Bienvenido Papa Francisco:
Los Pueblos indígenas, los trabajadores manuales, los
intelectuales y las organizaciones no gubernamentales lo sienten y reconocen
como defensor contra los fariseos oligarcas, testaferros del capital foráneo
globalizado que han plagado a la Patria Continente América Latina y El Caribe del
general Libertador Simón Bolívar Palacios y Blanco de Mesena, pobreza,
corrupción, depravación, injusticia…
Es hora ya de poner la virtud en el justo medio a toda
función de desenvolvimiento de la Humanidad.
El mundo está sobreviviendo en un tránsito violento,
de una maldita guerra económica a otra. El modelo capitalista consumista
desquiciado, degenerado por las drogas, los vicios, las ideas se oscurecen, se
mezcla la justicia con la venganza, se exagera la acción y la reacción.
Reinan los estereotipos consumistas y degenerados a
través de la telebasura y medios mediáticos de (in)comunicación globalizados a
favor de la celestina universal, los empresarios multinacionales.
Sólo la soberanía, potencia de la razón, la honestidad
y la consecuencia de los defensores del evangelio de Cristo, como el Papa
Francisco y el Presidente Rafael Correa, disiparán los males del caos, la
corrupción, la impunidad, la inmoralidad de los países de la Patria Continente
América Latina y el Caribe.
Con Esperanza y memoria.
Jorge Bustos B.
Presidente ADDHEE.ONG
CONGEMAR
Prof. Moreno Peralta/IWA
Secretario Ejecutivo ADDHEE.ONG
Lic. Yirsela Peirano Cofré
Asistente ADDHEE. ONG
RAFAEL CORREA: "Bienvenido, papa Francisco, a
nuestra América, a su América, a este tesoro de la Patria Grande, llamado
Ecuador, que lo recibe con los corazones de todos los ecuatorianos desbordantes
de alegría y esperanza. Bienvenido al país megadiverso más compacto del mundo.
Por su ubicación geográfica, Ecuador es el ecocentro del planeta. Bienvenido a
Quito, primer Patrimonio Cultural del Planeta y Capital de Sudamérica. Somos
orgullosos de un mestizaje luminoso, somos geografía multicolor y tierra
germinadora de pensamientos y acciones revolucionarias de quienes como usted,
nos exasperamos por la injusticia y la exclusión. Ecuador ama la vida. Nuestra
Constitución obliga a reconocer y garantizar la vida, incluido el cuidado y
protección desde la concepción. Establece reconocer y proteger a la familia
como núcleo fundamental de la sociedad y nos compromete profundamente a cuidar
nuestra casa común, al ser la primera Constitución en la historia de la
humanidad en otorgar derechos a la naturaleza. El 20% de nuestro territorio
está protegido en 44 reservas y parques naturales. La gama multicolor de
nuestra flora y fauna se complementa y enriquece más con la diversidad de
nuestras culturas humanas. Tenemos además de una mayoría mestiza, 14
nacionalidades indígenas con sus correspondientes lenguas ancestrales,
incluyendo a dos pueblos no contactados, que han preferido el aislamiento
voluntario en el corazón de la selva virgen. Nuestra Constitución define al
Ecuador como un Estado unitario, pero plurinacional y multicultural. Los
argentinos muy orgullosos dicen ‘El papa es argentino’; mi querida amiga Dilma
Rousseff, presidenta de Brasil, dice ‘Bueno, el Papa será argentino, pero Dios
es brasileño’. Por supuesto que el Papa es argentino, probablemente Dios es
brasileño, pero de seguro el paraíso es ecuatoriano’. Bienvenido, Su Santidad.
Querido Santo Padre, el gran pecado social de nuestra América es la injusticia.
¿Cómo podemos llamarnos el continente más cristiano del mundo, siendo a su vez
el más desigual? Cuando uno de los signos más recurrentes en el Evangelio es
compartir el pan. Por eso los obispos latinoamericanos, reunidos en Puebla hace
40 años, nos decían ‘Vemos a la luz de la fe como un escándalo y una
contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y pobres’.
