Chile, 50 años del Golpe: El Futuro lo Hacen los pueblos
Marcelo Solervicens.
Cientista político, escritor y
analista internacional/Other News/ADDHEE.ONG
¿Por qué, en
Chile, a diferencia de otros países latinoamericanos que vivieron dictaduras
de seguridad nacional impulsadas por Washington, cobró tanta
actualidad la interpretación de la conmemoración de un golpe de estado ocurrido
hace 50 años? Responder a esa pregunta es el objetivo de este artículo.
Publicación
solicitada por la juventud Chilena y Mapuche del Movimiento Popular Rebelde 18
de octubre, desde la Plaza de la Dignidad Gabriela Mistral.
Centramos nuestra argumentación, en primer lugar, en los
elementos que nos permiten caracterizar a Chile como una sociedad en crisis y
estancada, por secuelas persistentes en materia de violaciones de DD.HH,
agotamiento del modelo capitalista/neoliberal, sin responder las
demandas ciudadanas de la rebelión popular de 2019. En segundo
lugar, analizamos algunos discursos públicos sobre el significado de la
conmemoración de los 50 años del golpe de estado cívico-militar del 11 de
septiembre de 1973. Finalmente destacamos brevemente las que creemos son las
tres contribuciones más pertinentes de la experiencia revolucionaria antes del
golpe, de partidos de izquierda, del llamado Bloque Revolucionario, (Sectores
del PS, MAPU, IC, MIR, entre otros): de la cultura que les acompañó, del apoyo
a la construcción de poder popular y la incorporación del conjunto del “pueblo”
como parte integrante de la fuerza social, en perspectiva latinoamericanista.
Su contribución a la profundización de la democracia con la participación
social, hasta las últimas consecuencias, el socialismo.
Y es que el Golpe de Estado de hace 50 años no fue una
derrota del proyecto de construcción del proyecto del pueblo, que llevó al
poder al presidente Salvador Allende Gossens Gossens y aumentaba
su apoyo a pesar de los intentos de desestabilización de la CIA, de la
oligarquía chilena y de la derecha política, que optó finalmente, para defender
sus intereses, por aplicar con sus militares amaestrados por la doctrina de
seguridad nacional, el más sangriento golpe militar de la historia de Chile.
Intentamos mostrar, que la agudización de la pugna sobre el
significado de los 50 años en el discurso público, persigue restablecer la
aceptación de una democracia realmente existente que ha terminado por
restringirse al Estado de derecho, al funcionamiento de la clase política. Una
percepción que se acompaña de la indeseabilidad de impulsar los cambios desde
la sociedad, desde el pueblo. Ello es percibido por la clase política como la
condición necesaria y suficiente para mantener el estatus quo. Creemos sin
embargo que, ayer como hoy, la posibilidad y la necesidad de los cambios para
construir una sociedad más justa, es la puerta de salida al estancamiento de la
sociedad chilena. Es la perspectiva, que animó los miles de chilenas y chilenos
incorporados crecientemente en las izquierdas revolucionarias de la época. Esas
ideas, que aunque hoy estén marginalizadas del discurso público, viven en la
memoria del pueblo, y siguen presentes en medios alternativos y en la base
social.
¿Una sociedad en crisis y estancada?
La conmemoración de los 50 años ocurre en un contexto de
profunda crisis y estancamiento de la sociedad chilena. En efecto, constatamos
la desarticulación de la llamada “rebelión” popular mediante la
represión y la violación de los DDHH por el gobierno de Sebastián Piñera.
También el rechazo al proyecto de Nueva Constitución bajo el gobierno de
Gabriel Boric en septiembre de 2022. Destacamos la actual ofensiva derechista
que busca legitimar el estatus quo y la actual constitución en diciembre, luego
de un proceso constituyente controlado por la derecha. Por su parte, el
gobierno del presidente Gabriel Boric aparece tan atrapado en los laberintos de
una democracia restringida, - en la medida de lo posible -, como los
anteriores gobiernos de la Concertación y la ex Nueva Mayoría y, por el
momento, no aspira más que al estatus quo.
