El Papa Francisco no es solo un nombre sino un proyecto de Iglesia y de mundo.
La elección del nombre Francisco, sin antecedentes, no es
fortuita. Francisco de Asís representa otro proyecto de Iglesia cuya
centralidad reside en el Jesús histórico, pobre, amigo de los despreciados y
humillados, como los leprosos, con los cuales fue a vivir. Pues esta es la
perspectiva asumida por Bergoglio al ser elegido Papa. Quiere una Iglesia pobre
por/para los pobres. Consecuentemente se despoja de las vestiduras
honoríficas, de la tradición de los emperadores romanos, bien representadas por
la mozzeta, pequeña capa blanca adornada de joyas, símbolo del poder
absoluto de los emperadores e incorporada a las vestimentas papales. La rechazó
y se la dio al secretario como recuerdo. Viste un traje blanco sencillo con la
cruz de hierro que siempre usó. Vivió en la mayor sencillez (el Papa no viste
prada) y sin ceremonia, rompió ritos para poder estar cerca de los fieles. Eso
seguramente escandalizó a muchos de la vieja cristiandad europea, acostumbrada
a la pompa y gloria de las vestimentas papales y en general de los prelados de
la Iglesia. Cabe recordar que tales tradiciones se remontan a los emperadores
romanos, pero no tienen nada que ver con el pobre artesano y campesino
mediterráneo de Nazaret.
Sorprendentemente se presentó, primero como obispo local de
Roma, después como Papa para animar la Iglesia universal y, como enfatizó, no
con el derecho canónico sino con el amor.
Escogió el nombre de Francisco porque San Francisco de Asís
es el “ejemplo por excelencia del cuidado y por una ecología integral vivida
con alegría y autenticidad (Laudato Sì, n.10), que llamaba a todos los
seres con el dulce nombre de hermano y hermana”.
No quiso vivir en un palacio pontificio, sino en una casa de
huéspedes, Santa Marta. Guardaba la fila para comer, como todos los demás, y
con humor comentaba: así es más difícil que me envenenen.
Puso en el centro de su misión la preferencia y el cuidado
de los pobres, especialmente de los migrantes. Dijo con honradez: “ustedes
europeos estuvieron primero allí, ocuparon sus tierras y riquezas y fueron bien
recibidos. Ahora ellos están aquí y no están dispuestos a recibirlos”. Con
tristeza constataba la globalización de la indiferencia.
Por primera vez en la historia del papado, el Papa Francisco
recibió varias veces a los movimientos sociales mundiales. Veía en ellos la
esperanza de un futuro para la Tierra, porque la tratan con cuidado, cultivan
la agroecología, viven una democracia popular y participativa. Les repitió
muchas veces el derecho que les es negado, las famosas tres T: Tierra, Techo y
Trabajo. Deben comenzar ahí donde están, en la región, pues es ahí donde se
puede construir una comunidad sostenible. Con eso legitimó todo un movimiento
mundial, el biorregionalismo, como forma de superación de la explotación y la
acumulación de pocos y con más participación y justicia social para muchos.
En este contexto escribió dos extraordinarias encíclicas: “Laudato
sì: sobre el cuidado de la casa común” (2020), presentando una ecología
integral que implica el medio ambiente, la política, la economía, la cultura,
la vida cotidiana y la espiritualidad ecológica. En la otra, Fratelli
tutti (2025), frente a la degradación generalizada de los ecosistemas,
hace una seria advertencia: “estamos en el mismo barco: o nos salvamos todos o
no se salva nadie” (n.34). Con estos textos, el Papa se sitúa a la cabeza de la
discusión ecológica mundial que va más allá de la simple ecología verde y de
otras formas de producción sin cuestionar nunca el sistema capitalista que, por
su lógica, crea acumulación por un lado, a costa de la explotación, por el otro,
de las grandes mayorías.
El Papa Francisco viene de la teología de la liberación de
vertiente argentina que enfatiza la opresión del pueblo y el silenciamiento de
la cultura popular. Fue discípulo del teólogo de la liberación Juan Carlos
Scannone, al que cita a pie de página en Laudato Si. Ya como
estudiante e inspirado en esta teología se hizo a sí mismo una promesa:
hacer todas las semanas una visita a las “villas miseria”. Entraba en las
casas, se informaba de los problemas de los pobres y suscitaba esperanza en
todos. Mantuvo durante años una polémica con el gobierno que hacía
asistencialismo y paternalismo como políticas de Estado. Reclamaba diciendo:
así jamás se sacará a los pobres de la dependencia. Lo que necesitamos es
justicia social, raíz de la real liberación de los pobres. En solidaridad con
los pobres, vivía en un pequeño apartamento, cocinaba su comida, iba a buscar
su periódico. Rechazó vivir en palacio y usar un automóvil especial.
