viernes, 2 de mayo de 2025

CELAC, Unasur o BRICS: El falso dilema de la integración regional

CELAC, Unasur o BRICS: El falso dilema de la integración regional

Prolegómeno: es la hora de nuestra América Latina y Caribeña.

En la Integración regional latinoamericana-caribeña,  el progreso  de la solidaridad  se caracteriza  en el porvenir por el desarrollo de organismos jurídicos, políticos, económicos y morales que regulan  las relaciones  de los pueblos.  Un equilibrio  instable y perfectible  permitiría la coordinación de las partes  armonizando el bienestar del pueblo de las regiones de los Estados...

Algunos  ignorantes, desquiciados olvidando que la humanidad no es  un mito homogéneo, sino  una realidad  heterogénea, tratan de imponer la avidez /insania de una sola  nacionalidad  universal/hegemónica. Más justo es  presumir  que por sobre los actuales  Estados políticos carentes  a veces de unidad moral,  tiendan a constituirse  grandes  nacionalidades  capaces de producir nuevos tipos de civilización,  considerando  pueblos similares.   La solidaridad será natural, fundada en semejanzas de origen, de interés,  de idioma, de sentimientos, de costumbres de aspiraciones...

Frente al desaguisado capitalista determinista globalizado /hegemónico,  el ideal de los pueblos  del Sur Socialista- no confundirlo con socialdemócrata -, no alineado de la  mundialización del Nuevo Orden Multipolar, es un ideal de perfeccionamiento político, una coordinación federativa- la unidad en la diversidad-,  de países  sociológicos afines que respete  sus  características propias y  las armonice en una poderosa nacionalidad común.  Ninguna convergencia histórica parece más natural que una federación de los pueblos de América Latina y el Caribe. Disgregados hace más de dos siglos por la incomunicación, el feudalismo, el rastrerismo de la clase  oligarca empresarial financiera, agrícola monopolista y  su testaferra la clase politicastra castrense corrupta al servicio incondicional del régimen de Estados Unidos.  Hora es  de plantear de nuevo, el problema de su futura unidad  nacional,  extendida desde el Rio Bravo a la Antártida. Esta posibilidad histórica merece convertirse en ideal común, pues son comunes a todos sus pueblos las esperanzas de progreso y los peligros de vasallaje. Si no llegara a cumplirse tal destino, sería inevitable su colonización por el  odioso  imperialismo estadounidense/yanqui, que  desde décadas les impone  la maldita doctrina de Monroe en su patio trasero.

Frente a las fuerzas inmorales empresariales oligarcas y su testaferra  la burguesía politicastra castrense corrupta, la esperanza de acercarnos a una firme solidaridad que solo puede ser alcanzada en la nueva generación, si logra ser tan  nueva por su espíritu como por sus años. Sea ella capaz  de resistir a las tentaciones del presente, mientras  adquiera las fuerzas morales que la capaciten para emprender el gran desafío del porvenir, desenvolver la justicia social en la nacionalidad Continental Latinoamericana y Caribeña.

Con esperanza y memoria que sólo merecen la libertad y la vida quienes cada día las conquistan, “Luz, más luz”

Prof. Moreno Peralta/ IWA

Secretario ejecutivo Addhee. Ong

Por Mario Campa*/Escritor, economista y politólogo/ Diario RED, Inter Press Service (IPS), xinhuanet, la jornada de México, Other News, Tektonikos, red latina sin fronteras, en red, el salto diario, el clarín de chile, ACHEI, ADDHEE.ONG:

El debate sobre la mejor manera de ampliar el intercambio comercial, cultural y político en América Latina está reabierto. La flexibilidad estratégica sería una carta de valor, en particular frente a las agresiones asimétricas de las potencias, especialmente de Estados Unidos y la Unión Europea/OTAN/occidente.

En la IX Plenaria de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la presidenta Sheinbaum retomó el espinoso asunto de la integración. “Les invito, que la CELAC convoque a unaCumbre por el bienestar económico de América Latina y el Caribepara hacer realidad una mayor integración económica regional sobre la base de la prosperidad compartida y el respeto a nuestras soberanías”, declaró la mandataria en un contexto de agresiones estadunidenses y la guerra comercial de Trump. Con esta declaración y el traspaso de la presidencia pro tempore a Colombia, el debate sobre la mejor manera de ampliar el intercambio comercial, cultural y político en América Latina quedó reabierto. 

