No parece que sea esa la intención de Trump, quien, además de reanudar el envío de esas bombas de una tonelada a Gaza y plantear la limpieza étnica de los palestinos, nada más jurar su cargo anuló las sanciones que pesaban contra los colonos israelíes ilegales responsables de matanzas en Cisjordania.

Este gesto mostró la buena disposición de Trump para atender las peticiones de la ultraderecha israelí, partidaria de arrasar Gaza, aún a costa del genocidio palestino, y de recolonizar la Franja con asentamientos judíos, antes de su anexión.

El más radical de los ministros israelíes, el titular de Finanzas Bezalel Smotrich, confirmó la aquiescencia de Trump con la extrema derecha en Israel. Smotrich, uno de esos colonos ilegales en Cisjordania, fue el más entusiasta de los miembros del Gobierno de Netanyahu con la estrategia de Trump en Gaza.

"Con la ayuda de Dios, trabajaré junto al primer ministro y el Gobierno (de Netanyahu) para desarrollar un plan que permita implementar esta idea lo antes posible", afirmó Smotrich.

El exministro de Seguridad Nacional de Israel y también colono Itamar Ben Gvir, otro de los halcones de Netanyahu y que dimitió tras confirmarse el alto el fuego, respaldó también el plan Trump y apostó por "promover la emigración" de los palestinos de Gaza.

En coincidencia con Smotrich, el exministro Ben Gvir también consideró una buena idea la reconstrucción de Gaza, pero para los colonos israelíes.

Una cuestión interesante es que la propuesta de Trump no surge de la nada. Ya durante su primer mandato (2017-2021) se habló de un plan para compensar a los palestinos con tierras en la península de Sinaí, a costa de Egipto, a cambio de la anexión israelí de Gaza. El objetivo era ahogar toda posibilidad de un estado palestino.

Solo que entonces, Trump no tenía la fuerza que tiene ahora ni a un aliado tan despiadado como lo es Netanyahu en estos momentos.

Lo subrayado/interpolado es nuestro.

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