Es importante constatar que el Golpe de Estado de hace 50
años no fue una derrota del proyecto de construcción del proyecto popular que
llevó al poder al DR. Salvador Allende Gossens. Los partidos de
la Unidad Popular aumentaron su votación respecto del 4 de septiembre de 1973:
del 36,4% obtenido en 1970, la UP en las parlamentarias de marzo de 1973, llegó
al 44% de los votos. Por ello, la derecha política de entonces , a pesar del
apoyo de la DC/democracia cristiana, no contaba con la mayoría necesaria
para hacerle un Golpe Institucional al presidente Allende Gossens,
pero construyeron la mentira histórica del fracaso de Allende (Roitman,
M. 2023).
Ello pese a los intentos de desestabilización de la CIA, del
Pentágono, de la oligarquía chilena y de la derecha política con la huelga de
los empresarios y transportistas, asesinatos e intentos golpistas
fracasados. La oligarquía , que optó finalmente, para defender sus intereses,
por impulsar con sus militares amaestrados por la doctrina de seguridad
nacional, el más sangriento golpe militar de la historia de Chile.
En la campaña presidencial de 2021 el ultraderechista
candidato José Antonio Kast, resucitó la falsa tesis de que el presidente “Salvador
Allende Gossens fue declarado fuera de la constitución en 1973”, en una
declaración política del 22 de agosto de 1973. (Ayala
B. et al. 2021). En el marco de la ofensiva negacionista de la derecha,
la oposición derechista retomó la consigna. Consiguió, con triquiñuelas, la
mayoría necesaria para leer la declaración de 1973, en la Cámara de diputados.
Un gesto que pretendió afirmar que el Golpe de Estado se justificaba. Lo cierto
es que la declaración leída, no contó con la mayoría constitucional necesaria
para destituir al presidente.
Lo cierto es que se trató nada más que de una declaración
política: Es lo que confirma el informe de hechos y debates en el Congreso de
la época, por David Vásquez, disponible en la biblioteca del Congreso Nacional
(Vásquez,
D. 2023). Al mismo tiempo, el que terminara sólo como una declaración,
confirmó la incapacidad de la derecha de entonces (Partido Nacional, Partido
Demócrata Cristiano, Social Democracia y Democracia Radical) para realizar lo
que hoy se califica como un golpe blando o institucional.
En los hechos, cuando la ofensiva negacionista de la derecha rescata y valida
esa declaración de 1973, no hace más que confirmar la responsabilidad de la
oposición derechista de la época en el quiebre de la democracia en Chile y la
intención de la actual oposición derechista en repetir lo que hicieron en 1973.
Deuda en materia de Derechos Humanos y cultura de
impunidad
Tras ese contexto de funcionamiento de la política, la
sociedad chilena sigue enfrentada a las mismas injusticias que desataron la rebelión
popular de octubre de 2019. Creemos que es lo que resalta el contexto de los 50
años.
En primer lugar, aunque se intenta enmarcar la conmemoración
de los 50 años en torno a la democracia y los derechos humanos, persiste la
deuda de justicia y una reparación integral hacia las víctimas de la dictadura
cívico-militar 50 años después del Golpe de Estado, de acuerdo a
los estándares internacionales. Y es que no ha sido la justicia transicional “en
la medida de lo posible” del expresidente Patricio
Aylwin, la que ha permitido obtener justicia y castigo a un cierto
número de culpables de crímenes de lesa humanidad. La jurisprudencia ha
avanzado únicamente por la perseverancia y dedicación de familiares, organismos
de DDHH, abogados y jueces consecuentes (UDP,
2023). Ellos limitaron los alcances de la, hasta hoy, vigente la ley de
amnistía de 1978 (Veloso,
P. 2014) e invocaron la figura imprescriptible del secuestro
permanente. Son ellos quienes logran mantener abiertos 1,463 procesos.
Un balance oficial mitigado por la persistente e
inaceptable incógnita sobre lo ocurrido a más de 1.162 detenidos políticos
desaparecidos por las fuerzas armadas, carabineros y civiles pese a ser un dato
oficial, reconocido en los informes Rettig (1991),
Valech (2004)
y (2011).
El decreto firmado por el presidente Gabriel
Boric, el 30 de agosto de 2023, en el marco del Día Internacional de
las Víctimas de Desapariciones Forzadas, es un paso significativo.
Efectivamente, por un lado, el “Plan Nacional de Búsqueda de Verdad y Justicia”
establece por primera vez que el Estado es quien se hace cargo con un
presupuesto permanente, como instrumento de política pública de todos los
gobiernos subsiguientes. Por un lado, promete esclarecer las circunstancias de
desaparición y/o muerte de las víctimas desaparición forzada. Por otro
garantiza el acceso a la información y participación a las y los familiares y
la sociedad respecto de los procesos de búsqueda de víctimas de desaparición
forzada. Concluye con la promesa de implementar medidas de reparación y
garantías de no repetición de la comisión del crimen de desaparición forzada.