La integración vuelve al primer plano, aunque sin un consenso sobre la ruta idónea que la promueva. En Brasil, la expansión de los BRICS es prioridad. En México, la presidencia de López Obrador buscó reactivar la CELAC como contrapeso a la Organización de Estados Americanos (OEA) tras las crisis políticas de Bolivia, Perú y Venezuela. En Colombia, Petro declaró que solicitaría al próximo presidente de Ecuador reabrir el edificio de la Secretaría General de la Unasur. En general, los líderes de México, Colombia y Brasil manifiestan deseos tangibles de reactivar los mecanismos regionales de cooperación, si bien persisten dudas ausente una institucionalidad propia. Se carga a cuestas una experiencia frustrante. 

La última gran apuesta de integración regional fue Unasur. Inicialmente conocida como Comunidad Suramericana de Naciones, la agrupación surgió de esfuerzos de varios años durante la primera ola de gobiernos progresistas. Los presidentes suramericanos firmaron el Tratado Constitutivo en mayo del 2008, mismo que entró en vigor en marzo del 2011 tras la ratificación parlamentaria en 9 de los 12 países que eventualmente se adhirieron. México, presa entonces de gobiernos panistas y acaso condicionado también por la geografía, quedó excluido de una fiesta de corta duración. 

Unasur fue un ambicioso proyecto que nació de la voluntad política y de las trabas a la profundización del comercio regional. Las simpatías ideológicas estaban ahí, pero además encontraron catalizadores concretos. Por ejemplo, el entonces deseo de Bolivia, Ecuador y Venezuela de entrar al Mercosur se vio frustrado por la rigidez normativa. La creación de Unasur buscó no solo agrupar a los países andinos con los vecinos del sur, sino también ampliar la cooperación transversal y la articulación geopolítica en un contexto de creciente multipolaridad. Desde su origen, Unasur esbozó la adopción de una moneda común (el “sur”) y designó una Secretaría Permanente con sede en Quito, Ecuador. En su corta vida, estableció consejos de gobernanza y sectoriales que constituyeron el espinazo de la organización. Pero fue incapaz de trascender la etapa incipiente de consolidación y de sobrevivir el ocaso del primer bloque histórico progresista.  

La mayor debilidad fundacional de Unasur fue la regla del consenso. El artículo 12 del Tratado Constitutivo establece que “toda la normativa se adoptará por consenso”, aunque en realidad implica unanimidad a la usanza de la Unión Europea. Con la clara intención de respetar la voluntad de todos los Estados, otorgó un poder de veto de facto a cada miembro en toda instancia de decisión. Este error de diseño institucional fue un llamado a la parálisis crónica. La falta de consenso impidió la nominación de un nuevo secretario general entre 2017 y 2019. En medio de una contraola conservadora, entre 2018 y 2020 siete de los doce países miembros notificaron la denuncia del Tratado y salieron de la organización. Sin embargo, la existencia jurídica internacional perdura. Para Guillaume Long, exministro ecuatoriano de Relaciones Exteriores, un modelo híbrido de toma de decisión que remplace a la regla del consenso sería deseable. Sin embargo, dependiente hoy de la voluntad política, las sombras de Milei y Noboa complican la reactivación de Unasur.  

Si revivir Unasur es hoy una quimera y CELAC cojea por su carencia de tratado constitutivo y un cuerpo burocrático permanente, una tercera vía pueden ser las agendas temáticas de los BRICS. Un ejemplo es la adopción de una moneda común que funcionaría bajo un sistema dual y no uno dominante como el del euro. Bajo la propuesta actual, cada país miembro mantendría su moneda e introduciría la nueva denominación en el comercio internacional. Cada miembro depositaría oro como colateral en el banco central de los BRICS, mismo que regularía la oferta de divisas. En un futuro, las naciones podrían acumular reservas en la nueva divisa conforme un banco central o el Nuevo Banco de Desarrollo cree activos financieros que paguen interés. En este caso, los países latinoamericanos socios de esta red podrían reducir la dependencia del dólar e integrarse por vías indirectas bajo el gran paraguas de los BRICS. Otras posibilidades irán sumándose en el camino. 

