¿Hacia un nuevo
orden mundial?
Sergio
Rodríguez Gelfenstein.
Escritor y
analista internacional
Hace pocos
meses atrás, en vísperas de la IX Conferencia
sobre Seguridad Internacional, que se realizó en Moscú entre el 22 y el 24 de
junio el coronel general Alexander Fomin, viceministro de Defensa de
Rusia declaró en una entrevista para RT que se podía "observar la
formación de un nuevo orden mundial". Para sostener su punto de vista
argumentaba que había una tendencia por llevar al mundo a una nueva guerra fría
y a una nueva bipolaridad.
El
viceministro ruso aseveró que en la actualidad se está produciendo “una
destrucción sistemática del sistema establecido de relaciones internacionales
[y] de la arquitectura de seguridad", mientras paralelamente disminuye
"el papel de las organizaciones internacionales como herramientas para la
adopción colectiva de decisiones en el ámbito de la seguridad". Con
preocupación señalaba que estaban apareciendo novedosas armas que alteran de
forma radical el equilibrio de poderes en el planeta, llevando el conflicto a
un terreno distinto al tradicional, el cual incluye la consideración del
espacio y el ciberespacio como escenarios de guerra, lo cual está obligando a
cambiar los principios y métodos para su ejecución.
Estas
declaraciones, hechas por el segundo jefe de una de las fuerzas armadas más
poderosas del planeta deben ser tomadas en cuenta con mucha atención. Aunque
apuntan a un análisis de largo plazo y se produjeron solo unas semanas antes de
la hecatombe estadounidense y de la OTAN en Afganistán, hay que observar que
este hecho ha comenzado a generar una serie de tendencias interesantes en torno
a la dinámica internacional global que deberían estudiarse en términos de
coyuntura sin obviar que también podrían tener influencia desde el punto de
vista estratégico.
El
“terremoto” en Afganistán ha provocado ondas expansivas que a contrapelo de las
tendencias de los últimos años parecieran estar señalando un ambiente más
positivo en el planeta. Sin querer “cantar victoria” ni “echar las campanas a
volar”, tampoco se deben soslayar en el análisis, ciertos hechos positivos en
el escenario internacional que, de transformarse en tendencia, podrían señalar
un rumbo distinto para la humanidad, siempre y cuando China y Rusia sigan
asumiendo su responsabilidad como garantes de la paz y la estabilidad mundial.
Septiembre ha
traído manifestaciones asombrosas, impensables hace solo unas semanas atrás:
¿consecuencias de la debacle en Afganistán?, ¿pragmatismo estadounidense ante
su crisis económica?, ¿temor en Europa de seguir asumiéndose como apéndice de
Estados Unidos, incluso a costa de afectar a sus propios ciudadanos?, ¿avance
indetenible de China hacia su transformación en primera potencia mundial?,
¿constatación en Occidente que la alianza Rusia-China transforma este bloque en
opción de futuro a partir de una mirada distinta de las relaciones
internacionales?, ¿todas las anteriores? Las respuestas de estas preguntas
apuntan a dar pautas de análisis para observar la realidad de mejor manera.
Veamos algunos hechos:
1. Realización
el 8 de septiembre de una reunión de los
ministros de Exteriores de los países del G7…con la participación de los
cancilleres de Rusia y de China para abordar la situación de Afganistán. ¡Insólito!
2.
Confrontación en Europa en torno al
futuro a seguir en materia de seguridad y defensa. El día 3, el alto
representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de
Seguridad, Josep Borrell instó a los países del bloque a crear una fuerza
militar de reacción rápido capaz de intervenir en acontecimientos como los
registrados en Afganistán. Con el argumento de que, contar con una mayor defensa
europea nunca había sido tan evidente, Borrell apuntó al imperativo de crear
una fuerza militar europea autónoma de reacción rápida
para actuar fuera de las fronteras reduciendo la dependencia de Estados Unidos.
Como
estamos hablando de hechos extravagantes, la respuesta a Borrell vino ni más ni
menos que del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg quien dos días
después opinó que la creación de una fuerza de reacción rápida podría
"dividir a Europa". Stoltenberg se mostró a favor de elevar los
instrumentos europeos en materia de defensa, pero sin que estos “sobrecarguen
los escasos recursos" de los aliados de la OTAN. Su argumento se basa en
que siendo válido que Europa haga mayores esfuerzos para su defensa, estos
nunca van a reemplazar a la OTAN, por lo que el Viejo Continente debería asegurarse
permanecer unido a Estados Unidos.
El
renacimiento de la doctrina De Gaulle que opone el europeísimo al atlantismo de
la OTAN, pone de relieve las grandes contradicciones que aquejan a las élites
europeas, augurando un debate de imprevisibles consecuencias.
