La derecha en Chile lo quiere todo. Con su desvergonzado maquiavelismo, su fría avaricia y su profunda inmoralidad: su fin justifica los medios...
Por Juan Pablo Cárdenas S./ escritor, periodista y
analista internacional:
Una cosa es que la potencial candidata
presidencial de la derecha esté a la cabeza de las encuestas y pronósticos
electorales, pero otra muy distinta es que su sector político pretenda tomar el
control de la agenda del Gobierno en cuanto a la reforma tributaria y el
mejoramiento de las escandalosas pensiones que reciben los jubilados. No hay
duda de que, a tres años de la asunción de Gabriel Boric, los partidos de la
Alianza por Chile como el Republicano se sacudieron, ya, del miedo que les
provocara el triunfo de un joven diputado que prometía un programa
vanguardista, así como gobernar con el Partido Comunista y ese grupo de
referentes políticos conformados ahora en el Frente Amplio. Como también
ocurriera con el Partido Socialista, donde militó el presidente Salvador
Allende Gossens.
Al renunciar el gobierno a la movilización social como
acicate fundamental de los cambios, La Moneda se ha visto envuelta por la
política cupular y una batahola de negociaciones dentro de un Poder Legislativo
en que los sectores retardatarios son mayoría, así como las frecuentes
deserciones partidarias de diputados y senadores con que la derecha ha ganado
aún más terreno. Todo lo aprobado, entonces, por el Parlamento ha sido
morigerado en su contenido inicial, o simplemente postergado con la consecuente
decepción popular y deterioro de la imagen gubernamental. Mientras que el
discurso reaccionario de la oposición se viste de populismo, y son los líderes
de estos sectores los que aventajan al oficialismo en cuanto a resultados y
proyecciones electorales.
La misma Reforma Tributaria sirve para apreciar las
intenciones de la derecha cuando de parte de sus legisladores y de todo el gran
mundo empresarial se le exige al Gobierno rebajar el impuesto a las utilidades
de las empresas del 27 por ciento actual al 23, argumentando para ello la
necesidad de estimular el crecimiento económico y ponernos en el promedio que
pagan las empresas dentro de los países de la OCDE. Sin referirse a los otros
indicadores que, por supuesto, demuestran que Chile es el país más rezagado
entre los que conforman esta organización. Por lo que su Estado debe
necesariamente recaudar más para encarar las urgencias socio económicas.
Lo inquietante es que en algunos encuentros entre el
Ejecutivo y las principales organizaciones empresariales se estaría a punto de
convenir una rebaja impositiva de tal manera de ubicarla entre el 24 o 25 por
ciento. Con lo cual insólitamente podría suceder que un gobierno de inspiración
izquierdista termine accediendo a que los empresarios sumen utilidades con esta
rebaja impositiva. Sin que, con ello, se obliguen siquiera a mejorar los salarios
de sus propios trabajadores.
Pero más increíble parece, todavía, que desde las propias
entidades patronales y partidos de derecha se manifieste un tajante rechazo a la
posibilidad de elevar los tributos de los que más ganan, como también se ha
planteado. Esto es, aprobar un impuesto patrimonial que le permita al Estado
recaudar los recursos que perdería con una Reforma Tributaria al gusto de la
oposición, de la Sociedad de Fomento Fabril y de la Confederación de la
Producción y el Comercio. Es decir, aprobada por un acuerdo parlamentario
cupular sin consentimiento, por supuesto, del pueblo que, en este tipo de
materias, no cuenta con encuestas que registren su parecer.
De lo que se trata, en realidad, es de jibarizar el Estado,
como que ya se propone, por la prensa y los opinólogos de la Televisión, una
disminución de los ministerios ( de 25 a 16), cuanto un drástico recorte de sus
correspondientes partidas presupuestarias. Una propuesta que sí concita apoyos
ciudadanos, especialmente después de que estallaran aquellos bullados episodios
de corrupción como, al conocerse esa masa de operadores políticos contratados
por los ministerios y empresas públicas sin que su presencia agilice en nada
las operaciones gubernamentales y de las alcaldías. Entidades, estas últimas,
constituidas en un verdadero botín para los que ganan las elecciones de ediles
y concejales. Consolidando esa “grasa burocrática” como se la denomina, cuyos sueldos
escandalizan a los trabajadores del país.
Lo subrayado/interpolado
es nuestro
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