Ante todo, Unasur, CELAC y BRICS son mecanismos simbióticos, no mutuamente excluyentes. Cuando la losa de la ingeniería institucional pese, CELAC serviría de foro político para responder con agilidad a la coyuntura. Sin embargo, la amplitud conferida por los treinta y tres miembros dificultaría lograr acuerdos vinculantes en materia de gobernanza y desarrollo regional. En ciertos momentos críticos donde la divergencia legítima de intereses nacionales pueda ser una limitante, entonces los BRICS y su plataforma en construcción pueden dar mejor alternativa. La flexibilidad estratégica sería una carta de valor para los países latinoamericanos, en particular frente a las agresiones asimétricas de las potencias. 

Es positivo que los presidentes Sheinbaum, Lula y Petro reimpulsen la agenda de la integración. Sin embargo, con un calendario electoral próximo en Brasil y Colombia, México enfrentará presiones de liderazgo para evitar que una contraola conservadora como la que hundió a Unasur entierre el buen momento. Como faro en el horizonte, no existe un camino integrador único. Elegir entre CELAC, Unasur o BRICS es un falso dilema. Hoy, los países con la voluntad política indispensable deben elegir la casilla “todas las anteriores” como ruta de navegación hacia una imperfecta e incompleta pero posible integración regional.

La influencia de Estados Unidos en América Latina está en declive

Por Steve Ellner*/ escritor, académico y analista internacional/ Diario RED, Inter Press Service (IPS), xinhuanet, la jornada de México, Other News, Tektonikos, red latina sin fronteras, en red, el salto diario, el clarín de chile, ACHEI, ADDHEE.ONG:

La indignación y la resistencia ante las políticas de intimidación de Trump, las deportaciones masivas y las represalias económicas se extienden por América Latina/su patio trasero, aunque los grandes medios de comunicación apenas les presten atención. En contraste, es bien conocido la resistencia proveniente de Canadá y Europa Occidental, así como las protestas en las calles y las asambleas de ciudadanos en Estados Unidos, además de la gira “Luchando contra la oligarquía empresarial plutocrata” protagonizada por Alexandria Ocasio-Cortez y Bernie Sanders.

La oposición a las políticas de Trump en América Latina adopta múltiples formas. En algunos países, como es el caso de México, los presidentes han forjado un frente común en torno al tema de los aranceles, que incluye a empresarios destacados y a algunos líderes de la oposición. Por su parte, mandatarios como Lula en Brasil impulsan iniciativas diplomáticas con el objetivo de consolidar una postura latinoamericana unificada frente a las medidas de Trump, fortaleciendo organismos regionales como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

El repertorio de resistencia también incluye movilizaciones callejeras. La más reciente se llevó a cabo el 12 de abril, cuando ciudadanos panameños salieron a las calles en rechazo a la visita del secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth. El Frente Nacional por la Defensa de los Derechos Económicos y Sociales (Frenadeso), uno de los principales convocantes, denunció los planes encubiertos de Washington para establecer cuatro bases militares en el país. Las manifestaciones intimidaron al presidente derechista José Raúl Mulino. Aunque Frenadeso lo tildó de “traidor”, Mulino advirtió a Hegseth sobre los riesgos de llevar adelante la iniciativa. “¿Quieren armar un lío?”, le dijo, y agregó: “Lo que se ha montado aquí podría prender fuego al país”.

Frenadeso también denunció la capitulación de Mulino ante las presiones de Washington, que condujo a la salida de Panamá de la Iniciativa de la Franja y la Ruta impulsada por China. 

Tres temas alimentan la resistencia contra Trump en América Latina: los aranceles, las deportaciones y la política de exclusión promovida por Washington. Esta última abarca tanto el aislamiento de Cuba y Venezuela del concierto de naciones latinoamericanas como la retórica y las acciones destinadas a expulsar a China del continente.

