Manuel Scorza-
Escritor Peruano.
Que
la literatura es visionaria y a veces profética, no es un descubrimiento.
Cuando Dostoievski escribe su célebre “Si
dios no existe, todo está permitido”, ¿no anuncia los horrores del siglo
que inventaría los hornos crematorios colectivos? En sus parábolas del
Laberinto, ¿Kafka nos avizora la sociedad sin rosto de las empresas
multinacionales?, ¿los fantasmales universos habitados por los manechini de Quirico?, sin alcanzar
artísticamente esta cima, 1984, del
inglés George Orwell, nos presenta la visión de un mundo totalitario absoluto.
¿Nuestro siglo terminará por darle razón? El tema oficial de los debates
de la próxima Feria Mundial del Libro,
esperamos que una vez más sea “1984” porque es siempre un debate importante y
necesario.
El siglo XX, que ha asistido a
tantas y tan profundas transformaciones históricas, ¿acabará contemplando los
barrotes de la prisión planetaria? Es ya evidente que nuestro siglo no será el
siglo de la aurora humana, sino uno más de la intolerancia y la barbarie. La
violencia y la ferocidad de las malditas guerras y los conflictos políticos se
parecen demasiado a la violencia y ferocidad de las malditas guerras
religiosas. Sólo que la crueldad, el horror y el cinismo alcanzan hoy
dimensiones inimaginables en el pasado, en 1725, Montaige escribió que con la invención de la pólvora ya no existían
ciudades inexpugnables y que por lo tanto tampoco existía en la Tierra asilo
contra la injusticia y la violencia. Malraux diría luego, que con la
aparición del tanque la Historia cambiada definitivamente, porque ya no era
posible tomar otra vez la bastilla.
¿Qué decir hoy de las dictaduras
fascistas militares que disponen de medios de opresión y control policial
absoluto? ¿La Humanidad está condenada a padecer los atroces vaticinios de Orwell?
Orwell piensa que toda revolución
termina por ser totalitaria.
No comparto su alucinante
metáfora, no porque niegue que en d
emasiados países del mundo gobierne el Big Brother, sino porque estoy en
desacuerdo con su discurso histórico. 1984, es un libro fatalista. Y el
fatalismo/resignación es una característica del reaccionarismo. Consciente o
inconscientemente. La persona es un ser de deseos. La Historia dice Hegel, “es
el conjunto de deseos deseados”, no
cumplidos, pienso yo. En otras palabras, la persona no es un animal programado
genéticamente para repetir la rutina sin tiempo del animal. El animal
irracional no forja proyecto, no tiene historia, carece de porvenir, el animal
nace y es para siempre, la persona no, no es: la persona llega a ser. En su
alma luchan incesantemente el Bien y el Mal, o, si se quiere utilizar la
clásica definición del Dr. Freud, en nuestro espíritu combaten sin tregua, el
impulso de vida (Eros) y el impulso de muerte (Thanatos). Supera esta situación
por la creatividad que nace de la diferencia. Sólo por la diferencia, la
persona llega a ser persona. El lenguaje es una unidad, pero es una unidad
construida de diferencias. La persona es devenir.
El fatalismo/la resignación no
solo niega el cambio: niega la posibilidad del cambio. En la Historia –sostiene
el fatalismo/resignación-, no hay cambio: La Historia se repite y enuncia todas
las revoluciones concluyen, ineluctablemente en Therminor, es el totalitarismo,
plantear así el problema es postular que la persona no tiene otro camino. La
Historia es una pesadilla de la que despertar, escribe Joyce. Para el fatalismo/resignación
no sólo una pesadilla, es una pesadilla de la que es imposible despertar. Por
eso (salvando la profunda sabiduría de la fatalidad de los mitos clásicos) el
fatalismo es reaccionario.
La cosmovisión del cambio de la
revolución revolucionaria, debería ser no solo la transformación, sino la
transformación creativa incesante. Exactamente lo opuesto a lo que aspiran las
burocracias conservadoras o revolucionarias, La burocracia pragmática contemporizadora
no aspira a la transformación, sino a la inmovilidad, la repetición, la rutina,
que es lo contrario del movimiento. Los campos de concentración del nazismo y
el Estado policial, no son consecuencia inevitable de las revoluciones, son
recaídas en la enfermedad infecciosa de la Historia. La repetición de los
oscuros movimientos de muerte que están en el fondo de las monstruosidades de
la Historia. Si en nombre de la revolución actuamos como la Inquisición, no somos
revolucionarios, somos la Inquisición, repetimos el discurso de la barbarie
necrófila.
La transformación tiene que
producirse, al mismo tiempo, en el afuera y en el adentro, es decir en
la sociedad y en el espíritu de los que transforman la sociedad, porque si el cambio no se produce, simultáneamente,
en el afuera y en adentro, es decir, si el revolucionario no se revoluciona a
sí mismo puede recaer o recaerá en el discurso del oscurantismo y de la
injusticia que intenta abolir.
Para utilizar la metáfora
clásica, “¿la Humanidad saltará de la prehistoria a la historia, o está
condenada a errar de prehistoria en prehistoria?” Orwell no cree en la
transformación. Yo no soy fatalista. Por
eso, no obstante que hay tantos motivos para dudar, pienso que la Humanidad
encontrará el camino de la vida, viva.
Quizás para eso se necesiten no
una, sino 100 revoluciones. No todas serán revoluciones clásicas (la invención
de la píldora anticonceptiva ha transformado el mundo, tanto como la bomba
atómica), no ha terminado el tiempo de los cambios, todo lo contrario: Llegará
desde nuevas e insospechadas perspectivas. No creo en la fatalidad de la
repetición histórica. El pasado no será siempre el espejo del porvenir.
Berlín/DDR/ 26 de Febrero de
1983.
El presente ensayo fue escrito
por el destacado escritor/novelista peruano Manuel Scorza, que se lo envió a la
directora de la Revista Latinoamérica un
Pueblo Continente, y subdirectora de la Fundación Cesal e.V, Berlín, DDR. Señora
Gerda Böttcher, para su traducción al alemán, inglés y francés y difusión.
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