Diez años de la guerra olvidada en Yemen: una de las peores tragedias humanitarias contemporáneas
La guerra de Yemen es uno de los conflictos armados más
importantes de la historia reciente a pesar de su olvido mediático. En este
conflicto, que cumple una década y el cual Naciones Unidas califica como «una
de las peores catástrofes humanitarias de la historia reciente», confluyen
tensiones religiosas y étnicas con los intereses de las principales potencias
regionales y globales.
Una década de guerra total ha dejado más de 377.000 víctimas
mortales, 4,5 millones de refugiados, la mayor epidemia de cólera de este
siglo, y a la mitad de los menores de cinco años con problemas de crecimiento y
desnutrición.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Yemen es víctima de su propia geografía. Su posición
privilegiada en la península arábiga y su control del estratégico estrecho de
Bab el-Mandeb –que conecta el Mar Rojo y el Océano Índico, por el que transitó
la ruta de la seda y hoy es vía de paso de más de cinco millones de barriles de
crudo al día–, han convertido al territorio yemení en objetivo para las
potencias regionales desde hace siglos. En los últimos 150 años el imperio
otomano, el británico o la naciente pero poderosa Arabia Saudí han ocupado
parcialmente el territorio.
Su independencia respondió también a intereses extranjeros.
Desde 1917, Yemen del Norte había sido un Estado débil y dependiente de
Occidente. Y en 1967, Yemen del Sur obtuvo su independencia bajo la esfera de
la influencia soviética.
Solo con el fin de la Guerra Fría, en 1990, se inició un
proceso de unificación que ignoró las distintas
fracturas de la sociedad yemení, con un norte montañoso, fértil y de mayoría
chií frente a un sur desértico, menos poblado y suní.
El poder del nuevo Estado estuvo concentrado en la élite
política del norte del país, lo que incrementó las divisiones étnicas y religiosas.
Las potencias vecinas, deseosas de ganar influencia en la región, tomaron
partido por grupos concretos y alimentaron estas diferencias para hacerlas más
profundas.
Casi desde su unificación, Yemen ha vivido atravesado por la
violencia, aunque no fue hasta hace diez años, en marzo de 2015, cuando la
intervención de Arabia Saudí hizo escalar el conflicto y sumió al país en una
guerra total para la que no se atisba un fin cercano.
En el marco de la Primavera Árabe, las masivas protestas
tumbaron al autoritario gobierno de Abdullah Saleh, presidente norteño de
origen chií, que tuvo que dimitir en favor del suní Mansur al-Hadi. Pero el
nuevo gobierno tampoco pudo responder a la crisis económica y de legitimidad
del Estado yemení.
El caos político generó un vacío de poder aprovechado por
los houthies (hutíes), grupo integrista chií que desde 2004 había ganado
influencia y consiguió expandirse rápidamente desde la montañosa ciudad de
Sadah a todo el norte del país. Por su parte, el nuevo «gobierno provisional»,
en su mayoría formado por sunnís (sunís) del sur, contó con el respaldo
económico y político de Arabia Saudí.
¿Quién es quién en la guerra de Yemen?
El rápido avance houthí, que contaba con el apoyo de Irán,
llevó a Arabia Saudí a intervenir bajo el pretexto de defender al gobierno
provisional. De fondo, la disputa sunismo-chiismo y la pugna de las dos grandes
potencias regionales –Irán y Arabia Saudí– por hacerse con el control de Yemen.
La monarquía saudí impulsó una «Coalición Árabe» para
intervenir en Yemen el 25 de marzo de 2015. Esta alianza, con el visto bueno
estadounidense, agrupaba a Emiratos Árabes, Catar, Baréin, Egipto, Kuwait,
Jordania, Marruecos, Sudán, Senegal y Pakistán. La coalición estableció un
bloqueo marítimo y lanzó una campaña de bombardeos a gran escala.