Las políticas de Trump también han intensificado la polarización que enfrenta a los gobiernos de izquierda y centroizquierda con una ultraderecha estrechamente alineada con Washington y, en particular, con el propio Trump. La indignación provocada por sus declaraciones incendiarias sobre el Canal de Panamá y el Golfo de México, así como su política de deportaciones masivas y aranceles, no hace sino fortalecer a las fuerzas progresistas latinoamericanas en detrimento de la derecha.

¡Yanquis, go home!

También estimulan el sentimiento antiestadounidense, que, según el columnista de Bloomberg Juan Pablo Spinetto, “está cobrando nueva vida en América Latina”. Spinetto señala que “la dureza de su política de ‘lo tomas o lo dejas’… dará un nuevo impulso al antiamericanismo…, debilitando el interés en cooperar y establecer objetivos comunes”.

En una muestra contundente de repudio a una de las muchas medidas infames adoptadas por la administración Trump, la primera ministra de Barbados, Mia Mottley, agradeció la labor del personal médico internacional cubano por su asistencia durante la pandemia de COVID-19. El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, anunció sanciones contra funcionarios del gobierno y sus familiares por su presunta “complicidad” en la promoción de las misiones médicas cubanas. La medida también amenaza con imponer restricciones comerciales a los países que colaboren con dichas misiones. Mottley afirmó que no cederá en su defensa de la cooperación médica cubana y agregó: “Si el costo de ello es perder mi visa para ingresar a Estados Unidos, que así sea. Lo que nos importa son los principios.”

Para colmo de males para Marco Rubio, durante una sesión conjunta celebrada en Jamaica, justo después de que el secretario de Estado elogiara las sanciones contra las misiones médicas cubanas, el primer ministro Andrew Holness lo desestimó, en efecto, con una declaración contundente. “En lo que respecta a los médicos cubanos en Jamaica, seamos claros: los médicos cubanos han sido increíblemente útiles para nosotros”, afirmó Holness. Declaraciones similares fueron formuladas por los primeros ministros de Antigua y Barbuda, San Vicente y las Granadinas, y Trinidad y Tobago.

Derrota en la OEA

El 10 de marzo, Albert Ramdin, de Surinam, fue elegido secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) tras la retirada de su único contendiente, el canciller paraguayo Rubén Ramírez Lezcano. Los principales medios de comunicación internacionales en gran medida se guiaron por la afirmación del enviado de la Casa Blanca para América Latina, Mauricio Claver-Carone, quien aseguró que “el secretario general de la OEA será un aliado de Estados Unidos”. Claver-Carone agregó que el gobierno surinamés de Ramdin “va por el camino correcto en lo económico… está atrayendo inversiones extranjeras que no provienen de China”. Nada más alejado de la realidad. Ramdin se opone a las sanciones impuestas por Washington y defiende el diálogo con el gobierno venezolano de Nicolás Maduro. Muy distinto es el caso de su rival Ramírez, quien había prometido impulsar un “cambio de régimen” en Venezuela, Cuba y Nicaragua.

Además, China, en su calidad de país observador ante la OEA, respaldó la candidatura de Ramdin, mientras que los gobiernos de derecha y pro-Trump de Argentina y El Salvador apoyaron a Ramírez. Ramdin defiende la política de “una sola China”. Durante una visita a Pekín en 2006, declaró que su objetivo era “ampliar y profundizar” la relación entre China y la OEA, una estrategia que, evidentemente, sigue apoyando. En contraste, Paraguay es el único país de América del Sur que mantiene relaciones diplomáticas con Taiwán.

Ramdin debe su nominación no solo al respaldo unánime de las naciones caribeñas, sino también al apoyo conjunto de los gobiernos progresistas de Brasil, Colombia, Uruguay, Bolivia y Chile. Según se informó, la iniciativa de Lula respondió al viaje de Ramírez a Washington, donde sostuvo reuniones con asesores de Trump, tras lo cual se trasladó a Mar-a-Lago. Allí posó para fotografías con el propio Trump y Elon Musk, imágenes que fueron interpretadas como un respaldo virtual a su candidatura a la Secretaría General de la OEA.