3. Finalización de la construcción y pronta
puesta en marcha del gasoducto Nordstream 2, sin que Estados Unidos haya podido
impedirlo a pesar de las sanciones y los frenos para llevar el proyecto a feliz
término. El proyecto duplicará el suministro de gas ruso que Europa recibe,
incrementándolo hasta 110.000 millones de metros cúbicos al año en un momento de
crisis energética de Europa que ha llevado incluso a triplicar los precios de
la energía.
4. Llamada telefónica del presidente Joe
Biden a su colega chino Xi Jinping con el objetivo –según el comunicado oficial
de la Casa Blanca- de “rebajar tensiones” y “evitar el conflicto”. Durante la
conversación de 90 minutos Biden habría apuntado a que las dos partes puedan
trabajar en temas de interés mutuo, incluido el cambio climático y la
prevención de una crisis nuclear en la península de Corea, a pesar de las
crecientes diferencias. Por su parte, según una nota de la
agencia oficial china Xinhua, citando un comunicado del ministerio de
relaciones exteriores, el presidente Xi abogó por la cooperación en temas como
el calentamiento global, la prevención de epidemias y la recuperación
económica. Xi afirmó que: “Cuando China y Estados Unidos trabajan
juntos, ambos países y el mundo se benefician. Ambos países y el mundo sufrirán
si los dos se enfrentan”.
5. Lo anterior
resulta sorprendente si se considera la conflictividad entre los dos países en los
últimos 20 años, escalada a niveles superlativos por la administración del
presidente Donald Trump que hasta ahora no había sido alterada durante los
siete meses de mandato de Joe Biden. Incluso, en un libro recientemente
publicado por los periodistas Bob Woodward y Robert Costa del Washington Post
titulado “Peril” (Peligro), el presidente del Estado Mayor Conjunto de las
Fuerzas Armadas de Estados Unidos, general Mark Milley dio a conocer que ante
el temor por las probables acciones de Trump en sus últimas semanas como presidente,
se había visto obligado a tomar precauciones para limitar la capacidad
militar del entonces mandatario, además de tener que hacer dos
llamadas telefónicas a su homólogo chino, general Li Zuocheng los días 30 de
octubre de 2020 y 8 de enero de 2021 para convencerlo de que China no tenía nada que temer porque Estados Unidos
no iría a una guerra contra ella.
Milley dio a
conocer en el citado libro que su decisión estuvo basada en una llamada
telefónica que le hiciera la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy
Pelosi, quien le manifestó su preocupación por la posibilidad de que "un
presidente inestable" ordenara acciones militares o incluso un ataque
nuclear. Pelosi le dijo a Milley: “Sabes que está loco. Ha estado loco durante mucho tiempo",
ante lo que Milley se mostró "de acuerdo en todo”.
Resulta difícil
constatar que el planeta estuvo en manos de un “loco” (Ver mi artículo del 22
de abril de 2020 ¿Está el mundo en manos de un sicópata?) y mucho más
impactante de digerir, que el mundo haya estado al borde de un holocausto
nuclear. En esa medida, el paso de ello a una conversación telefónica amistosa
para allanar el camino a la cooperación, es una noticia de la mayor importancia
para toda la humanidad.
6. Esta nueva
situación se ha venido a confirmar tras las declaraciones del general John
Hyten, vicepresidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos quien en una
videoconferencia el pasado martes 14 de septiembre para el Instituto Brookings,
señaló que el objetivo de su país debía ser evitar una guerra con
Rusia o con China, ya que, en caso contrario, las
consecuencias devastadoras no solo se dejarían sentir en los países
implicados, sino en todo el planeta. En este sentido, informó que Estados
Unidos está llevando a cabo “conversaciones
de estabilidad estratégica con Rusia” para mantenerse al día sobre
el sector nuclear y el ámbito espacial. Asimismo, el general estadounidense consideró sumamente
importante entablar este tipo de diálogo con la parte china. Afirmó que: “Por
muy diferentes que seamos, tenemos un objetivo mutuo fundamental: el de no entrar nunca en guerra entre nosotros”.
Tal vez , la conversación telefónica entre Biden y Xi se inscriba en esta
lógica de búsqueda de esa “estabilidad estratégica”.
Evaluar que una guerra contra China y Rusia podría conducir a una derrota, o cuando menos a “consecuencias devastadoras”, inaugura una nueva época en el tradicional discurso guerrerista y triunfalista que ha caracterizado a los altos mandos del Pentágono en las últimas décadas y señala un cambio –al menos retórico- en su impronta belicista.
Si bien es
cierto que se deben saludar estas manifestaciones de distensión en el escenario
de la confrontación global entre las potencias, los países del sur deben
mantenerse alerta porque estas aseveraciones dicen relación con el intento de
impedir una confrontación directa entre poderes mundiales además de abrir
ciertos espacios a la negociación y la cooperación entre ellos. Sin embargo, el
talante agresivo de los países imperialistas y colonialistas no se ha
modificado y, sobre todo en América Latina siguen mostrando su condición
intervencionista, belicosa y pendenciera.
Lo
subrayado/interpolado es nuestro
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