El fenómeno Trump:
Por Prof. Boaventura
de Sousa Santos* – Diario
RED, xinhuanet, la jornada de México, Other News, Tektonikos, red latina sin
fronteras, en red, el salto diario, el clarín de chile, ACHEI, ADDHEE.ONG:
Nuestro prolegómeno:
Los Profs. Noam Chomsky, Boaventura de Sousa Santos y el Dr. Roberto Savio y una minoría de intelectuales consientes del peligro que encierra el desquiciado proyecto y régimen autoritario del convicto presidente Trump, para la sobrevivencia de los pueblos enajenados de Estados Unidos y de la Unión Europea – ¡No viven! -, ¿Podrán salvarlos o será demasiado tarde?. “La historia se repite primero como farsa y después como tragedia. Quien no aprende las lecciones que le da la historia, ayer, con el convicto canciller/presidente Hitler, hoy, con el convicto presidente Trump, está condenado a repetirlas”...
Todo esta
dicho, pero como nadie hace caso hay que volverlo a repetir...
Porf. Moreno
Peralta/IWA
Secretario Ejecutivo ADDHEE.ONG
Reflexiona el Prof. De Sousa Santos
Toda normalidad
induce y tolera cierto tipo de extremismo. Más allá de cierto límite, o el
extremismo se neutraliza o el extremismo establece una nueva normalidad. La
normalidad en Estados Unidos es el cumplimiento de la Constitución y, en lo que
respecta a las relaciones internacionales, es poner ese cumplimiento al
servicio de los intereses de Estados Unidos, el único aliado incondicional de Estados
Unidos. Quiero decir incondicional en el
sentido más fuerte de la palabra: cualquiera que socave estos intereses será
neutralizado, aunque sea el Presidente. La neutralización es responsabilidad
del Estado profundo, el Estado profundo que de hecho gobierna Estados Unidos
tal y como lo conocemos. El término “Estado
profundo” solo empezó a utilizarse en referencia a Estados Unidos durante
el primer mandato de Trump, a menudo invocado por él como chivo expiatorio de
sus fracasos.
Se refiere a la
existencia de intereses muy poderosos y bien organizados que, sin ningún
escrutinio democrático, deciden el destino del país en momentos de grave
crisis. Es en esos momentos cuando se producen acontecimientos dramáticos, o
decisiones oscuras cuyas causas nunca se aclaran del todo. Por ejemplo, el
asesinato del presidente John Kennedy (1963); Watergate (1972); Irán-Contra
(1981-1986); el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York conocido como
11-S (2001); la invasión de Irak «justificada» por unas armas de destrucción
masiva inexistentes (2003), etc.
Concebido de
diversas maneras, el Estado profundo es hoy un tema ineludible y su aplicación
es tan pertinente en países considerados autoritarios como en países considerados
democráticos. (Para el caso de Estados Unidos, véase, por ejemplo, Peter Dale
Scott, The American Deep State: Big Money, Big Oil and the Struggle for
Democracy, 2015; Mike Lofgren, The Deep State: The Fall of the Constitution and
the Rise of a Shadow Government, 2016)[1]. Por ahora, el Gobierno de
Donald Trump es una excepción autorizada y el espectáculo del extremismo. Si la
normalidad sucumbirá o prevalecerá, si el extremismo de Trump se mantiene o no
dentro de los límites tolerables, son, por el momento, cuestiones abiertas.
Como lo está el futuro de Trump. Por
ahora, legalmente, sólo el sistema judicial tiene algún poder para detener a
Trump. En cuanto al Estado Profundo, no sabremos nada hasta que su intervención
sea completa.
El espectáculo genera
un proceso de retroalimentación permanente: Donald Trump abre los informativos
de casi todas las televisiones del mundo en días consecutivos. El mundo parece
estar patas arriba. De un día para otro, Estados Unidos es (o parece ser) el
aliado de Rusia contra Ucrania y Europa. ¿Quién
podía imaginar que EE.UU. votaría junto a China, Corea del Norte e Irán en la
ONU la resolución para condenar la invasión rusa de Ucrania? El mayor
problema para el mundo no es Trump, sino la forma en que los líderes mundiales
tratan sus posiciones. Por otra parte, contrariamente a lo que retrata la
espuma de los días, el comportamiento de Trump es menos errático o imprevisible
de lo que se podría pensar.