A pesar de las felicitaciones de Marco Rubio, el reemplazo del incondicional de Washington, Luis Almagro, por Albert Ramdin como secretario general de la OEA seguramente no fue bien recibido por el gobierno de Donald Trump. La prensa de derecha fue más explícita. El portal argentino Derecha Diario advirtió que Ramdin, con una “preocupante trayectoria alineada con el socialismo… representa una amenaza para la independencia de la OEA y busca favorecer a los regímenes dictatoriales de izquierda en América Latina”. El artículo también afirmó que Ramdin ha reconocido que “las misiones diplomáticas de Surinam… trabajan ‘mano a mano’ con las de China”. Esta misma narrativa ha sido impulsada por el congresista republicano Chris Smith, miembro del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes y copresidente de la Comisión Ejecutiva del Congreso sobre China (CECC).

Si el pasado sirve de guía, no sería sorprendente que la administración Trump intente chantajear a la Organización de Estados Americanos (OEA) con la amenaza de recortar sus aportes financieros, que actualmente representan el 60 por ciento del presupuesto del organismo. De hecho, algunos asesores del presidente han planteado en privado esa posibilidad. Por cierto, Washington ya ha congelado sus “contribuciones voluntarias” a la OEA, lo que podría ser el primer paso en esa dirección. La eventual retirada total de Estados Unidos de una organización que considera hostil convergería con la visión del expresidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, quien ha abogado por sustituir a la OEA por una organización latinoamericana inspirada en la Unión Europea.

Desafiando al Hegemón

Después de que Trump anunció un arancel del 25 por ciento a las importaciones mexicanas y canadienses, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, convocó una manifestación para el 6 de marzo en la plaza central de Ciudad de México con el fin de anunciar medidas de represalia. Aunque Trump pospuso la medida, Sheinbaum decidió llevar a cabo la concentración de todos modos, y la transformó en un festival para celebrar el repliegue de Washington.

Frente a una multitud estimada en 350,000 personas —algunas de las cuales portaban pancartas con lemas como “¡México se respeta!”— la presidenta Claudia Sheinbaum declaró: “No somos extremistas, pero tenemos claro que… no podemos ceder nuestra soberanía nacional… por decisiones de gobiernos extranjeros o potencias hegemónicas”.

El enfrentamiento con Trump ha contribuido a forjar un “frente común”, en palabras de Francisco Cervantes Díaz, presidente del principal organismo empresarial del país, quien aseguró que al menos 300 empresarios asistirían al mitin del 6 de marzo. También participaron en la movilización algunos miembros de la oposición mexicana. 

Pero los dos principales partidos tradicionales del país, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN), se negaron a cerrar filas con la presidenta. Desde un principio, responsabilizaron a la política antidrogas del partido gobernante MORENA de haber provocado las medidas adoptadas por Trump. Posteriormente, la abanderada del PRI-PAN, Xóchitl Gálvez, calificó de “desacertada” la amenaza de Sheinbaum de imponer aranceles de represalia. El episodio, en el que un “frente común” en torno a la presidenta se enfrenta a una oposición endurecida, es una muestra más del alto grado de polarización que atraviesa la política en toda la región. 

La firmeza de la presidenta Sheinbaum tuvo un fuerte eco en México, donde su nivel de aprobación alcanzó el 85 por ciento. Su reacción frente a Trump contrastó marcadamente con la actitud sumisa del primer ministro canadiense Justin Trudeau, quien acudió de inmediato a Mar-a-Lago tras el anuncio inicial de los aumentos arancelarios por parte de Washington. También el presidente panameño José Raúl Mulino sucumbió ante la presión. 

La actitud civilizada de la presidenta Sheinbaum, reflejada en el lenguaje mesurado que empleó, marcó la pauta para otros presidentes progresistas de la región. Al referirse a su estrategia, afirmó que “siempre es importante mantener la cabeza fría” al tratar con Trump. Su enfoque, basado en el pragmatismo y la flexibilidad, pero sin renunciar a la dignidad, contrastó con la reacción del presidente colombiano Gustavo Petro, quien inicialmente arremetió contra la política de deportaciones de Trump, pero luego dio marcha atrás. 

