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“Aunque sea atacada y agredida, mi Patria ni será vencida. Con la verdad
del Pueblo, la eternidad del canto…”
Pablo Neruda
“Una vez me prohibieron desde Chile, y por orden de Gabriel González Videla,
recibir en el Consulado a Pablo. Que poco me conocen, me hubiera muerto
cerrándole la puerta de mi casa al amigo, al gran poeta, y por último, a un
chileno perseguido y a quién en sus primero pasos influí con lecturas que le seleccione
y que afirmaron su recio espíritu. Y como yo también fui echada de revistas y
diarios, y lo serán muchos escritores que gritan sus verdades, ¡anonadarse o
callar! ¡Semimuerta!, allá, en Chile, se persigue o se hace sombra a los
escritores mientras están vivos y son valientes. ¡O se atreven a declarar sus
ideas y sus anhelos!”
Divina
Maestra Gabriela Mistral.
Los
escritores: Edmundo Herrera, Luis E. Aguiera, Dinko Pablov M, en el primer
viaje a Cuba 1998.
A pesar de la estrecha vigilancia, decenas de personas acompañaron al poeta
hasta su sepulcro en el Cementerio General en lo que fue el adiós a Neruda,
pero que también fue la primera manifestación masiva en el comienzo de la
dictadura militar chilena.
Edmundo Herrera, entonces Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile,
fue el primero en tomar la palabra en aquel acto. El texto de ese
discurso muy pocas veces se ha reproducido íntegramente; sólo en 1998, y casi
30 años después, la publicación La Hoja Verde lo hizo.
“Traigo esta mañana las palabras de la Sociedad de Escritores, para quien
viviera desvelado por ella. Uno de sus forjadores, uno que supo poner el
corazón alerta al servicio de la dignidad del escritor y del hombre de
Chile. Pero hoy el frío de la soledad nos azota despiadadamente.
Aquí estamos los escritores desgarrados porque el hermano mayor emprende el
camino sin regreso. Pero aquí están los barcos a la orilla del mar, en
medio de la tempestad. Aquí están los viejos barcos amigos, agitando sus
pañuelos.
Sólo podemos traerte esta mañana todas las manos de Chile que quisieran
llegar a tu lado, para que sepas que el fuego que tú encendiste está vivo en
cada corazón. Toda tu vida, tu trabajo, fue siempre en favor de Chile, de
sus hombres, en favor de la vida del hombre. Una lección que no
olvidaremos. Más allá de las líneas estéticas, tu aporte a la cultura
nacional es inmenso. La proyección de tu obra ya la han señalado los
estudiosos. Yo no vengo a dictar cátedra; vengo a decirte, compañero
Pablo que un dolor grande, un viento doloroso golpea el centro de nuestras
vidas.
Un doloroso viento azota el rostro de Chile. Hemos llegado a traerte
las manos fraternales de todos los que hemos crecido a tu sombra. No hay
edades que nos separen, sólo nos une el dolor; Chile está azotado hoy y vientos
negros corren por la patria. Pero tú y tu poesía, la poesía de Chile, se
alzan para decirte que tu ejemplo ciudadano, tu voz de poeta pleno, lleno de
humanidad por el hombre, nos alienta a seguir en el combate que por el hombre y
la belleza tú diste con ejemplar veracidad.
Vientos negros nos azotan esta mañana. Te traigo los copihues
de Chile, las piedras de Chile que tanto amaste. Los ríos te traigo, te
traigo la sencilla semilla de la creación. Te traemos, compañero Pablo
Neruda, muchas voces y llantos de toda la gente que trabaja.
El más oscuro poeta, pero amigo y compañero tuyo, viene con sus banderas a
traerte la palabra de la Sociedad de Escritores.
Aragón te lo dijo alguna vez: "Un agua amarilla golpea los
muros de mi casa" desde hace muchas noches, hay un dolor de Chile que tú
has sentido en las últimas horas golpeando el viento del sur y del norte, de
mar a cordillera.
