Puel Mapu_Neuquén, Comunidad Lafquenche: Resistencia y fortaleza mapuche
Felipe Paillalafquen, dentro de la
comunidad Lafquenche, en Junín de los Andes. Neuquén, Puel Mapu.
De Periodismo de mar a mar
Felipe Paillalafquen: la resistencia y fortaleza de un pillañ
mawiza impreso en el kimvn de un lonko mapuche.
Escribe Gustavo Figueroa, escritor y periodista/ Diario RED, xinhuanet, la
jornada de México, Other News, Tektonikos, red latina sin fronteras, en red, el
salto diario, el clarín de chile, ACHEI, ADDHEE.ONG:
“Yo nací en el año 42. En el ’50, más o menos, llegó Parque
Nacional. De un día para otro perímetro todo y nos dijo que podíamos cortar y
que no. Yo era muy chico y recuerdo que nos miró como si no fuéramos nada, como
si fuéramos unas ratas”.
Felipe, mientras me cuenta, me hace una seña con la palma de
la mano, indicando la altura de su porte en ese momento. Felipe recuerda ese
encuentro como si fuera hoy porque, año tras año, Parque Nacional le rememora
el trato condescendiente que mantiene con él y con su comunidad. Con el tiempo
Felipe creció y los pudo enfrentar, les pudo decir en la cara lo que pensaba.
“Mi abuelo y mi padre me dieron el conocimiento y la
sabiduría para cuidar este lugar. En cambio, Parque no puede cuidar nada.
¿Cuántos hombres han desaparecido en el Volcán Lanín por no pedir permiso, por
no agradecer?”
¿A cuántas personas ha incentivado Parque Nacional -y el
gobierno provincial de Neuquén- para que ingresen a un sitio sagrado, como el
Volcán Lanín, sin concientizar a nadie sobre las dimensiones simbólicas y
espirituales del espacio donde están ingresando?
En Argentina existe una idealización sobre la representación
social de Parque Nacional, de la misma forma que existe una idealización del
lugar del Estado, con respecto a las comunidades mapuche – tehuelche y el
cuidado que deberían tener estas instituciones hacia los elementos de la
naturaleza. Se da por sentado que todo lo que hace Parque Nacional está bien, y
que sus acciones siempre son en beneficio de los bosques, cuando fue justamente
la llegada de Parques Nacionales lo que beneficio que los bosques, de un día
para otro, se convirtieran en una extensa franja verde de monocultivo de pino
implantado. Toda la medicina y el alimento de las comunidades se transformó
rápidamente en una madera barata e inservible, en otro producto fútil del
capitalismo. Es por eso que, entre las llamas de tanta materia inflamable, el
testimonio de los viejos pobladores es tan valioso: Parque Nacional llegó para
cumplir el mandato estatal de quitarle las tierras a las comunidades y dárselas
a los ambiciosos empresarios extranjeros (y responder, de esta manera, al
principio de “repoblar la argentina”), manteniendo un status quo,
inclusive por la fuerza, con sangre y campañas mediáticas estigmatizantes -como
las que padecen en la actualidad las comunidades williche del puel
mapu que para ser desalojados de sus tierras por parte del gobierno
nacional que las acusa de todo tipo de delitos incomprobables-.
Felipe reconoce que
la dirección de Parques Nacionales de Neuquén le propuso concesionar el
territorio de la comunidad; es decir, alquilar su territorio (con la comunidad
dentro) a capitales foráneos. “Ellos querían ingresar, mandar y que nosotros
seamos sus empleados. En muchas comunidades lo lograron. Acá no pudieron”.
Felipe tiene 83 años. Prácticamente ha perdido el sentido de
la audición, ve con dificultad y el reuma lo tiene a mal traer. Pero nada de
eso le impide recorrer cada parcela del extenso mallín que lo alberga,
camuflarse entre los teros y las bandurrias, desprenderse de las verdades más
profundas que brotan de su espíritu.
