De Bolívar a
Chávez. 200 años después, el enemigo es el mismo.
Escritor, analista internacional/ADDHEE.ONG:
Estos repartos coloniales vinieron a consagrar el poderío
mundial de Gran Bretaña, pero en esta instancia, debió ser un poder compartido,
primero con Francia y posteriormente con Estados Unidos. No obstante, hubo un
período de la historia en que Gran Bretaña fue ama y señora del planeta, a
partir de el asombroso aumento de la productividad como consecuencia de la
revolución industrial. Como parte sustancial de su poderío, Gran Bretaña
construyó y desarrolló un gigantesco imperio colonial.
Ciento cincuenta años después, la huella colonial sigue
presente en todo el planeta, en algunas regiones todavía a través de su
expresión primigenia, y en otras, en forma de control neocolonial para mantener
los hilos que permiten el dominio de buena parte del planeta. Vale mirar los
trazados rectilíneos en los mapas derivados del surgimiento de Estados
nacionales en los espacios trazados por las metrópolis tras el reparto del
planeta. Para ello, no se contó con la opinión y aceptación de los pueblos
originarios de esas regiones que vivían en tales territorios desde épocas
ancestrales.
Así mismo, es menester
observar la enorme cantidad de conflictos latentes emanados de las metrópolis tras
retirarse de sus colonias, derrotadas u obligadas por circunstancias al margen de
su control. Por ejemplo, el territorio de Cachemira que debió ser pakistaní,
quedó en India. Kuwait, una provincia iraquí, fue elevada al status de Estado
nacional por obra y gracia de Londres. Jordania, fue inventada nadie sabe de
dónde, para ser entregada a la dinastía hachemita como premio consuelo por
haber sido desplazada de Arabia que fue, a su vez, entregada como recompensa a
la familia Saud, por su perruna lealtad a Gran Bretaña.
En África, tutsis, hutus, bantúes, tuaregs, masái, mursis,
zulúes y centenares de pueblos originarios, vieron trazadas líneas de
separación de sus territorios ancestrales, siendo obligados por la fuerza a
hablar idiomas extranjeros y aceptar religiones extrañas. De un día para otro,
vieron horrorizados que en sus comunidades, una parte debía, hablar francés y
la otra inglés además de tener que “pedir visa” para visitar a sus familiares
que habitaban en comunidades cercanas.
Ya a comienzos del siglo XIX, Gran Bretaña supo combinar su
dominio naval, la enorme capacidad de crédito en las finanzas, una gran experiencia
comercial y una exitosa diplomacia de alianzas para constituirse en la potencia
hegemónica global. Así, la revolución industrial vino a fortalecer una posición
que ya había mostrado grandes éxitos en las luchas mercantilistas y
preindustriales del siglo anterior. En 1815, la derrota de Napoleón Bonaparte
vino a consolidar la hegemonía inglesa.
América Latina y el Caribe no fueron ajenos a esta
circunstancia. Los conflictos en Europa y las imprevisibles victorias de uno u
otro bando concluían con acuerdos que transferían la posesión de un territorio
colonial de una soberanía a otra. Así, por ejemplo, Trinidad y Tobago fueron
cedidas por España a Gran Bretaña por el Tratado de Amiens de 1802. Aruba por su parte, que fue ocupada por
los holandeses en 1636 permaneció bajo su control durante casi dos siglos, pasando
a dominio de Gran Bretaña en 1805 y devuelta al control neerlandés en 1816.
Otro caso es el de Belice, un territorio que ocupado por Gran Bretaña en 1638,
mantuvo una constante tensión con sus vecinos españoles hasta que en 1798,
Madrid fue definitivamente desplazada,
convirtiéndola en la única colonia británica de América Central con el
nombre de Honduras Británica.
