EUROPA, ISRAEL Y ESTADOS UNIDOS: EL TRIÁNGULO DE LA CULPABILIDAD
Por Prof. Dr. Boaventura de Sousa Santos* – Diario 16/ El Salto/ Prensa Mare Argentina/ Xinhua, Other News, Sputnik, RT, Publico.es, La Jornada de México, Red latina sin fronteras. Sur, ACHEI, Utopía, Argentina Indymedia/ADDHEE.ONG:
Aunque muy rica, la distinción entre modos de culpa
propuesta por Jaspers no incluye un modo de culpa que me parece crucial en la
modernidad occidental. Me refiero a la culpa histórica, la culpa de un pueblo
por haber participado o consentido el exterminio completo o incompleto de otro
pueblo. Se puede decir que la barbarie nazi se dirigió contra un pueblo
distinto, el judío, pero lo cierto es que también se dirigió contra
homosexuales, gitanos, discapacitados, eslavos y que los judíos eran tan
alemanes como sus asesinos, aunque también fueran exterminados polacos,
ucranianos, rusos, húngaros y muchos otros judíos. La culpa histórica es el
lastre existencial que permanece en el corazón de un pueblo que se beneficia
objetivamente del sacrificio injusto de otro pueblo, aunque ese sacrificio haya
tenido lugar hace mucho tiempo. En la modernidad occidental, el colonialismo y
todas las atrocidades que lo acompañaron (genocidios, esclavitud, trabajos
forzados, deportaciones, robo de tierras y de bienes culturales) son el
principal lastre de la culpabilidad histórica y, por tanto, el que justifica
más notablemente las reparaciones.
No comentaré la culpa metafísica de Jaspers porque
no me reconozco en los presupuestos religiosos que la sustentan, pero todas las
demás, más la culpa histórica, tienen toda la relevancia para entender y juzgar
el genocidio en curso del Pueblo Palestino. Empecemos por la culpa histórica.
De formas diferentes pero convergentes, Europa, Estados Unidos e Israel
comparten el mismo tipo de culpa. Es una historia profundamente entrelazada,
llena de complicidad y antagonismo. Europa encabezó el colonialismo moderno y
lo justificó en nombre de un principio que se ha adoptado en muchas situaciones
hasta nuestros días, el principio de superioridad civilizacional anclado en la
superioridad racial. Este principio ha tenido tres manifestaciones principales:
el principio del pueblo elegido de los colonialistas estadounidenses, el pueblo
racialmente superior de los alemanes nazis -el pueblo de los amos (los
Herrenvolk)- y el pueblo elegido del Dios hebreo. La especificidad de esta
última manifestación reside en el hecho de que el pueblo judío fue víctima de
la superioridad racial nazi y se convirtió en verdugo del Pueblo Palestino al
asumir la forma de un Estado sionista colonialista israelí. A partir de
su inmensa tragedia como víctimas, se creó la oportunidad para que se
convirtieran en agresores. En otras palabras, la creación del Estado de Israel
es el doble resultado del atroz crimen contra el pueblo judío (reducido a la
mitad como consecuencia del Holocausto) cometido por los alemanes durante el
periodo nazi. Es también el resultado del colonialismo europeo, que hizo
posible la creación del Estado de Israel en un protectorado colonial británico,
el territorio de Palestina, una creación y una ocupación típicamente coloniales,
llevadas a cabo contra la voluntad de los pueblos que allí vivían.
Pero la imbricación recíproca de las múltiples
refracciones del colonialismo y el racismo no termina ahí. Israel y Estados
Unidos comparten el mismo impulso genocida que subyace al colonialismo europeo.
Estados Unidos fue originalmente una colonia que, al independizarse de
Inglaterra, se convirtió en un Estado colonial y, como tal, poseía un ADN
genocida. Estados Unidos es el país que hoy conocemos gracias al genocidio de
los pueblos indígenas, del mismo modo que el Estado de Israel ha sido desde el
principio un Estado colonial en cuya matriz está inscrito el genocidio del Pueblo
Palestino, un genocidio cometido gota a gota desde 1948, y ahora en proceso de
consumarse con la más salvaje brutalidad.
El Estado de Israel, sea cual sea el resultado de
las atrocidades en curso, está siendo considerado un Estado paria por muchos
países y buena parte de la opinión pública mundial. Como lo fue Alemania tras
la derrota del nazismo. Aquí se plantean dos cuestiones.
La condición de Estado paria: ¡Tiene como base
el genocidio!