Pero el ataque saudí no dio los resultados esperados. Muchos
analistas consideran que Yemen es el «Vietnam de Arabia Saudí», porque aun con
el gran despliegue realizado no han podido doblegar al movimiento houthi, cuya
estructura vertical se ha profesionalizado tanto en lo civil como en lo
militar.
En este escenario de caos y colapso del Estado yemení
también ganó influencia la rama de Al Qaeda en la península arábiga y el Estado
Islámico, grupos terroristas que se hicieron fuertes en el interior del país
entre 2015 y 2019.
Con el paso del tiempo, el fracaso saudí para retomar el
poder avivó las diferencias en el heterogéneo movimiento anti-houthí. Así, el 4
de abril de 2017 se creó el Consejo de Transición del Sur, una suerte de «gobierno
transitorio» impulsado por tribus y grupos armados del sur del país; facciones
hasta entonces aliadas con el gobierno de al-Hadi y Arabia Saudí pero que, ante
la falta de avances, apostaron por la secesión del antiguo territorio de Yemen
del Sur.
Estos grupos reivindicaron una identidad tribal e historia
comunes y tomaron rápidamente las principales ciudades costeras del sur,
incluyendo Adén, la capital económica del país. Esta hazaña fue posible gracias
al apoyo de Emiratos Árabes Unidos, otra poderosa petromonarquía que hasta
entonces había apoyado la estrategia saudí, pero que finalmente apostó por una
agenda propia. Para 2018, Arabia Saudí había sufrido una crisis diplomática con
Catar y ahora también con Emiratos Árabes, por lo que su coalición resultó
fuertemente debilitada.
Esta exacerbación de las diferencias étnicas, religiosas y
geográficas generó hasta cinco grupos armados en disputa hacia finales de 2017.
Los houthies, respaldados por Irán y con el control del noroeste del país; el
gobierno de transición, que controlaba la mayoría del interior del país y
estaba apoyado por los saudís y su coalición; el Consejo de Transición del Sur,
respaldado por Emiratos y fuerte en todo el litoral del mar arábigo; y Al Qaeda
e Isis controlando pequeñas poblaciones en el desierto yemení.
Con el aplastamiento casi total del integrismo islámico en
2020, quedaron tres bandos, con sus respectivas alianzas internacionales, bien
definidos, armados y delimitados territorialmente. La guerra ha experimentado
desde entonces momentos de auge y de cierta «calma», pero el conflicto nunca ha
estado cerca de apagarse definitivamente.
Los houthies reclaman la totalidad del territorio y han
impuesto un régimen teocrático chií en la zona que está bajo su control. El
Consejo de Transición del Sur apuesta por la secesión del país y no tiene un
control total del territorio que reclama. El gobierno provisional, respaldado
por Arabia Saudí, ya no controla las principales ciudades y está lastrado por
casos de corrupción y disputas internas.
La osadía houthi
El silencio mediático que ha rodeado a la guerra de Yemen
solo se ha roto, puntualmente, gracias a la osadía de los houthies, cuyas
acciones armadas sobre territorio israelí y saudí, o contra buques mercantes en
el Mar Rojo, han sorprendido a la opinión pública y a los expertos militares.
Este grupo surgió en la década de los 90 como un colectivo
teológico zaidista –una rama del chiísmo– en el extremo noroccidental de Yemen.
Su nombre lo deben a la tribu al-Houthi, supuestos descendientes de Mahoma que
pueblan su región de origen. La represión y la debilidad del Estado yemení
posibilitaron su radicalización y expansión.
En 2004 los houthies
lanzaron un pulso al gobierno yemení, que aplastó su levantamiento asesinando a
Hussein Badreddin al-Houthi, entonces líder del grupo y elevado a la categoría
de mártir tras su muerte. Tras ello los houthies, liderados por Abdul-Malik
al-Houthi –hermano del difundo Hussein– aumentaron sus vínculos con Irán y
crecieron militar y organizativamente en el norte. La Primavera Árabe supuso
una ventana de oportunidad para su expansión territorial por todo el país.
