Una nueva diplomacia por la paz.
Por Sergio Rodríguez Gelfenstein/ Escritor y analista internacional /El Salto/ Prensa Mare Argentina/ Xinhua, Other News, Sputnik, RT, Publico.es, La Jornada de México, Red latina sin fronteras. Sur, ACHEI, Utopía, Argentina Indymedia/ADDHEE.ONG:
Evidencias encontradas por arqueólogos y otros
especialistas en Asia Occidental, dan cuenta que en fecha tan lejana como tres
milenios atrás existían vínculos de amistad, así como alianzas y compromisos para
establecer límites, acuerdos de defensa mutua y mecanismos de cooperación entre
sumerios, egipcios, babilonios asirios y medos.
De igual forma, se conoce que en Asia, África y
América, así como en las ciudades-Estado griegas o en la Europa previa a la
existencia del imperio romano, hubo manifestaciones de relaciones entre actores
políticos de diferentes regiones. En épocas más recientes, la dinastía Ming en
China (1368-1644) que dirigió un poderoso imperio considerado el más avanzado
del siglo XVI, logró consolidar vínculos con Estados ubicados en su entorno.
En Occidente, los Estados soberanos comenzaron a
surgir en el siglo XV, pero fue dos centurias después, tras la Paz de Westfalia
(1648), cuando se consolidó una sociedad internacional más o menos en los
términos que aún existe. La preponderancia de Occidente desde entonces y la
imposición de un mundo euro céntrico hizo que –por la razón o al fuerza- el
modelo europeo (valores, instituciones, reglas y prácticas) se expandiera y
universalizara.
Así, en la medida en que surgieron los Estados
nacionales e hicieron vínculos con otros pares, se establecieron relaciones
“inter-nacionales” para manejar formalmente estos lazos. La diplomacia fue el
instrumento creado para legalizar estas relaciones. Etimológicamente, la palabra diplomacia proviene del verbo griego “diploun”
que significa doblar y refería al documento plegado que el mensajero de un
soberano llevaba a otro. Pero también se puede interpretar como la acción de
doblarse en dos, a fin de lograr un objetivo.
De manera tal que la diplomacia es una institución medieval… y
de alguna manera lo sigue siendo. Hay que recordar que los reyes eran los “enviados
de Dios a la Tierra” por lo cual, al elegir a una persona para que lo
representara fuera del territorio del reino, debía elegir a un ciudadano inmaculado
que recibía la categoría de “excelentísimo”. Así mismo, dado que las
comunicaciones eran muy lentas y peligrosas, los monarcas le concedían poderes
especiales y absolutos para que actuando en su nombre, estos enviados tomaran
decisiones cuando la situación lo ameritaba. Por eso eran embajadores “extraordinarios
y plenipotenciarios”. Nada de eso ocurre hoy en tiempos de internet cuando las
comunicaciones son inmediatas y permanentes.
Pero en épocas pretéritas, la diplomacia emergió como la
actividad que realizan los jefes de Estado y las instituciones especializadas
para ejecutar la política fuera del territorio propio. La diplomacia se
encargaba de defender los intereses y los derechos de los Estados, de sus
instituciones y de los ciudadanos en el extranjero. En la actualidad eso pasó a
ser una quimera, toda vez que existen otros actores y otros instrumentos a
través de los cuáles se ejecuta la política exterior. Las cancillerías y con
ellas, las embajadas están perdiendo relevancia de forma acelerada en una
tendencia indetenible hacia su desaparición. Ojo, no necesariamente, estoy diciendo
que ello ocurrirá en el corto plazo, me refiero a una tendencia que avanza
porque las circunstancias propias del desarrollo de la tecnología, hacen que la
función diplomática realizada de forma tradicional manifieste poca eficacia.
La necesidad de regular la diplomacia dio origen al derecho
internacional. Se intentaba establecer normas que aseguraran la igualdad
jurídica de los Estados y la responsabilidad de unos respecto de los otros. Sin
embargo, el derecho internacional ha estado en constante apremio por la
aplicación de políticas hegemónicas y de fuerza que las potencias utilizan para
hacer valer su dominio sobre el sistema internacional.
De esta manera, siempre que exista la intención de controlar
al mundo a través de la fuerza, se producirá obligadamente una colisión con el
derecho internacional. La igualdad jurídica de los Estados, la defensa de la
soberanía y la no injerencia en los asuntos internos de otros Estados, pilares
del derecho internacional, serán cada vez más difíciles de defender, lo cual
conducirá a un entorno de tensión permanente y a dificultades para el
mantenimiento de la paz.
El orden internacional existente refiere a una organización
determinada del planeta para mantener la convivencia pacífica. Aunque a través
de la historia siempre ha habido poderes globales que se imponen al resto, lo
deseable siempre ha sido construir algunos equilibrios que permitan hacer
avanzar el desarrollo y la construcción armoniosa de la sociedad.