Nos llamamos un continente de paz, pero la insultante opulencia de unos pocos
al lado de la más intolerable pobreza son también balas cotidianas en contra de
la dignidad humana. Usted, como un gigante moral para creyentes y no creyentes,
nos dijo a los jefes de Estado reunidos en la Cumbre de las Américas en Panamá
–cito- ‘la inequidad, la injusticia, la injusta distribución de las riquezas y
de los recursos es fuente de conflictos entre los pueblos, porque supone que el
progreso de unos se construye sobre el necesario sacrificio de otros, y que
para poder vivir dignamente hay que luchar contra los demás. El bienestar así
logrado es injusto en su raíz y atenta contra la dignidad de las personas’. Y agregó
que mientras no se logre una justa distribución de la riqueza no se resolverán
los males de nuestra sociedad. Nos insistió que la pobreza no se eliminará con
limosnas, sino con justicia, al sostener que la teoría del goteo o del derrame
se ha revelado falaz. No es suficiente esperar que los pobres recojan las
migajas que han tirado los ricos. Por ello, con claridad, usted sostiene que
tiene que exigirse la distribución de la riqueza. Estas injusticias claman al
cielo. La fundamental cuestión moral en América Latina es precisamente la
cuestión social, más aún si por primera vez en la historia, la pobreza y la
miseria en nuestro continente, no son consecuencia de la falta de recursos,
sino de sistemas políticos, sociales y económicos perversos. En ese maravilloso
regalo que usted ha dado a la humanidad, su encíclica ‘Laudato si’, nos dice
que la política no debe someterse a la economía y que necesitamos
imperiosamente que la política y la economía en diálogo se coloquen
decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. Nos
recuerda a todos los fieles que la tradición cristiana nunca reconoció como
absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función
social de cualquier forma de propiedad privada. Cita en su encíclica las
palabras de San Juan Pablo II, quien nos visitó hace 30 años, cuando dice ‘Dios
ha dado la tierra a todo el género humano, para que ella sustente a todos sus
habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno’ y que –añade- la
Iglesia defiende sí el derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor
claridad que toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social para que
los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado. Usted ha
denunciado con fuerza la tragedia de la migración, la cual bien conoce nuestro
país. No entiendo, Santo Padre, cómo los países ricos, muchos de ellos
mayoritariamente cristianos, podrán justificar éticamente a la futuras
generaciones la búsquedas cada vez mayor de mayor movilidad para mercancías y
capitales, al mismo tiempo, que penaliza, e incluso criminaliza la principal de
las movilidades, la movilidad humana. La solución, como tantas veces lo ha
sugerido usted, no es más fronteras; es solidaridad, es humanidad, y crear las
condiciones de prosperidad y paz que desincentiven a las personas a migrar.
Vivimos, Santo Padre, una globalización inhumana y cruel, totalmente en función
del capital y no de los seres humanos, ya que no busca no busca ciudadanos
globales, sino tan solo consumidores globales. No busca crear una sociedad
planetaria, sino tan solo crear mercados planetarios. Y que, sin adecuados
mecanismo de control y gobernanta, puede destrozar países, como también lo
menciona en su encíclica. Santo Padre, el orden global no solo es injusto, sino
inmoral. Todo está en función del más poderoso y los dobles estándares cunden
por doquier. Los bienes ambientales producidos por países pobres deben ser
gratuitos; los bienes públicos, producidos por los países hegemónicos como el
conocimiento, la ciencia y la tecnología, deben privatizarse y ser pagados.
Usted en su encíclica cuestiona el estilo de vida de los países ricos por
insostenible y antihumano. Y acertadamente nos habla de la deuda ecológica que
estos países tienen con los países pobres. La mejor forma de enfrentar este
injusto orden mundial es con la unidad de nuestros pueblos. La construcción de
la Patria Grande es impostergable, talvez los europeos tendrán que explicar a
sus hijos porqué se unieron, pero nosotros tendremos que explicarles a los
nuestros porqué nos demoramos tanto. Santo Padre, en lo personal, jamás acabaré
de darle gracias a Dios y a la vida por todos los privilegios que me ha dado.
Entre ellos poder conocerlo y recibirlo en mi patria. El Evangelio dice ‘donde
está tu tesoro, está tu corazón’. Tenga la seguridad que mi tesoro no es el
poder, sino el servicio. Tener un país sin miseria, pero también sin lujuriosos
derroches, un país que supere la cultura de la indiferencia, donde se acaben
los descartables de la sociedad. En la cual trabajemos para los hijos de todos
y así, juntos, alcancemos el Buen Vivir, el Sumak Kawsay de nuestros pueblos
ancestrales. La doctrina social de la Iglesia nos dice que el bien común es la
razón de ser de la autoridad política. Es ese bien común el que hemos tratado
de construir en Ecuador desde hace ocho años, considerando –cito- ‘al prójimo
como otro yo’, cuidando primero de su vida y de los medios para vivirla
dignamente, como nos dice la Constitución Pastoral. La Conferencia Episcopal
Latinoamericana, reunida en Medellín, nos decía hace casi medio siglo ‘el
Episcopado Latinoamericano no puede quedar indiferente ante las tremendas
injusticias sociales existentes en América Latina, que mantienen a la mayoría
de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana en muchos casos a la
inhumana miseria. Un zurdo clamor brota de millones de hombres pidiendo a sus
pastores una liberación que no les llega de ninguna parte’. Gracias a Dios la
Iglesia latinoamericana nos ha dado extraordinarios pastores, como Monseñor
Óscar Arnulfo Romero, mártir de nuestra América recientemente beatificado por
usted; nuestro Leonidas Proaño, el obispo de los indios, quien luchó por la
verdad, por la vida, por la libertad, por la justicia, los valores del reino de
Dios –como él los llamaba-. Nos dio un Hélder Câmara, ‘cuando doy de comer a
los pobres me llaman Santo; cuando pregunto por qué hay pobres, me llaman
comunista. Ahora esa iglesia nos la da usted, Francisco, el primer papa
latinoamericano’, con su mensaje profético que si alguien quisiera callar, lo
gritarán hasta las piedras. Bienvenido a su casa, Santo Padre".