Su alianza con Irán, la compleja orografía de Yemen y su
férrea pero numerosa estructura ha permitido que el movimiento haya aguantado
los ataques de la coalición saudí y de Israel. El movimiento declara estar en
«guerra santa» frente al invasor. Y el lema que reza en su bandera oficial,
«Muerte a Estados Unidos, muerte a Israel, malditos sean los judíos, victoria
al Islam», no deja lugar a dudas.
A pesar de su inferioridad material y humana, los houthies
han destacado por su osadía militar, como el lanzamiento de varios ataques con
drones contra la infraestructura petrolera saudí. Pero, sin duda, fueron las
acciones llevadas a cabo por este movimiento tras los ataques de Hamás del 7 de
octubre del 2023 las que los pusieron en las portadas de todo el mundo.
Los houthies declararon la «guerra contra el sionismo
colonialista israelí en solidaridad con Palestina», involucrándose
militarmente en la regionalización del conflicto. Desde Saná, capital del país
bajo su control, se han lanzado decenas de misiles contra Israel e incluso
contra portaaviones estadounidenses en la zona, aunque la acción de mayor
calado fue el secuestro y ataque a varios barcos mercantes en el Mar Rojo.
El 19 de octubre de 2023, el grupo chií comenzó a atacar
barcos occidentales y, un mes después secuestró el carguero Galaxy Leader,
propiedad de un magnate israelí. La inestabilidad en el Mar Rojo desató una
crisis que disparó los precios del comercio mundial.
EEUU y la Unión Europea lanzaros sendas misiones para
asegurar «el tráfico comercial» en la región, pero las escaramuzas continúan.
Estas acciones han internacionalizado a los houthies y les han otorgado
prestigio a ojos de las sociedades árabes.
Destrucción total y una guerra sin visos de resolución
Aunque la guerra civil en su dimensión actual cumple ahora
diez años, el país ha estado atravesado por conflictos armados –de mayor o
menor intensidad– las últimas tres décadas. Las diferencias geográficas,
religiosas y tribales erosionaron la débil unificación de 1990, y han sido el
caldo de cultivo para la guerra actual.
Hoy, Yemen es un Estado fallido donde confluyen las
ambiciones de grupos locales, regionales e internacionales. La fragmentación y
el caos es tal que incluso las agencias humanitarias tienen difícil calcular
las cifras de muertos y desplazados. El último informe de víctimas mortales de
la ONU hablaba de 377.000 muertos en noviembre de 2021, por lo que no resulta
descabellado deducir que se hubiese rebasado el medio millón de víctimas en la
actualidad.
Una década de guerra total ha dejado más de 4,5 millones de
desplazados internos según ACNUR, y el 85% de la población –más de 25 millones
de personas– dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir. La destrucción
de infraestructura sanitaria ha convertido a Yemen en el país más golpeado por
el cólera del mundo, con un 35% de todos los casos reportados a nivel mundial.
La guerra está siendo especialmente cruel con los más
pequeños. Hoy, la mitad de los menores de cinco años padece retraso en el
crecimiento y desnutrición crónica según Médicos Sin Fronteras.
Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, las
posibilidades de una resolución del conflicto se reducen todavía más. De hecho,
la primera gran operación militar en el extranjero de esta nueva administración
ha sido en Yemen. «Ninguna fuerza terrorista impedirá que los buques
comerciales y militares estadounidenses circulen libremente por las vías
navegables del mundo» aseguró Trump en la red social Truth, tras lanzar una
oleada masiva de bombardeos.
Yemen cumple diez años de guerra sin visos de resolución.
Una guerra total, a la vez guerra civil, guerra religiosa, guerra contra el
terrorismo y guerra regional. Un conflicto cronificado, oscuro, silenciado y
alimentado por las potencias globales y regionales que han convertido al país
en un Estado fallido con «una de las mayores crisis humanitarias de la historia
reciente».
Lo subrayado/interpolado es nuestro.