En este período de inicios del siglo XIX, aprovechando su
poderío ilimitado, desde su pequeña posesión en Guayana, Gran Bretaña comenzó
en 1814 su expansión hacia el oeste. Así, las 20 mil millas² originales de su colonia
se fueron ampliando a 60 mil a mediados del siglo XIX, a 76 mil en 1855 hasta
llegar a las 109 mil millas, equivalentes a 159 mil Km².
En este contexto internacional se
produjo la declaración del presidente Monroe del 2 de diciembre de 1823,
devenida en doctrina de política exterior de Estados Unidos. A fines de siglo,
ya en plena etapa imperialista, Washington comenzó a dar mayor continuidad a la
aplicación de esta doctrina: en 1898 Estados Unidos intervino militarmente en
Cuba y en 1903 promovió la secesión de Panamá de Colombia para apoderarse de un
territorio que le permitiera a construir el tan deseado canal. Al iniciar el
siglo XX, los presidentes Teodoro Roosevelt y William Howard Taft implementaron
nuevas modalidades de intervención que fueron conocidas como “Política del Gran Garrote” y “Diplomacia del
Dólar”. En ese marco, Estados Unidos ocupó Cuba entre 1906 y 1909.
Así mismo, en la crisis de
Venezuela, iniciada en 1902 cuando barcos de guerra de Inglaterra, Alemania e
Italia bombardearon y bloquearon los puertos venezolanos para exigir el pago de
deudas adquiridas durante la lucha de independencia, el gobierno del país
invocó la doctrina Monroe ante lo cual Washington actuó para “apaciguar” a los
europeos a cambio de lo cual se comprometió a obligar a Venezuela a sufragar
sus compromisos financieros.
Todo ello contrastaba con la
tradición bolivariana de defensa irrestricta de la soberanía. Con su infinita
sabiduría, el Libertador Simón Bolívar ya en 1819 durante su discurso en el
Congreso de Angostura estableció claros principios y doctrinas para la creación
de las repúblicas americanas que habrían de constituirse. En el caso de
Colombia (a la cual pertenecía Venezuela),
en 1821 en el Congreso de Cúcuta, los plenipotenciarios acogieron la
idea del Libertador y establecieron precisa delimitación del territorio
nacional. Al hacerlo, se había originado una Doctrina de Derecho Internacional
emanada del uti possidetis juris de 1810 que aceptaba como título legítimo la
posesión en que habían estado los territorios americanos y a la cual tenían
derecho en virtud de las disposiciones que habían generado su creación.
A Bolívar se le debe esta
iniciativa que se incorporó al ordenamiento jurídico de la naciente república. El
Libertador previó con extraordinaria visión de largo plazo que las discusiones
de límites entre las nuevas repúblicas generarían graves inconvenientes por lo
que era necesario trazar definidas reglas que dieran bases jurídicas a todos y
evitaran problemas de orden público internacional. Nadie sabe cuántas guerras
le evitó el Libertador a Nuestra América. Como la historia se ha encargado de
demostrar –a diferencia de otras regiones del mundo- nuestros problemas
limítrofes han sido ínfimos si se les compara con otros continentes.
En este
contexto, Venezuela permanentemente protestó por la actitud prepotente y
expansionista de Gran Bretaña. Por esta razón, en 1896 Estados Unidos y Gran
Bretaña iniciaron conversaciones sobre el problema limítrofe de esta última con
Venezuela. Esto condujo en 1897 a un tratado para establecer el arbitraje.
Estados
Unidos logró imponer condiciones de arbitraje absolutamente lesivas para
Venezuela y favorables a Gran Bretaña. Este arbitraje es el que en 1899, al
margen del derecho internacional, incumpliendo las normas que se habían
establecido y sin que Venezuela pudiera exponer sus argumentos, falló
legitimando la usurpación a través de un laudo. El verdadero alcance de la expoliación sólo
se vino a saber muchos años después.
En 1949
se dio a conocer un memorándum escrito por el abogado estadounidense Severo
Mallet-Prevost quien había actuado como consejero de Venezuela en la negociación.