Parques Nacionales, desde un primer momento, fue acorralando
a las comunidades: les cobraba por cada animal que tenían. Mientras más
animales poseía la comunidad, más impuestos debía pagar, por lo que se vieron
en la obligación de despojarse de los animales, que es en definitiva la forma
de sustentarse de las comunidades. De esa forma, Parques Nacionales fue copando
la parada, despojando a las comunidades de sus territorios, volcándose a las
ciudades, volviéndose los empleados mal pagos de los nuevos residentes del
territorio.
“Yo puse el camping porque no podía sostener a mí familia
sólo con los pocos animales que me dejaron. Parque no quería que tuviera muchos
animales. Ni que cortara los árboles para tener leña en invierno. Parque era
tan mezquino que, cuando llegó, ni siquiera quería que levantemos los piñones
del piso, cuando siempre estos frutos han sido nuestro alimento”.
Casi la totalidad del Parque Nacional Lanín está cubierto de
pinos, el principal responsable de los incendios en la mal llamada Patagonia
argentina. Uno de los pocos espacios donde se puede ver un bosque nativo, real
(como siempre lo fue) es el espacio territorial que administra Felipe
Paillalafquen: “acá ingresó en la tenencia parte del Cerro Cantala, el lago
Paimún, las termas de Lahuen – Co y parte del Volcán Lanín”.
Pero ese permiso precario para custodiar está inmensa
fortaleza natural, representa años de discusiones, demoras, viajes y reuniones
burocráticas, incluso en la Casa Rosada.
En el folil y espíritu de Felipe Paillalafquen
circula el mismo lago que resguarda con tanta vehemencia y dedicación
inclaudicable. El mismo lago, que hace no muchos años, él mismo se encargaba de
cruzar en un bote de madera -porque sabe que las embarcaciones con motor sólo
dañan la existencia del lago-.
“Ustedes no son nadie acá. Ustedes no son autoridad acá”,
repite Felipe, aclarando la respuesta que le da a Parque Nacional, cada vez que
pretenden la subordinación de las comunidades. El pensamiento de Felipe es
claro y transparente como el lago donde se crio.
¿Existe una persona más comprometida y competente para
custodiar un bosque que un lonko mapuche? ¿Quién ha vivido con mayor
sabiduría y armonía junto al territorio: un hombre como Felipe Paillalafquen o
los distintos presidentes que han comandado Parques Nacionales (en la
actualidad lo dirige Cristián Larsen, designado por el presidente régimen fascista
argentino Sólo hay que caminar un par de minutos entre los coihues y el
barro de cenizas donde vive Felipe para comprobar que la trascendencia de un
lugar puede conducir los actos de una comunidad por la senda de la
responsabilidad y compromiso.
Las únicas deidades a
las que se ha subordinado toda la vida Felipe son: el volcán, las cascadas, el
bosque, el lago y la medicina que aún brota como agua de lluvia.
La postal es onírica: construida con madera, rocas y flores
diversas. El color verde, se entremezcla con rojos y marrones; grises y
naranjas. El azul y el negro caminan por el centro de la comunidad en forma de
arroyo de deshielo, un agosto trayenko desde dónde se extrae agua
helada para beber. Por la mañana temprano, cuando el rocío cubre las hojas, los
caballos y chivos pasean entre las pehuenes y los troncos de árboles caídos.
Como si mantuvieran un diálogo eterno, del lado derecho se ve imponente el
cerro Cantala, desde donde cae la cascada, mientras que, del lado
izquierdo, reconocible por una gran mancha blanca sobre la cima, se
pronuncia el volcán Lanín. Ambos extremos unidos por el lago Paimún, una sábana
de agua dulce repleta de truchas y patos de lomo marrón.
Ante semejante cuadro, no queda lugar a dudas, las pruebas
son evidentes y palpables: mientras Cristián Larsen nos propone el infierno
rojo del pino de la muerte, Felipe Paillalafquen nos vislumbra, intentando
despertar nuestra conciencia, con el paraíso, reconocible y descripto en un
bosque latente, incontenible, efervescente y cautivador.
lo
subryado/interpolado es nuestro.
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