Nuestra precaria vocación democrática.
Escritor, periodista, analista internacional/Other News/ ADDHEE.ONG

El régimen de Pinochet fue, desde luego, el más prolongado y
asesino de los de su condición, en que siempre los militares y los grupos de
poder económico se alzaron para impedir las demandas sociales y la propia
democracia. Y tal como ocurre en muchas naciones no hay pocos de estos
gobernantes fratricidas que no tengan un reconocimiento de haber destacado como
grandes líderes y realizadores, rememorando sus figuras en monumentos y
abundante bibliografía.
No deja de ser curioso que en nombre siempre de la
democracia y la libertad se haya derrocado a gobiernos elegidos por sus pueblos
y que, al final de cuentas, los más destacados promotores de estos alzamientos
reclamen sus pergaminos democráticos. Sin ir más lejos, la derecha hoy
opositora al gobierno de Gabriel Boric aspira de que sea nuestro Primer
Mandatario el que se desdiga de algunas de sus expresiones al condenar la
acción de un político como Sergio Onofre Jarpa, uno de los principales
promotores del Golpe de 1973, ministro del Interior del Dictador y fundador de
un partido de derecha que hoy aspira a borrar con el codo su siniestra
trayectoria golpista. ¡Una cínica pretensión, sin duda, cuando aún no se
conoce el paradero de miles de detenidos desaparecidos y son múltiples los políticos
y uniformados que empiezan a fallecer en la más completa impunidad!
Allende dio cuenta y pagó con su vida su consecuente actitud
democrática, pero lo innegable es que muchos de quienes se sienten sus
herederos durante su gobierno lo criticaron por respetar la “democracia
burguesa” y no resolverse, con el apoyo popular que tuvo, a desafiar la
institucionalidad en beneficio de sus promesas ideológicas y programáticas. De
todas maneras, sus opositores recurrieron a los militares como al apoyo
económico y financiero de los Estados Unidos. Algo que es innegable en la
actualidad, así como también resulta evidente que las principales figuras de la
Democracia Cristiana y, por cierto, de los partidos derechistas y algunos
gremios recibieron estipendios del extranjero para desestabilizar al régimen de
la Unidad Popular, como para lograr la instalación de un Dictador
mediante sus primeras y criminales acciones.
Después de medio siglo, el país debiera tener más que claro
cuáles son realmente aquellas figuras que desde el primer día condenaron la
conspiración militar, así como asumir quiénes desde la izquierda finalmente se
hicieron cómplices de lo ocurrido con esa repugnante explicación de que había
que “acentuar las contradicciones” de la sociedad chilena para que finalmente
fuera la violencia la “partera de la historia”, como proclamaban.
Desde la primera hora en 1973 se conocieron, por ejemplo,
los nombres de aquellos demócrata cristianos como Bernardo Leighton, Radomiro
Tomic y otros, así como de esos dirigentes de derecha como Armando Jaramillo y
Julio Subercaseaux, que se desmarcaron de sus partidos y camaradas para
oponerse al régimen de facto. Mientras que otros pasaban a integrar los equipos
de gobierno de la Dictadura cívico militar e incluso se dedicaban a
recorrer el mundo para justificar el Golpe de Estado. Aunque algunos de éstos
con el tiempo cambiaran de vereda política y hasta colaboraran para convencer a
Pinochet de que debía dejar el gobierno, aceptándole continuar como senador de la República y comandante en
jefe del Ejército, en esta peculiar democracia regida hasta hoy por la
Constitución del Dictador. A pesar de ser maquillada posteriormente para
convencer al mundo y a los chilenos de que se había abolido el régimen
dictatorial.
Las cifras de nuestra feble institucionalidad democrática
actual hablan de que los partidos políticos son en realidad una ficción y solo
se expresan en las altas cúpulas de la política. De derecha a izquierda, no hay
colectividad que represente por si misma a más de un 5 o seis por ciento de los
votantes, en la evidencia de que sus múltiples denominaciones se obliguen a
constituir alianzas electorales para poder cumplir con los mínimos establecidos
para ser reconocidos legalmente. Nadie o muy pocos podrían descubrir las
semejanzas o diferencias existentes en esa enorme cantidad de siglas que
integran el Frente Amplio oficialista, como ocurre tal cual con los siete y más
partidos y proyectos partidarios del centro y de la derecha.
Así mismo es también innegable que los resultados
electorales están estrictamente condicionados por el dinero, la publicidad
política y la influencia mediática que ejerce esa pavorosa concentración
informativa o la falta de diversidad que se les exige a las democracias serias.
Tanto que, desde los propios gobiernos de la Concertación, la Nueva Mayoría y
de la derecha se exterminaron a esos emblemáticos y exitosos medios disidentes
de la Dictadura, en lo que es la comprobación palmaria de que los que llegan al
poder no quieren ser incomodados por la prensa independiente y los periodistas
dignos.
No son pocos lo que hoy temen que en Chile estemos avanzando de nuevo al precipicio de la ingobernabilidad y la irrupción de gobiernos de fuerza. La derecha, tal como ayer, acusa a las actuales autoridades de estar llevando al país al caos y a un gobierno como los de Venezuela, Cuba o Nicaragua. Así como desde la izquierda se le espeta a la oposición estar otra vez golpeando la puerta de los cuarteles y a buscar connivencia con aquellos fenómenos populistas, como el de Javier Milei, el reciente ganador de las elecciones primarias argentinas. Donde en realidad lo más relevante fue la derrota estrepitosa del kitchnerismo, destacándose una altísima abstención electoral, aunque allí el voto es también obligatorio.
Nadie se atreve a predecir en Chile cuál será en destino
constitucional cuyo texto está de nuevo en redacción por una entidad en que el
partido Republicano ultra derechista logró en mayor número de sufragios. Aunque
es claro que los ciudadanos chilenos, de pobre consistencia cívica, en realidad
ya no votan por lo que se les propone, sino en reacción a lo que estiman el
peor de los males: la clase política.
Para colmo envuelta en nuevos y millonarios desfalcos al
erario nacional y depredación de las riquezas nacionales a favor del capital
buitre foráneo.
Lo subrayado/interpolado
es nuestro.
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