Ciertamente, hasta ahora el “nunca más”, las garantías de
no-repetición, aparecen fútiles (Garcés,
M. 2022). Entre otros aspectos, porque se mantiene la impunidad del
presidente Sebastián Piñera, quién declaró la guerra contra su pueblo en 2019 y
también la inmensa mayoría de los agentes del Estado que cometieron graves
violaciones de los DDHH compiladas por organizaciones nacionales e
internacionales en el marco de esa rebelión popular (Solervicens,
2019). Además del uso abusivo de la detención provisoria, que termina
sin condena, se repite la
falta de reparación integral para las víctimas de la represión. Pese a
numerosas discusiones y promesas, el abogado Manuel
Acuña constataba en abril pasado, que ya se abandonó la
posibilidad de cualquier reforma o refundación de Carabineros formulada en el
programa de gobierno de Gabriel Boric. Al contrario el Congreso aprobó la Ley
21.560, más conocida como Ley Naín-Retamal para
liberar de condena por uso de armas para protegerse, una ley innecesaria según
un estudio de Ciper porque los fiscales no detenían a Carabineros por usar sus
armas.
La conmemoración de los 50 años cuestiona la cultura
de impunidad intrínseca
al funcionamiento de la democracia restringida chilena. Ella crea condiciones
estructurales de corrupción de
la clase política, ampliamente documentados y denunciados. Ella ya enlodó al
nuevo gobierno Boric por el caso convenios (Torres,
P. et al. 2023). A ello agreguemos la corrupción producto de altos
niveles de autonomía de las instituciones castrenses (“Pacogate”, “milicogate”,
caso “Fragatas”, etc.). La cultura de la impunidad afecta hoy incluso al
sistema de justicia, según Claudio Nash “la corrupción es una realidad en
nuestros tribunales” (Nash,
2020). El historiador Diego
Barría argumenta que: “La corrupción nos iguala con el resto de
Latinoamérica, pero la capacidad del Estado de entregar bienestar nos
diferencia de ella”.
Estancamiento del Modelo capitalista Neoliberal,
cuestionamiento del sistema político
En segundo lugar se vive una crisis. Existe consenso en que
la rebelión popular octubre 18/2019, cerró un periodo. El
resurgimiento del sujeto social en la política, cuestionó tanto el modelo capitalista/neoliberal
como el sistema político de democracia restringida elitista que lo sustenta (Solervicens,
2019).
En perspectiva histórica, recordemos que se justificó la
continuidad, en democracia, del modelo económico capitalista/neoliberal
de la dictadura, por un contexto mundial marcado por la victoria de occidente en
la “guerra fría”, la existencia de un mundo unipolar dominado por Washington y
medido por la versión estadounidense de la democracia liberal (Fukuyama,
F. 1999). Por una lectura pragmática de adaptación a la exitosa e
ineludible globalización capitalista/neoliberal. En lugar de propiciar
mayor valor agregado, se reforzó la inscripción dependiente de la economía
chilena en la cadena de valores de la globalización capitalista/neoliberal,
el desarrollo del capital financiero y el recurso a los paraísos fiscales (Solervicens,
M. 2021).
Sin embargo, luego de años de crecimiento, el PIB, perdió
vigor, se estancó y se prevé un crecimiento
negativo en 2023. Nadie
espera una nueva fase expansiva del capitalista/neoliberalismo
en Chile. El agotamiento económico del modelo capitalista/neoliberal
chileno es endémico, pero también se inscribe en el agotamiento de la
globalización y la desarticulación de las cadenas de valor. Un proceso
acompañado por el resurgimiento geopolítico de las fronteras y conflictos entre
Estados por zonas de influencia (Toussaint,
E. 2023). Si en 70-73 el modelo de substitución de las importaciones
estaba agotado, hoy se asiste a la crisis del capitalista/neoliberalismo,
que además ha creado zonas de catástrofes y profundizado la crisis climática.
La crisis social de octubre de 2019, reveló un profundo
cuestionamiento de la hegemonía discursiva que identifica el sentido común con
un orden de cosas que depende de los individuos. La llamada “economía del
goteo”, ya no asegura mejoramiento de sectores medios y bajos (Solervicens, M. 2020a).
Mientras tanto, se concentró el patrimonio y los ingresos en unos pocos, a un
punto que ninguna meritocracia puede justificar. La BBC publicaba
que Chile fue el país de América latina, que en 2021, concentró el mayor nivel
de patrimonio entre unos nueve ultrarricos, en relación al tamaño de su
economía, incluyendo Sebastián Piñera, la familia Luksic y Ponce Lerou. También
en 2021, el Banco
Mundial, ubicaba Chile entre los 10 países más desiguales del planeta
en cuanto a patrimonio, a salarios, acceso a la salud, educación, previsión
social y habitación, entre otros.