Inmediatamente después del anuncio inicial de aranceles por parte de Trump, Lula y Sheinbaum sostuvieron una conversación telefónica en la que coincidieron en la necesidad de fortalecer a la CELAC como una alternativa a los vínculos comerciales con Estados Unidos. Al igual que la presidenta Sheinbaum, Lula combinó la cautela con la firmeza; en un momento llegó a calificar a Trump de “bully”. 

El activismo internacional de Lula tiene como objetivo promover una respuesta multilateral frente a la ofensiva arancelaria de Trump. A fines de marzo, viajó a Japón para recabar respaldo a un acuerdo aduanero propuesto entre ese país y el bloque del MERCOSUR, conformado por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay. 

El enfoque colectivo que proponen los gobiernos progresistas de América Latina frente a los aranceles excesivos, con Lula a la cabeza, contrasta de forma tajante con los acuerdos bilaterales impulsados por Estados Unidos en la región desde 2005. Fue precisamente en ese año cuando los presidentes progresistas latinoamericanos, liderados por el comandante Hugo Chávez Frias, asestaron un golpe letal al multilateralismo estilo estadounidense en la forma del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), para disgusto del entonces presidente George W. Bush. 

La polarización que enfrenta a los gobiernos progresistas, partidarios de la integración latinoamericana, y a aquellos de derecha, alineados con Washington mediante acuerdos bilaterales de libre comercio, se hizo plenamente visible en la cumbre de la CELAC celebrada en Honduras en abril. Los presidentes de derecha de Argentina, Paraguay, Perú y Ecuador brillaron por su ausencia, mientras que sus homólogos del espectro progresista —representando a Cuba, Colombia, México, Uruguay, Honduras y Venezuela— participaron activamente. 

Especialmente significativa fue la insistencia de Lula en que los países de la región se desvinculen del dólar mediante el comercio en monedas locales. En una clara alusión a Trump, Lula afirmó: “Cuanto más unidas estén nuestras economías, más protegidos estaremos frente a acciones unilaterales”. Aún más explícita fue la anfitriona de la cumbre, Xiomara Castro de Zelaya, quien declaró: “No podemos salir de esta asamblea histórica… sin debatir el nuevo orden económico que Estados Unidos nos está imponiendo con aranceles y políticas migratorias”. 

Los presidentes de Argentina y Paraguay, Javier Milei y Santiago Peña, se reunieron por separado en Asunción para rechazar la postura unificada de la CELAC en materia arancelaria. Sus respectivos representantes en la cumbre se negaron a firmar el documento final, denominado “Declaración de Tegucigalpa”, en el que se expresaba el rechazo a las sanciones internacionales unilaterales y a los aranceles impuestos por Donald Trump. 

Ambas naciones objetaron el uso del término “consenso suficiente” por parte de Xiomara Castro para referirse al respaldo obtenido por la Declaración en la cumbre. Alegando que dicha expresión no existe en el derecho internacional, Paraguay cuestionó si el documento final pudiera emitirse en nombre de la organización e insistió, sin éxito, en que se reconociera oficialmente la postura disidente de ambos países. La cuestión de la idoneidad del término “consenso suficiente” fue retomada por sectores de derecha en toda la región. Pero el debate trascendió lo semántico: la intención era claramente desacreditar —cuando no sabotear— los esfuerzos encaminados a consolidar la unidad latinoamericana.

La polarización que perjudica a la derecha

Las políticas de Trump han intensificado la extrema polarización en América Latina, desplazando a la centro-derecha tradicional y dando paso a una ultraderecha cada vez más influyente, al mismo tiempo que la izquierda ha ganado terreno en algunos países. Un caso emblemático es el de Venezuela. La deportación de 238 venezolanos desde Estados Unidos a una cárcel abarrotada en El Salvador, y de otros a Guantánamo, ha provocado indignación entre los venezolanos. 

