Manuel Cabieses Donoso, escritor, periodista,
comunicador social/ Semanario el SurAndino/Addhee.ong
En Chile –un país montañoso sembrado de volcanes-
los ruidos subterráneos merecen respeto y temor. Son precursores de terremotos,
avalanchas de lava, rocas y nieve que sacuden nuestra loca geografía.
Lo mismo sucede en lo político y social. Los ruidos
subterráneos -que sólo los sordos por conveniencia fingen no escuchar-,
anuncian cambios en la ruta de la nación. Así ocurrió el 3 de septiembre de
1924 cuando un grupo de oficiales del ejército hizo sonar sus sables en las
tribunas del Senado. Protestaban porque los senadores destinaban esa sesión a
discutir el aumento de sus dietas postergando las reformas sociales del
gobierno ―populista‖ de Arturo Alessandri Palma. El ―ruido de sables‖ –o ―revolución de los tenientes‖- logró que cinco días más tarde el Congreso aprobara de un paraguazo la
jornada laboral de 8 horas, la supresión del trabajo infantil, el contrato
colectivo del trabajo, la ley de accidentes del trabajo y seguro obrero, la
legalización de los sindicatos, la ley de cooperativas y los tribunales de conciliación
y arbitraje laboral. Como se ve, los militares chilenos no siempre han sido la
guardia pretoriana de la oligarquía e instrumentos de intereses extranjeros. También
1891 el ejército se jugó (y perdió en las sangrientas batalla de Concón y
Placilla) en defensa del gobierno del Presidente José Manuel Balmaceda,
jaqueado por el imperio británico del salitre que financió la guerra civil
desatada por la Armada y el Congreso. Quizás algún día pueblo y fuerzas armadas
seamos hermanos en un proyecto de cambio social.
Sin embargo, por ahora no hay ruido de sables que
preludie una vuelta de tuerca de la historia. Lo que tenemos, en cambio, es un
ruido mucho más multitudinario: son las tripas de vastos sectores populares que
padecen hambre y las secuelas físicas, intelectuales, sociales y culturales de
la desnutrición.
Es el fenómeno que los organismos internacionales
llaman ―inseguridad alimentaria‖. Aluden a las personas que no comen uno o varios días a la semana. 690
millones en el mundo. Chile participa en esa cifra con el 15,6% de su población.
El 2020, según la FAO, eran 600 mil chilenos. Pero el covid-19 y la convulsión
de la economía elevó a más de 2 millones un ejército famélico que sobrevive
gracias a las ollas comunes, las pensiones miserables y los bonos ocasionales
del gobierno. El hambre y desempleo, sombra ominosa del capitalismo, ya fue
descrita con trazos de fuego por el médico brasileño Josué de Castro (1). El
jesuita chileno José Aldunate Lyon, colaborador habitual de Punto Final, lo
definió: ―Tienen hambre no solamente los desnutridos que no disponen de las calorías
mínimas para la vida humana, sino también esos mal-nutridos‘ a quienes les
faltan elementos indispensables en su dieta, como proteínas, sales minerales,
vitaminas u otros‖. El hambre engendra niños con deficiencias físicas e intelectuales.
El áspero aprendizaje en escuelas públicas
miserables, definen un destino casi inevitable: la droga, la delincuencia y la
prostitución. Los jóvenes que no estudian ni trabajan son carne de cañón del
horror penitenciario. Las cárceles a su vez, convertidas en escuelas del
crimen, vomitan el odio y resentimiento de lo que alguna vez fue una juventud ilusionada
de futuro. La derrota social y cultural de una parte de los chilenos viene
desde la cuna. La encauzan viviendas miserables donde se hacina la miseria. Más
de 500 mil familias necesitan una vivienda en Chile (2). La pandemia y su
estela de desempleo y endeudamiento provocó un aumento explosivo de las tomas
de terrenos para levantar miles de viviendas de material ligero. Oficialmente
se registran 969 campamentos (hoy seguramente son más) con 81.643 familias
apretujadas en viviendas precarias sin agua, alcantarillado ni electricidad.
Bañarse, orinar o hacer caca, triviales en la
rutina de capas medias y altas de la población, son problemas del diario vivir
en los campamentos. Las familias más afortunadas consiguen, después de años de
ahorros y trámites burocráticos, un departamento de 27 a 40 metros cuadrados
para 4, 6 o más personas en edificios de 25 pisos. Son los llamados ―guetos
verticales‖, la
miseria de altura, la pobreza con ascensor. Estos edificios-colmenas habitados
por 300 o más familias, mal construidos por contratistas que roban cemento,
acero y madera, multiplican el hacinamiento y hacen trizas el sueño de la casa
propia. Chile, que pronto inaugurará una tuerta y coja Convención
Constitucional -remedo de una Asamblea Constituyente -, tiene que mirarse al
espejo de su realidad social, política y cultural. La imagen le dirá que ha
llegado la hora de un salto audaz para convertir al pueblo en protagonista de
su historia. La disyuntiva es clara: cambio o retroceso. Las masas combativas y
heroicas, aunque desorganizadas y sin conducción, buscan el liderazgo que le ha
negado una izquierda pacata y conciliadora. Son tiempos de revuelta en América
Latina como lo demostró nuestro octubre del 2019 –y lo ratifica la ejemplar
rebelión popular en Colombia-. Nuestra rebeldía puede encontrar conducción en
un programa y liderazgo de horizonte socialista. Pero también la extrema
derecha está en condiciones de apoderarse de las demandas del pueblo. El fascismo
está a la vuelta de la esquina. No evoco un golpe de estado sino la degradación
de la democracia burguesa.
La historia trae el ejemplo de Hitler y Mussolini
que llegaron al poder mediante sufragio popular. Aleccionador es el caso
italiano. Un dirigente de extrema izquierda, Benito Mussolini, ex secretario
general del Partido Socialista -que engendró al PC-, se convierte en artífice
del movimiento fascista. La demagogia, una hábil propaganda y la brutalidad de
bandas de matones, convirtieron a Mussolini, un profesor primario y periodista,
en primer ministro y luego en dictador de Italia.
El pobrerío hambriento de pan, justicia y dignidad,
convoca a la lucha de este tiempo. El sonido de tripas es el himno de batalla
para unir a las fuerzas sociales y políticas del cambio.
(1) Josué de Castro, Geografía del hambre, 1947.
(2) Sebastián Bowen, director de Techo-Chile y
Fundación Vivienda.
(3) Sobre el surgimiento de Mussolini y el
fascismo, ver “M –el hijo del siglo‖ y “M (- el hombre de la providencia”, de Antonio
Scurati, Editorial Alfaguara, 2020 y 2021.
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