Los principales
ejes de su política a la luz de sus primeros pasos son los siguientes:
1- Los negocios
unen y la política divide. La división política debe utilizarse para mejorar
los negocios, no para destruirlos. En este terreno, Rusia es más prometedora
que Europa.
2- El armamento es
crucial para la economía de Estados Unidos, pero debe venderse, no utilizarse,
y desde luego no por Estados Unidos.
3- En términos de rivalidad económica, sólo China
cuenta.
4- El capitalismo determinista
globalizado debe afirmar su ADN colonialista. El colonialismo es el saqueo
de los recursos naturales. Sin él, no hay capitalismo. Los palestinos son
indígenas. Igual que los congoleños, o los latinoamericanos y caribeños de
su patio trasero.
5- Surgirá una
nueva normalidad no sólo en Estados Unidos sino en el mundo: oligárquica,
autoritaria, fascista en el fondo, democrática en la forma. Es el verdadero fin
de la historia que sólo los ingenuos (como Francis Fukuyama) veían residir en
el liberalismo capitalista.
La respuesta de
Europa
El enfrentamiento
«nunca visto» con Zelensky en el Despacho Oval de la Casa Blanca poco tuvo que
ver con Zelensky. Con una puesta en escena perfecta, Trump quería sobre todo
humillar a Europa humillando a su héroe, el gran campeón de la democracia.
También quiso humillar a Joe Biden por haber impedido que la guerra acabara dos
meses después de empezar; y también por estar convencido de que Biden está
muerto en Estados Unidos pero vivo en Europa. Y Europa se comportó como Trump
esperaba de unos dirigentes mediocres que no saben nada de negocios. Europa
entró en la guerra presionada por Estados Unidos a través de la OTAN. La OTAN
es Estados Unidos y poco más. La invasión de Rusia fue ilegal y reprochable, pero
ya está plenamente documentado que fue provocada por Estados Unidos, convencido
de que debilitar a Rusia era debilitar a un aliado clave de China. Trump tiene
la opinión contraria. Por un lado, para él, sólo una alianza calibrada con
Rusia puede debilitar a China. Por otro lado, Europa tiene características
contrarias a lo que Trump imagina para EE.UU. y el mundo: es demasiado laica y
liberal; tiene sistemas públicos de sanidad y educación robustos (hasta ahora);
«excesiva» protección laboral; «excesiva» protección medioambiental y
«excesiva» regulación estatal. En resumen, Europa es débil porque tiene
un Estado fuerte, porque carece de recursos naturales y porque no puede
defenderse de los ataques exteriores sin el apoyo de Estados Unidos.
De lo que no se dan
cuenta los líderes europeos es de que la verdadera debilidad de Europa (no la
debilidad de Trump) ha sido deseada e inducida por Estados Unidos desde el fin
de la Unión Soviética. Desde muy pronto, Estados Unidos temió que Europa se
convirtiera en un actor global, alimentando así el multipolarismo, que siempre
ha sido temido por Estados Unidos, que no puede imaginar (y teme) dejar de ser
el único actor global. Cuando el Presidente Chirac de Francia y el Canciller
Gerhard Schröder de Alemania se opusieron a la invasión de Irak, Estados Unidos
tomó nota de que los aliados europeos eran futuros rivales en un mundo
multipolar. Este recelo aumentó con el Tratado de Lisboa de 2007, la
inauguración en 2011 del primer gasoducto Nord Stream para suministrar energía
rusa barata a la mayor economía de Europa (y a otros Estados europeos) y el
refuerzo del pacto fiscal para fortalecer la integración europea ese mismo año.
Además, la preferencia de Alemania por el Nord Stream y de Italia (Berlusconi)
por el South Stream aumentó la suspicacia contra estos dos países considerados
socios estratégicos de Rusia[2]. El mismo recelo contra un multipolarismo que
debilitaría a Estados Unidos está en la raíz del apoyo estadounidense al Brexit
(2016-2020). En otras palabras, los
mediocres líderes europeos de la última década no se dieron cuenta de que Estados
Unidos buscaba debilitar a Europa para poder ahora despreciarla… por débil.
