Intrusa
Ilka Oliva Corado.
Escritora y periodista.
Ese día llegó la invitación para un convivio de fin de año, mi mamá me miró
y dijo inmediatamente: vos no vas, te vas a quedar a cuidar los
animales, no te sabés comportar y nos dejás en vergüenza. Pero
además de eso yo no armonizaba con el físico de mi familia: todos altos y
blancos, yo negra y bajita y para mi mamá, fea además.
No era la primera vez y tampoco sería la última. Ya estaba acostumbrada a
la exclusión y a ser tratada como una intrusa en mi propio hogar. Desde que
tengo memoria nunca fui a una fiesta con mi familia, mi mamá me dejaba cuidando
la casa y los animales. Y fui delegada a los oficios de limpiar el chiquero, el
gallinero, el baño e ir a tirar la basura. Encargarme del cuidado
y la alimentación de los animales. (La conexión emocional que tengo
con las cabritas es inexplicable, son mi familia) Ninguno de mis hermanos podía
hacerlo, pues ellos eran blancos y no se podían ensuciar… Ninguno de
ellos nunca se pronunció ante el maltrato y los golpes que mi mamá
me daba. Era normal, yo era negra eso me hacía inferior a ellos.
A mí me podía pasar de todo que no importaba, yo era la hija no deseada y
me lo recordaba a cada instante: “¡Si a vos no te esperaba, estaba tomando
pastillas cuando quedé embarazada! ¡Debí abortarte, me arrepiento de no haberlo
hecho! ¡Además me saliste negra huluda, berrinchuda y fea! ¿Qué salación estaré
pagando?” Todavía debe estarse preguntando por qué no le salí embarazada en la
adolescencia si para ella me acostaba con medio mundo.
Me decía que a saber qué enfermedades tenía por andar con tanto patojo, y
que a saber cuántas veces había abortado, tanto así que cuando
llevé al único novio que presenté en la casa como tal, le dijo que su
deber como mamá era decirle que yo no era virgen porque a saber con cuántos me
había acostado, y que quería que lo supiera para que no llegara
después a devolverme y a tacharla de haberle dado una mujer
vivida.
Nunca me he sentido querida por mi mamá, sé que soy efectivamente su
vergüenza, su error más grande, su yugo, que su vida sería más
liviana si yo no existiera. Tampoco nunca le he preguntado por qué,
no deseo entrar en profundidades devastadoras. Soy la única
diferente de sus hijos, en apariencia física y en forma de pensar y
actuar. He sido una isla desde niña. Siempre me he sentido ajena a
ese núcleo familiar.
Durante muchos años me sentí culpable de existir, (y tengo en mis andanzas
de aquellos años tres intentos fallidos de suicidio, el último a un
mes de emigrar) sentía que estaba robando aire que no me correspondía, que mi
presencia en esa familia estaba de más. Me sentí estorbo todo el tiempo. Nunca
participé de decisiones familiares, eso lo conversaban mi mamá, mi hermana mayor
y mis hermanos, yo me enteraba después y por medios ajenos. Siempre
excluida y siempre ajena.
Le compraba ropa y zapatos a mi hermana mayor, a mí no, yo me ponía lo que
ella iba dejando, me decía que la que tenía que verse presentable por linda era
mi hermana mayor, que a mí por negra y fea nadie me iba a voltear a
ver. Y así crecí, usando lo que mi hermana dejaba. Sin embargo, hay
algo inexplicable, no sé por qué pero nunca me he se sentido insegura respecto
a mi fisonomía. En eso mi mamá no pudo conmigo.
Nunca tuve una palmada en la espalda, alentándome a seguir, al contrario
todo lo que yo hacía estaba mal, mi propia existencia le hacía mal a la
familia. Y no hubo día en el que no me pegara, por una razón o por otra pero
tenía que pagarme hasta cansarse, hasta que llegaban mis tías y las vecinas a
quitármela de encima, porque me golpeaba con furia, con cólera, con ganas de
sacarse de la entraña ese engendro que represento en su vida.
Me reventó la piel a golpes, me dejó inconsciente en más de una ocasión.