La primera pregunta es por qué Estados
Unidos, a pesar de basarse también en el genocidio (el genocidio de los pueblos
indígenas), nunca ha sido considerado un Estado paria. Las autoridades de los
pueblos originarios ciertamente lo hicieron, tan escandalosa fue la
violación de los tratados trampa entre los colonialistas y los pueblos nativos,
pero su voz muy raramente fue escuchada. Además, al margen de todas las
conveniencias políticas, al margen de que los intereses del Estado de Israel
tienen una presencia bien establecida en el seno del Congreso estadounidense,
al margen de que no sabemos cuál de los dos Estados es cliente del otro, la
dificultad para que Estados Unidos condene a Israel reside en última instancia
en que ambos comparten la misma condición del genocidio original. Al deslegitimar a Israel, Estados Unidos
estaría poniendo en tela de juicio su propia historia.
La razón por la que Estados Unidos no fue
considerado un Estado paria por la comunidad internacional es que, en el momento
de su fundación, más del noventa por ciento del planeta estaba bajo el dominio
(efectivo o indirecto) del colonialismo europeo. Estábamos en plena orgía
colonial europea. Hoy, en cambio, vivimos la agonía de un orden internacional
que se creó precisamente después del Holocausto para que no se cometieran más
crímenes de este tipo.
Al referirse a la culpabilidad criminal, Jaspers
considera que el tribunal de Nuremberg, a pesar de todas sus limitaciones
jurídicas y de que representaba la justicia de los vencedores contra los
vencidos, significó el embrión de un nuevo orden internacional en el que
volvería a ser posible hablar de la humanidad en su conjunto y de la igual
dignidad de todos los seres humanos. Este orden surgiría de hecho poco después
con la creación de la ONU y todas las convenciones y tratados que siguieron
para evitar la repetición de tales atrocidades. La propia OTAN no sólo se creó
contra la Unión Soviética. También se creó contra Alemania. El embrión de este
orden internacional había surgido tras la Primera Guerra Mundial con la
creación de la Sociedad de Naciones y, aunque ésta quedó en gran medida
arruinada por el expansionismo nazi, fue en nombre de sus principios que la
Alemania derrotada fue considerada un Estado paria.
Como predijo Jaspers, «el mundo desconfiará de
nosotros durante mucho tiempo» (2000: 10); y añadió que eso era lo que
caracterizaba la condición de Estado paria. El orden creado en 1948 ha sido
subvertido desde 1991 (el fin de la Unión Soviética) por el país que lo encabezó,
Estados Unidos. Es en nombre de este orden que Israel corre el riesgo de
convertirse en un Estado paria. Si este orden se derrumba, lo que venga después
pertenece al reino de la máxima incertidumbre. Con la complicidad de Estados
Unidos, Israel se está asestando a sí mismo un golpe potencialmente fatal.
¿Victoria o derrota?
La segunda cuestión se refiere al significado
político de la acción militar de Israel en Gaza. Alemania fue considerada un
Estado paria porque fue derrotada. En 1938, el Times de Londres publicó una
carta abierta de Churchill a Hitler en la que Churchill, entre otras cosas,
escribía: «Si Inglaterra hubiera sufrido un desastre comparable al que sufrió
Alemania en 1918, rogaría a Dios que nos enviara un hombre con su fuerza de
mente y voluntad [la de Hitler]» (2000: 88). ¿Está Israel ganando esta guerra o
está siendo derrotado? En el campo de batalla es difícil responder, pero a
juicio de la comunidad internacional, ya se puede concluir que Israel ha sido
moralmente derrotado. El orden internacional erigido en 1948, a pesar de su
retórica de valores universales, era un orden imperfecto e injusto. No condenó
el colonialismo y, el mismo año en que se creó la ONU y se proclamó la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, se creó el Estado colonial de
Israel y se institucionalizó el sistema del Apartheid en Sudáfrica. A pesar de
todo, el nuevo orden abogaba por el reconocimiento de la humanidad como un
todo, formado por pueblos, comunidades e individuos dotados de igual dignidad,
y por la resolución pacífica de los conflictos. Este lado positivo sigue
presente en la mente de algunos dirigentes políticos y en el imaginario de la
opinión pública mundial. Testigo de ello es la valiente denuncia de Sudáfrica
contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia, respaldada por otras
denuncias convergentes de otros países. Igualmente valiente fue la declaración
del Presidente Lula da Silva el 17 de febrero en la apertura de la 37ª Cumbre
de la Unión Africana contra las operaciones militares de Israel en Gaza y todo
el revuelo internacional que ha causado.
¡Todos somos
Palestina!