En la medida que el orden mundial dependa de la exacerbación
de los desequilibrios y la exclusión del desarrollo y de la posibilidad de
llevar adelante una vida normal por una parte importante de la población
mundial que está imposibilitada de ello, y la suposición de que algunos pueden
dominar el mundo por la fuerza, va a ser calado de cultivo permanente para la
generación de conflictos y guerras.
Cuando tal situación llega a un momento en que no puede
seguir siendo sostenida y se vislumbra la posibilidad de establecer un nuevo
orden internacional, el mundo entra en crisis ante la necesidad de su
restructuración. Es lo que está ocurriendo en la actualidad en particular desde
el inicio de la pandemia en 2020, que comienza un período de transformación del
sistema internacional en un proceso que tuvo continuidad y se aceleró tras la
operación militar de Rusia en Ucrania en 2022 y la barbarie sionista en Gaza
desde hace seis meses.
Los hechos más recientes, el bombardeo del consulado de Irán
en Damasco y el asalto a la embajada de México en Quito a fin de secuestrar al
ex presidente Jorge Glass son expresión de la crisis generada por la
transformación del sistema internacional que pasa necesariamente (desde la perspectiva
imperial) por avasallar el derecho, destruirlo, e imponer un sistema
internacional basado en reglas creadas, o que Occidente puede crear en cada
momento, acorde la situación, a fin de mantener por la fuerza, el poder
capitalista que se desmorona.
La incapacidad de explicar lo ocurrido y asumir una posición
cónsona con el derecho internacional, y el apoyo descarado al terrorismo de
estos países (al igual que con Ucrania e Israel) ha llevado al extremo de que
el gobierno de Canadá al referirse a la violación flagrante de la soberanía
mexicana, lo expusiera como un “hecho presunto”. Así mismo, (si no fuera por su
talante imperial agresivo y violento), resultaría inexplicable la posición
ambigua de Estados Unidos que no condenó el hecho, tal como lo denunciara el
presidente Andrés Manuel López Obrador.
En esa lógica también se explica que la llegada de Joe Biden
a la dirección máxima de la administración estadounidense, haya significado una
mengua del papel del Departamento de Estado como gestor de la política exterior
de su país hacia la región, entregando tal responsabilidad al Pentágono a
través del Comando Sur dirigido por la generala Laura Richardson. Esta
decisión, ha hecho evidente la disposición de Estados Unidos de militarizar su
política exterior hacia la región.
Desde el patio
trasero estadounidense/yanqui.
La generala Richardson es hoy la principal protagonista de
las relaciones de Estados Unidos con los países y gobiernos subordinados de América
Latina y el Caribe. Los instrumentos no son precisamente los del derecho
internacional y la diplomacia, sino los de la amenaza, el chantaje, la coerción
en un claro regreso a la política del gran garrote inaugurada por Teodoro
Roosevelt a comienzos del siglo XX, bajo la consigna de “habla suavemente y
lleva un gran garrote, así llegarás lejos”.
El abandono por parte de Estados Unidos y Europa de las más
elementales normas del derecho internacional para imponer el “derecho del más fuerte” como se manifiesta en su
apoyo al nazi-fascismo gobernante en Ucrania (que combatieron durante la
segunda guerra mundial), al sionismo colonialista israelí deteriorado y criminal de Israel y a las
prácticas violatorias de las normas que regulan el comportamiento de los
Estados, es clara expresión de su ocaso estratégico y su incapacidad de detener
el curso de la historia.
El mundo se debe preparar porque hechos como estos, seguirán
ocurriendo y probablemente se incrementarán. En la medida que la mayoría de la
humanidad siga avanzando en la construcción de un sistema alternativo mucho más
justo, equitativo y participativo, el imperio, en medio de su decadencia actuará
como una fierra herida y acorralada que da zarpazos a diestra y siniestra.
La fortaleza económica de China y la militar de Rusia, la
ampliación de los BRICS y de otras instancias de cooperación internacional que
se expanden por el gran espacio euroasiático, la incapacidad de Occidente de
imponer su lógica en el Asia Occidental y la fortaleza de la resistencia
encabezada por Irán, el despertar de los pueblos de África que comienzan a
desprenderse de los últimos atisbos de control colonial y en América Latina y
el Caribe, la resistencia de Cuba. Nicaragua y Venezuela al avasallamiento
imperial, dan cuenta de los prolegómenos de un mundo distinto que nace y que
augura un futuro mejor para la humanidad.
Entonces, los pueblos del planeta podrán construir relaciones
internacionales en un plano distinto, la humanidad toda se pondrá en el centro
de los intereses y del quehacer de los estadistas y la paz habrá superado a la
guerra. Llegará el momento de construir un nuevo derecho internacional y una
nueva diplomacia para la paz como la que Venezuela, modestamente, ha comenzado
a concebir y ejecutar desde el año 1999.
Lo subrayado/interpolado es nuestro
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