Esta inspiración libertadora iluminó el modelo de Iglesia
que se dispuso a construir. No una Iglesia cerrada cual castillo, imaginándola
rodeada por todos lados de enemigos venidos de la modernidad con sus conquistas
y libertades. A esta Iglesia cerrada opuso una Iglesia en
salida hacia las carencias existenciales, una Iglesia cual hospital de
campaña que acoge a todos los heridos, sin preguntarles su tendencia sexual,
religión o ideología: basta que sean humanos necesitados.
El Papa Francisco no se presenta como un doctor de la fe sino
como un pastor que acompaña a los fieles. Pide a los pastores que tengan olor a
oveja por su proximidad y compromiso con los fieles, ejerciendo la pastoral de
la ternura y de la amorosidad.
¡No a la
injusticia social y a la injusticia ecológica!
Tal vez ningún papa en la historia de la Iglesia haya mostrado
tanto valor como él al criticar el sistema vigente que mata y que produce dos
feroces injusticias: la injusticia ecológica devastando los ecosistemas y la
injusticia social explotando la humanidad hasta la sangre. Nunca en la historia
ha habido tanta acumulación de riqueza en tan pocas manos como ahora. Ocho
personas individualmente poseen más riqueza que 4,7 mil millones de personas.
Es un crimen que clama al cielo, ofende al Creador y sacrifica a sus hijos e
hijas.
Como pastor más que como doctor, su mensaje se fundaba
especialmente en el Jesús libertario histórico, amigo de los pobres, de
los enfermos, de los marginados y de los oprimidos. Fue asesinado en la cruz
por un doble proceso, uno religioso (ofensas a la religión de la época y su
afirmación de sentirse Hijo de Dios) y otro político, por las fuerzas de
ocupación romana.
No ponía mucho acento en las doctrinas, en los dogmas y en
los ritos, que siempre respetó, pues reconocía que con tales cosas no se llega
al corazón humano. Para esto se necesita amor, ternura y misericordia. Una vez
dijo una de las frases más importantes de su magisterio: Cristo vino a
enseñarnos a vivir el amor incondicional, la solidaridad y el perdón, valores
que componen el proyecto del Padre que es el centro del anuncio de Jesús: el
Reino de Dios. Prefiere un ateo sensible a la justicia social que un fiel que
asiste a la iglesia pero no tiene una mirada para su semejante que sufre.
Tema recurrente en sus predicaciones es el de la
misericordia. Para el Papa Francisco la misericordia es esencial. La
condenación es solo para este mundo. Dios no puede perder a ningún hijo o hija
que ha creado por amor. La misericordia vence a la justicia y nadie puede
imponer un límite a la misericordia divina. Alertaba a los predicadores a no
hacer lo que se hizo durante siglos: predicar el miedo e infundir en la gente
el pavor del infierno. Todos, por peores que hayan sido, están bajo el arcoíris
de la gracia y la misericordia divina.
Lógicamente no todo vale en este mundo. Los que vivieron una
vida sacrificando otras vidas y preocupándose poco o incluso negando a Dios
pasarán por la clínica curadora de la gracia, en la cual reconocerán sus
maldades y aprenderán lo que es el amor, el perdón y la misericordia. Sólo
entonces la clínica de Dios, que no es la antesala del infierno sino la
antesala del cielo, se abrirá para que participen también ellos de las promesas
divinas.
Con su llamamiento en favor de los empobrecidos, con su
crítica valiente al sistema vigente que produce muerte y amenaza las bases
ecológicas que sustentan la vida, por su apasionado amor y cuidado de la
naturaleza y de la Casa Común, por sus incansables esfuerzos para mediar en
guerras en función de la paz, emergió como un gran profeta que anunció y
denunció, pero suscitando siempre la esperanza de que podemos construir un
mundo diferente y mejor. Con eso se mostró como un líder religioso y político
respetado y admirado por todos.
Es inolvidable aquella imagen del Papa caminando solitario
bajo la lluvia fina por la plaza de San Pedro hacia la capilla de oraciones
para que Dios salvase a la humanidad del coronavirus y tuviese misericordia de
los más vulnerables.
El Papa Francisco honra a la humanidad y quedará en la memoria
como una persona santa, amable, cariñosa y extremadamente humana. Gracias a
figuras así Dios todavía se apiada de nuestras maldades y locuras y nos
mantiene vivos sobre este pequeño y bello planeta.
Lo subrayado/interpolado
es nuestro.




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