Control del discurso público: manejando el consenso
La pandemia del Covid-19, profundizó aún más esas
desigualdades sociales (Solervicens,
2020b). El control del discurso público ejercido mediante los medios de
comunicación empresariales, contribuyó decididamente a la derrota del proyecto
de Nueva Constitución de septiembre de 2022, ofrecido inicialmente como
alternativa de canalización institucional del descontento social (Solervicens,
2022). Tras una aparente modernidad, la sociedad chilena acumula
anomías. Entre otras, la del aumento de la delincuencia y la violencia
ciudadana que ha transformado Chile en una caricatura de su modelo, la excluyente democracia
liberal estadounidense, y los años Trump.
Los medios empresariales no consideran las falencias de Carabineros y las
policías (con altos grados de autonomía), pese a que ellas son las responsables
de que por su abandono de esos barrios, permitieron el establecimiento de zonas
controladas por el narco (Pizarro
et al. 2021).
Todos estos antecedentes apuntan a que las causas de la
crisis social de 2019, se mantienen, mientras el Estado sigue sordo a las
demandas sociales en materia de salarios, educación, salud, seguridad social,
vivienda, y vida digna. Ya hemos señalado, así como otros autores, que “la
transición chilena aparece ligada a la imposición de un esquema de democracia
representativa que excluye la organización de movimientos sociales y la acción
colectiva protagonista” (Solervicens, 1993).
Es así como la conmemoración de los 50 años ha adquirido gran importancia
política porque en condiciones de inestabilidad del sistema de dominación, las
diversas vertientes del discurso hegemónico necesitan reactualizar en el
discurso público, sus versiones específicas de la democracia liberal para
justificar la mantención del estatus quo.
La Derecha y los 50 años: Negacionismo y apología del
Golpe de Estado
La derecha política y empresarial ha salido a justificar abiertamente el golpe de Estado de 1973. El expresidente Sebastián Piñera dio la tónica de la posición de la derecha sobre la conmemoración de los 50 años. Piñera olvidó sus simbólicas críticas a los cómplices pasivos del golpe de Estado de hace diez años. Imputado como responsable de crímenes de lesa humanidad, por la represión de la rebelión popular de octubre de 2019, declaró el 18 de junio en entrevista con el Mercurio que: “El gobierno de Salvador Allende Gossens Gossens no respetó los principios de la democracia y así lo dijeron los organismos de la época”. Agregó además que para: “el 11 se terminó de derrumbar la democracia en Chile, pero no fue una muerte súbita, fue un largo proceso de deterioro de la democracia (…) en el 73 la democracia chilena venía enferma de violencia” (Biobio, 2023). Aunque Piñera condena áreas oscuras de la dictadura, como las violaciones de DDHH, rescata que también existieron áreas positivas, como las modernizaciones.
No es el único, la secretaria general de la UDI, María
José Hoffman, en entrevista con otro gran medio empresarial, La
Tercera, afirmó que las “barbaridades” de Salvador Allende
Gossens Gossens son “equiparables” con las de la dictadura. El
diputado, también de la UDI, Jorge
Alessandri, fue aún más enfático al afirmar, sin ambages: “Yo
justifico el golpe militar”. Allende “se estaba saltando las reglas”.
Otros, como el ultraderechista Republicano Luis Silva, primera mayoría en la
elección de los consejeros constitucionales agrega un intento de rehabilitación
del dictador: declaró, sin parpadear, que Pinochet desconocía
que se cometieron violaciones de DDHH inaceptables, pero que lo importante a
retener es que fue un estadista.
El periódico La
Tercera, informaba que ante declaraciones que causaban ruido y para
evitar errores comunicacionales, la derechista coalición Chile Vamos produciría
un documento para orientar las declaraciones del sector. Se trataría de
instalar el debate “como una mirada al futuro”, sobre la base de que “el
quiebre institucional no partió en 1973, sino que lo hizo antes, en 1970, desde
la llegada al poder del socialista Salvador Allende Gossens Gossens”.
Las versiones de la derecha relativizan el golpe de estado,
bajo el manto del apegó al Estado de Derecho. Sin embargo, contradicen la
realidad: fue el golpe de estado el que destruyó la democracia liberal chilena.
Es una tesis que se inscribe en las actuales justificaciones de los llamados “golpes
blandos”.
