Descolonización cultural y comunicacional.
Por Prof. Fernando Buen Abad/ escritor y analista internacional/ADDHEE.ONG:
Para
someternos a la ecuación hegemónica “dominadores vs dominados”, nos han
desorganizado. De pensamiento, palabra y obra. En nada gastan más que en
desorganizarnos, descargan fardos de ideología confusa, miedo laboral, chantaje
político, odio de clase, estética vergonzante y violencia simbólica, policiaca
y militar. Toda iniciativa de organización para emanciparnos de la barbarie
económica y escocida reinantes, tiene en contra un arsenal de dispositivos
desorganizadores. No obstante, las fuerzas descolonizadoras resisten y se
multiplican poco a poco.
Es tan
longevo y extenso el aparato colonizador, militar, bancario, religioso (en sus
versiones viejas y en las novedosas) que el inventario se constituye en
biografía de todas las generaciones, añejas o jóvenes. Lo tenemos hasta en las
emociones más “íntimas”. Nos invade cabezas, panzas y corazones. El aparato de
dominación colonial entiende su cometido de manera totalitaria y no hay reducto
de la vida en que no estemos enredados con la maraña descomunal de
idiosincrasias mediocres, tradiciones impuestas, ridiculez, cursilería,
supercherías e ignorancias a veces certificadas por la educación oficial. Una “tomografía”
de nuestro Estado actual de colonización daría cuenta de metástasis galopantes.
Incluso algunas terapéuticas “descolonizadoras”, parecen estar contaminadas de
coloniaje como en aquellos “planes de educación” que envían a los mejores
estudiantes a completar su formación a los centros imperiales.
Es
imposible derrotar al colonialismo con audacias unipersonales. Eso es
individualismo que retrasa, distrae o desprestigia la tarea de organizar a los
oprimidos contra los opresores. En contraste hemos acumulado contribuciones
invaluables en la formación de conciencias y estrategias inteligentes. Contamos
con autores y escuelas de inspiraciones diversas. Contamos con información y
evidencias, sabidurías y ciencias. Lo que no tenemos es una organización democrática
participativa e internacionalista para la descolonización de nuestras vidas y
nuestros pueblos. No confundir organización con instituciones o con
burocracias.
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siglos han pasado desde el viaje de Colón; 200 años de la Doctrina Monroe el
patio trasero latinoamericano/yanqui y, por ejemplo, la producción
agrícola, ganadera, energética, minera, pesquera… están mayormente controladas
por empresas trasnacionales cuyo saldo, además del saqueo, es la obstrucción
sistemática de la soberanía de los pueblos para la solución de los problemas de
endeudamiento, marginación, hambre, vivienda, educación y salud. A eso hay que
añadir que los modos, medios y relaciones de producción cultural y
comunicacional concentrados en empresas cuyo interés medular es mercantil y no
la diversidad de expresiones identitarias ni el desarrollo de los talentos
artísticos o científicos descolonizadores vernáculos. Los modelos
administrativos y educativos, por ejemplo, suelen tributar ideológicamente a
modelos oligarcas, no sometidos a escrutinio colectivo, los decide una élite
burocrática encaprichada con su “leal saber y entender” y, cuando no, con sus
negocios. No todos los aparatos burocráticos son herramientas descolonizadoras
aunque tengan fachada como instrumentos de Estado con avales democráticos.
Son de
tal complejidad y extensión las expresiones del coloniaje que, incluso entre
las páginas no pocos libros se deslizan tufos colonialistas desapercibidos
incluso santificados por algunas sectas. Aunque se disfracen como “académicas”.
No es recomendable idealizar la descolonización, hay que objetivarla y
politizarla, presentar los desafíos crudamente. Comenzando por la autocrítica.
No sea que en nombre de la “descolonización” estemos endiosando canallas y
canalladas de moda, o estemos promoviendo esoterismos para anestesiar a los
colonizados haciéndoles creer que la “descolonización” ya viene entre las
páginas de algunos libros, la saliva de los noticieros o a lomos de cierta
“buena voluntad” mesiánica.
Descolonizarnos
no será obra de algún iluminado y sus amigos dueños de las “claves” y el
storytelling culterano recomendándonos tener más paciencia. Es decir, renunciar
a la organización con autogestión para abrazar la organización “aborregada”. Y
olvidarnos de la lucha de clases, claro. Mucha igualdad de oportunidades y poca
igualdad de condiciones.
Así
las cosas, hay que descolonizar la economía hegemónica en su totalidad, la
infraestructura y la superestructura indisociables siempre; pasar a examen a
las iglesias con su historia y consecuencias; revisar la educación en todos los
niveles, la salud, la vivienda y la clase de vida que nos imponen. Revisar los
medios de comunicación y de cultura hasta detallar a qué intereses coloniales
obedecen y combatirlos. Revisar al poder ejecutivo, al legislativo y al
judicial. Sus taras y sus manías, sus demoras y sus injusticias hasta tener
claro su papel en los procesos de colonización económica, política, ideológica
y cultural. El saldo a priori es horroroso.
Descolonización
no significa persecución histérica ni purga ideológica. Supone contrastación
humanista minuciosa de lo que se tiene respecto a lo que se tuvo y nos fue
arrebatado por la fuerza de las armas o el lavado de cerebros. Pero
descolonizar significa fundamentalmente luchar por lo que se necesita para
aniquilar la fórmula opresores-oprimidos y dar por terminada la explotación, el
saqueo, la desigualdad, la injusticia y la infelicidad de la mayoría despojada
por una minoría que vive con todos los privilegios… y bien sabroso. Como dicen
que quería Cristóbal Colón para sus jefes.
Lo subrayado/interpolado
es nuestro.
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