Fueron tantas las veces en las que pedí que me matara a golpes, no levantarme
más, quedarme ahí para siempre. Después de que me agredía yo corría a cualquier
pared a golpearme la cabeza, para destrozármela yo, no quería que me
golpeara más, no quería vivir más sus desprecios, sus ofensas, su forma de
minimizarme a escoria.
Completamente aturdida tomé la decisión de emigrar, fue cuestión de
segundos, todo se me juntó de golpe, ni siquiera lo pensé dos veces. Y me fui
deseando con todas las fuerzas de mi ser de quedar en la frontera, mi cuerpo
tirado en algún lugar lejos de mi familia, de mi tormento, de mi dolor más
grande y que no me encontraran nunca.
Durante muchos años deseé que mi mamá me dijera que estaba orgullosa de mí,
de mi esfuerzo, de mi entrega; nunca sucedió. Dejé de esperar y acepté las
cosas como son, dejé de martirizarme, de culparme por existir. Pero ese vacío
sigue ahí y es un dolor profundo. Haber puesto tierra de por medio me ha
ayudado y la escritura ha sido mi terapia constante. También mi
escritura les enfada, los ofendo con ella. Soy yo, toda yo los enfada.
En fotografía: Ilka Oliva Corada
Durante muchos años me negué a usar el apellido de mi mamá, para no
seguirla avergonzando y por ser quién más daño me ha
hecho en la vida, pero un día leyendo una columna de Carolina
Vásquez Araya sentí el golpe de la responsabilidad de género, no fue la columna
en sí, fue su firma, firmaba con los dos apellidos. Se me
revolvieron las emociones, lloré mucho, me sentí terriblemente sola, devastada,
frágil, inservible. Rechazada nuevamente por el ser que me había dado la vida,
pero decidí en ese instante que firmaría mis textos como
Ilka Oliva Corado. Y así lo haré hasta el día en que muera.
Es mi forma de reverenciar a mi madre. De visibilizarla como mujer (aunque
el apellido sea de mi abuelo, y así el patriarcado). Es mi forma de decirle que
he dejado de victimizarme. Que he dejado de sentirme intrusa porque encontré mi
razón de ser, mi propia órbita, mi propio caos, donde puedo ser con
libertad.
Cabe decir que mi familia no tiene uno solo de mis libros, no se los he
enviado ni se los enviaré. Cabe decir también que uno de mis deseos
más profundos es vivir y morir lejos ellos.
Todavía estoy en proceso de reconstrucción, curando heridas añejas y en eso
la escritura es la mejor medicina.
PS: De un tiempo a esta parte, estamos publicando en nuestro Blog y
enviando a nuestros asociados los trabajos que nos hace llegar la talentosa,
tenaz e irreverente escritora y periodista del querido y admirado pueblo maya,
nuestra estimada Ilka Oliva Corado.
En mis clases en la Universidad siempre estoy hablando y citando a
maravillosas mujeres como la divina maestra Gabriela
Mistral, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, etc.
La semana pasada no hablé yo, sino entregué el texto adjunto de nuestra
estimada Ilka a mis estudiantes, una mujer con entereza, inteligente, tenaz,
con aguante, valiente, y determinación para llamar las cosas por su nombre.
Mujeres como las antes citadas, dignifican la vida, les temen los oligarcas
empresarios fariseos, testaferros del capital foráneo y hacen temblar a los
tiranos. Sus heraclidas firmezas, vencen más temprano que tarde a la
injusticia, hidra generadora de la inmoralidad social. Piensan y dicen lo que
deben y obran consecuentemente con sus principios.
Como colofón a este interesante trabajo que hacemos llegar a nuestros
asociados para su conocimiento y difusión, honestamente para ser justo debo
precisar que mis estudiantes fueron hondamente felices de tener el ensayo de
nuestra colaboradora Ilka Oliva Corado, pero, que respetuosamente piensan que
el titulo de “intrusa”, debería ser cambiado por los adjetivos “incomoda,
irreverente o tenaz”.
“Solo son dignos de la libertad y la vida quienes cada día las conquistan”
Dr. W.Goethe.
Prof. MORENO PERALTA / IWA
SECRETARIO EJECUTIVO ADDHEE ONG
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