En el documento, publicado después de su fallecimiento, Mallet-Prevost
reconocía que el laudo fue producto de un arreglo político entre Estados Unidos
y Gran Bretaña que hizo un trazado arbitrario de la frontera, acordado al
margen del derecho internacional .Vale decir que dos de los cinco jueces que
fallaron eran británicos y otros dos estadounidenses.
Esto
demuestra la naturaleza viciada del laudo y es la razón por la que ningún
gobierno venezolano lo ha reconocido. En 1966, Gran Bretaña aceptó finalmente,
iniciar negociaciones con Venezuela, llegando al Acuerdo de Ginebra de 17 de
febrero de 1966. Este documento fue reconocido por Guyana al acceder a su
independencia el 26 de mayo de ese año.
Venezuela
a su vez, reconoció la independencia de Guyana, reservándose el mantenimiento
de su demanda histórica y por tanto reconociendo la soberanía del nuevo Estado
a partir del territorio al este de la línea media del Río Esequibo desde su
nacimiento hasta su desembocadura en el Océano Atlántico. Desde entonces, el
diferendo se mantuvo en un plano amistoso.
Sin
embargo, en fecha reciente se produjo una primera señal de alarma evidenciando
una alteración de esta situación, cuando Guyana renunció a dar continuidad al
trabajo del buen oficiante designado por Naciones Unidas. Esta fue una
indicación inequívoca que anunciaba la intención guyanesa de llevar el
conflicto por otra ruta. Lamentablemente así fue. Guyana decidió dar una
concesión a la empresa estadounidense ExxonMobil, la cual bajo influjo imperial
y apoyada por su gobierno y por poderosos intereses económicos y políticos
trasnacionales se propuso escalar el conflicto para poner a Venezuela en el
banquillo de los acusados como cabeza de playa de una nueva escalada
intervencionista contra Venezuela que ha llevado el diferendo -de forma ilegal-
a la Corte Internacional de Justicia de La Haya que no tiene jurisdicción sobre
este asunto.
El
originario pensamiento ecléctico de Hugo Chávez y su acelerada evolución
política e ideológica lo condujo, de sostener preceptos nacionalistas,
patrióticos y bolivarianos, a claras ideas antiimperialistas e incluso
socialistas. Acorde a ello, su reflexión y su práctica también fue progresando
en cuanto a su mirada sobre la Doctrina Monroe y sus efectos en Venezuela y
América Latina y el Caribe.
Su
acendrado sentimiento bolivariano, sustentado en un profundo conocimiento de la
vida y la obra del Libertador lo llevaron a apuntalar casi de forma natural su
rechazo al panamericanismo y las derivaciones intervencionistas que emanan de
la Doctrina Monroe.
En la gran batalla librada en
Mar del Plata contra el Tratado de Libre Comercio de las Américas (ALCA)
presentado por Estados Unidos en noviembre de 2005, Chávez comenzaba a perfilar la idea de
continuidad que esbozaba la Doctrina Monroe, el panamericanismo y esta nueva
propuesta de Estados Unidos. En su discurso durante la
concentración popular en apoyo a la política latinoamericana y caribeña y
contra el imperialismo frente al Palacio de Miraflores el 19 de noviembre de
ese año, trazó con precisión la forma que debía adquirir el pensamiento y la
práctica antiimperialista.
Al
referirse a su participación en el evento de la ciudad argentina, expresó: “Allí llegamos nosotros los venezolanos, decididos a
continuar resistiendo la agresión imperialista, a continuar diciéndole no a la
propuesta imperialista de engullirnos, en una propuesta –como ya he dicho– muy
vieja, pero que va cambiando de nombre, a medida que pasan los años, las
décadas y los siglos; ya la llamaban Doctrina Monroe en una época, más
recientemente Iniciativa para las Américas y luego, la propuesta de ALCA, ALCA,
ALCA, ¡Al carajo! ALCA ¡Al carajo! Se va, mandamos al ALCA ¡Al carajo! Bien
lejos, porque aquí tendremos patria, aquí seremos libres, no seremos colonia
norteamericana, preferimos morir mil veces, a que Venezuela se convierta otra
vez, en una colonia norteamericana”.