DISCURSO TEXTUAL DEL PAPA FRANCISCO: "Señor
Presidente, distinguidas autoridades del Gobierno, hermanos del Episcopado,
señoras y señores. Amigos todos. Doy gracias a Dios por haberme permitido
volver a América Latina y estar hoy aquí con ustedes, en esta hermosa tierra
del Ecuador. Siento alegría y gratitud al ver la calurosa bienvenida, es una
muestra más del carácter acogedor, que tan bien define a las gentes de esta
noble Nación. Le agradezco, Señor Presidente, sus palabras. Le agradezco que
sus consonancias con mi pensamiento, me ha citado demasiado. Gracias. A las que
correspondo con mis mejores deseos para el ejercicio de su misión, que pueda
lograr lo que quiere para el bien de su pueblo. Saludo cordialmente a las
distinguidas autoridades del Gobierno, a mis hermanos Obispos, a los fieles de
la Iglesia en el país y a todos aquellos que me abren hoy las puertas de su
corazón, de su hogar y de su Patria. A todos ustedes mi afecto y sincero
reconocimiento. Visité Ecuador en distintas ocasiones por motivos pastorales;
así también hoy, vengo como testigo de la misericordia de Dios y de la fe en
Jesucristo. La misma fe que durante siglos ha modelado la identidad de este
pueblo y ha dado tan buenos frutos, entre los que se destacan figuras preclaras
como Santa Mariana de Jesús, el santo hermano Miguel Febres, santa Narcisa de
Jesús o la beata Mercedes de Jesús Molina, beatificada en Guayaquil hace
treinta años durante la visita del papa San Juan Pablo II. Ellos vivieron la fe
con intensidad y entusiasmo, y practicando la misericordia contribuyeron, desde
distintos ámbitos, a mejorar la sociedad ecuatoriana de su tiempo. En el
presente, también nosotros podemos encontrar en el Evangelio las claves que nos
permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias, fomentando
el diálogo y la participación sin exclusiones, para que los logros en progreso
y desarrollo que se están consiguiendo garanticen un futuro mejor para todos,
poniendo una especial atención en nuestros hermanos más frágiles y en las
minorías más vulnerables, que son la deuda que todavía América Latina tiene.
Para esto, Señor Presidente, podrá contar siempre con el compromiso y la colaboración
de la Iglesia, para servir a este pueblo ecuatoriano que se ha puesto de pie
con dignidad. Amigos todos, comienzo con ilusión y esperanza los días que
tenemos por delante. En Ecuador está el punto más cercano al espacio exterior:
es el Chimborazo, llamado por eso al lugar ‘más cercano al Sol’, a la Luna y
las estrellas. Nosotros, los cristianos, identificamos a Jesucristo con el Sol,
y a la Luna con la iglesia y la Luna no tiene luz propia y si la Luna se
esconde del Sol se vuelve oscura. El Sol es Jesucristo y si la Iglesia se
aparta y se esconde de Jesucristo se vuelve oscura y no da testimonio. Que
estos días se nos haga más evidente a todos la cercanía del sol que nace de lo
alto, y que seamos reflejo de su luz, de su amor. Desde aquí quiero abrazar al
Ecuador entero. Que desde la cima del Chimborazo, hasta las costas del
Pacífico; desde la selva amazónica, hasta las Islas Galápagos, nunca pierdan la
capacidad de dar gracias a Dios por lo que hizo y hace por ustedes, la
capacidad de proteger lo pequeño y lo sencillo, de cuidar de sus niños y
ancianos – que son la memoria de su pueblo-, de confiar en la juventud, y de
maravillarse por la nobleza de su gente y la belleza singular de su país, que
según el señor Presidente es el paraíso. Que el Sagrado Corazón de Jesús y el
Inmaculado Corazón de María, a quienes Ecuador ha sido Consagrado, derramen
sobre ustedes su gracia y bendición. Muchas gracias”.
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