La última vez que lo vi me dijo mi Tatoj: “Prieto,
me voy a morir,” fría y directa como es natural en mí, le contesté quitada de
la pena: “Tatoj, no te ahuevés, todos nos vamos a morir”. Casi al mes de esa
conversación falleció mi Tatoj, la noticia nos tomó a distancia, en la
diáspora, a miles de kilómetros de Guatemala, hace apenas 5 días.
Soy la hija que desde la adolescencia menos lo
abrazó y menos lo acarició, soy la hija más herida, la única vehemente. Sin
embargo de sus 4 crías soy la que más lo disfrutó y sucedió en mis primeros
años de infancia; esa relación le dio raíces profundas y fuertes a mi vida.
Tenga el privilegio que a mi padre yo no
necesito verlo en una fotografía, basta con verme al espejo pues físicamente
soy idéntica a él. Tengo sus gestos, la
forma de sus ojos, sus labios, sus cejas, su color de piel y sus piernas
rollizas. Sonrío como él. Le heredé el
amor por los deportes y las actividades al aire libre, el amor a la tierra y al
monte. Y hasta me paro como él. La poesía y mi afinidad por las artes también
son suyas. Tengo el privilegio de haberle heredado hasta la locura. ¿Qué más necesito? Nada.
A mi padre le celebro la vida, pues vivió y
vivió con ganas. No me visto de negro
porque no creo en esas cosas, tampoco en los rezos ni en encender cirios
blancos para el descanso de su alma. Mucho menos en la culpa de llenarle la
tumba de flores, ¿ya muerto para qué?, no las va a ver. Soy de las que piensa que es en vida, lo
demás es hipocresía o culpa. Pienso
también que no hay más allá, ni cielo ni infierno; que todo está aquí en vida, que la muerte es un sueño profundo del que no se
despierta nunca, es un descanso eterno.

Enterarme que mi padre los primeros años de su
vida los pasó durmiendo en las calles junto a sus hermanos, pues sus padres se
habían separado y mi abuela los dejó con mi abuelo alcohólico (poeta natural) a
quien le daba la noche en las cantinas del pueblo. Un paria desgastado por el
trabajo duro de jornalero, también sobreviviendo en la miseria y la
exclusión, a quien su padre no quiso
reconocer pues nació fuera del matrimonio.
Y creció a distancia de sus hermanos, familia acomodada de buenos
recursos en el pueblo.
Y ahí en la calle debajo de la carreta de
bueyes se quedaban a dormir sus hijos a quienes cargaba todo el día mientras él amansaba bestias,
pues ése era su trabajo aparte de cortar hojas de tabaco en las fincas. Cuentan
que mi abuelo paterno le hacía poemas a las flores, a los ríos y a los árboles,
los memorizaba porque no podía leer ni escribir. El primer y el único poema que
me sé de memoria me lo enseñó mi padre cuando yo estaba en cuarto primaria, son
versos que andan en los caminos reales en su pueblo natal.
Mis abuelos eran analfabetos. Mis tíos y mis
padres que no llegaron ni a tercero primaria, pues estudiar era un lujo al que
ellos no tenían acceso, empezaron a trabajar a corta edad para ayudar en la
crianza de los hermanos pequeños, de la misma forma en la que nos tocó a mi
hermana mayor y a mí.
La pobreza
en la que crecimos era un lujo comparada con la miseria y las carencias con las que crecieron mis
padres y mis tíos. Mi infancia de trabajo y escasez y conocer mi raíz a través de
las vidas de mis padres y mis abuelos, desde muy corta edad me hicieron ver la
vida de forma distinta: sin filtro, a quema ropa y en carne viva. Desde
ese despertar a la realidad yo me prometí regir mi vida con la dignidad de mi
herencia ancestral, que todo lo que hiciera y a donde fuera sería para honrar la infancia de mis padres, a mis
abuelos y bisabuelos. También al comprender mi realidad decidí no tener hijos
para que nuestra historia no se repitiera en ellos.

Tengo recuerdos jugando fútbol
con él, haciendo barriletes juntos, yendo a cortar leña, haciendo adobe juntos,
yendo al mercado La Terminal juntos. Y gracias a esa primera infancia como piña
todos los días, por reverencia y agradecimiento
a mi padre, pues cuando íbamos comíamos piña cerca de las ventas de papaya y sandía: un
ritual que fue solo nuestro. Por sus cejas que también heredé no me depilo
las mías, verlas idénticas a las suyas alegra mi vida y ha sido mi forma de tenerlo cerca.
Un recuerdo que mantengo
intacto, fue una vez que mi Tatoj estaba sin trabajo y lo llamaron para ir a cargar unas cajas de libros a una
editorial, yo tendría como 7 añitos y lo acompañé, aquel hombre sudaba cargando
y subiendo las casas al camión, cuando terminó le preguntaron si quería que le
pagaran o una caja de libros. Mi padre que hizo hasta segundo primaria y que no
tenía noción de lo que eran los libros, prefirió la caja de libros, que resultó
ser la colección completa de José Milla y Vidaurre. Llegamos a la casa con la
caja y sin dinero, comimos tortillas con sal, pero mi padre tenía libros para
sus hijas. En ese tiempo sólo éramos mi hermana mayor y yo, los cumes no habían
nacido. En el instante en el que mi padre cambió el dinero por los libros a
pesar de la necesidad de comida, me cambió la vida, me la estaba marcando para
siempre, no lo supo él ni yo en ese momento, lo entendí con los años. ¿Qué más
necesita una hija de un padre? Nada, más nada.
A mis padres nunca los he podido
ver como lo que son, los veo como hermanos, ni siquiera hermanos mayores, pues
como resistencia a la vida decidieron mantener la edad mental de la
adolescencia y es algo que comprendo muy
bien y que no les cuestiono porque cada quién se enfrenta a la vida como puede.
De dicha lograron criarse ellos y criarnos nosotros, desde temprana edad nos
tiraron a la vida, como quien lanza una piedra al vacío de un acantilado; suficiente
muestra de amor, pues con eso nos dieron la libertad de decisión y acción y la
fuerza inquebrantable de los parias.
Los recuerdos más íntimos que
tengo con mi padre me los llevo conmigo
hasta la tumba. Son suyos y míos.
Mi Tatoj ya está descansando,
vivió su vida como pudo y como quiso dentro de sus carencias emocionales y
económicas, de la misma forma en la que yo estoy tratando de vivir la mía. Raíz
profunda de mi vida, me deja la honradez y la dignidad de levantar la cara, de
no ahuevármele a la adversidad y ponerle el pecho a los pijazos que sean.
Agradezco la noción de familia con la que nos criaron y la inestabilidad
emocional y económica que al final nos ha dado la fortaleza para enfrentar lo
que hay afuera, eso ninguna universidad lo da, eso se trae como herencia
ancestral.
A mi Tatoj lo honro con mi vida,
con mi actuar de todos los días, no hay
más, es eso o nada. Tengo el orgullo de
ser hija de dos parias, campesinos,
jornaleros que retaron a la adversidad
formando una familia, (desquebrajada y despeltrada) con la que llenaron de
esperanza la desventura de la miseria.
A la salú de mi Tatoj, que allá
donde esté, ¡por seguro que anda encaramado en su caballo de patas blancas!
Cualquier día lo alcanzo.
Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com/2017/02/21/tatoj/
Ilka Oliva Corado @ilkaolivacorado
21 de febrero de 2017,
Estados Unidos.
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