Este orden internacional ha sido violado
impunemente por Estados Unidos, y todo apunta a que Israel seguirá su ejemplo,
haciendo prevalecer sus intereses. ¿Es posible, en estas condiciones, hablar de
derrota? Según Immanuel Kant, la guerra debe llevarse a cabo de tal manera que
sea posible la reconciliación al final de las hostilidades (2000: 48). Es bien
sabido que Hitler condujo la guerra contraviniendo claramente la sabiduría de
Kant. La reconciliación no es posible con un pueblo exterminado o con cadáveres
destrozados. Esta es la forma en que las fuerzas armadas israelíes están
conduciendo la guerra en Gaza, cometiendo crímenes de guerra y crímenes contra
la humanidad. Seguramente argumentarán que los vencedores prescinden de la
reconciliación. Pero en el mundo actual, que se atreve a pensar en la humanidad
como un todo y en la igual dignidad de la vida humana, todos somos Palestina. Con esta Palestina en sentido amplio, la
reconciliación con Israel nunca será posible, gane o pierda la guerra en el
campo de batalla. La gran victoria de Palestina ha sido trasladar el criterio
que decide la victoria o la derrota del campo de batalla al campo de la ética
internacional. Y en este campo Israel está definitivamente derrotado. Como
Jaspers dijo amargamente sobre su país, el mundo desconfiará de Israel durante
mucho tiempo.
Esta desconfianza no es como cualquier otra. Es una
desconfianza hacia la estructura política que dice representar a un pueblo que
fue víctima de la brutalidad de Hitler y que todos los demócratas del mundo
defendieron contra el virus del antisemitismo que precedió durante mucho tiempo
al extremismo de Hitler y que continuó después de Hitler en el pensamiento y
las acciones de los grupos de extrema derecha. ¿Cómo es posible que esta
extrema derecha domine hoy la política israelí y que su propaganda
internacional invierta contra todos los que han defendido la causa judía?
Nosotros, que siempre hemos luchado contra el antisemitismo, no nos hemos
equivocado. Israel se equivoca trágicamente. Es crucial que no confundamos al
pueblo judío con el Estado judío de Israel. Es crucial que los demócratas del mundo se preparen para dos luchas muy
difíciles. Por un lado, seguir defendiendo al Pueblo Palestino, con la certeza
de que, a excepción de Estados Unidos, los Estados coloniales nunca han ganado,
y los pueblos colonizados han conseguido, a costa de mucha sangre inocente, su
liberación. Palestina vencerá. Por otro lado, acoger a los ciudadanos de Israel,
judíos y no judíos, que al final de la guerra (siempre acabará) sentirán que
sólo les unen características negativas: la culpa política, moral y metafísica
(para los creyentes) de haber consentido o sobrevivido a una crueldad tan
salvaje; la desconfianza del mundo futuro hacia un pueblo que, habiendo sufrido
tanto, creíamos incapaz de provocar el genocidio de otro pueblo; la sensación
de fatalidad de ser vistos como una no-comunidad después de siglos de lucha por
una identidad común.
Condeno firmemente las acciones violentas de
Hamás contra la población civil, pero me niego a considerar a Hamás una
organización terrorista. Israel es un Estado colonial y la historia nos enseña
que los pueblos colonizados siempre han buscado una solución pacífica para
poner fin a la dominación colonial. Recurrieron a la lucha armada como último
recurso. Aún recuerdo bien cómo en 1973 la prensa portuguesa consideraba a
Amílcar Cabral (Guinea-Bissau), Samora Machel (Mozambique) y Agostinho Neto
(Angola) peligrosos terroristas que perturbaban la paz y el orden en » nuestras
provincias de ultramar», término utilizado por el fascismo para referirse a las
colonias portuguesas. Un año después, esos mismos «terroristas» eran celebrados
en sus propios países como heroicos libertadores de su patria. Gracias al papel
que las luchas anticoloniales habían desempeñado en el derrocamiento del
régimen fascista, los nuevos héroes también fueron celebrados en Portugal, que
finalmente había sido liberado por la Revolución de los Claveles (25 de abril
de 1974) de la dictadura de 48 años de Salazar. De eso hace sólo cincuenta
años. La Historia tiene una paciencia que supera la de los humanos. Traducción
de Bryan Vargas Reyes.
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*Académico portugués. Doctor en sociología,
catedrático de la Facultad de Economía y director del Centro de Estudios
Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la
Universidad de Wisconsin-Madison (Estados Unidos) y de diversos
establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e
investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y
es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.
Lo subrayado/interpolado es nuestro.
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