Una vez más, compañero Pablo, volvemos a reunirnos para que sepas que aquí
están los escritores que tú abrazaste, que tú señalaste con tu cordial amistad,
para decirte que eras el hermano mayor que amábamos y que por tu trabajo y tu
lealtad al hombre mereció el afecto y la amistad más limpia. Emprendes un
viaje largo, sin rumbo conocido, y saludarás otras primaveras; otros otoños
cruzarán tu rostro; otras lluvias vendrán a inundarte; otras luces acudirán a
tus ojos. Cuando iniciábamos recién la primavera, el dolor llegó
presuroso a la vida del hombre. Tú caminas ahora, dejándonos la tarea de
buscar la esperanza que casi vemos perdida. Aquí están los rostros de los
viejos y de los nuevos escritores para decirte que un viento de dolor nos
sacude y que tenemos que detener las lágrimas que nos vienen corriendo por las
venas; aquí están las manos de los trabajadores de Chile, aquí están los
rostros de los estudiantes que quieren decirte lo que representas para el
hombre de Chile, para el hombre de América, para el Hombre. Tú lo
dijiste, hay una sola enfermedad que mata a la muerte: esa es la vida. Tú
vas silencioso por otros caminos. Poeta del dolor, del combate, de la
vida. Poeta de todos los quehaceres del hombre. Sólo vengo a
decirte, hermano, que hoy hay un gran vacío en nuestras vidas, hay un gran
vacío en nuestra sangre, porque hoy te alejas como esos planetas que nunca más
veremos a la luz del día. Pero dejas la puerta abierta de tu vida para
que en ella bebamos la ejemplar tarea de ser hombres terrenales, hombres
abiertos a todos los vientos que acuden, hombres alertas a la luz de todas las
ventanas. Te traigo el viento de los hombres de Chile, el dolor que hoy
tenemos donde la cicatriz permanece asida a nuestra sangre. Una tempestad
nos sacude ahora. Tu presencia amiga, ciudadano, se detiene. Tu
marcha toma otros rumbos.
Y nada se hace eco. Entras al silencio para que solamente hable tu
poesía, para que solamente hable tu ejemplo de hombre combatiente. Canto
de Chile, cantor de la esperanza, cantor de la muerte y de la vida, cantor del
amor pleno, hay un lazo que ata las vidas tuyas con las vidas de los
escritores. Nunca nadie podrá negarte y vivirás más allá de todas las
fronteras.
Compañero Pablo: te traigo el saludo y las palabras de muchos que como tú,
hombres sencillos, pescadores, herreros, navegantes, panaderos que tú fuiste
encontrando en el camino. Ellos me han pedido que te traiga sus manos,
que te diga que estamos con una flor roja abierta en el costado y que te diga
que estamos vivos en esta hora, que ninguna muerte nos mata
definitivamente. Que si tú te vas otros seguirán en el camino para ir
diciéndote de generación en generación que en plazas y mercados, en
calles nocturnas, en vidrieras y almacenes estará tu nombre como una bandera,
como una señal silenciosa. Iremos murmurando tu nombre de poeta ejemplar
en la tarea. Vendrán los hombres de Pisagua, de Tocopilla, de Antofagasta
adentro, de Iquique azotado, de la sal en las heridas vendrán los hombres
voceando tu nombre. Y no habrá tierra ni bala que extermine tu canto, no
habrá horizonte que te contenga. Los cielos estarán abiertos a tu canción
que nos dejas como un pedazo de fuego en las manos. Voceando tus cantatas
estaremos hasta el fin de los siglos.
Yo sólo te traigo estas palabras que la Sociedad de Escritores puso en mi
boca, para que sepas que ardemos en la noche; que una tempestad nos azota ahora
y que no estás solo. Ninguna soledad para tu corazón de fuego, ninguna
soledad para tu paso, ninguna sombra para tus caracolas. De ti nos viene
la lección de la vida y viviremos cantando los amaneceres, todos los vinos y
las flores, todas las bocas y todos los amores. De ti nos viene este amor
a la vida que tú nos señalaste.
Compañero Pablo, déjame guardar la voz para que tú hables ahora en tu
poesía, para que tú camines lento y abrazado a quienes siempre has querido,
para que puedas seguir conversando de todas las cosas que revolotean a tu lado,
junto, muy junto a la esperanza, la libertad y la belleza.”
Edmundo Herrera
Presidente de la Sociedad de
Escritores
23 de Septiembre de 1973
Parte de este discurso me lo enseñó cuando fue mi profesor, en la escuela de artes gráficas, ahí mi poesía cambió y aprendí a escribir con letras de fuego... hasta suempre angel ebrio
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