En el futuro, el pensamiento integracionista bolivariano de
Chávez se fue llenando de un sustento antimperialista que impregnó su quehacer
en la construcción de instancias de unión latinoamericana y caribeña alejadas
de la impronta panamericana. En 2011, al definir los fines de la naciente
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) expresó que debía ser
“un escudo protector contra la injerencia […] incluso un cortafuego contra la locura
imperial”. Así mismo conceptualizó a la nueva
organización como “el proyecto de unión política, económica, cultural y social
más importante de nuestra historia contemporánea” desterrando para siempre
cualquier atisbo de aceptación de la Doctrina Monroe y su influjo como
soporte del proyecto integracionista de la región.
Las
líneas anteriores nos permiten apreciar que desde Bolívar a Chávez, la marca de
la Doctrina Monroe ha estado siempre presente en Venezuela. A través del
tiempo, su rastro ha señalado el devenir propio de la vida de Venezuela como
nación independiente.
América
Latina y el Caribe se han movido en torno a la diatriba entre bolivarismo y
monroísmo. Nuestra condición de ser el país natal del Libertador, en el cual
desarrolló los primeros años de su vida política llevando a Venezuela a su
surgimiento como nación independiente y soberana, señalan el derrotero de una huella que en
términos políticos y económicos, pero también en los planos de la cultura, la
identidad y los símbolos, han establecido el rumbo del país. Incluso en
aquellos momentos de la historia cuando los gobiernos han estado más cerca de
Washington que de los propios intereses nacionales, la condición de nido de las
ideas bolivarianas ha estado presente para dar continuidad al espíritu y al
sentimiento de nación.
Es
verdad que tras Bolívar, vino Páez y la subordinación del país a la oligarquía.
También es cierto que después de Cipriano Castro, llegó Juan Vicente Gómez para
entregar Venezuela y su petróleo a Estados Unidos. Pero la llegada al poder de
Hugo Chávez y su extraordinario quehacer pedagógico en materia de hacer conocer
la historia con criterio refundacional, apelando a la revisión de los
argumentos tradicionales, que se mostraban como impolutas verdades de nuestro pasado
y que de esa manera se le enseñaba a las nuevas generaciones como parte de los
anales que dieron origen y continuidad a la nacionalidad venezolana, han venido
a producir un cisma en la interpretación de la vida pretérita del país.
La
publicación en el año 2000 de la versión número 4 de los documentos de Santa
Fe, elaborados por una comisión de expertos estadounidenses ultra conservadores
sólo unos meses después de la llegada al poder de Hugo Chávez, apuntaban
claramente a contener su impulso integracionista bajo la acusación de que “apoyándose en el bolivarismo,
[Chávez] aspira a formar la Gran Colombia (Venezuela, Colombia, Panamá y
Ecuador), probablemente como república socialista”.
Después de eso, vinieron el golpe de
Estado del año 2002 y el paro y sabotaje petrolero del mismo año que marcaron
el preludio de un rosario de agresiones continuadas hasta que el 8 de marzo de
2015 el presidente Barack Obama firmara una orden ejecutiva por la cual
declaraba a Venezuela “una amenaza inusual y extraordinaria” a la seguridad
nacional de Estados Unidos.
De esta manera, se estableció una razón
jurídica para iniciar un proceso permanente de agresión a Venezuela que aun hoy
no cesa. Este decreto se ha seguido renovando anualmente durante las
administraciones de Donald Trump y Joe Biden. El fantasma de la Doctrina Monroe
y el panamericanismo siguen apareciendo en el espectro de la patria de Bolívar.
Doscientos años después, el enemigo es el mismo.
Lo subrayado interpolado es nuestro.
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