EL PRESIDENTE Xi Jinping en Moscú: un mensaje al mundo sobre el nuevo orden multipolar
En plena tensión global, con la guerra en Ucrania
estancada y la confrontación comercial entre China y EE UU recrudeciéndose, el
presidente chino, Xi Jinping, ha aterrizado en Moscú para escenificar algo más
que una mera visita de Estado. Su presencia junto al presidente Vladímir
Putin en los actos por el 80º aniversario de la victoria soviética sobre la
Alemania nazi es un gesto cuidadosamente calculado que proyecta una imagen de
estabilidad estratégica y liderazgo alternativo en el nuevo orden mundial. Esta
gira no solo ratifica su alianza personal con el Kremlin, sino que también
reafirma su papel como actor clave en la redefinición de las esferas de poder
global.
Los presidentes Xi Jinping y Putin han definido su relación como
una “asociación sin límites”, una fórmula que, aunque ambigua, ha cobrado forma
tangible en los últimos años. Desde que Rusia invadió Ucrania a gran escala en
febrero de 2022, China se ha convertido en el principal sostén económico del
Kremlin. Solo en 2024, el comercio bilateral alcanzó los 244.800 millones de
dólares, un nuevo récord que da oxígeno a Moscú en plena era de sanciones.
Pekín, sin apoyar abiertamente la ofensiva militar,
ha facilitado material de uso dual (civil y militar) que sostiene la maquinaria
industrial rusa, según denuncian Washington, Bruselas y la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN).
Esta ambigüedad estratégica permite a China actuar
con libertad en el tablero global: no se implica directamente en la guerra,
pero tampoco la condena ni limita su cooperación con Moscú. La visita del presidente
Xi Jinping en plena efeméride patriótica rusa refuerza ese equilibrio
diplomático y lanza un mensaje claro a Occidente: China no solo no se pliega a la presión internacional, sino que
redefine sus alianzas en clave multipolar.
Pekín se posiciona como contrapeso global
El presidente Xi Jinping llega a Moscú en un momento en que su
país enfrenta un frente abierto con EE UU, marcado por la imposición de
aranceles y acusaciones mutuas. El respaldo visible a Rusia es también una
forma de movilizar al “Sur Global”, con el que Pekín quiere tejer una red de alianzas
frente al eje atlántico. Desde el Ministerio de Exteriores chino, se insiste en
la necesidad de promover una “globalización económica más inclusiva” y un
sistema internacional menos dominado por las reglas impuestas desde Washington.
El presidente Xi
Jinping y los lideres del sur Global
La presencia del
presidente chino en la Plaza Roja, rodeado de líderes del Sur Global durante el
desfile del Día de la Victoria, simboliza precisamente eso: la consolidación de
una alternativa a la hegemonía occidental/Estados Unidos/Unión Europea,
Inglaterra, Japón, y el patio trasero latinoamericano/yanqui. Mientras
Europa refuerza sus vínculos militares y económicos en torno a Kiev, Pekín
construye su propio bloque de poder a través del comercio, la diplomacia y,
cada vez más, la proyección militar indirecta.
Fricciones contenidas en una alianza pragmática
Pese a su sintonía estratégica, la relación entre Pekín
y Moscú no está exenta de tensiones. El apoyo de China a Pakistán —clave en su
ambicioso corredor económico— choca con la histórica cercanía de Rusia con la
India. La reciente ofensiva india sobre territorio paquistaní, tras un atentado
en Cachemira, ha evidenciado los límites del entendimiento éntrelos presidentes
Xi Jinping y Putin cuando se trata de sus respectivos intereses en Asia.
Mientras tanto, Moscú sigue afianzando lazos con Nueva Delhi, tanto en el
terreno militar como energético.
Sin embargo, estas divergencias quedan en segundo
plano frente a su objetivo común: debilitar el dominio estadounidense y
presentar una narrativa alternativa sobre el orden internacional. En ese marco,
la alianza sino-rusa sigue siendo una columna vertebral del nuevo paradigma
multipolar.
La carta de la mediación y el poder blando chino
Aunque China ha sido señalada por el presidente
ucraniano Volodíimir Zelenski como proveedor de armas a Moscú, Pekín conserva
un perfil diplomático suficientemente ambiguo como para aspirar a jugar un rol
en futuras negociaciones de paz. A diferencia de Donald Trump —quien ha llegado
a sugerir que Kiev debería ceder territorio a Rusia—, el presidente Xi
proyecta una imagen de mediador calculador. No ha reconocido las anexiones
rusas ni ha cruzado ciertas líneas rojas, lo que lo convierte, al menos en
teoría, en un interlocutor potencial para ambas partes en conflicto.
Esa capacidad de maniobra, basada en su poder
económico y su presencia creciente en organismos multilaterales, es lo que hace
del presidente Xi Jinping no solo un socio estratégico para Putin, sino
un pilar emergente del nuevo equilibrio global.
La elección del momento no es casual: la guerra en
Ucrania se intensifica y la seguridad de Moscú está más amenazada que nunca.
Los ataques con drones ucranios han forzado la cancelación de vuelos, alterado
agendas internacionales y evidenciado que incluso el corazón simbólico del
poder ruso es vulnerable. Pese a ello, el presidente Xi ha acudido,
desafiando el riesgo y reforzando su imagen de estadista firme.
El mensaje es claro: mientras Occidente asiste a la
fragmentación del orden internacional que construyó en el siglo XX, China y
Rusia afianzan un nuevo eje de poder. El presidente Xi Jinping no solo
consolida su amistad con el presidente Putin; se presenta al mundo como
el líder de una era en transformación, capaz de tejer alianzas, resistir
presiones y moldear el futuro desde el centro de Eurasia.
Lo subrayado/interpolado es nuestro




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