¿Será la ONU un posible objetivo de un Estados Unidos vuelto loco?
Son decisiones que en su mayoría diseñó y aplicó el
recién creado Departamento de Eficiencia Gubernamental (Doge, en inglés), en
manos de Musk.
Y seguramente haya mucho más por venir.
Los recortes quedaron especialmente simbolizados
con una imagen de Musk empuñando una pesada motosierra con la que pretendía
acabar con el «gasto innecesario». La motosierra fue un regalo del presidente
argentino, el ultraderechista Javier Milei, que tiene esa herramienta como
símbolo de su propio mandato.
Pero los despidos y las posteriores revocaciones de
parte de ellos han provocado el caos en la capital del país.
Y la indignación política se está convirtiendo
rápidamente en la norma.
Musk, el multimillonario de la tecnología, que
actúa como un primer ministro virtual para el presidente Trump, ha pedido a
Estados Unidos que abandone la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(Otan) y las Naciones Unidas.
«Estoy de acuerdo», escribió en respuesta a una
publicación de un comentarista político de derecha, diciendo que «es hora» de
que Estados Unidos abandone la Otan y la ONU.
La amenaza contra la ONU se ha reforzado tras la
iniciativa de varios legisladores republicanos, el partido de Trump, que han
presentado un proyecto de ley sobre la salida de Estados Unidos de la ONU,
alegando que la organización no se alinea con la agenda de «Estados Unidos
primero» de la administración en el poder desde el 20 de enero.
¿Qué es lo siguiente?
¿La derogación del
Acuerdo de Sede de 1947 entre Estados Unidos y la ONU estará entre los próximos
pasos?
Ese acuerdo de hace 78 años ayudó a establecer el
organismo mundial en lo que entonces era un antiguo y decrépito matadero de
Turtle Bay, en la ribera del río Este, en Nueva York.
El Acuerdo es un tratado internacional y, según el
derecho internacional, los tratados son generalmente vinculantes para las
partes que los firman. Sin embargo, Estados Unidos tiene su propio proceso
constitucional para retirarse de los tratados.
En un artículo publicado en The Wall Street Journal
el 14 de marzo, titulado «La ONU está estafando a Estados Unidos en Nueva
York», Eugene Kontorovich, investigador principal de la derechista Fundación
Heritage y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad George Mason,
señala que los tiempos han cambiado drásticamente desde que Estados Unidos
suscribió ese tratado.
Recuerda que cuando el país se ofreció a acoger la recién
creada ONU, se acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y
existía una ola de optimismo sobre la capacidad de la organización para
prevenir futuras guerras.
John D. Rockefeller Jr. donó el terreno y la sede
recibió un préstamo interestatal gratuito de Washington que hoy en día valdría
miles de millones.
Las Naciones Unidas no serán trasladadas a menos
que el distrito de la sede deje de utilizarse para ese fin, dice el acuerdo.
Algunos funcionarios de la ONU han interpretado que esto significa que la ONU
no puede ser desalojada.
«Pero el acuerdo es un tratado, y la norma por
defecto del derecho internacional es que los tratados, a menos que digan lo
contrario, duran tanto como las partes lo deseen», argumenta Kontorovich.
A su entender, «si Estados Unidos cancela el
tratado, todo el acuerdo desaparece, nada en el texto del tratado prohíbe la
retirada».
De hecho, plantea, «si se hubiera pretendido un
acuerdo irrevocable, el Congreso (de Estados Unidos), que es necesario para
aprobar los tratados, no habría permitido que el acuerdo se aprobara sin
hacerlo explícito».
Aunque el tratado se refiere a la sede «permanente»
de la ONU, esto simplemente significa «duradera», dice el ideólogo
ultraconservador. Muchos tratados internacionales utilizan «permanente» de esta
manera, para significar duradero, no eterno. Pone como ejemplo que La Corte
Internacional de Justicia Permanente duró de 1922 a 1946.
«Trump debería reabrir el acuerdo de 1947 sobre la
ubicación de su sede. Fue un terrible negocio inmobiliario», considera
Kontorovich.
Stephen Zunes, profesor de Política y Estudios
Internacionales en la estadounidense Universidad de San Francisco, dijo a IPS
que la extrema derecha lleva mucho tiempo defendiendo la idea de trasladar la
sede de las Naciones Unidas fuera de Estados Unidos, y que en general se
considera una idea marginal que no debe tomarse en serio.
Sin embargo, como ya ha demostrado la
administración Trump, incluso las propuestas ideológicas más extremas pueden
acabar aplicándose como política, advirtió.
«Estados Unidos no siempre ha cumplido con sus
obligaciones en virtud del tratado», detalló.
Zunes puso como ejemplo lo sucedido en 1988, cuando
la administración de Ronald Reagan se negó a permitir que el presidente de la
Organización de Liberación de Palestina, Yaser Arafat, se dirigiera al
organismo mundial.
Ese veto, recordó, «provocó que toda la Asamblea
General se trasladara a Ginebra para escuchar su discurso». En la ciudad suiza
tienen su sede varios organismos de la ONU, entre ellos todos los vinculados a
los derechos humanos.
Para el especialista en asuntos
internacionales, trasladar la sede de las Naciones Unidas fuera de
Estados Unidos «simbolizaría el fin del liderazgo mundial que hemos tenido
desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los aliados victoriosos
establecieron el organismo mundial».
Junto con la decisión de la administración Trump de
disolver la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional
(Usaid), el Programa Fulbright y otros símbolos del liderazgo estadounidense a
nivel internacional, acabaría con cualquier apariencia de que Estados Unidos siga
siendo una fuerza preeminente en la cooperación internacional.