Sin embargo las interpretaciones de la derecha sobre el
Golpe cívico-militar tienen impacto en la opinión pública, porque son
privilegiadas por los principales medios empresariales, creadores
de opinión y obsecuentes con las diversas declinaciones de la derecha.
Efectivamente, la encuesta de la CERC-Mori,
reveló que el 36% de los encuestados cree que los militares “tenían razón en
dar el golpe de Estado”, mientras que 41% señaló que “nunca tienen razón”. El
19% no contestó la pregunta. Los autores de la encuesta concluyen sobre la
persistencia de la versión de la derecha sobre el golpe de estado y la figura
de Pinochet en un importante sector de la sociedad chilena.
Creemos que lo que mide es el impacto de los mensajes de los
medios empresariales sobre la población. Marta
Lagos, directora de Mori, afirma acertadamente que ello, es “un
fracaso cultural gigante para la izquierda”. Es un resultado del impacto de
una derecha, que a través de los medios empresariales, consigue definir la
agenda pública. Es lo que ocurrió para el rechazo de la Nueva Constitución
progresista el 4 de septiembre de 2022. También ocurrió cuando se trató de
imponer como “pregunta de urna” la versión conservadora de la seguridad
ciudadana, ligándola a la criminalización de la movilización social para la
elección del Consejo Constitucional del 7 de mayo, a pesar de que ello no era
el tema de dicho escrutinio (Solervicens,
2023).
Las posiciones de la derecha política y empresarial ante la
conmemoración de los 50 años del golpe son parte de una ofensiva conservadora
que busca terminar con la amenaza de un cambio sustantivo de la actual
Constitución en el plebiscito el 17 de diciembre próximo y, ganar el poder
ejecutivo en las próximas elecciones.
Gobierno de Gabriel Boric: ¿La Democracia es memoria y futuro?
“Pinochet fue dictador, antidemócrata, corrupto, ladrón y cobarde. Estadista
jamas”...
La ofensiva de la derecha sobre el significado de los 50 años, provocó una ola de críticas en redes sociales y por parte de sectores progresistas con acceso al discurso público. Por un lado, el presidente Gabriel Boric, afirmó en Twitter que “Pinochet fue dictador, antidemócrata, corrupto, ladrón y cobarde. Estadista jamás”. Por otro, en La Tercera, el periodista Daniel Matamala, causó polémica al afirmar la perogrullada, conocida en todo el mundo, de que Pinochet fue “Traidor. Asesino. Terrorista. Ladrón. Cobarde”.
El lema oficial de la conmemoración de los 50 años, en la
plataforma 50.cl, adoptado por el Gobierno del Presidente Gabriel Boric es: “Democracia es memoria y futuro”:
“el 11 de septiembre de 1973 un Golpe de Estado civil-militar interrumpió de
manera violenta la convivencia democrática de chilenos y chilena, marcando la
historia del país, y remeciendo el mundo entero. A 50 años confirmamos nuestro
compromiso con los derechos humanos, convencidos que la democracia se construye
con memoria y futuro”.
Sin embargo, la relación entre democracia y memoria, es
incierta, sobre todo cuando no se cualifica la democracia (Jelin,
E. 2014). Ello hace que la versión de la conmemoración de los 50 años
del Gobierno Boric, que condena el golpe de estado por las violaciones de los
DDHH por la dictadura, abre la puerta a diversas interpretaciones sobre las
causas del golpe: ¿Cómo es posible entender el golpe de Estado sin denunciar
las doctrinas contrainsurgentes de la guerra sucia, del plan Cóndor, esgrimidas
por el entonces llamado, imperialismo estadounidense? ¿Cómo es posible condenar
el golpe de estado sin criticar que la derecha, para no perder sus privilegios,
conspiró para derrocar el gobierno de Salvador Allende Gossens Gossens?
Ya en la cuenta a la nación el 1º de junio, el
presidente Gabriel
Boric, llamó a la unidad de cara a la conmemoración de los 50 años: a
reafirmar que “ninguna diferencia entre nosotros nos llevará a descuidar y
dejar de defender la democracia y los derechos humanos”. La conmemoración,
“nos debe ayudar a superar los tiempos de miedos y odios”.
Lo cierto es que esa deriva relativista atrapó finalmente al
Gobierno Boric, cuando en entrevista con Chile-visión afirmó
que en el marco de los 50 años “se habla mucho de la Unidad Popular y yo
creo que es un periodo a revisar. Y desde la izquierda tenemos que ser capaces
de analizarlo con mucho mayor detalle y no sólo desde una perspectiva mítica”.
