Todo lo relacionado con el golpe
de Estado de Pinochet y la muerte del presidente Salvador Allende, un héroe de
América Latina, me conmueve particularmente. Porque, como lo he contado muchas
veces, yo estuve allí, frente al Palacio de La Moneda, precisamente ese trágico
11 de setiembre de 1973, vi el bombardeo de los Hawker Hunter y oí después en
las calles aledañas el magnífico discurso póstumo del Dr. Allende Gossens, el
de las grandes alamedas por donde pasará el hombre nuevo. A nivel nacional e
internacional, la ADDHEE.ONG, querellante en ambas causas por asesinato, acusó
al juez instructor Mario Carroza Espinoza y a la Corte Suprema de prevaricación
con la burda sentencia de sobreseimiento definitivo en ambas causas.
Especialmente en la causa por el asesinato del compañero Presidente Dr. Allende
Gossens, jamás se debió aplicar el sobreseimiento definitivo, existiendo
diligencias pendientes.
Reitero mi convicción de que
Allende fue asesinado, de lo cual existen pruebas documentales y testimoniales
que desmienten la versión del suicidio echada a rodar por la dictadura. Unos
días después, el domingo 23 de setiembre. Apareció muerto el gran poeta Pablo
Neruda en una clínica de Santiago de Chile. Se dijo que fue a consecuencia de
un cáncer de próstata. Ahora, 42 años después, aparecen nuevas revelaciones de
que Neruda fue asesinado por agentes de la dictadura pinochetista, como desde
la primera hora afirmaron fuentes cercanas al poeta y al Partido Comunista de
Chile.
Se trata de declaraciones de
Manuel Araya, quien fuera chofer y ayudante del poeta, y único testigo que compartió sus últimos
días en la clínica Santa María de Santiago de Chile. Ese domingo 23 de
setiembre era la víspera del día que Neruda debía embarcarse rumbo a México,
tal cual había sido convenido con el embajador de ese país en Santiago, Gonzalo
Martínez Corbalá, que mantuvo una definida actitud solidaria. Hacia las seis y
media de la tarde de ese día, Araya salió corriendo de la clínica, subió el
Fiat 125 blanco y fue a comprar un
medicamento requerido de urgencia para aliviar los dolores que sufría Neruda.
¿Qué había sucedido? Él lo narra en estos términos: “Ese día llegamos con
Matilde (Urrutia, esposa del poeta) a la clínica, y veo a Neruda con la cara
roja. Le pregunto qué le pasa y me dice: ‘Me pusieron una inyección en el
estómago y me estoy quemando por
dentro’”. Cuenta luego que fue el baño, tomó una toalla, la mojó y se la puso
en el estómago. Entonces llegó un médico y le dijo que fuera de urgencia a
comprar un remedio llamado Urogotán. Salió y nunca pudo volver.
Al salir fue interceptado por dos
autos, se bajan cuatro hombres con metralleta y lo golpean, lo insultan. Les
dice cuál era su misión y le responden
“Vamos a matar a todos los comunistas”, lo llevan a una comisaría, lo
interrogan y lo torturan, luego lo dejan en el Estadio Nacional, donde estaban
recluidos numerosos presos políticos. Allí pasó la noche. Al día siguiente, lo
reconoce el arzobispo Raúl Silva
Henríquez, y le dice que en la noche pasada, a las diez y media, falleció
Neruda.
Araya exclamó: “¡Asesinos!”. El
arzobispo pidió a los militares que lo dejaran salir, pero se negaron. Solo lo
logró 42 días después, con ropas prestadas, una barba muy larga y 33 kilos de
peso. Su vida fue un calvario. La dictadura eliminó sistemáticamente e hizo
desaparecer a colaboradores próximos a Neruda, como ocurrió en 1977 con su
secretario personal Homero Arce. Su propio hermano Patricio Ayala fue
desaparecido en 1976, probablemente por haber sido confundido con él, que
permaneció escondido mientras duró la dictadura.
Posteriormente, un periodista de
la revista mexicana Proceso publicó su historia. El Partido Comunista y Rodolfo
Reyes, sobrino de Neruda, presentaron una querella basada en su testimonio.
Como se recuerda, en 2013 el cadáver de Neruda fue exhumado, aunque los
forenses no encontraron rastros de veneno. Habían pasado 40 años.
El caso se reaviva ahora, además,
por la publicación de la biografía titulada Neruda, el príncipe de los poetas,
del historiador alicantino Mario Amorós. Sus principales revelaciones fueron
resumidas por el diario El País de
Madrid en reciente edición. Se refieren al informe secreto del Programa de Derechos Humanos del Ministerio
del Interior enviado el 25 de marzo de
2015 al magistrado Mario Carroza Espinosa, encargado del proceso. El documento,
basado en pruebas testimoniales y documentales,
señala que “resulta claramente posible y altamente probable la
intervención de terceros” en la muerte del premio Nobel de Literatura, Pablo
Neruda.
Además, un equipo forense
internacional investiga la presencia del estafilococo dorado en el cuerpo de
Neruda. Se trata de un germen que alterado genéticamente y aplicado en altas dosis puede ser letal. El
equipo científico se ha fijado marzo de 2016 para dictaminar un caso sin
precedentes: descifrar el ADN de ese germen, detectar su área y si fue alterado
por un equipo militar. Se recuerda –esto es fundamental, y lo destacó el propio
Carroza Espinosa- que la dictadura chilena utilizó armas químicas para eliminar
a sus opositores. Recuerden el caso Berríos.
Lo que antecede se confirma
plenamente en una nota de Winston Manrique Sabogal publicada en El País de
Madrid el 10 del corriente mes de noviembre, y que consiste en un reportaje
telefónico efectuado a Manuel Araya, quien se encuentra viviendo en Santiago de
Chile y cuenta con 69 años de edad (tenía 27 en la ocasión referida). Se señala que ahora, 42 años después, Manuel
Araya considera que debe cumplir una última misión con Neruda: ayudar a probar
su asesinato, porque está convencido de que el poeta no murió por las causas
que se señalaron oficialmente en esa oportunidad. En la nota se destaca que él
(Araya) es el único testigo directo de
los últimos días del Premio Nobel de Literatura que sobrevive de aquellos
momentos inaugurales del túnel de la dictadura de Augusto Pinochet, iniciada el
11 de setiembre de 1973.
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