Una vez retirado el
apoyo estadounidense a la continuación de la guerra, los líderes europeos, bien
engrasados por el lobby de la industria armamentística estadounidense, en lugar
de sentirse aliviados por librarse de una guerra que les ha sido impuesta y que
les llevará a la ruina financiera -y a la destrucción de Ucrania-, han asumido
como misión histórica la continuación de la guerra y la preparación de otras
guerras, y pretenden vender esta idea suicida a los europeos inventándose un
nuevo peligro: la amenaza rusa. En definitiva, Europa ha mordido el anzuelo de
Trump: se rearmará para seguir desarmándose social y políticamente. Las armas
más complejas y caras serán compradas a la industria militar estadounidense.
Una vez más, Trump ha logrado su objetivo: el equipamiento militar es crucial
para hacer negocios, no para hacer la guerra. Al rearmarse, Europa transfiere
la inversión en políticas sociales y transición energética a la inversión en
armamento y, como resultado, aumenta la desigualdad social y la polarización
social, e ignora el peligro de colapso ecológico. Abre un campo fértil donde
pastan ideas y políticas de extrema derecha. En otras palabras, se ha
convertido en una réplica barata de Estados Unidos. El autoritarismo fascista con fachada democrática está en el horizonte,
tal y como Trump quiere para Europa y el mundo.
En definitiva, al
rearmarse, Europa se está desarmando. En unas décadas, la economía europea en
su conjunto no estará entre las diez mayores del mundo. Y el desarme social
sólo beneficiará a la extrema derecha, que por el momento, al menos a través de
la voz de Viktor Orban, parece más partidaria de la paz y más resistente a la orgía
de preparación para la guerra que otras fuerzas políticas de derecha e
izquierda.
¿Existe una amenaza
rusa?
Europa sólo sería
un aliado rival a respetar si permaneciera unida a Rusia, el país con mayor
superficie del mundo y recursos naturales en gran parte sin explotar. Esta fue
la propuesta que dominó el eje París-Berlín en las dos primeras décadas del
siglo XXI. ¿Existe hoy una amenaza rusa contra Europa cuando Putin pide a los
empresarios europeos que vuelvan a Rusia? ¿Es una transferencia subliminal del
anticomunismo a la rusofobia? La rusofobia es algo mucho más antiguo y se
remonta al menos a finales del siglo XIX. Fiel a su proyecto revolucionario, el
propio Karl Marx puede considerarse rusófobo, por un momento, en las cartas que
escribió en 1878 a Wilhem Liebknecht, padre de Karl Liebknecht. El objetivo era
combatir al reaccionario imperio ruso, que en ese momento estaba en guerra con
el no menos reaccionario imperio otomano. Ante la pasividad de Inglaterra y
Alemania, Marx se desahogó en francés: «Ya no hay Europa»[3] Tras la Segunda
Guerra Mundial, la rusofobia se metamorfoseó en anticomunismo. El gran pilar
del anticomunismo en Europa fue el catolicismo conservador[4] y, en Estados
Unidos, el macartismo. Pero la rusofobia también alimentó durante décadas la
ideología comunista de la China de Mao Zedong y la ideología imperial de Japón.
En Occidente, los acuerdos de Yalta mantuvieron a raya los impulsos más
extremistas. Cabe recordar que en 1955 el ejército soviético (perteneciente al
régimen fascista) se retiró de Austria a cambio de la neutralidad de
este país. El mismo tipo de propuesta hizo Gorbachov en 1990 cuando aceptó la
reunificación de Alemania.
La idea de la
amenaza rusa era especialmente comprensible en los países del norte y el este de
Europa. Recordemos que, para Lenin, la época de la Revolución Rusa estaba
condicionada por la necesidad de acabar con la guerra a toda costa. Y el coste
era alto porque Rusia perdió alrededor del 30% del territorio que antes había
formado parte del Imperio Ruso. Los bolcheviques aceptaron la independencia de
Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Ucrania y Bielorrusia, los cinco últimos
países ocupados entonces por Alemania. Fue un tratado efímero, dado el
resultado de la guerra, pero las guerras locales que siguieron (entre Ucrania y
Polonia, por ejemplo) y la Segunda Guerra Mundial cambiaron de nuevo el mapa
geopolítico de esta región, una región que, hasta la guerra de Ucrania, se
consideraba periférica, como los Balcanes, y de poca importancia para los
grandes proyectos europeos (es decir, el eje París-Berlín). La rusofobia está
volviendo precisamente porque ahora el centro de Europa parece haberse
desplazado a Ucrania, Europa del Este y los países bálticos.