Una declaración que provocó críticas entre quienes le apoyaron, entre ellos, la
del exministro de Salvador Allende Gossens Gossens, Miguel Lawner,
por no defender las medidas progresistas realizadas por el gobierno de la
Unidad Popular. El diputado del PC, miembro de la coalición de gobierno, Boris
Barrera también criticó la afirmación.
Esta versión, atribuye responsabilidades de la izquierda,
por la derrota que significó el golpe de estado de 1973. El ex ministro del
gobierno de Patricio Aylwin, Carlos
Ominami interpretó cabalmente a varios pragmáticos
exconcertacionistas y ex Nueva Mayoría, al afirmar el 2 de julio en la
Fundación Jaime Guzmán que: “La mayor responsabilidad (del gobierno
de Salvador Allende Gossens Gossens) fue intentar un proceso de
transformaciones profundas sin contar con una mayoría que la respaldara”.
Parafraseado a León Cohen afirmó que la izquierda tenía “una mirada ensoñada
del futuro sin ver el presente”. Otros, como Ricardo
Lagos Escobar, en la misma lógica pragmática, afirmaban sin
embargo, hace diez años, la enorme diferencia entre “los errores del
gobierno de Salvador Allende
Gossens Gossens y los horrores de la Dictadura cívico militar”.
La política oficial del gobierno respecto de los 50 años,
terminó inscribiéndose en la posición tradicional de la exConcertación y la ex
Nueva Mayoría. Aunque le agregue la denuncia de las violaciones de DDHH y la
defensa irrestricta de los DDHH; ella incluye como demócratas a quienes
justifican el golpe de Estado y relativizan las violaciones de los DDHH durante
la dictadura. Es así como la lógica discursiva del lema “Democracia es
memoria y futuro” apunta a restablecer un nuevo pacto social con una
derecha democrática, como afirma la líder del PS, Paulina
Vodanovic en el diario El País.
La situación es compleja, porque el gobierno del presidente
Gabriel Boric, no sólo ha intentado coordinar la conmemoración de los 50 años,
sino que además intenta fijarle los bordes. Fue esa misma lógica que llevó
a Patricio
Fernández, encargado por
el gobierno de la conmemoración de los 50 años, a separar las razones del golpe
de estado, de las violaciones a los derechos humanos cometidas por la
dictadura: “lo que podríamos intentar acordar es que procesos posteriores al
Golpe son inaceptables en cualquier pacto civilizatorio”.
Es así como más de 160 organizaciones de DDHH acusaron a
Patricio Fernández de latente negacionismo.
Ello revela que el gobierno se aleja incluso de las organizaciones de DDHH,
verdaderos referentes sociales tradicionales de las conmemoraciones del golpe.
La renuncia de Patricio
Fernández restableció los límites de aceptabilidad social que no
puede sobrepasar el gobierno de Gabriel Boric en su mano tendida a la derecha
democrática.
El discurso del gobierno de Gabriel Boric, adopta una
lógica neoconcertacionista que termina identificando la
democracia con el Estado de Derecho impuesto en dictadura y que la
profundización de la democracia solo puede darse mediante negociaciones al
interior de una clase política autocentrada y elitista, sin participación de la
ciudadanía.
El legado de la izquierda revolucionaria: “La historia es
nuestra y la hacen los pueblos”
Es así como el gobierno de Gabriel Boric termina enfrentado
a la imposibilidad de responder a las reivindicaciones de los movimientos
sociales, porque están fuera de la clase política. Es un discurso
que contrasta con la realidad, al no asumir los fracasos en profundizar la
democracia, desde 1990. Olvida que fue la rebelión popular, la única que
consiguió, en 30 años, abrir un cambio constitucional y que también fue la que
realineó el sistema de partidos, permitiendo la victoria de de Gabriel Boric a
la presidencia. En esa medida, ese discurso público, de la clase política,
sobre la conmemoración de los 50 años, considera que la movilización social es
irrelevante o incluso contradictoria con la democracia al no apegarse al Estado
de Derecho.
Es en ese contexto de la conmemoración de los 50 años del
golpe, que resuenan con fuerza las palabras finales de Salvador Allende Gossens Gossens: “La
historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Un discurso que se opone al
pragmatismo y la pretendida modernidad capitalista/neoliberal actual,
que podría haber quedado para la historia, si se hubiese roto con los años de
plomo de la dictadura cívico-militar.