Pero Zunes reflexionó que ya antes del regreso de
Trump a la Casa Blanca, tras gobernar el país entre 2017 y 2021, Estados Unidos
se ha convertido cada vez más en un caso atípico en lo que respecta a la
comunidad internacional, en lugar de un líder o socio.
«Esto es cierto incluso bajo administraciones
demócratas, como indican las posiciones rebeldes de Joe Biden con respecto a la
guerra de Israel en Gaza, el Estado palestino, la Corte Internacional de
Justicia, la Corte Penal Internacional y otras instituciones de la ONU», dijo.
Tener la sede de la ONU en un lugar más neutral
puede acabar siendo lo mejor, consideró Zunes, quien ha escrito extensamente
sobre la política de las Naciones Unidas.
Desde el 20 de enero, Estados Unidos se ha retirado
del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y de la Organización Mundial de
la Salud (OMS).
Además, ha advertido de que otras dos
organizaciones de la ONU «merecen un nuevo escrutinio»: la Organización de las
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y la
Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Medio Oriente
(Unrwa).
Es una advertencia que se considera una amenaza
velada de retirada de Estados Unidos de las dos agencias de la ONU.
Además, Estados Unidos ha recortado 377 millones de
dólares en fondos para el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), un
organismo de la ONU que atiende la salud reproductiva y sexual.
Entre tanto, hay indicadores de que los organismos
de la ONU están trasladando algunas de sus funciones fuera de Estados Unidos.
El propio secretario general de la ONU, António
Guterres, dijo a los periodistas en una sesión informativa en febrero, que
«hemos estado invirtiendo en Nairobi, creando las condiciones para que Nairobi
reciba servicios que ahora se encuentran en lugares más caros».
La capital de Kenia es ya sede permanente del
Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), por lo que el
organismo mundial tiene una infraestructura básica allí.
«La Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la
Infancia) pronto transferirá algunas de sus funciones a Nairobi. Y el Unfpa se
trasladará esencialmente a Nairobi. Y puedo daros muchos otros ejemplos de
cosas que se están haciendo y que corresponden a la idea de que debemos ser
eficaces y rentables», dijo Guterres.
Preguntado sobre la posible retirada de Estados
Unidos del organismo mundial, Martin S. Edwards, decano asociado de Asuntos
Académicos y Estudiantiles de la Escuela de Diplomacia y Relaciones
Internacionales de la estadounidense Universidad de Seton Hall, dijo a IPS que
no estaría claro cuál sería la intención al respecto de Washington.
De hecho, lo que es seguro, señaló, es que sería un
error de proporciones gigantescas.
A su juicio, la administración Trump, únicamente
para ganarse el favor de una pequeña fracción de su base más ailacionista,
estaría entregando una enorme victoria diplomática a China, que no dudaría en
aprovechar la oportunidad de albergar la sede de la ONU.
«Incluso esta Casa Blanca tiene que ver eso, así
que no veo que esto promueva los intereses de Estados Unidos de ninguna manera.
Al contrario, si la Casa Blanca no considerara importante la ONU, no habrían
designado a Elise Stefanik como su embajadora ante la ONU», planteó.
En un artículo publicado en Washington Examiner en
enero, se recordaba que Stefanik había sido hasta su nuevo encargo la cuarta
republicana en rango en la Cámara de Representantes, lo que significaba que
Trump había seleccionado para la ONU a una figura de alto nivel.
Además, la nueva embajadora ante la ONU ya se había
comprometido a utilizar sus habilidades como legisladora para investigar el
financiamiento al organismo mundial y recortar su presupuesto de ser necesario.
«Como integrante del Congreso, también entiendo
profundamente que debemos ser buenos administradores del dinero de los
contribuyentes estadounidenses», dijo entonces Stefanik.
Para la nueva embajadora, «Estados Unidos es,
con diferencia, el mayor contribuyente de la ONU. Nuestros impuestos no
deberían ser cómplices en el apoyo a entidades que van en contra de los
intereses estadounidenses, son antisemitas o se dedican al fraude, la
corrupción o el terrorismo».
En la actualidad, como su mayor contribuyente
individual, Estados Unidos aporta 22 % del presupuesto ordinario de las
Naciones Unidas y 27 % del presupuesto de mantenimiento de la paz.
Pero Washington adeuda al día de hoy 1500 millones
de dólares al presupuesto ordinario de la ONU, lo que contribuye particularmente
a la crisis de liquidez del organismo mundial.
De hecho, entre el presupuesto ordinario, el
presupuesto de mantenimiento de la paz y los tribunales internacionales, la
cantidad total de la deuda de Estados Unidos con el organismo mundial asciende
a 2800 millones de dólares.
*Ex jefe de la oficina de IPS en las Naciones
Unidas y director regional de América del Norte, ha estado cubriendo la ONU
desde finales de los años 1970. Autor del libro «No Comment – and Don’t Quote
Me on That», es redactor jefe de IDN, con sede en Berlín, ex funcionario de la
ONU y antiguo miembro de la delegación de Sri Lanka en las sesiones de la
Asamblea General de la ONU. Becario Fulbright con un máster en Periodismo por
la Universidad de Columbia, Nueva York, compartió la medalla de oro en dos
ocasiones (2012-2013) a la excelencia en reportajes sobre la ONU concedida por
la Asociación de Corresponsales de la ONU (UNCA).
Lo subrayado
interpolado es nuestro.
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