En mi opinión, la mayor amenaza para Europa proviene
de su incapacidad para acercarse a Ucrania distanciándose de Zelensky. Trump
intentó demostrar a los europeos que Zelensky era parte del problema, no de la
solución. Los líderes europeos, mostrando su pobreza política, hacen la vista
gorda ante los partidos democráticos prohibidos, la censura, los demócratas
encarcelados en Ucrania y la fuerte presencia nazi en el ejército ucraniano. Al
entronizar a un presidente de dudosas credenciales democráticas, están
practicando un «cambio de régimen» a la inversa, haciendo todo lo posible para
impedir que surjan en Ucrania otros líderes que, en unas elecciones libres y
justas que no estén dominadas por la paranoia rusófoba, reconstruyan el país y
hagan prosperar la democracia. El martirizado pueblo de Ucrania se merece eso y
mucho más.
¿Qué futuro le
espera a Europa?
Hasta la guerra de
Ucrania, Europa parecía un oasis en un mundo convulso. Para los de fuera,
Europa tenía tres características difíciles de encontrar en ningún otro lugar
del mundo: libertad individual (la democracia se considera robusta),
solidaridad social y paz. Para quienes vivían en Europa, estas características
eran en parte verdad y en parte ficción. Las desigualdades sociales crecían;
Bruselas era más una comunidad de grupos de presión y burócratas
escandalosamente bien pagados que de demócratas centrados en los intereses de
los ciudadanos; la xenofobia iba en aumento, tanto como causa como consecuencia
de la polarización procedente de la extrema derecha en ascenso. Se había
instalado un malestar tras treinta años de críticas alimentadas sobre todo por
el neoliberalismo nacional e internacional, para el que el Estado del bienestar
era inviable y la privatización de las políticas públicas (sobre todo las más
ligadas al bienestar de las personas: sanidad, educación, sistema de pensiones)
era la solución.
La Primera Guerra
Mundial supuso la desaparición de cuatro imperios, tres de ellos europeos
(ruso, alemán, austrohúngaro y otomano); la Segunda Guerra Mundial supuso el
colapso del imperio japonés, la aparición del imperio soviético y la
consolidación del imperio estadounidense, mientras los imperios europeos
agonizaban en el Sur global (incluido el Caribe). Por mencionar los casos más
destacados, el imperio holandés en Indonesia, el inglés en la India, el francés
en Argelia y los países del Sahel, y el portugués en el África subsahariana. Un
antiguo nuevo imperio, China, está resurgiendo subrepticiamente. Europa está
fuera del juego interimperial y ha decidido trágicamente optar por la política perdedora,
tanto frente al imperio estadounidense como frente al chino. Mientras que las
antiguas colonias europeas han aprendido a sacar partido de las rivalidades
interimperiales, Europa, tan adicta al recuerdo de su pasado imperial, se niega
a aprender de sus antiguas colonias y prefiere un no-lugar, una especie de
subcontinente sin hogar. Como las poblaciones sin hogar, estará sometida a todo
tipo de intemperies.
[1] Otra concepción
del “Estado profundo” puede leerse en Jon D. Michaels, ‘The American Deep
State’ (2018) 93(4) Notre Dame Law Review 1653-1670.
[2] En 2008, Casa
Banca intentaba organizar una alternativa energética desde Estados Unidos en
los países del norte y este de Europa. Entre estos países se encontraban
Ucrania, Polonia, los países bálticos y los países escandinavos. Véase Domenico
Caccamo, «Europa 2005-2011: gli sviluppi istituzionali dell’eu visti da
Washington» Rivista di Studi Politici Internazionali, abril-junio de 2012,
nuova serie, vol. 79, nº 2 (314) pp. 189-209. Quizá esto ayude a entender lo
ocurrido con Nord Stream en 2022.
[3] Bruno
Bongiovanni, «Marx, la Turchia, la Russia: due lettere», Belfagor, vol. 33, nº
6, 1978, pp. 635-651.
[4] Rosario
Forlenza «El enemigo interior: el anticomunismo católico en la Italia de la
Guerra Fría» Past & Present, 235 (mayo de 2017), pp. 207-242.
*Sociólogo.
Profesor catedrático jubilado de la Facultad de Economía de la Universidad de
Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison
(EE.UU.)
Lo subrayado/interpolado
es nuestro.
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