Asaltar el cielo
En el contexto actual, resurgen lecturas de la izquierda
extraparlamentaria que ubican un conflicto entre el bloque del acuerdo constitucional
de 1989 y el pueblo de Chile en condiciones de profunda crisis del capitalismo
chileno periférico, dependiente y transnacionalizado (Lafferte,
C. 2023). Pese a que el sujeto social, que resurgió en la rebelión
popular, volvió a ser excluido del discurso público, esa experiencia activó
discursos, intentos organizacionales y prácticas en la base social que se
asemejan a la experiencia de hace más de 50 años, también de la lucha social
contra la dictadura y la reactivación del movimiento por los derechos del
pueblo Mapuche y los movimientos sociales sectoriales de los últimos años.
En esa perspectiva creemos que entre los tres principales
legados de la izquierda revolucionaria, del llamado Bloque Revolucionario
(sectores PS, MAPU, IC, PRR y el MIR) está, en primer lugar, una cierta cultura
que encarnó la tradición revolucionaria, históricamente presente en el pueblo
de Chile y frecuentemente aplastada por la oligarquía, del acuerdo al premio
nacional de historia, Gabriel Salazar. Su contribución al actual proceso, es la
de postular que otro Chile es posible, necesario y coincidente con el legado de
Salvador Allende Gossens Gossens, porque debe construirse desde el
pueblo. Se trata de un legado que cuestiona profundamente la hegemonía del
discurso pragmático que termina aceptando la imposibilidad de los cambios.
Una percepción que está ligada tanto a la memoria colectiva
de los militantes de partidos y organizaciones populares como. De acuerdo
a Daniela
Peña Soto, refiriéndose a una de sus vertientes, el mirismo: “es una
forma de ser y estar en el mundo”. Para otros, la rebelión popular
encarnó aquellos “prestos a asaltar el cielo”, de la carta de Karl Marx a
Kugelman sobre la Comuna de Paris. Otros, como Carlos
Sandoval, destacan la “autoridad moral para resistir”. Lo
cierto es que ese legado se inscribe en la continuidad de tendencias
revolucionarias presentes desde años en Chile, porque las revoluciones también
la hacen, “los que van quedando en el camino”(Aguirre,
I. 1970)
Una percepción que atraviesa las edades y que hace justicia
a miles de militantes que comprometieron sus vidas por la causa, sufrieron
tortura, exilio, retorno, pero que no se ven como víctimas sino que como
actores de un movimiento revolucionario por los cambios y la justicia social.
Crear poder popular con el bloque social por los
cambios
En segundo lugar, está el acompañamiento de diversas
experiencias de poder popular, que contribuyeron a crear una memoria histórica
popular, que se expresó brevemente en la rebelión popular de 2019. Una
reafirmación de que la historia la hacen los pueblos y no la clase política.
El MIR fue construido desde sectores de la izquierda
revolucionaria y sectores de la izquierda tradicional radicalizados. Ante la
victoria de Salvador Allende Gossens Gossens y la reacción de la
oligarquía y el imperialismo, el MIR decidió volcar su acción política en la
construcción del poder popular; abandonando las acciones de propaganda armada y;
protegiendo la seguridad del presidente Salvador Allende Gossens Gossens.
(Puelma,
F. 2019).
A esa contribución, se agrega la extensión
latinoamericanista de la concepción de la fuerza revolucionaria del pueblo,
incorporando a los pobres del campo y la ciudad y la reunión en los territorios
de los actores de la transformación. La ampliación del imaginario del bloque
social por los cambios, de la fuerza social revolucionaria con la incorporación
de sectores y luchas dejadas de lado por otras vertientes de la izquierda
chilena, además de la de los trabajadores, las del movimiento de pobladores,
los campesinos sin tierra, los estudiantes, los pueblos originarios.
Es así como Robinson Silva, afirma que “la idea del poder
popular, el centro del proyecto del MIR, nació no de un grupo de intelectuales,
nació de la necesidad de visibilizar a los hombres y mujeres negados por la
historia” (Silva, 2014). Destacan además, las experiencias de control
obrero y campesino en las empresas, entre otros la experiencia exitosa del
Complejo Forestal y Maderero de Panguipulli, (Cofomap) (Solervicens,
M. et al. 2022). De acuerdo a la Revista Rufián, el MIR se define y
expresa que “el pueblo puede ser chileno o Mapuche, puede ser hombre o
mujer, puede ser cristiano o ateo, puede ser miles de cosas y por eso es pueblo”,
definido como clases populares o pobres del campo y la ciudad”. Una concepción
de pueblo que habita el territorio chileno que también incorporó al pueblo
Mapuche y sus reivindicaciones territoriales, con la consigna del Movimiento
campesino Revolucionario (MCR), entre otros, que la revolución es una “corrida
de cercos desde la cordillera al mar”.