Algunos han salido a las calles a protestar, incluidos decenas de familiares que portan fotografías de las víctimas. Un cartel típico dice: “Jhon William Chacín Gómez – Es inocente”. La esposa y la hermana de Chacín Gómez declararon a la prensa que su único “delito” eran sus tatuajes. En una muestra de solidaridad con Venezuela y en desafío al clima represivo que impera en el país, manifestantes en El Salvador también exhiben pancartas con imágenes de presos venezolanos. El presidente Nicolás Maduro hizo un llamado a una “Venezuela unida para rechazar y protestar en las calles” contra lo que calificó como el “secuestro” de inmigrantes venezolanos. 

El tema ha puesto en aprietos a la derecha venezolana, encabezada por María Corina Machado. Ella es plenamente consciente de que incluso la más leve crítica a la política de deportaciones de Trump podría costarle el respaldo del mandatario. Por tal motivo, ha expresado un firme respaldo  a Trump en este asunto. “Respetamos las medidas tomadas en el marco de la ley por gobiernos democráticos como el de Estados Unidos… para identificar, detener y sancionar al Tren de Aragua, y confiamos en el estado de derecho que impera en esas naciones democráticas”, declaró. Machado califica a la banda del Tren de Aragua como “el brazo ejecutor del régimen de Maduro”, reforzando así la narrativa de Trump que demoniza a los inmigrantes venezolanos. 

El tema de las deportaciones ha profundizado aún más las divisiones dentro de la oposición venezolana. El sector más radical, que respaldó inicialmente la candidatura de María Corina Machado y luego la de su sustituto Edmundo González, se encuentra ahora fracturado. En abril, el dos veces candidato presidencial Henrique Capriles fue expulsado de uno de los principales partidos del país, Primero Justicia, debido a sus diferencias con Machado. Una de ellas gira en torno a las deportaciones. En relación con los venezolanos deportados, Capriles se preguntó: “¿Cuál es su delito? ¿Cuál es el criterio para probarlo?”. Acto seguido, exigió “respeto a los derechos humanos” y calificó de “inaceptable” la práctica de estigmatizar a todos los migrantes venezolanos como delincuentes.

José Guerra, dirigente de la oposición venezolana, me dijo: “No cabe duda de que el asunto de las deportaciones de los venezolanos está desempeñando un papel fundamental en la división de la oposición en dos bloques”.

El tema de las deportaciones es un ejemplo más de cómo las políticas de Trump debilitan – aunque sea de forma involuntaria – a la derecha latinoamericana y, en consecuencia, terminan favoreciendo a la izquierda. 

La ironía de la Doctrina Monroe de Trump 

Resulta irónico que el presidente del siglo 21 que proclama la Doctrina Monroe como piedra angular de la política de Estados Unidos hacia el sur del continente sea, al mismo tiempo, quien más ha alejado a América Latina de Washington. Desde la llegada de Trump a la Casa Blanca, se han sucedido una serie de hechos que auguran un deterioro aún mayor de las relaciones hemisféricas: la elección de un secretario general de la OEA que no comparte los objetivos del mandatario estadounidense, lo que podría desembocar en la retirada de fondos por parte de Washington o incluso su salida total del organismo; declaraciones de Trump que revelan una total insensibilidad frente al sentimiento nacionalista que predomina en la región; la utilización de los aranceles como arma política, con medidas especialmente duras contra Venezuela y Nicaragua que, a su vez, envían un mensaje de advertencia a gobiernos progresistas como los de Brasil, Colombia y Uruguay; la desarticulación de programas de asistencia exterior; y las deportaciones de inmigrantes a cárceles en países extranjeros. Además, la encarnizada campaña anti-China, que invoca la Doctrina Monroe, choca con la realidad de la expansión económica de China en el continente. 

Si América Latina se aleja del campo estadounidense, no puede atribuírsele toda la culpa a Trump. Su actitud intimidatoria y hostil no hace más que acentuar el intervencionismo que históricamente ha caracterizado las acciones de Washington al sur del río Bravo. Los gobiernos progresistas de la región están hoy más decididos que nunca a ponerle freno.

Lo subrayado/interpolado es nuestro

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