Venezuela: la gran perplejidad
Por Prof. Dr. Boaventura de Sousa Santos/ Xinhua,
Lo que me impulsa a escribir es la perplejidad que
me produce la sorprendente atención informativa mundial sobre Venezuela, toda
ella guiada por la certeza de que ha habido fraude y de que Nicolás Maduro es un
dictador sanguinario. El genocidio de Gaza parece un episodio de videojuego
comparado con la gravedad de lo que está ocurriendo en Venezuela. Las crisis en
Sudán, Kenia, Tanzania, Nigeria y Guatemala son triviales comparadas con el
horror en Venezuela. Este enfoque global y políticamente monolítico sobre
Venezuela me recuerda a otro reciente centrado en Ucrania. ¿Estamos ante un
nuevo episodio de guerra de propaganda, parte inherente de la estrategia de
cambio de régimen?
Cualquiera que conozca la historia de los Estados
Unidos sabe que la defensa estadounidense de la democracia siempre ha estado
subordinada a los intereses económicos y geopolíticos del país, definidos por
las clases, grupos económicos o élites dominantes del momento. La izquierda democrática
latinoamericana ha tenido una trágica experiencia de ello.
Cabe preguntarse, por tanto, por qué Estados Unidos
estan tan interesados en la defensa de la democracia en Venezuela. En mi
opinión, la respuesta es relativamente obvia. Estados Unidos quieren controlar
las mayores reservas certificadas de petróleo del mundo y cerrar las puertas de
América Latina a China, tal y como ha hecho en Europa.
Como ha sucedido en muchos otros países (más
recientemente en Ucrania en 2014), se trata de una estrategia de cambio de
régimen. Dado que el objetivo es el mencionado, apoya a aquellas fuerzas
políticas que garanticen la salvaguarda de ese objetivo. En Venezuela, dado el
fuerte sentimiento soberanista que se remonta a mucho antes de Hugo Chávez Frías,
esa garantía la dan las fuerzas más extremistas e incluso fascistas de Corina Machado.
Hay otra oposición en Venezuela, alguna antichavista, alguna formada por
chavistas disidentes, democrática, moderada, alguna de izquierdas, pero nunca
se la menciona, porque esa oposición, por muy anti-Maduro que sea (y lo es), es
soberanista. Por lo tanto, no es fiable desde el punto de vista de los
intereses económicos y geoestratégicos de los Estados Unidos.
Hace unos diez años, la situación en Siria era algo
similar. Había una oposición democrática moderada al gobierno de Assad, pero no
era esta oposición la que contaba con el apoyo de la «comunidad internacional».
Eran los extremistas islámicos, y las razones eran las mismas. Lo específico
del caso de Venezuela es el entusiasmo con que parte de la izquierda
democrática latinoamericana se alinea con los Estados Unidos en esta cruzada.
Oficialmente es al revés, es decir, son los Estados Unidos los que apoyan las
iniciativas latinoamericanas, pero la verdad oficial en este terreno es, en el
mejor de los casos, una verdad a medias. Este sector de la izquierda
latinoamericana muestra claramente que la defensa de la democracia tiene
prioridad sobre la defensa de la soberanía. No sólo se suma al «clamor mundial»
sobre el fraude, sino que propone nuevas elecciones, incluso antes de que el
Tribunal Supremo venezolano se haya pronunciado.
En mi opinión, esta medida es peligrosa e incluso
suicida para la democracia latinoamericana, dado el contexto internacional en
el que estamos entrando. No hace falta ser sociólogo para predecir que el cuestionamiento
de las elecciones en un determinado país y la exigencia de nuevas elecciones
podrían desencadenarse en un futuro próximo, si así lo requieren los intereses
económicos y geoestratégicos de la potencia dominante en el subcontinente. El
abrazo que algunos de los países fundadores de los BRICS dieron a Nicolás
Maduro resultará cada vez más un abrazo fatal, ya que Rusia, China e Irán (que
pronto se unirá a los BRICS) llevan años en el punto de mira de Estados Unidos.
Otro miembro fundador de los BRICS es Brasil. Si
los intereses de Brasil y Estados Unidos parecen coincidir en la defensa de la
democracia, cuesta creer que ocurra lo mismo con los BRICS. Por mucho que les
duela admitirlo a los brillantes diplomáticos brasileños, desde la perspectiva
de los intereses geopolíticos de Estados Unidos, Brasil significa dos cosas: la
Amazonia y el bloqueo de China en América Latina. En cuanto a esto último, lo
máximo que aceptaran los Estados Unidos es la escisión (y el consiguiente
debilitamiento) de los BRICS, que esperan que pueda producirse a través de una
posible alianza entre Brasil y la India de Narendra Modi.
Si esto no ocurre, y si es cierto que los intereses
económicos y geopolíticos de EE.UU. siempre prevalecen en esta región, no se
puede descartar que dentro de unos años estemos frente al «clamor
internacional» de fraude en las elecciones brasileñas, exigiendo un recuento de
los votos y posiblemente nuevas elecciones, incluso antes de que las
instituciones nacionales encargadas de certificar las elecciones se hayan
pronunciado. El objetivo siempre será el cambio de régimen. De hecho, esto ya
se ha intentado en Brasil, y de la forma más violenta, el 6 de enero de 2023.
Es poco probable que esto ocurra y, desde lo más profundo de mis convicciones
políticas, espero que nunca ocurra. Lo que me inquieta es que el procedimiento
de poner a un país soberano en la alternativa de repetir elecciones o de
convertirse en un paria internacional esté siendo legitimado por fuerzas
políticas que, si de algo sirven las lecciones de la historia, tienen más
probabilidades de ser víctimas de él en el futuro. Por último, si este tipo de
defensa de la democracia se impusiera sobre todo lo demás, cabría predecir que
la misma izquierda latinoamericana, por coherencia, apuntaría después a Cuba.
Afortunadamente, se trata de una predicción
errónea. Cuba no tiene recursos naturales y, en cualquier caso, después de todo
lo que ha pasado desde la Revolución Cubana, Estados Unidos puede prescindir de
la ayuda de los gobiernos latinoamericanos de izquierda para provocar un cambio
de régimen en el Caribe.
LO
SUBRAYADO/INTERPOLADO ES NUESTRO.
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