Movilización social: otro mundo es posible
Las organizaciones de poder popular fueron la respuesta del
pueblo ante la ofensiva reaccionaria de la oligarquía empresarial,
financiera-bancaria/agiotista, agrícola, monopolista y el imperialismo por
un golpe basado en la doctrina de seguridad nacional del Pentágono. El pueblo
Respondió contra el desabastecimiento patronal, con la creación de las JAP y
múltiples organizaciones de base. Frente al Paro patronal, el pliego de chile y
las amenazas del movimiento fascista, de los momios, a los llamados
al golpe de estado, el pueblo respondió con el de formas de organización de
poder popular, desde los cordones industriales hasta los comandos comunales,
pasando por experiencias directas de gestión en fábricas o empresas estatales.
Destacó la experiencia de la región de Concepción donde se
establecieron cordones industriales y se estableció la unidad de la base social
en los territorios, en reacción a las asonadas de la derecha. Por ejemplo,
después de que el “grupo móvil” de carabineros, matara al estudiante del FER,
Eladio Caamaño el 12 de mayo de 1972, los partidos Socialista, MAPU, Radical,
Izquierda Cristiana y el MIR firmaron el “Manifiesto de Concepción” y convocaron
a la Asamblea del Pueblo para el 27 de julio a un encuentro que agrupó 59
sindicatos, 6 federaciones campesinas, 31 campamentos y comités sin casa, 17
agrupaciones estudiantiles, 27 centros de madres.(Monsalvez,
D. 2021).
Es así como la experiencia de los órganos de poder popular,
como cordones industriales y sobre todo, los comandos comunales comenzaron a
formarse en 1971, en respuesta a las asonadas de derecha e intentos golpistas,
alcanzando un auge en respuesta a la huelga patronal de 1972 (Leiva,
S. 2004). Hugo Cancino, menciona más de 20 comandos comunales en
Santiago y unos 100 a nivel nacional con heterogéneos niveles de organización y
de apoyo de organizaciones de base (Cancino,
H. 1988). Esas instancias ampliaron la política a la territorialidad de
la fábrica, del servicio, del fundo, de la población, de la comuna (Seguel, P.
2015). De acuerdo a Marta
Harnecker, ellos permitían la unificación, coordinación o enlace de
acción social de hombres y mujeres, obreros, pobladores campesinos, pueblos
originarios, estudiantes, artistas, profesionales y técnicos y de
organizaciones como las JAP, juntas de vecinos, Centros de madres, campamentos
de pobladores, sindicatos etc. Ello para la defensa del gobierno popular y los
avances populares de construcción desde la base social. Hernán del Canto,
socialista, ex ministro de Allende afirmaba en diciembre de 1972, que los
comandos comunales “son organismos de la clase obrera, los trabajadores y el
pueblo que respaldan el programa y realizan en la práctica la alianza de clases”.
Es indudable que la experiencia del poder popular, es el
principal legado del llamado Bloque Revolucionario (Sectores del PS, MAPU, PC,
MIR) a la sociedad chilena para la conmemoración de los 50 años del Golpe. Esos
partidos estuvieron a la escucha de un proceso revolucionario que se había
construido desde el pueblo, por décadas: las experiencias de poder popular
contribuyeron a la profundización de la democracia permitiendo avanzar hacia
una democracia socialista, la que fue destruida brutalmente el 11 de setiembre de
1973 (Ponce, J.
et al. 2014).
La idea del poder popular no es una alternativa o propuesta
teórica del pasado, adquiere actualidad en el marco de la crisis del sistema
político de los 30 años. Y es que las diversas formas de poder popular en
las que participaron los miristas y militantes de otros partidos
revolucionarios, conservadas en la memoria colectiva del pueblo chileno,
sirvieron de referente cultural, de acuerdo a diversos autores, a los intentos
de organización popular del retorno del sujeto social en la política en octubre
del 2019, recordando que otro mundo no sólo es posible, sino que es
absolutamente necesario. Además de la protesta callejera y el heroísmo
de la Primera línea, están las asambleas territoriales
autoconvocadas, unas 110 registradas en Santiago solamente, lideradas por
Unidad Social, en respuesta a la violenta represión del derechista presidente
Sebastián Piñera (Guerrero
et al. 2019).
LO SUBRAYADO
INTERPOLADO ES NUESTRO.
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